Capítulo 29-b

Voces sonaban a su alrededor, despertándola de su sueño. Hermosas voces que llenaron su corazón de paz, seguridad y serenidad, incluso cuando su cuerpo se negaba a moverse, llegaron a sus oídos como susurros lejanos.

Yi feirer quist’adan.

—Estoy aquí porque casi la mataste con tus juegos enfermizos.

Una de las voces parecía extrañamente familiar. Mina lo intentó de nuevo y esa vez sus párpados obedecieron. Su visión era borrosa al principio mas cuando ésta se aclaró, casi se quedó sin aliento.

Eaiel, vestido con su característica túnica negra y mostrando sus alas blancas, estaba hablando con otro ángel que ella nunca había visto antes. Su piel cremosa, parecida a una perla, no difería tanto de la de Eaiel, pero el resto de él era otra cosa.

El cabello rojo escarlata, salpicado de hebras rubias y naranjas, colgaba en una pesada trenza hasta la cintura del desconocido, la cual hacía juego con el color de una toga romana a la altura de la rodilla; toga que dejaba al descubierto unos brazos musculosos que le aguarían la boca a cualquiera. Un cinturón de cuero sobre su bonita y delgada cintura sostenía una espada a un lado y un par de cuchillos para lanzar al otro. Las armas estaban medio cubiertas por grandes alas doradas cuyas largas plumas se arrastraban por el suelo. Flores rojas anaranjadas fosforescentes, que se asemejaban al fuego, florecieron alrededor de sus sandalias.

Los dos seres se giraron de repente para mirarla. Los ojos desiguales de Eaiel eran tan hermosos como siempre, pero los de color amarillo claro del nuevo chico, le provocaron un escalofrío en la espalda. Una reacción que no pudo clasificar como buena ni mala.

Luciérnagas rojas y amarillas la rodearon cuando el pelirrojo comenzó a hablar.

—Bienvenida, Mina Argeneaux. Soy Uriel, el Fuego de Dios y protector de la llave infernal. Me complace conocer a la Quinta Elegida al fin.

La joven tragó saliva y asintió, perdiendo momentáneamente la voz. El poder que emitía Uriel era sofocante y salvaje; como mirar a los ojos de un león a través de una ventana de vidrio. Estás protegido, pero el miedo persiste porque si la bestia escapa de su jaula, estás seguro de que te devorará.

El chasquido de dedos la devolvió a la realidad, sin embargo, también hizo que las dos docenas de luciérnagas que la rodeaban volaran hacia la oscuridad. En unos segundos, su luz se intensificó tanto que pudo ver todo el lugar bajo tonos de amarillos y rojos.

La enorme caverna estaba dividida por un río cristalino que corría en el centro y desaparecía debajo de la pared rocosa al este. El techo de dos pisos de altura era el hogar de los murciélagos que ella esperaba que fueran tan pequeños como los percibía desde el suelo. Enormes columnas de minerales hechas por la fusión de estalactitas y estalagmitas salpicaban el lugar, algunas parecían ser tan anchas como árboles. Y, por supuesto, las estalactitas y estalagmitas promedio aparecían por toda la caverna, algunas lo suficientemente húmedas como para escurrir el agua que tarde o temprano terminaría en el río.

La pelicastaña se paró en piernas temblorosas, sintiendo el dolor recorrer su cuerpo. Era como si alguien hubiera encendido de repente un interruptor llamado "dolor" en letras grandes y negrillas. Sus extremidades se sentían como gelatina, pero lo peor era su cabeza; latía con furia, haciendo de cada latido una experiencia miserable.

Se tocó la sien y encontró su cabello empapado en sangre coagulada. Sus ojos se abrieron, pero antes de que pudiera decir algo, Eaiel le ganó.

—Te caíste y te golpeaste la cabeza contra una roca antes de perder el conocimiento —dijo el ángel, acercándose a ella y poniendo una mano sobre la herida.

I’she fekta —advirtió Uriel con una expresión serena, pero seria.

—Ella es una Oriwohém. Hicimos un juramento para ayudar a los Guerreros de la Luz en todo lo que pudiéramos.

—Un juramento que se invalidó una vez que ella atravesó el portal. Desde ese momento, todos sus peligros son una prueba para ver si es digna de decidir el destino de la humanidad.

Mina sintió que su guardián estaba a punto de comentar algo que seguramente lo metería en problemas y, con gentileza, apartó su mano, sacudiendo la cabeza.

—Estaré bien. No te preocupes, Eaiel. Gracias por ser un gran Ángel Guardián, pero necesito cumplir mi destino con mi propia fuerza.

La preocupación oscureció los ojos desiguales del celestial antes de que él suspirara y retrocediera, la resignación oscureciendo su aura.

—Cuídate, pequeña. Estaré observando tus pasos desde lejos, como siempre lo he hecho —murmuró y desapareció, dejándola sola con el Arcángel.

Mina observó a Uriel y asintió, lista para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Estoy haciendo esto por ti, mamá. Sin importar lo que deba hacer, obtendré la Llave del Infierno.

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N/A: Arriba podrán ver lo más cercano que pude encontrar a Uriel.

Enoquiano:
1- Yi feirer quist’adan= No se supone que estes aquí
2- I’she fekta= No lo hagas

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