Capítulo 11: Deseos impíos.

Angelo.

Siento la tensión recorrer mi cuerpo, estoy incómodo. Los últimos acontecimientos han despertado ese lado que tanto quería mantener dormido. Las manos me pican, y mis dedos lo único que desean es retorcerle el cuello a ese infeliz que se atrevió a maltratar a Serra. Poco hombre, casi se orina cuando le intenté romper el brazo. Me gustó oler su miedo, su incertidumbre. No hay nada como la súplica de la víctima para un verdugo.

-¿Te encuentras bien? -pregunta mi hermano-. Te noto exaltado.

-Sí -intento disimular mi estado.-Bien, tú dirás -cruza los brazos sobre su pecho, sé que no está complacido.

-Debes confiar en mí, Luca, la idea suena descabellada; pero para su éxito necesito tu apoyo.

-No lo sé, Angelo, estamos tan débiles que lo que pretendes me resulta un sueño más.

-No vivo de sueños y lo sabes. Es por eso que tenemos que levantarnos con todo, porque nos estamos revolcando en el desperdicio de los errores de las últimas tres generaciones. Tenemos que resurgir con más fuerza.

-Creo que lo podemos hacer, pero esa idea del Tinto de Reserva, no me termina de convencer -estipula y veo la duda en sus ojos.

Lo entiendo, ambos hemos vivido separados de este mundo por demasiado tiempo. Nuestro padre tuvo que dejarnos ir por el peligro que corríamos, pero sé que tanto él como yo mantuvimos la idea fija de volver y hacer lo que estamos destinados. Tenemos visiones diferentes pues yo fui instruido por mi bisabuelo y él por Massimo que no era más que una marioneta de su padre. A mí me enseñaron a respetar el proceso; a mi hermano, a sacarle el mayor lucro posible. Rebusco en la gaveta que guardo bajo llave, saco el maletín de cuero y le entrego su contenido.

-Esto es lo más preciado que tenemos los Carosi -él toma el diario escrito y lo ojea-. Es el mayor legado que atesoramos. Ha sido reescrito por cada generación. Mejorando las recetas, los métodos y las mezclas para hacer vino.

Las hojas amarillas manchadas por tiempo captan toda su atención. Frunce el ceño detallando las diferentes caligrafías que se plasman en tinta negra. Los secretos de nuestro apellido quedan expuestos ante sus ojos. El silencio nos toma por un tiempo, y espero paciente a que mi hermano termine de comprender que lo que sostienen sus manos son años de tradición y saberes en el arte de hacer el vino como los mismos dioses.

-¿Hace cuánto lo tienes? -pregunta cerrando el cuaderno.

-Desde que era niño; el bisabuelo me lo confió.

-Sabías que aquí tenías lo que podía salvar a nuestro padre y no dijiste nada -reprocha con tono hastío.

-Me limité a cumplir mi promesa. Si el bisabuelo demoró dos generaciones para entregarlo a alguien es que vio lo podrido escurrirse entre los Carosi -me encojo de hombros sin darle más explicaciones, por ahora es lo que necesita saber.

-Nunca me vas a decir la verdadera razón por la que te tuviste que marchar, ¿no es así? -inquiere y su pregunta desata un tumulto de los recuerdos que me arruinaron la vida.

-Tú mismo lo dijiste, para vivir mi dulce vida junto a mi familia -miento y él niega con la cabeza.

-Deja de hacerme el tonto, Angelo...

-Deja tú de prestar atención a cosas insignificantes que no nos van a ayudar en nada, Luca -le interrumpo y él se tensa-. Escucha, si te he mostrado esto es porque creo en ti y necesito que tu confianza esté al mismo nivel. No quiero que guíes a los trabajadores a ciegas o por una imposición mía, quiero que veas el futuro y las posibilidades como yo las diviso, para juntos hacerlas realidad.

Él se toma su tiempo, no me baja la mirada, como si me estuviera analizando o buscando en mí la veracidad de lo que le he dicho. Sé que un período de doce años hizo mella entre nosotros. Dejó un vacío de carencias que hoy nos hace vernos como desconocidos. Sin embargo, Carosi somos él y yo; y sobre nuestros hombros descansa el peso de levantar nuestro legado.
Las cadenas son gruesas y de antaño, estamos enredados en ellas; y si él siente lo mismo, no le importará arrastrar lo que se le interponga en el camino.

-Tranquilo, haré lo que me exiges -afirma finalmente-. Lo único que pido es que me mantengas al tanto de cada decisión que tomes de ahora en adelante -yo asiento. Intenta ponerse de pie para marcharse, pero lo detengo.

-Hay algo más -hace un gesto con la mano para que continúe-. Carlo Vece será despedido. Manda a que liquiden su salario, a partir de mañana no lo quiero ver más por estas plantaciones -estipulo, aguantando la rabia que me da pronunciar su nombre.

-¿Cuál es el motivo por el que vas a echarlo? Lleva más de ocho años trabajando para nosotros, y nunca ha cometido una incidencia -dice con una mueca de inconformidad-. Lo sé porque revisé todos los expedientes de cada empleado. El chico tiene un comportamiento ejemplar.

No voy a explicar la situación a Luca. Si no le doy razones sólidas pensará que abuso de mi poder. Sin embargo, es algo que no me corresponde, la principal implicada es Serra; y dar explicaciones sería exponer el horrible momento que le tocó vivir con ese patán.

-No me digas que es por Giuliana -continúa-. Él solo le está enseñando equitación, no creo que su amistad vaya a más de eso.

-Has lo que te digo, que no te pienso darte razones -enervo y él se vuelve a tensar-. Ese campesino no es tan inocente como te crees. Ya sea por mi hija o no, no le quiero volver a ver a la cara.

-Y yo que pensaba que habías cambiado un poco -me mira con desprecio-. Nunca te ganarás mi respeto, Angelo -se pone de pie-. Haré lo que pides, como siempre, no te preocupes -espeta y sale del estudio.

Paso las manos por mi rostro. Cada vez que creo que nuestra relación ha avanzado, suele retroceder varios pasos. Todo se complica, se contrae y advierte desavenencias; todo esto por ella, por una niña que no supo jugar bien a los amantes. El príncipe se le convirtió en sapo; y yo en bestia. De lo único que me lamento es de no haberle partido el brazo para que nunca se le vuelva a ocurrir tocar a una mujer.

Mi mente está turbia, deseosa de derrochar este instinto que pide que lo saque de una vez, que no lo reprima. Los dedos me hormiguean, el fluido de adrenalina que intento contener hace por dominarme. La sensación me pide a gritos más de lo que prometí mantenerme alejado por tiempo indefinido.
Veo mi agenda sobre la mesa, Serra la dejó, debe querer que revise lo que ha programado. La abro y a mi vista saltan los puntos rojos. Ha dejado las casillas en blanco, respetando las marcas de las cuales no debe tener la menor idea de lo que significan.

Tomo mi teléfono y dudo en marcar el número. Estamos en fecha y sé que lo tendrá todo listo. Sopeso la idea, se me hace jugosa, pero representa un peligro. Podría desaparecer hasta el amanecer y a nadie le molestaría si pongo una buena excusa.

«No, no puedo volver a caer»

Retuerzo mis dedos, la presión los hace traquear. Necesito relajarme, intentar respirar y olvidarme del rostro de ese infeliz. Suelto varios botones de mi camisa y recuesto la cabeza en el espaldar de cuero de la silla. «Serra... Serra... Serra... ¿Cuántos problemas más me vas a dar, niña del demonio?» Respiro profundo cerrando los ojos, intentando dejar mi mente en blanco, pero me es imposible. El brillo de su piel trigueña se pasea por ella. La carnosidad de los labios y ese aroma a cerezas que desprende su cabello achocolatado. Todo se vuelve ella, y me preocupa, porque la idea de cómo bajar este estrés la predigo de dos formas, una más peligrosa y adictiva que la anterior.

En el camino de los dioses existen tentaciones que llaman al placer de la carne y otras que incitan a romperla, a corromper la pulcritud con la que naces. Esa limpieza que acredita el poder. Yo estoy sucio, y a veces creo estar profanando todo a mi paso; y no quisiera mancharla a ella, bastante ha pasado por la nefasta decisión que hace años tomé. Pasó las manos por mi cabello, desordenándolo, el pálpito del pulso en mi cuello me hace llegar al límite. Tomo mi móvil y marco, el tono de la llamada se repite tres veces y contesta.

-Está todo bajo control, señor.

-Lo sé, confío en tus capacidades. No es por eso que llamo.

-Usted dirá.

-No empieces sin mí, el trabajo lo haré yo.

-No debería exponerse de esa forma, señor.

-¿Desde cuándo importa el peligro que pueda correr? -no responde-. No tienes permitido cuestionar mis órdenes.

-Lo siento, señor, prepararé todo para su llegada.

-Dentro de dos horas estaré allí -cuelgo.

Los impulsos son el precursor de las malas decisiones, y esta puede llegar a ser una de ellas. No se puede pedir al animal adaptado a olfatear sangre que se conforme con flores. Tal vez podría saciar mis ansias con otras cosas, pero prefiero arriesgarme con lo que conozco. Es lo que soy y me he contenido por demasiado tiempo. Tomo la chaqueta de mala gana y voy directo a la del despacho mientras guardo el teléfono en mi bolsillo del pantalón.

Abren la puerta con rapidez y no logro detener el impacto de la persona contra mi pecho; la sostengo para que no caiga. El olor a cerezas invade mi nariz, su melena me roza el mentón y las ansias se disparan haciendo que el agarre que mantengo en sus antebrazos se intensifique. Ella tiene la vista contra mi pecho, su respiración tibia me golpea la piel como si no encontrara las palabras correctas.

-Lo siento -musita y alza la vista conectando su mirada con la mía.

El calor se apodera mi cuerpo, el latigazo de electricidad me vuelve a recorrer justo como la primera vez que la escuché gemir. Me contengo... tengo que hacerlo.

-¿Cuándo dejarás de actuar como una criatura salvaje y sin estribos, Serra? -se le enrojecen las mejillas y esos labios son una invitación de descargue a la tensión que me abarca.

-Tendré más cuidado para la próxima...

-No mientas, ya es costumbre tuya entrar a este lugar sin siquiera tocar -la regaño con la molestia que me causa tenerla cerca y a la vez tan lejos.

-Es que olvidé su agenda. No quiero tener más fallas en el trabajo -siento la aflicción en su voz.

Está sensible y no es para menos por lo que ha pasado, pero esta actitud en ella es algo que me enerva. La prefiero cerril, dispuesta a dar guerra haciendo valer su posición y a sí misma.

-No quiero fallarle a mi abuelo -continúa con ese tono de súplica impropio de ella.

-Al que no le puedes fallar es a mí -la alzo un poco con mi agarre. Se tensa, sé que nota la tormenta en mi mirada-. Te lo prohíbo, Serra Vitale. Te prohíbo esa debilidad con la que te estás paseando por mi casa. A mi lado necesito personas con temple de acero.

-Pues hizo mal en escogerme yo n...

-Tú sí -la interrumpo-, lo llevas dentro como tu padre, y no pienso permitir que te sientas menos por culpa de una basura como ese Vece.

-Yo siento vergüenza con usted, eso es todo -confiesa-. No sé que pensará de mí después de lo que sucedió.

-No tengo que pensar nada. Es tu vida, y tu error; mientras hagas tu trabajo de forma impecable no me interesa nada más -ella asiente y algo parecido al dolor advierte en sus iris marrones-. Ve por la agenda, está en el escritorio.

La suelto y ella obedece. No puedo separar la vista de sus piernas; fuertes y esbeltas. Me hace preguntarme si los muslos se le verá así de maravillosos con ese color de tierra fértil en piel. Paso la lengua por mis labios, la impotencia me golpea, el hormigueo en mis dedos se intensifica y me pide otra cosa que no pienso hacer.
Pasa por mi lado con la agenda contra su pecho. Me mira de reojo y parece que tuviera las palabras atoradas en su garganta.

-Hasta mañana, señor.

Es lo único que dice antes de salir y dejarme con el sinsabor de lo que he dicho cuando lo que en verdad quiero es hacer. Respiro profundo antes de retomar mi camino, ahora sí necesito desprenderme de la opresión que estos deseos impíos me causan.

N/A: Angelo, sus tentaciones y sus tensiones... ¿Qué les pareció el cap? Gracias por leer ❤❤❤ No olviden seguir mi perfil.

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