Capítulo 31-b
Mina se escabulló del monstruo en el que su madre se había convertido solo para encontrarse con otro mucho peor. La figura deformada de un jorobado, con un cuerno que sobresalía de la cuenca del ojo derecho y serpientes que salían de su boca, se inclinó hacia adelante, tratando de agarrar su hombro. La chica gritó, arrastrándose lejos de ambos demonios hasta que golpeó su espalda contra la pared izquierda de la habitación.
Esto no es real. Esto no es r...
—Esto es real, pequeña —dijo el monstruo Marina mientras se erguía sobre piernas temblorosas de la cama del hospital—. Esto es en lo que nos convertiste cuando le diste tu corazón a ese demonio.
—No —susurró ella, sacudiendo la cabeza—. Mi amor por Vergil no los habría transformado en... en... ¡Oh, Dios, por favor, detente!
—Me condenaste cuando te casaste con esa basura —Marina susurró enojada mientras cojeaba hacia su hija.
—¡Solo me casé con él para salvar a papi!
—Sin embargo, te lo tiraste. Repetidamente —La voz de David salió del jorobado antes de que la criatura apareciera frente a ella y tirara de su cabello—. Maldices mi alma un poco más cada vez que abres las piernas para él —gritó el horrible demonio, tirando con más fuerza hasta que arrancó una cantidad significativa de cabello y lo tiró al suelo.
Mina gimió mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
—No. ¡NO! —gritó la morena, sosteniendo su cabeza entre sus manos—. NO.
—Sí —dijo su madre con voz ronca, agarrando su barbilla con huesudos y pútridos dedos—. Nos maldijiste para convertirnos en demonios cuando vendiste tu alma a Satanás. ¡Como pudiste!
—Lo siento —sollozó la muchacha—. No quería que se convirtieran en demonios —Pero mientras su corazón se quebraba por la culpa, su mente se rebeló, trayendo un recuerdo reciente a la superficie.
«Las almas humanas malvadas son castigadas eternamente, no dotadas de inmortalidad».
Todo a su alrededor pareció detenerse a la vez que reflexionaba sobre las palabras de Vergil. Él le había dicho que los muertos no se transformaban en demonios, solo los vivos. Así que sus monstruosos padres estaban mintiendo. No. Todo a su alrededor era una mentira, una ilusión creada para confundirla.
—No son reales. ¿Me escuchan? Los veo por lo que realmente son: una ilusión retorcida; así que lárguense de mi cabeza y déjenme en paz —gritó, empujando el cuerpo podrido que se asemeja a Marina y cerrando los ojos—. ¿Estás viendo, Uriel? Puedo ver tu truco mental ahora. Todo esto es parte de la última prueba.
—Bien —Una voz incorpórea hizo eco a su alrededor, haciéndola abrir sus orbes grises a tiempo para ver al Arcángel acercándose a ella mientras disolvía la visión de la habitación del hospital y todo lo que había dentro.
Mina se puso de pie, apretando los puños a sus costados y luchando contra las ganas de golpear al antiguo ser en su bonita cara. Después de todo, era lo que se merecía por hacerla soportar un infierno tan grande. Psicópata.
—¿Qué me ha delatado? Parecías muy convencida de lo que estaba sucediendo a tu alrededor. Los pálidos irises amarillos se centraron en ella cuando se detuvo a solo un pie de distancia de invadir su espacio personal.
—No deberías haber transformado a mis padres en apariciones horribles —respondió ella entre dientes mientras lo miraba con enojo.
El Arcángel ladeó la cabeza, observándola como una especie de extraño sujeto de prueba experimental antes de que asintiera y la tierra comenzara a girar bajo sus pies. Perdiendo el equilibrio, Mina cayó de rodillas al suelo de la cueva y gruñó de dolor. Mareada y con ganas de vomitar, la muchacha cerró los ojos por lo que pareció una eternidad hasta que la voz de Uriel la llamó.
—Abre tus ojos, Quinta Elegida, y mira tu premio —ordenó el pelirrojo, apoyando una mano sobre el pomo de su espada y ofreciéndole la otra.
La pelicastaña hizo lo que él quería, dejando que sus ojos vagaran por el lugar mientras esperaba a que su mareo y náuseas se calmaran. Al principio pensó que el ser celestial la llevó a la misma cueva de antes, pero cuando la observó de cerca, las pequeñas diferencias salieron a la luz.
Las paredes lisas, no naturales, estaban cubiertas de las mismas runas extrañas de antes, pero estas solo tenían un brillo dorado, el color no parecía ondear como si estuviera vivo. El suelo bajo sus pies también había sido alisado y brillaba con lo que parecían diminutas pepitas de oro incrustadas en la roca.
Con las náuseas olvidadas, Mina aceptó la ayuda del guardián divino y se quedó boquiabierta cuando sus irises grises aterrizaron en la pared opuesta. Allí, en medio de todas aquellas runas resplandecientes, había una losa de piedra con lo que solo podía ser la Llave del Infierno incrustada en la parte superior de más escritos.
Sus manos empezaron a temblar mientras miraba el medallón.
—¿Puedo…?
—Ven, tu destino te espera —murmuró el Fuego de Dios antes de guiarla hacia la losa y sacar la Llave de su lugar de descanso—. Una vez que tomes este artefacto entre tus manos, serás obligada a elegir entre comenzar el Juicio Final o retrasarlo. Elije sabiamente porque no habrá segundas oportunidades... para nadie —explicó, ofreciéndole la Llave.
La joven tragó saliva mientras sus tormentosos orbes grises volvían a empañarse antes de que las secara con el dorso de la mano. El medallón de plata tenía lo que parecía ser un rubí con forma de corazón humano en su centro rodeado por siete palabras escritas en runas sagradas. Después del anillo de palabras— y proyectándose hacia afuera desde la espalda del medallón— se podían ver siete relámpagos dorados en perfecta alineación con cada palabra rúnica.
Era hermoso y extrañamente aterrador. Podía sentir el poder que se desprendía en oleadas sin la necesidad de su habilidad, haciéndola sentir que estaba jugando con fuego.
Aun así, necesito hacer esto.
Temblando de pies a cabeza, la pelicastaña tomó la Llave del Infierno de Uriel y la acunó contra su pecho. Nada sucedió al principio, pero después de unos segundos su cabeza fue bombardeada por dolor y una rápida sucesión de imágenes.
Demonios. Enormes géiseres de fuego y una gigantesca puerta doble abierta. La gente siendo perseguida y destrozada por demonios de pesadilla. Hombres y mujeres matándose en las calles, poseídas por un violento frenesí. Largas filas de personas que esperaban ser implantadas algo en el interior de sus muñecas. Montones de cadáveres por todas partes.
Y la más impactante de todas... la que terminó con el enfermizo espectáculo: ella, con alas de murciélago saliendo de su espalda, bloqueando los golpes de un gran demonio y un ser hecho de pura luz blanca.
Mina jadeó por aire cuando las imágenes se detuvieron, encontrándose tendida en el suelo, pero aún sosteniendo la Llave con su mano derecha. Inhaló y exhaló un par de veces antes de poder sentarse. La mano de Uriel estaba allí una vez más para ayudarla a ponerse de pie como lo haría cualquier verdadero caballero. Sí, como no, de caballero no tiene nada. Ese es un psicópata enfermo disfrazado de ángel.
—¿Y tu elección es...?
Ella abrió la boca, pero no salió ninguna palabra. Estaban atrapadas en su garganta, negándose a salir. Parte de ella todavía quería la salida fácil; la que involucraba menos muertes, la que mataría su corazón. Ella prefería destrozar su alma, la maldita cosa ya pertenecía a otro de todos modos, en lugar de destrozar su corazón. ¡Así que agárrate, Mina, y escupe esas palabras ahora!
—Voy a... comenzar el Apocalipsis —respondió la pelicastaña que temía que el Arcángel no hubiera entendido una sola palabra.
La desconcertante mirada de Uriel se clavó en la de ella con tal intensidad que se sintió desnuda ante él, todos sus secretos más oscuros expuestos a sus orbes pálidos.
—Entonces que así sea —susurró él de la nada y la losa frente a ellos desapareció detrás de una columna de fuego.
La joven saltó hacia atrás, asustada por las llamas que se habían tragado la pared. La columna se transformó, dando forma a algo distinto hasta que el fuego desapareció y en su lugar aparecieron unas oscuras puertas dobles.
Rostros con cuernos y expresiones de agonía parecían estar atrapados dentro, dándole escalofríos. Con una entrada tan amenazadora, no era de extrañar que el Infierno siempre se describiera como un lugar de sangre y sufrimiento.
—Se ha puesto el reloj, Elegida. Es hora de abrir las puertas.
Mina miró al pelirrojo a su lado y luego a la depresión ubicada en el centro de donde se unían las puertas. La talla tenía la forma exacta del medallón.
—¿Ahora? —preguntó ella, sus ojos ensanchándose—. Pensé que las puertas no podían abrirse hasta después de que se rompiera el séptimo sello. Nunca me imaginé que tendría que a-abrir las puertas del I-infierno.
Uriel chasqueó la lengua.
—Tonta mortal. ¿Por qué la humanidad siempre dice saber todo? Su libro sagrado es simplemente una recopilación de lo que sus llamados hombres religiosos decidieron divulgar, pero hay más, mucho más que compartimos solo para que terminara acumulando polvo en bóvedas y catacumbas ocultas —Hizo una pausa para cerrar los ojos y domar los sentimientos negativos que la avaricia humana le traía a la superficie, antes de que volviera su mirada hacia la Elegida—. Sí, niña, debes abrir las puertas ahora mismo.
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