Capítulo 32-a
Habían pasado tres horas desde que Mina desapareció y su preocupación comenzaba a mostrarse. La ira brotó de él como villancicos en la mañana de Navidad. Terminaría golpeándole la cabeza a alguien si su consorte no aparecía pronto.
Dos minutos después, sus oraciones fueron contestadas, pero no de la manera que esperaba.
Su querida hermana, Alecto, estaba junto a Tánatos y tres Arai, los demonios griegos de las maldiciones. Los cuerpos de los Arai estaban hechos de una niebla violeta oscura que ondulaba con el viento. Tenían una variedad de dagas, espadas y lanzas que parecían muy sólidas en comparación con sus cuerpos.
—¡Qué demonios! —exclamó el geólogo detrás de Vergil antes de que una guadaña negra cayera sobre su cabeza, dándole una muerte rápida e indolora.
Tánatos hizo un gesto con la mano sobre el cadáver y una pequeña esfera azul se introdujo en la jaula del alma que sostenía con la otra mano. Sin ceremonia ni atención, se alejó, desvaneciendo la jaula en el aire.
Con la ira burbujeando en su interior, Vergil se interpuso en el camino del dios. Miró a su viejo mentor; quien tenía su pálido rostro parcialmente oculto por la capucha de su capa negra.
—No necesitabas asesinarlo. ¿Tienes la más mínima idea del lío en el que me metiste?
Ariashka y los gemelos se transformaron en demonios con rapidez como respuesta a la ira de su príncipe. Después de todo, ya no había nadie de quien ocultar su verdadero ser.
—¿Mi aprendiz demoníaco se preocupa por un alma mortal? La Elegida del Dios Único realmente te ha cambiado —Miró a los ojos azules de Vergil y sonrió—. Ahora que estamos hablando de ella, ¿dónde está tu querida mortal?
Los ojos del príncipe se volvieron rojo anaranjado y sus uñas se tornaron grisáceas y puntiagudas.
—Como si te lo fuera a decir —gruñó, intentando arrañarle la cara a Tánatos, pero atacando el aire cuando el Coleccionista de Almas esquivó hábilmente sus garras. Más enojado que antes, el príncipe demoníaco se transformó y el grito metálico de armas chocando entre sí llenó Badwater Basin.
No muy lejos, Alecto también se transformó y aulló, cargando contra Vergil, con su espada en alto. Al darse cuenta de sus intenciones, Ariashka voló contra la Furia, chocando con ella y cayendo al suelo. Quejidos, gruñidos, gemidos y gritos de dolor era todo lo que se podía escuchar de la violenta masa de extremidades.
Pronto, los gemelos Irdu Lili se unieron a la refriega también, su agilidad y fuerza eran sus únicas armas contra los Arai. Podía parecer una idea descabellada al principio, pero el trabajo de su equipo los hacía casi imposibles de superar cuando luchaban juntos. O eso creían ellos.
Los demonios griegos les lanzaron un par de dagas que Nockrish evadió y Nergal bloqueó con la endurecida punta de su escamosa cola roja. Él gruñó y escupió una sustancia pegajosa negra a uno de sus oponentes solo para que fallara cuando la criatura dispersó su cuerpo. Una lanza voló hacia él desde la derecha, por lo que se teletransportó y su hermano la atrapó desde el aire, lanzándola a su dueño, fallando su objetivo una vez más.
—Tenemos que encontrar la manera de hacerlos sólidos —le dijo Nockrish a su gemelo mientras bloqueaba una espada con su cola, esquivó a su atacante y lo cortó, dispersando su cuerpo por un momento—. Nuestros ataques no los afectan en lo más mínimo.
—¡Lo sé! —siseó Nergal cuando la punta de una lanza, cual no pudo esquivar lo suficientemente rápido, raspó la piel sobre sus costillas—. Y, sin embargo, se están reprimiendo al luchar contra nosotros solo con armas.
—No pidas más de lo que podemos manejar, hermano —advirtió el íncubo más delgado, teletransportándose lejos de una espada y un tridente que comenzaron a brillar de color verde de repente.
Entonando alguna pendejada en griego, los tres Arai cerraron filas y pasaron una mano sobre la hoja de sus espadas, dándoles un brillo amarillento que apestaba a descomposición.
Nockrish miró a su gemelo por el rabillo del ojo derecho.
—¡Genial! Tenías que abrir tu bocota.
—Cállate y sígueme —gruñó el demonio mayor, extendiendo sus membranosas alas negras y lanzándose al cielo justo cuando una bola de fuego fue lanzada en su dirección. Al mismo tiempo, otro Arae lanzó una bola de energía al cielo que explotó un segundo más tarde, cubriendo toda el área en una neblina lila.
Nockrish intentó seguir a su hermano en el aire, pero sus alas no le obedecieron. Nergal cayó del cielo justo a su lado, maldiciendo y tratando de forzar sus apéndices a moverse. Sin embargo, ambos sabían la dura realidad: sus alas estaban paralizadas. Incluso Ariashka parecía tener problemas con las de ella.
Nergal gruñó mientras se levantaba.
—Bastardos. Me los voy a comer pedazo por pedazo.
Su gemelo resopló.
—¡Sí, como no! —Cuando el musculoso demonio volvió sus ojos negros y dorados hacia él con recelo, continuó—: ¿Crees que el humo es sabroso? Porque eso es todo lo que obtendrás, ¡una jodida bocanada de humo!
Los Arai se rieron y avanzaron lentamente hacia ellos.
—Esta es una zona de no volar —dijo el que lanzó el hechizo con voz ronca.
—Es obvio que solo afecta a sucios hijos de Satán como ustedes dos —agregó otro mientras apretaba su espada con más fuerza.
Los gemelos esperaron, preparándose para el ataque cuando, de repente, Vergil se estrelló contra los demonios griegos y dispersó sus cuerpos. El príncipe apenas se había levantado cuando los Arai lo atacaron todos a la vez. Con rapidez, esquivó el mandoble de una espada amarillenta y golpeó al trío con una lluvia de rayos, dejándolos debilitados, pero aún en pie.
¿Qué diablos están esperando? Vergil gruñó en las cabezas de los íncubos. ¿A que llegue navidad? Muevan sus culos y mátenlos ahora antes de que mi electricidad se desvanezca, devolviéndole sus formas de niebla.
Cuando su maestro desapareció, Nockrish apareció detrás del Arae más cercano y le atravesó el corazón con la punta afilada de su cola. La electricidad corrió por su cuerpo, pero no lo afectó tanto como a las criaturas brumosas.
Una vez el cadáver de su víctima cayó al suelo con un fuerte golpe, levantó la mirada para encontrar a Nergal luchando contra las dos maldiciones restantes con una sonrisa torcida en su rostro demoníaco. Los griegos no parecían tan duros sin su capacidad para dispersar sus cuerpos.
Desde su ubicación cerca de la charca de la cuenca, Vergil sonrió cuando la niebla lila comenzó a dispersarse mientras paraba un ataque de Tánatos.
—Parece que tus refuerzos están muertos. ¿De verdad pensaste que tendrían una oportunidad?
—Alecto sigue con vida —dijo el dios, bloqueando la estocada y contraatacando con una barrida de su enorme guadaña—. Ella es más que capaz de derrotar a todos tus sirvientes por sí sola.
—Mis demonios podrían sorprenderte —respondió el príncipe, alejándose del peligro mientras desvanecía su espada y convocaba rayos azules a sus manos. Los arrojó a todos a la vez, pero solo tres no fueron evadidos a tiempo y llegaron a su destino.
El dios oscuro gritó cuando dos rayos impactaron su torso y el tercero casi incineró su ala izquierda. Escupiendo sangre dorada al suelo, el cuerpo entero de Tánatos comenzó a emitir un brillo violeta.
—Ahora es mi turno.
No muy lejos de las dos deidades, Ariashka gritó de dolor cuando Alecto, remontando las corrientes de aire, envolvió su látigo negro alrededor de su cuello y haló, empalando a la súcubo con una espada.
—¿Qué se siente al ser besada por mi espada? —susurró la Furia de la ira al oído de la Lilitu—. ¿Te gustaría ser violada también?
La diabla gruñó, pero no se atrevió a luchar porque la espada la había empalado justo debajo de su corazón. Cualquier movimiento equivocado y todo se acabaría.
—Eso es algo para lo que ni siquiera me registraría —gritó Nockrish a la vez que lanzaba una lanza al ala izquierda de la diosa perra, y su hermano escupía la baba negra en la otra.
Alecto gimió y comenzó a caer al suelo llevándose a la súcubo con ella. Los gemelos se lanzaron tras ellas, tratando de llegar a Ariashka antes de que ambas mujeres se estrellaran contra la tierra.
Moviendo sus membranosas alas negras aún más cerca de su cuerpo, el Irdu Lili menor aumentó su velocidad hasta que casi pudo agarrar la punta con forma arpón de la cola de Ariashka. Pero justo cuando finalmente agarró a la Lilitu, la diosa oscura sonrió y su mano atravesó el pecho de la diabla, arrancándole el corazón para que él lo viera.
—¡Nooo! —gritó, escupiendo más baba en la cara de la Furia y tomando el cuerpo de la súcubo en sus brazos.
Alecto aulló de dolor cuando la sustancia oscura sobre su rostro le quemó el pelaje y comenzó a corroer su piel hasta el cráneo. ¡Era ácido! El maldito íncubo le había escupido ácido. Aullando, ella se estrelló en el desierto haciendo un profundo agujero en la tierra seca. El sonido de huesos rompiéndose hizo eco en sus oídos.
No muy lejos, Nergal chocó, con los pies primero, contra la Furia, pero cuando estaba a punto de terminar con su vida, las llamas cubrieron su cuerpo y explotaron, arrojándola a varios pies de distancia.
De repente, una luz blanca apareció entre los luchadores, cegando a todos hasta que desapareció, dejando en su lugar a una Mina confundida, pero enojada.
¡No, no, no! Estaba tan cerca, tan cerca de conseguir todo lo que necesitaba y ahora no tenía nada. ¡Nothing! Sus sueños se habían convertido en nada más que arena deslizándose entre sus dedos. Damn my luck.
Queriendo llorar, miró a su alrededor solo para darse cuenta de que sus enemigos habían atacado mientras realizaba sus pruebas y su corazón se retorció cuando se enfocó en las figuras más cercanas a su derecha. Era uno de los gemelos— ella no podía descifrar cuál— sosteniendo un cuerpo demoníaco entre sus brazos. En unos segundos no quedaba nada más que polvo y una roca redonda, gris y lisa, dejada atrás.
La pelicastaña se quedó paralizada, incapaz de aceptar lo que había presenciado. Una diabla había muerto y solo una los había acompañado al desierto.
No. Las lágrimas corrieron por su rostro mientras negaba con la cabeza. No, no puede ser ELLA.
Sin pensarlo, Mina corrió hacia el demonio que sostenía la piedra redonda entre sus manos y se dejó caer de rodillas.
—Por favor, dime que esa no fue Mary.
Las lágrimas no derramadas brillaron en los ojos de Nockrish mientras le devolvía la miraba.
—Lo siento, princesa. No pude salvarla.
Un sollozo se le escapó a ella mientras su corazón era exprimido desde el interior.
—¿Quién lo hizo? —preguntó ella, la ira y pena calentando su sangre poco a poco.
—La furia.
Mina esperaba que una ira irracional se apoderara de ella, deseando, no, exigiendo venganza— como sucedió con Cerberus— pero no sentía nada de esa magnitud. En cambio, había una furia fría y controlada que de alguna manera la asustaba más que si hubiera cometido una ola de asesinatos. Esa rabia helada le recordó a Vergil.
De la nada, Nergal fue arrojado hacia ellos.
—¡Mira quién decidió presentarse! Nuestra querida Elegida ha llegado a la matanza —exclamó Alecto, compareciendo ante el grupo.
La novia demoníaca le apretó las manos.
El cuerpo en llamas de la diosa oscura había visto días mejores. Parte de su hocico y ojo izquierdo habían sido devorados por un tipo de ácido, dejando el hueso expuesto en algunas áreas. La sustancia todavía estaba trabajando sobre su carne mientras sus poderes regenerativos intentaban combatirla.
—Nockrish, la princesa es tu res-.
Sabiendo lo que Nergal quería, la pelicastaña sacudió la cabeza y dijo con firmeza:
—No —Mirando a la perra demoníaca griega sin miedo, se paró ante ellos mientras un brillo dorado cubría todo su cuerpo—. No iré a ninguna parte hasta que la perri-diosa aquí presente sea puesta a dormir.
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