Capítulo 30-a
Mina se encontró en medio de una cueva de techo bajo, una en la que algunas de las estalactitas más mortíferas que jamás había visto colgaban a menos de dos pies por encima de su cabeza. En definitiva, necesitaba tener cuidado con su voz porque morir por el empalamiento no la atraía.
La pelicastaña suspiró, mirando los tres caminos delante de ella y tocando su cabeza vendada cuando otra ola de dolor la asaltó.
Después de que Eaiel se fue y tuvo que rasgar tiras de su camiseta para cuidar su herida pues había perdido su mochila, Uriel explicó que necesitaba pasar tres pruebas para encontrar la Llave del Infierno. La primera era una prueba de carácter que ya había tomado. Aparentemente su pelea con Gabriel había sido su primer desafío y solo Dios conocía el resultado porque el Arcángel se negó a decirle una palabra.
La segunda prueba era física y la tercera mental. Esperaba que la última no significara más ilusiones porque esta vez Vergil no estaría allí para ayudarla a ver falsas visiones.
Cerró los ojos, inhaló hondo y exhaló, abriendo los ojos. Para comenzar el segundo desafío había que elegir un camino. ¿Pero cual? El Arcángel dijo que una vez que eligiera un camino, tenía que permanecer en él hasta el final porque no habría una manera de regresar y elegir otra vez; y solo una conducía a la siguiente prueba.
Tenía que elegir el camino correcto desde el principio o su sueño se iría por la borda.
-No, eso no sucederá, Mina -murmuró ella sacudiendo la cabeza y golpeando suavemente sus mejillas. Pero no importó cuánto intentara captar la más mínima diferencia que la ayudara a decidir, los tres caminos le parecían iguales: oscuros, húmedos y espeluznantes. ¿Y cómo podría olvidar los murciélagos sobrevolando su cabeza?
Suspirando, la pelicastaña cerró los ojos y dejó que el instinto guiara su destino. Las cálidas llamas de la Chispa de Dios trajeron tranquilidad a su mente antes de que ella se enfocara en los sonidos, los olores, incluso las ligeras fluctuaciones en las corrientes de aire. Todo parecía susurrar en su oído antes de que un brazo tembloroso se alzara, señalando al ganador. Cuando abrió los ojos, sonrió. El camino a la derecha había sido el afortunado.
-Está bien... hagamos esto -dijo con voz firme para darse valor y las luciérnagas, que habían estado iluminando toda la cueva, la rodearon cuando entró en el pasaje. Su método de decisión pudo haber sido estúpido e infantil, pero era todo lo que tenía en ese momento. Y la vocecita en su cabeza le dijo que necesitaba moverse, rápido.
Gracias a sus brillantes amigos, la pelicastaña pudo ver el camino frente a ella. Desde el terreno irregular hasta los murciélagos que volaron y chillaron, protestando por la repentina luz. Tendría que agradecer a Uriel más tarde por el atento regalo pues los diminutos insectos eran la única ayuda que se le permitió recibir durante sus pruebas.
Pero apuesto a que, si tuviera una visión nocturna, no me habría dado una sola cosa para ayudarme. Nothing, cero, finito.
Mina suspiró y siguió caminando durante unos minutos hasta que se encontró delante de una gran roca que le bloqueaba el paso, dejando solo un espacio estrecho para arrastrarse. Se puso a gatas y miró la abertura de la grieta. La brisa suave golpeó su cara y el sonido del agua corriendo llenó sus oídos. Dos de las luciérnagas entraron, mostrándole el camino y, maldita sea su suerte, no parecía fácil. Será apretado, pero estoy segura de que puedo hacerlo.
Se arrastró por la brecha, pequeñas rocas mordiendo sus brazos y piernas expuestos mientras avanzaba con lentitud. Tuvo que agachar la cabeza cuando un borde aserrado apareció a la vista, dejándola casi comiendo tierra. Más alante había otro saliente que no pudo evitar a tiempo y terminó cortándose el hombro izquierdo. Como mínimo, la herida horizontal de tres centímetros de largo no era profunda, o eso esperaba.
Olvidando el dolor punzante de su hombro y la calidez que goteaba, Mina continuó arrastrándose hasta que vio el brillo del agua por delante. Solo dos de sus brillantes amigos permanecieron a su lado, los otros volaron para iluminar su próximo desafío, ansiosos por un espacio más grande.
Esa parte del sistema de cavernas tenía un techo liso y cóncavo que no mostraba signos de ninguna formación mineral. Pero la pared más alejada tenía una textura porosa con una serie de orificios que se podían usar para escalar hasta el hueco en forma de ojo. Uno apenas visible desde su pequeño banco de sedimento y lleno de murciélagos, ya que los chillidos llegaron hasta sus oídos.
Frente a ella corría un ancho río de este a oeste que inundaba toda la cueva, excepto por la orilla en la que estaba parada. La corriente parecía débil, pero no había forma de que ella adivinara su profundidad debido a las aguas oscuras. Lucían un tono negro y no importaba lo mucho que se acercaran las luciérnagas, la luz simplemente no podía penetrar la superficie.
Era espeluznante y le dio a Mina un mal presentimiento.
Miró las aguas con el ceño fruncido mientras debatía sobre su próxima acción. No había otra salida que la brecha infestada de murciélagos, pero de seguro debía haber otras sumergidas ya que el río corría de un lado a otro sin interrupción. El pequeño problema con esa teoría era que las luciérnagas, su ÚNICA fuente de luz, no podían nadar. Y ella dudaba mucho que hubiera peces bioluminiscentes bajo esas aguas; dejando el hueco como su única salida viable.
Sintiendo un escalofrío por la espalda, la pelicastaña comenzó a entrar en el oscuro río. El agua estaba más fría de lo que ella esperaba. No realmente frío, pero tampoco cálido, como uno podría imaginar que se sentiría el agua del desierto. La temperatura era la correcta, lo que provocó que la aprensión de Mina se disparara.
Caminó con cuidado, sumergiéndose pulgada a pulgada hasta que su pie pisó algo blando que la hizo gritar. Sus pies abandonaron el suelo en un instante, pero cuando la corriente comenzó a alejarla, tuvo que anclarse de nuevo al suelo; sin embargo, intentara lo que intentara sus pies no llegaban al fondo del río.
¡Mierda!
Al darse cuenta de que la corriente la había arrastrado en su pánico, la pelicastaña comenzó a nadar hacia la pared porosa de la cueva, deseando salir del agua tan pronto como fuera posible. Solo cálmate y sigue nadando. Lo que sea que sintieras, era solo tu mente haciéndote ver como una tonta.
Pero justo cuando estaba a unos dos metros de la seguridad, algo viscoso la agarró del tobillo izquierdo y la haló hacia abajo. Esta vez no tuvo más remedio que aceptar que había algo en el río junto a ella.
El pánico se apoderó de Mina, haciendo que sus pulmones y su corazón sobre-trabajaran. Intentó patear lo que la retenía, pero era un poco difícil cuando lo único que veía era agua turbia. Necesitando respirar con desesperación, pateó a la criatura por segunda vez solo para que también tomara su otro pie. Un grito subió por su garganta, pero pudo resistir el impulso en el último segundo, manteniendo con éxito el precioso aire dentro de su cuerpo.
¡Vamos, Mina! ¡Piensa! Debe haber una manera de escapar. ¡Piensa!
Ella se retorció, tratando de liberarse de su captor cuando vio la solución. ¡Su pulsera de plata! Ella podría matar o al menos herir al monstruo con la katana.
Sintiendo que sus pulmones ardían por más aire, la pelicastaña tocó el amuleto del dragón que sostenía el rubí y llamas negras se tragaron su mano, formando rápidamente la espada. Sin perder ningún otro segundo, se dobló y barrió la katana por debajo de sus pies. Un bestial grito de dolor resonó a su alrededor mientras nadaba hacia la superficie con desesperación. Llenando sus pulmones con aire precioso otra vez, Mina miró a su alrededor y se dirigió hacia la pared de la cueva, necesitando salir del agua lo antes posible.
Su corazón latía salvaje dentro de su pecho a la vez que comenzaba a escalar la pared rocosa usando los agujeros y la espada, todavía en su mano, como puntos de apoyo.
Los murciélagos que chillaban y volaban alrededor de la grieta, se retiraron a la oscuridad, dejando la cueva en silencio mortal. Las luciérnagas se quedaron con ella, pero volaron más alto, fuera del alcance de la criatura, y brillaron con más intensidad. La joven volvió a mirar el agua, ahora un metro por debajo de sus pies, y su corazón casi saltó de su pecho. Viscosos y delgados tentáculos emergían del río como en una escena sacada de una película de terror.
Ella se congeló. Su corazón se aceleró mientras observaba cómo diez tentáculos, incluidos los que cortó por la mitad, se elevaban sobre el agua. Al principio solo se quedaron flotando, quedándose lo más quietos posible, pero cuando vio que burbujas comenzaron a salir a la superficie, dos tentáculos se lanzaron hacia ella. El primero falló, chocando contra la pared de la cueva con tal fuerza que dejó un agujero en la piedra. Para el segundo pudo reaccionar a tiempo, cortando el apéndice como si fuera mantequilla gracias a su katana. La cosa aulló de nuevo y saltó completamente fuera del agua.
Era horrible, un monstruo salido de la peor pesadilla humana. Ella había pensado que era un pulpo, pero ahora que podía verlo acercarse a ella, no podía encontrar una palabra para nombrarlo. Lo mejor que podía describir a ese monstruo era como una estrella de mar gigante con diez tentáculos de pulpo. Tres pares de ojos negros la miran con maldad mientras una boca llena de dientes afilados se abría y se cerraba, con los babosos brazos levantados como cuchillas afiladas listas para atacar.
Mina no pensó, actuó por puro instinto. Reuniendo todas sus fuerzas, lanzó su katana a la bestia. La hoja perforó su carne, recorriendo todo el camino hasta que la punta salió por la espalda, lanzando con éxito al monstruo de vuelta al río. Esperó por uno, dos, tres latidos del corazón, pero cuando no salió nada de nuevo, continuó subiendo sin mirar atrás.
Tan pronto como llegó a la abertura entre la pared y el techo de la cueva, tres luciérnagas amarillas y dos rojas se adelantaron, iluminando un tercer espacio. Los murciélagos no hicieron un escándalo esa vez, solo retrocedieron hacia las partes oscuras de la nueva caverna. Al parecer, el híbrido estrella de mar-pulpo los hacía cagarse del miedo.
Ella suspiró después de adentrarse en la grieta y sentarse a unos metros de ésta. La necesidad de comprobar si el monstruo estaba muerto la invadió, pero negó con la cabeza, temblando de pies a cabeza. No. Estaba más segura donde se encontraba; lejos de aquella cosa.
El resto de las luciérnagas la rodearon un segundo antes que la katana apareciera en el suelo frente a ella, sin mancha alguna y brillando como nueva. Su mano alcanzó el arma, pero se detuvo cuando el aullido agudo de la supuesta muerta criatura hizo eco dentro de la caverna. Mina agarró su katana con rapidez y se apartó de la abertura tan rápido como sus piernas podían moverse.
En su apresurada retirada, no prestó atención al terreno irregular y tropezó con una roca afilada, raspando la parte posterior de sus piernas y cortándose la palma de la mano derecha al caer sobre la maldita cosa.
-¡Auch! -exclamó en voz baja al mismo tiempo que su espada cayó sobre otras piedras, rebotando hasta que llegó al suelo.
Una débil voz masculina habló detrás de ella, haciéndola girar y alejarse de las rocas. Su lenguaje le sonaba incomprensible mas algo le decía que su lengua era tan antigua como el ser atrapado ante ella.
En su conmoción, un verso del libro de Enoch le vino a la mente.
«Atad a Azazel por sus manos y sus pies y arrojadlo a la oscuridad.»
-¿Estoy frente a un ángel caído?
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N/A: ¿Qué les pareció el monstruito al que nuestra heroína se enfrentó? ¿Apoyan a Eaiel en que a Uriel se le está pasando la mano con las pruebas de la Elegida? Sus comentarios y opiniones siempre me alegran el día pues me demuestra su interés en la novela.
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