Epílogo

Un mes después,
Nueva York

Mina se apoyó contra la barandilla de su balcón mientras observaba la actividad nocturna de la ciudad. Podía sentir los ojos de su nuevo guardaespaldas siguiendo cada uno de sus movimientos desde las sombras de su sala de estar.

Él siempre era así, nunca dejaba que lo viera mientras la cuidaba desde algún rincón sombrío. Solo sabía dónde se escondía porque podía sentir su fuerte y oscura aura saltando de sombra en sombra mientras ella se movía por su apartamento.

La pelicastaña solo lo había visto una vez: el día en que Gaap lo eligió como su guardia. Su nombre era Zafan y le fue presentado como el cuarto príncipe de los Nocte Vespertili. Así que, técnicamente, estaba siendo protegida por el príncipe de lo que ahora era su raza.

No puede ser más raro que eso.

Mina rió para sí misma antes de sentir un aura que ella conocía muy bien acercándose hacia ella. Fue entonces que lo vio; una bola de luz, similar a una estrella fugaz, aterrizó con gracia en su balcón, cegándola durante un minuto entero.

—Por favor, póngase detrás de mí, Lady Mina —le pidió la elegante voz de Zafan antes de halarla detrás de él sin esperar su respuesta.

—Está bien, Lord Zafan. Lo conozco y él no me hará daño —dijo, dejando la protección de su guardia y dirigiéndose al recién llegado. Al menos espero que no lo haga.

Ojos dispares, uno azul y otro verde, la saludaron con una gran cantidad de emociones girando en sus profundidades. Pero sus grandes alas de plumas blancas traicionaron su corazón, cayendo hasta que las puntas se arrastraron por el suelo, mostrando la tristeza en todo su esplendor.

—Quería decirte adiós —susurró él, necesitando explicar su repentina visita—. Seremos enemigos de ahora en adelante.

Los ojos de Mina se llenaron de lágrimas y un nudo se formó en su garganta. Quería decirle tantas cosas... empezando por la razón que la diferenciaba del resto de los demonios. Su alma permaneció en su cuerpo a través de la transformación, por lo que existía la posibilidad de que aún poseyera la Chispa de Dios también. Pero al final, ni su alma ni su poder divino podían cambiar el hecho de que Eaiel y ella ahora estaban en lados opuestos del tablero de ajedrez.

—Por todo lo que vale, lo siento, Eaiel —dijo ella, abrazando a su antiguo Ángel Guardián. Después de unos tensos segundos, sintió que los brazos de él se envolvían alrededor de su cintura y labios besaban la parte superior de su cabello—. Lo siento, todo resultó ser así, pero...

Terminando el abrazo, él negó con la cabeza y le acarició la mejilla.

—No tienes que decirlo. Lo puedo ver en tus ojos. Si pudieras hacer todo de nuevo, lo harías.

—No todo —susurró Mina, buscando desabrochar el collar escondido debajo de su blusa—. Si pudiera retroceder en el tiempo, no condenaría a la humanidad como lo hice —Agachó la cabeza para ocultarle el arrepentimiento y, agarrándole la mano, dejó caer el collar que él le había regalado dentro de la palma.

Una triste sonrisa curvó los labios del ángel antes de devolver la joya a las manos de su niña.

Los ojos de ella se abrieron con sorpresa y confusión.

—Puedo meterme en muchos problemas si mis superiores lo saben, pero... —Se detuvo y luego ella escuchó aquella melodiosa voz dentro de su cabeza. No puedo dejar a la niña que he llegado a amar como una hija, desprotegida, ¿verdad? Llámame cuando me necesites y acudiré a ti.

Ella lo abrazó de nuevo, brevemente esta vez, y le dio un rápido beso en la mejilla.

—Gracias por todo, Eaiel. Gracias por guardar mis pasos incluso cuando no sabía sobre tu existencia.

Un trueno rugió en la distancia mientras el cielo nocturno se nublaba, ocultando la luna sobre la ciudad, y el aire comenzó a humedecerse. El príncipe vampiro, parado detrás de la pareja, miró mal a las nubes que se reunían en el firmamento y dejó escapar un suspiro de cansancio.

—Princesa, va a llover pronto. ¿Por qué no entras, así no tengo que empaparme esperando a que termine su conversación con la paloma?

—¡Oye!

—Está bien —dijo el celestial, quitándole un mechón oscuro de la cara a ella—. Ese trueno era para mí, me necesitan en otra parte. Cuídate, mi niña... y adiós —El ángel le lanzó un guiño con su ojo azul antes de que su cuerpo comenzara a brillar de nuevo y se dirigió al cielo, desapareciendo en el horizonte.

Mina miró por última vez el firmamento sin estrellas, deseando nunca encontrarse con Eaiel en el campo de batalla y entró en su sala seguida del príncipe Vespertilio.

—Así que esto es lo que estabas escondiendo.

—¡Su majestad! —exclamó Nockrish, saltando lejos de la chimenea y bloqueando su vista de lo que había dentro de las llamas.

—Ahora sé la razón por la que intercambiaste habitaciones con tu hermano. ¿Él lo sabe? —preguntó ella, deteniéndose frente a él con una ceja arqueada, su pelo rojo brillaba más de lo normal gracias a la luz de las llamas infernales.

—N-no sé de qué estás hablando, mi reina —respondió el íncubo, bajando la cabeza para mirar el suelo.

Lilith sonrió y sus ojos color miel se entrecerraron sobre el demonio de aspecto humano antes de que ella agarrara sus sensibles joyas con fuerza.

—Tú y tu hermano me mantienen bien satisfecha en la cama, pero eso no me impedirá arrancarte los testículos y comérmelos para el desayuno si sigues mintiéndome —Ella lo apretó y su sonrisa se agrandó cuando él gimió, cerrando los ojos—. Me repetiré. ¿Tu hermano lo sabe?

—S-sí, su majestad. Nergal lo sabe.

—¿Ves? —dijo ella, soltando al íncubo—. Eso no fue tan difícil, ¿no crees? Ahora muévete a un lado.

El demonio hizo lo que su reina le pidió y se inclinó sobre una rodilla, su mirada en el suelo, pero vigilando lo que había dentro de las llamas desde la esquina de sus ojos. Cuando la diabla se estiró para tomar lo que él celosamente protegía, Nockrish agarró el borde de su pantalón negro, deteniéndola.

—Por favor, mi reina, no le haga daño. Es el único recuerdo que me queda de ella.

Su ama lo ignoró y, usando sus poderes, tomó lo que parecía ser una roca redonda, lisa y gris oscura de las llamas infernales. Sosteniéndola entre ambas manos, miró fijamente la dura cáscara mientras sentía el pequeño, pero fuerte corazón latiendo dentro. Incluso siendo un pequeño feto, ya era un luchador, igual que su madre una vez lo fue.

Lilith acarició la suave superficie del huevo con anhelo, recordando cómo se sintió sostener a sus hijos por primera vez. Era una sensación que nunca volvería a experimentar porque su vientre era tan infértil como el desierto.

Sacudiéndose del interminable pozo de la autocompasión, la reina del Infierno devolvió el huevo a las manos de su padre y volvió su mirada hacia la chimenea.

—Felicidades, Nockrish, serás padre en los próximos cinco meses —dijo con una voz neutral para ocultar las emociones opuestas que tener un bebé en la mansión le traía.

—Gracias, señora —respondió él, inclinándose para devolver el huevo a su ardiente nido, pero su reina lo detuvo en medio de la acción—. ¿Su Majestad?

—No puedo dejar que desatiendas tus obligaciones para eclosionar a tu hijo por nacer. Necesitas una niñera. Ve a llevar el huevo a la princesa. Estoy segura de que te ayudará con mucho gusto ya que estamos hablando del bebé de su difunta amiga.

—Sí, majestad —susurró Nockrish, inclinando la cabeza ante la pelirroja—. Y gracias por no castigarme.

Solo entonces Lilith se volvió para mirar a su guardaespaldas.

—Considéralo un regalo a la memoria de Ariashka; ella fue mi más leal sirviente después de todo.

Mina no podía creer lo rápido que habían pasado siete meses. Muchos cambios ocurrieron durante ese tiempo— como su insaciable sed o su embarazo de veinticuatro semanas, por nombrar algunos— pero no lo desearía de otra manera.

Era feliz como nunca lo había sido. Incluso después de todo lo que sucedió, aprendió a aceptar sus decisiones y siguió adelante con su vida... o no-vida, ya que ahora era una vampira, una criatura no-muerta de la noche.

El sol se había convertido en la pesadilla de su existencia, aunque no extrañaba madrugar para ir a trabajar. Pero había una cosa de la que siempre se arrepentiría a pesar de todo: no poder amamantar a sus futuros hijos.

De repente, los brazos de Vergil la abrazaron por detrás, apoyando las manos sobre su barriga hinchada y ella se echó hacia atrás para apoyar la cabeza en su hombro.

—No estés triste, paloma. Incluso si tu cuerpo ya no puede producir leche, aún puedes amamantar a nuestros hijos —susurró, acariciando su vientre hasta que sintió una patada en la palma de la mano—. Creo que nuestra pequeña Milaisys respalda a su papi.

—¡No la llames así! —exclamó Mina, golpeando suavemente su mano—. Me niego a llamar a nuestra hija ese nombre horrible. Suena como una enfermedad.

Vergil se estaba riendo del arrebato de su paloma cuando los gemidos de un bebé les dijeron que el pequeño Arian se había despertado. La ruidosa criatura tenía un mes, pero ya gritaba como un pequeño de un año.

La pelicastaña estaba a punto de levantarse de la cama cuando su príncipe demoníaco la detuvo.

—No lo hagas. Te lo traeré —dijo, teletransportándose fuera de la oscura habitación.

Momentos más tarde, regresó con el pequeño bollito de alegría en sus brazos, que luego dejó a su cuidado.

Los ojos dorados de Arian— esclerótica e iris casi indistinguibles entre sí— la buscaron y su rostro regordete se iluminó con una sonrisa al levantar sus pequeños brazos grises para intentar agarrarle a la mujer un mechón de cabello suelto.

—¿Cómo está el niño de tití? ¿Ary tiene hambre? —lo arrulló, rozando un dedo contra los diminutos labios del bebé y él rápidamente abrió la boca para morderla—. Sip, tienes hambre —dijo la princesa, haciendo una mueca cuando los pequeños, pero afilados dientes le perforaron su piel—. Dame su botella, Vergil.

—¿Por qué no intentas amamantarlo? —le preguntó él mientras volvía a la cama y se sentaba detrás de ella, sus piernas cerrándose alrededor de las de ella.

Ary comenzó a llorar de nuevo.

—Mencionaste lo mismo antes, pero sabes que no puedo. Los bebés demonios solo beben sangre y... Oh.

—Puedes dejar que te muerda el pecho —Vergil extendió la mano y descubrió el busto izquierdo de ella antes de arañarle el pezón—. Creo que debería sentirse como si una humana amamantara a su hijo.

Ary no perdió un segundo una vez que el aroma de la sangre fresca llegó a su nariz y, mordiéndole el pezón, comenzó a chupar su sangre con deleite. El dolor de la mordedura la hizo retorcerse un poco, pero en lugar de alejar al bebé, lo abrazó con más fuerza.

—Le gusta mi sangre —murmuró ella, sonriendo con tristeza mientras observaba a la criatura alimentarse—. Desearía que su madre pudiera verlo, estaría muy orgullosa de su pequeño Arian.

—Lo sé, paloma —susurró Vergil antes de darle un beso en el cuello y frotarle los brazos—. Puede que haya perdido a Ariashka, pero es muy afortunado de tenernos a nosotros y a un padre que lo ama.

—Tienes razón, my love —susurró Mina, limpiando sus lágrimas de sangre no derramadas y lamiendo el líquido escarlata del dorso de su mano—. Ary será el niño más sobreprotegido del mundo. ¿Tener dos papis y una mami? Pobre chico.

—Y tú eres la madre más hermosa de todo el universo —dijo el demonio de cabello blanco mientras la abrazaba de nuevo—. Más aún cuando nuestra niña venga a este mundo.

La pelicastaña se echó a reír, inclinándose hacia atrás para besar la mandíbula masculina.

I love you, Vergil.

I love you too, my Vespertilio princess.

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N/A: Esto concluye en su totalidad Atada a la Noche. ¿Qué les pareció este viaje a la oscuridad? ¿Hubo algo que no fue de su agrado? Sus opiniones son muy importantes para mí. Oh, y quédense pendientes pues en otra parte estaré anunciando la próxima historia en Los Últimos Días; la cual protagonizará Marcus Di'nardo.

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