Capítulo 31-a

Mina casi lloró en el momento que apareció en una nueva cueva con paredes cubiertas por las mismas runas elegantes que había visto usar a Eaiel cuando mataron a Cerberus. Era absolutamente hermoso. Las runas brillaban en ondas doradas como si una ola de color cubriera la escritura antigua una sección a la vez. Absolutamente impresionante.

Y le daba la sensación de que toda la cámara era un organismo vivo.

Caminó hasta una de las paredes, contemplando el lenguaje rúnico con total asombro. La pelicastaña levantó la mano, casi hipnotizada por el resplandor y oscurecimiento de los símbolos que cubrían la superficie rocosa, con la intención de tocar la escritura mística. Pero antes de que sus dedos hicieran contacto, la pared creó una chispa eléctrica que la electrocutó y envió al suelo.

Mina permaneció tumbada en el piso durante varios latidos— inmóvil e inconsciente— hasta que abrió los ojos grises, buscando aire.

Ella no le recomendaría ser electrocutado a nadie. Se sentía como si se hubiera quemado desde adentro hacia afuera y se ahogara al mismo tiempo, creyendo todo el tiempo que su cuerpo explotaría por tener demasiada energía. Era horrible en todas las formas posibles.

—Tus dedos pecaminosos no fueron creados para tocar una escritura tan sagrada.

Ella reconoció la voz haciendo eco a su alrededor.

—Lo siento. ¿Eres tú, Eaiel?

Irises dispares aparecieron ante ella desde debajo de una capucha negra bordada con ojos dorados, dando a la ilusión que su dueño podía verlo todo. Sus luciérnagas se amontonaron a su alrededor mientras el Ángel Guardián la rodeaba con una mirada extraña en sus brillantes ojos. Un escalofrío le recorrió la espalda y sus instintos gritaron peligro, instándola a huir del celestial. Se levantó y obligó a sus piernas a permanecer en su lugar. El ser ante ella era su guardián, el rayo de luz que siempre la había cuidado desde lejos, la guiaba... Eaiel nunca me haría daño.

—Eso es lo que tú piensas, mi niña —susurró, extendiendo su mano hacia ella como si tuviera algo dentro.

Un instante su mano estaba vacía y al siguiente sostenía un corazón sangriento y palpitante. Líquido escarlata goteaba entre sus dedos al suelo mientras una sonrisa maliciosa se formaba en sus labios.

—Si tu corazón está atado a la noche, entonces debo destruirlo.

Mina miró hacia su pecho y vio un agujero donde se suponía que estaba su corazón. Con los ojos ensanchándose de horror, su cuerpo perdió la movilidad y cayó al suelo, hundiéndose en un vacío negro que la tragó por completo.

La pelicastaña se despertó con un jadeo y rápidamente se llevó una mano a su pecho, comprobando si había un agujero en él. Sin embargo, ella parecía estar en una pieza. Al menos por el momento.

Con un suspiro de alivio, se levantó, limpiándose la ropa, y miró a su alrededor. Blanco sobre blanco la saludó mientras el aire olía a antisépticos, lejía y píldoras de vitaminas. Las personas con largas chaquetas blancos y batas verdes caminaban por ahí ignorando su presencia por completo.

¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba?

Congelada en su lugar, su corazón comenzó a latir como si quisiera saltar fuera de su pecho. Sintió sudor frío correr por su espalda y un grito se atascó en su garganta cuando alguien le tocó el brazo.

Mina dio un salto, dejando escapar un grito ahogado, y giró la cabeza para encontrar a la señorita Nevares que la miraba con ojos preocupados.

¡No podría ser! ¿Estaba parada en el hospital donde su madre murió?

—¿Está bien, señorita Argeneaux? ¿Necesita que vaya a buscar a su padre? Él está aquí visitando a Marina.

Su cerebro se congeló. ¿Su madre estaba viva?

Todavía tratando de entender lo que estaba pasando, la joven negó con la cabeza.

—¿Puedo ir a ver a mi mamá? —preguntó con voz débil.

—Por supuesto, querida —La enfermera le dio una suave palmada en la espalda—. Solo no dejes que tu mommy vea esas lágrimas. Tuvo un día difícil.

Asintiendo, Mina se dirigió a la habitación de su madre. La puerta estaba cerrada, lo que le dio la oportunidad de orientarse. El temblor de su cuerpo, principalmente sus manos, no se detendría, así que inhaló hondo y exhaló, tratando de endurecer su corazón. Sabía que su madre necesitaba que se mantuviera fuerte, pero... de alguna manera su mami estaba viva otra vez... Ella sabía que su corazón... no, su alma no podría soportar el milagro y se derrumbaría llorando.

Otra respiración profunda, otra exhalación.

Rezando para que las lágrimas dejaran de inundar sus ojos, la pelicastaña se las limpió antes de agarrar la manija de la puerta. Vaciló; las dudas le hacían preguntarse cómo demonios Marina estaba viva cuando ella misma percibió cuando la mujer exhaló su último aliento. Ella había sentido el aura desvanecerse antes de que el alma abandonara el cuerpo de su mamá.

Sabía que su madre había muerto siete años atrás, entonces, ¿por qué dejaba que toda la mierda a su alrededor le dijera lo contrario?

Porque esperas que sea verdad, lo deseas con todo tu corazón.

Sacudiendo la cabeza mientras sus ojos grises se empañaban otra vez, Mina soltó la manija de la puerta. Su alma se estaba rompiendo en un millón de pedazos mientras su corazón y su mente estaban en guerra uno con la otra.

La pelicastaña dio un paso atrás mientras la migraña comenzó a golpear su cráneo cuando la puerta se abrió, revelando a un sorprendido David. Sin embargo, su atención se fijó más allá de él, en la forma que estaba sobre la cama del hospital.

Un nudo se formó en su garganta y las lágrimas con las que había estado luchando, cayeron por sus mejillas. Su padre se hizo a un lado y dijo algo sobre "toda la familia junta de nuevo", pero ella ignoró el comentario y le pasó por el lado hasta deterse en el centro de aquella habitación privada.

La mujer de piel color caramelo y ojos oliva le sonrió.

You arrived, my child —susurró ella, levantando sus delgados brazos en su dirección, pidiendo un abrazo.

La razón voló por la ventana cuando el corazón de Mina finalmente ganó la batalla.

Con un desgarrador sollozo, la joven se lanzó a los brazos abiertos de su madre y lloró. Se sentía tan bien ser abrazada por la mujer que la dio a luz, oler su característico perfume de fresa y escuchar el sonido de su voz— no un eco fantasmal, sino la verdadera y lírica voz de Marina— una vez más. Era tan bueno que la pelicastaña no pudo evitar los fuertes sollozos que se le escaparon cuando su madre le acarició el cabello.

—Lo siento mucho. Lo siento mucho —repitió Mina abrazando la cintura de la mujer tan fuerte como se atrevió y enterrando su rostro en el estómago de su madre.

It’s alright, my little one. Sé que lo intentaste —Marina arrulló antes de que su toque se volviera frío, distante y su cuerpo comenzara a decaer—. Pero hay algo que nunca podré perdonarte.

La castaña sintió que un escalofrío le recorría la espalda cuando el aura de sus padres se oscureció casi al instante. Levantando la cabeza, gritó y saltó, cayendo al suelo.

Marina Argeneaux tenía una sonrisa torcida en su rostro que mostraba dientes amarillentos y negras cuencas vacías como ojos. Su piel de caramelo ahora era gris, con manchas negras que a veces rezumaban una viscosidad cremosa, y parecía estar demasiado estirada sobre sus huesos.

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