Capítulo 12: Cavilaciones.
Angelo.
Los tenues resplandores del alba me toman cuando regreso a la mansión. Bajo del auto y rodeo el lugar, entraré por la cocina, necesito un trago de café bien cargado que queme mi garganta y aleje el sabor a alcohol que se me escuece desde el estómago. Hice lo que quería, lo que mis manos ansiosas exigían, como en los viejos tiempos. Sé que huelo a ese lugar que la imagen que dibujan mi cuerpo y mi postura en este instante es la que quiero mantener oculta, pero que a cada momento se escurre sin mi permiso.
Soy lo que soy, y anoche me quedó claro. El inconveniente está en la oleada de contradicciones que mi aparición inesperada puede llegar a causar. Algo me dice que pronto vendrán por mí, exigirán regalías a cambio y yo tendré que dárselo. Esas son las bases de nuestro acuerdo, al que no me he negado nunca.
Entro al lugar, hay una sola persona y es esa chica pelirroja amiga de Giuliana. Está concentrada en organizar la vajilla en una bandeja, tararea una canción que se me hace familiar. Nota mi presencia y el respingo que da le hace soltar una de las tazas que cae al suelo.
—¡Me lleva la mierda! —exclama y acto seguido se tapa la boca con ambas manos como si hubiera cometido un sacrilegio—. Lo siento señor, no lo vi, disculpe mi vocabulario ¡Dios, qué desmadre! —farfulla nerviosa agachándose a recoger la porcelana rota.
—Descuide, fue una imprudencia de mi parte, deje eso y prepáreme un café bien cargado, por favor.
Ella asiente y se pone a hacer lo que pedí. Noto que me mira de reojo a cada rato, frunce el ceño como si viera en mí algo extraño, y no la culpo, ya que todavía llevo puesto los guantes de cuero.
—Aquí tiene —dice después de preparar un lugar en la mesa de centro.
Tomo asiento, ella continúa en lo suyo y pruebo la bebida caliente. Está fuerte, sí, pero tiene demasiado azúcar para mi gusto. En estos momentos el ideal sería el amargo que prepara Serra. Bufo al darme cuenta de que vuelvo a pensar en ella. Me prometí reprimir este tipo de cavilaciones y por lo visto no lo estoy logrando.
—¿No le gustó? ¿Le hago otro? —inquiere después de escucharme.
—Tranquila, es de mi agrado.
—Gracias —sonríe y se le nota un leve rubor, pero la expresión desaparece cuando su mirada se dirige a mi espalda, haciéndola que se gire de inmediato.
—Buenos días. No sabía que ahora desayunábamos en la cocina.
—No lo hacemos, Luca, pasé por un café; nada más.
—Ya veo —nos mira a ella y a mí—. Llevo unos diez minutos esperando en el comedor y la mesa no está servida —se le acerca buscando su atención
—Lo siento, señor, es que la chica de turno no ha llegado y todo me ha tocado a mí.
—No quiero excusas, quiero resultados —noto la tensión en el cuerpo de ambos, y juro que nunca vi a mi hermano con semejante actitud hacia un empleado.
—Sí, señor, ahora mismo preparo todo.
—Y no olvides llevar los cruasanes con crema de...
—Pistacho —interrumpe ella—. No lo haré, señor.
El tono cansino de la chica transforma la actitud de Luca, la soberbia que asalta su rostro cuando ella lo vuelve a ignorar lo hace girarse hacia mí como si se estuviera mordiendo la lengua.
—¿Me acompañas al comedor? —me dice y asiento.
Le sigo por los pasillos y antes de entrar a la amplia habitación se detiene encarándome.
—Ese chico; Carlo Vece, tiene una lesión en el brazo. Justificó que fue un accidente laboral, pero a la hora de dar los detalles no me convenció.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo?
—Vi los moratones, y tienen forma de agarre, como si alguien lo hubiera hecho.
—Tal vez se metió en una pelea...
—¿Y protege a su agresor? —interrumpe alzando una ceja—. No me trago ni el cuento de él, ni el tuyo.
—¿Qué estás queriendo decir, Luca?
—Que para la próxima no me mandes a limpiar tu mierda, es tu responsabilidad.
Me dice con tono hastío y se marcha quitándome las ganas de desayunar.
«Responsabilidad... si supiera todo lo que reposa sobre mis hombros»
Voy hasta mi cuarto, abro la puerta y la persona que mira por la ventana que da al viñedo me confirma que no puedo tener un momento de paz ni en mi propio espacio. Trae un camisón de satén, el color crema se confunde con la blancura de su piel. Tiene los brazos cruzados y en su perfil noto recelo. Entro y comienzo a quitarme los guantes, luego la chaqueta y desabrocho los botones de la camisa.
—¿Dónde dormiste anoche? —inquiere sin mirarme— Fuiste a buscar alguna zorra, ¿verdad? Vuelves a retomar las viejas costumbres, Angelo.
Noto la decepción ligada a la prepotencia en su voz. Sí, he retomado las viejas costumbres que me alejaron de su cuerpo y su cama, pero no son las que ella piensa.
—Lo que haga o deje de hacer hace mucho que no te concierne, Bianca.
—Sí lo hace cuando manchas mi nombre ante todos —se gira hacia mí.
—Tu nombre está manchado desde que quisiste seguir conmigo cuando te di la oportunidad de irte.
—Eres tan sínico, Angelo, tan egoísta. Nunca valoraste mi amor, mi sacrificio, todo lo que di por ti. Me pediste que me fuera, sí, pero con unas migajas y sin Giuliana...
—¡Deja de actuar como si mi hija te importara! No te quedaste por ella y lo sabes —enervo al recordar lo que intentó hacer durante su embarazo para deshacerse de mi pequeña—. Deja de meter tus narices en mi vida, de entrar en mi cuarto como si fuera el tuyo. No sé qué es lo que buscas, pero se acabó, Bianca ¡Entiéndelo de una puta vez!
—¿No sabes que es lo que busco? —me encara molesta—. Busco esto —se lanza a mi boca y con una de sus manos agarra mi miembro.
Aplico demasiada fuerza para apartarla, y de un empujón la estrello contra la cama. Cae acostada en ella y se abre de piernas sin dejar de sostenerme la mirada.
—¿Te gusta lo que ves? —continúa.
—¡Lárgate de una maldita vez, Bianca!
Comienza a carcajearse y juro que si no fuera mujer ya la habría lanzado del balcón. Se pone de pie aún riéndose, pasa por mi lado con un aire victorioso como si esto fuera un juego.
—Si lo que necesitas es ayuda para que eso te vuelva a funcionar con la misma potencia, llámame —se mofa, no pienso caer en la provocación.
Estrello la puerta después de su salida. Su perfume repugnante está impregnado en la atmósfera del cuarto. Miro las sábanas y no me cabe duda, se atrevió a dormir aquí. Tendré que mandar a cambiar la cerradura. La conozco y es de mente fija, cuando quiere algo hace lo que sea para conseguirlo.
Voy directo a la ventana, ha amanecido completamente. Las plantaciones se ven más vivas que nunca. A lo lejos hay camiones descargando las cajas que se van a utilizar para la vendimia. Miro a la caseta donde Serra pasa tanto tiempo, parece que ya salió. La duda de lo que hace ahí me carcome por dentro, quiero saber, pero no me veo con el derecho de invadir su espacio personal; al menos no por ahora.
Tomo una ducha rápida y me preparo para dar inicio a mis labores. El señor Giorgio organiza a los empleados que repartirán las cajas por cada surco. Noto felicidad en su rostro, es un trabajo que lo llena y lo entiendo, porque conmigo sucede lo mismo. Limpia las gotas de sudor de su rostro y no puedo evitar preocuparme por su estado de salud.
—No es nada, señor Carosi, llevo mi medicación al día —me responde, temo que mi insistencia en el tema lo moleste
—. He mandado a distribuir los cestos a una distancia de tres a cuatro metros entre las parras ¿Qué opina usted?
—Me parece un trabajo perfecto, Giorgio.
—Gracias, señor Angelo, estimo que en un período de un día, o tal vez dos el campo estará listo para la recolección. Ya tengo los hombres y mujeres necesarios para la tarea. En su mayoría son los mismos que han trabajado con nosotros desde hace años.
Asiento complacido por lo que me comenta, él y Luca han movido los hilos con tal rapidez que el lunes próximo ya podremos dar el segundo paso para crear el mejor vino que han visto estas tierras. El primero lo dio mi padre junto al señor Vitale al ampliar la plantación de la Corvina, excelente trabajo que voy a honrar y del que sacaré el mayor provechos.
Todo marcha a la perfección, pero estoy incómodo, como si algo faltara para sentirme pleno, y es extraño, ya que anoche sacié mis ganas reprimidas. Soy del tipo de hombre que siempre ha sabido lo que quiere, sin embargo la idea lasciva que martilla en mi cabeza me hace dudar de mi propia cordura.
Sigo caminando entre el sembradío, los empleados me saludan con un nivel de respeto tan grande que me hace sentir como muchos describen que somos los Carosi: dioses. Yergo mi espalda a cada paso, en aras de imponer mi posición, no a los trabajadores; sino a mis antepasados cuyas cenizas se mezclan con la tierra que pisan mis botas. Quiero que me vean, que me sientan en toda su divinidad, que les quede claro que la bestia que desterraron es la que va a sacar el legado a flote.
Cierro los ojos y una sonrisa torcida es el sello que marca mi complacencia. Escucho rápidos pasos a mi espalda, el olor limpio a cerezas no tarda en llegar y juro que esa fragancia ligada al mixto dulce de las uvas se me puede volver adictiva.
—Llegas tarde —le digo antes de girarme.
—Lo siento —disculpa y no sé por qué evita mi mirada—, pensé que hoy se retrasaría.
Su tono es de reproche, tiene las mejillas rojas y los cabellos atados en dos trenzas la hacen ver como niña berrinchuda. Idea que tengo que omitir cuando reparo lo bien que se le justa el pantalón de mezclilla azul a las piernas. Golpea la bota con impaciencia en el suelo y sé que está esperando a que diga algo.
—¿Por qué supusiste eso?
—Lo creí ocupado en otros asuntos, nada más —se acerca a una de las parras y toma una uva intentando camuflar la evidente molestia.
—¿Estás así porque he mandado a despedir a ese fantoche?
Ella me mira con asombro haciendo que las bayas que sostiene se le caigan.
—¿Despedir? —murmura—, no lo sabía, gracias...
—No tienes que agradecer, no puedo admitir ese tipo de comportamiento en mis plantaciones.
Ella asiente, pero me percato del atisbo de duda que la abarca. Me enerva que sienta lástima por ese imbécil.
—Pronto comenzará la vendimia —continúo—, después se hará el despalillado de las uvas en las máquinas y para cerrar esta etapa procederemos a hacer el estrujado como dejé previsto.
—Sí, señor, lo tengo todo agendado. Respecto a la fiesta, quería saber cuáles serán mis funciones.
—Estar junto a mí en todo momento —respondo sin dudar—. Eres mi asistente, vendrán personas interesadas en la nueva producción, desde futuros compradores a los que no hacen competencia en el mercado, y tú tienes que estar a mi lado para responder preguntas y dejar claro que los Carosi somos los mejores, que tenemos lo que ellos no tienen.
Mira hacia otro lado, mis palabras la incomodaron y es algo que puedo notar. Ese es el problema con Serra, tal parece que todo lo que sale de mi boca la pone rabiosa.
—Imagino que eso que ellos no tienen es su magnificencia divina —espeta con sarcasmo.
Una sonrisa ladeada se forma en la comisura de mis labios.
—No, lo que nos hace ganadores es tener a los Vitale trabajando codo a codo —me le acerco obligándola a que sostenga mi mirada—. Espero algún día entiendas lo importante que eres.
No me dice nada, pero el sonrojo que se intensifica en sus mejillas hace que me vuelva a alejar. Doy la vuelta y la dejo allí; continúo mi inspección con el corrientazo, que ya no se me hace ajeno, irrumpiendo en mi cuerpo. La idea lasciva sigue, esta vez se pasea por mi cuerpo, y es algo que me preocupa, ya que se está convirtiendo en algo más que simples cavilaciones; son ganas.
N/A: Gracias por leer, bellas, no olviden dejar sus comentarios, amo leerlos ❤❤❤
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