Capítulo 25-b

Estaba temblando por todas partes, pero él no estaba seguro de si era por el agua fría o sus emociones.

—Mina, querida Mina. No hay otra mujer que desee a mi lado. Solo tú me vuelves loco mañana, día y noche —Se mordió el labio inferior al unir sus frentes, su mirada fija en la de ella—. Si solo supieras lo salvaje que vuelves a mi demonio—. Dándole una mirada traviesa, la tomó en sus brazos y la llevó a la orilla. Allí la sentó y luego se tendió a su lado, apoyando la cabeza contra su palma—. Te vuelvo a preguntar: ¿quieres ser mi consorte?

La repentina cautela en su voz no coincidió con la felicidad que encontró en sus brillantes irises grises.

—Me encantaría, pero solo si el ritual que mencionaste la semana pasada no implica beber humanos o cualquier otro tipo de sangre.

Él se rió con tanta fuerza que su mano se resbaló y su rostro, principalmente su boca, casi se llenó de hierba mojada.

—¡No estoy bromeando!

Una mirada al profundo ceño fruncido de su chica le dijo que era hora de recuperar su temple.

—Lo siento, paloma; y no, no es necesario que bebas la sangre, solo deberás derramarla sobre tu cabeza... como en un espeluznante bautismo al estilo de las películas de terror.

Mina lo miró sin comprender mientras un cuervo pasaba volando, lanzando un pequeño trozo de papel que el príncipe atrapó antes de que se perdiera entre los pastos. El animal se detuvo en la rama donde estaba su chaqueta de cuero, graznó inquietantemente mientras sus ojos brillaban rojos por un segundo y luego se fue volando. Vergil desdobló el papel y su sangre se congeló en sus venas al leer el mensaje.

—Gracias a Dios que se fue, los cuervos me dan escalofríos —La pelicastaña suspiró, prestando atención a los símbolos extraños en el pequeño papel—. ¿Fue uno de los tuyos? Me dio una mala vibra.

—No es tan malo cuando mamá es la que sostiene su correa —murmuró el príncipe mientras dejaba correr su mente. Las palabras de Andras de tener cuidado chocaron con el mensaje que le enviaron. El maestro asesino lo había entregado por lo que solo podía ser de Lilith; y eso significaba que... Madre tuvo otra visión. Voy a perder mi pequeña paloma.

De repente, su pecho se sentía pesado y le era difícil respirar.

La Elegida va a morir.

La sencilla oración se repitió una y otra vez dentro de su cerebro, pero él se negaba a creerlo. No, no podría ser... no cuando finalmente había encontrado al amor de su vida.

Necesito respuestas y las necesito ahora mismo.

Los cisnes y otras aves se alejaron del creciente peligro, dejando el claro en un silencio absoluto.

—¿Vergil? ¿Estás bien? —le preguntó la pelicastaña, sintiendo que el aura de su marido se oscurecía más de lo normal—. ¿Pasó algo?

—Tenemos que volver a la mansión de inmediato. Nadie se atrevería a tocarte si estás bajo el techo de madre.

Estaba a punto de refutar su lógica cuando algo dorado se enroscó alrededor de sus brazos y cintura antes de que la halaran hacia atrás. Mina aterrizó con tal fuerza contra el pecho de una mujer que el impacto la dejó sin aliento y la aturdió momentáneamente.

—No tan rápido, hermanito. No puedes irte antes de que comience la fiesta —se regodeó Megara mientras salía de unos arbustos arrastrando a Mina. Sus dos hermanas la flanquean como si fueran sus guardaespaldas.

Vergil gruñó cuando sus ojos pasaron de la Furia al látigo de oro que atrapaba a su paloma.

—Libera a mi consorte, Megara. Te lo estoy pidiendo por las buenas.

La rubia se echó a reír y luego miró a cada una de sus hermanas.

Skótosé ton. La chica es mía.

La energía oscura formó una pequeña onda de choque cuando las dos mujeres se transformaron en sus aspectos bestiales. Las alas negras membranosas fueron estiradas, las serpientes color ébano que formaban el cabello le sisearon al híbrido y las armas brillaron con poder. Las dos Furias aullaron, atacando a su hermano mientras Megara se quedaba atrás, sosteniendo a la mortal como rehén.

El príncipe se transformó y esquivó con rapidez el azote de Tisífone antes de entrechocar espadas con Alecto. Chispas eléctricas comenzaron a aparecer a su alrededor mientras la Furia gruñía y le mostraba sus dientes, haciendo que los restos de su quemadura se hicieran aún más visibles.

—Alguien realmente te hizo un numerito, hermana mayor —dijo, sonriendo mientras el "jush" de un látigo sonaba a su derecha, pero antes de que pudiera golpear, se teletransportó fuera de peligro, apareciendo detrás de Tisífone—. Debiste entregarme a mi esposa e irte. Ahora no habrá piedad para ninguna de ustedes —susurró el demonio sombríamente antes de atravesar su llameante espada en la espalda de su media hermana. Los agonizantes aullidos se convirtieron en música para sus oídos.

Megara maldijo y agarró a Mina por el cuello con su mano libre, sin soltar nunca su agarre sobre el látigo dorado. La pelicastaña trató de luchar mas solo logró que la diosa oscura la sostuviera más fuerte. Podía ver a Vergil quitando su espada de la otra Furia y levantándola en el aire, pero justo cuando estaba a punto de blandirla hacia abajo, el látigo a su alrededor se calentó, haciéndola gritar de dolor.

—La belleza mortal es tan fugaz, como el amor de un inmortal —susurró la rubia en su oído—. Una vez que seas vieja y fea, ya no tendrá ningún uso para ti.

El príncipe demonio se quedó inmóvil y miró hacia donde estaba Megara, a unos metros de distancia. Su látigo brillaba, drenando lentamente la juventud y belleza del cuerpo de su esposa; tal era el poder de la Furia de la Envidia.

De la nada apareció Alecto, derribándolo al suelo y pegándole golpe tras golpe en la cara; cada uno con la fuerza para romper un cráneo humano. Aguantó el castigo hasta que ella tuvo que recuperar el aliento, en ese momento envolvió su puño de electricidad azul y le dio un puñetazo en el hocico que la envió volando a través del claro. Ella se estrelló contra su hermana herida, ambas rodando sobre la hierba hasta que golpearon el tronco de un arce.

Vergil agarró su espada, una que se había deslizado de su mano en el momento en que fue derribado, y se teletransportó frente a Megara.

La rubia agitó su látigo tan pronto como vio que el híbrido se desvanecía, con la esperanza de arrojar a la humana en su dirección, pero en vez de eso, la inútil criatura aterrizó en el estanque, y el demonio... apareció ante ella; su llameante espada aserrada descendiendo sobre ella.

La mitad superior de la cabeza de Megara cayó a los pies del príncipe antes de que el resto del cuerpo se derrumbara en el suelo; su sangre divina rápidamente pintando de oro la hierba que la rodeaba.

Vergil se dio la vuelta, sus ojos de color rojo naranja encontraron a su consorte caminando sobre pies inestables hacia la orilla del estanque, afortunadamente ilesa y con su juventud restaurada. Verla envejecer mientras él no podía ayudarla fue la cosa más aterradora que había soportado.

—¿Estás bien? —preguntó después de teletransportarse a su lado—. ¿No te sientes mal en alguna manera?

Antes de que pudiera responderle, un aullido atronador la hizo taparse las orejas y un látigo negro se enroscó alrededor del cuello de su esposo antes de arrojarlo contra el tronco de un roble. El impacto rompió el árbol por la mitad, atrapando con éxito al demonio bajo la pesada madera.

—¡Vergil! —exclamó Mina cuando una figura ardiente se precipitó en su dirección antes de que una voz ronca detrás de ella llamara su atención.

—¡Pagarás por la muerte de mi hermana, ramera! Tu cabeza será mi trofeo.

Cuando la Furia sangrante cargó contra ella con una hoz dorada levantada, la mortal agarró el colgante de su cadena y le pidió a Eaiel que la protegiera. No importaba cuanto calor pudiera producir su cuerpo, estaría muerta en segundos si la monstruosa diosa la envestía con toda su fuerza.

Tocó el enjoyado dragón de su brazalete y de repente unas llamas negras le envolvieron la mano, por extraño que pareciera no le quemaban la piel. Las llamas crecieron en tamaño hasta alcanzar un metro de altura y luego desaparecieron, dejando una brillante katana en su mano. La empuñadura era roja con sombras negras que la cruzaban, mientras que la hoja era de un negro metálico y el borde de un tono rojizo.

La Furia gritó cuando se estrelló contra la barrera dorada de Eaiel y comenzó a atacarla con todas sus fuerzas, pero cada golpe parecía más lento y débil que el anterior.

—Prepárate pues soltaré el escudo a continuación. Recuerda: ningún deseo de venganza o tu alma quedará manchada y perderás la Chispa de Dios, hija mía —La voz melódica del ángel sonaba a su derecha, pero ella no podía verlo.

Asintiendo en reconocimiento a sus palabras, sostuvo la katana con ambas manos, tal como Vergil le había enseñado. Cuando su enemigo cargó una vez más, la pared dorada se desvaneció y Mina esquivó el ataque para ponerse detrás de la perra alado; su espada cortando rápidamente la carne y los músculos del hombro mientras bajaba.

Tisífone aulló de dolor y batió sus alas en un intento desesperado de sacudir al mortal, pero la perra se aferró a una de sus alas y el calor se filtró rápidamente en su cuerpo. Las llamas comenzaron a quemarla desde el interior, cubriendo todo en una veloz oleada de absoluta agonía. La hoja y la mano fueron retiradas de su piel, pero ya no servía de nada pues podía sentir todas sus células reduciéndose a cenizas por el fuego purificador.

Engullida por las llamas doradas, la Furia se volvió hacia Mina y un horrible sonido de alguna manera similar a la risa llenó el claro a su alrededor.

—Alecto nos vengará. Morirás al final, Elegida —La diosa oscura intentó tocarla, pero su cuerpo le falló y cayó al suelo. El cadáver se convirtió en cenizas poco después, mientras que las llamas doradas permanecieron encendidas hasta que ni siquiera quedaron las cenizas.

La pelicastaña enterró la katana en la tierra y se deslizó hacia el suelo, apoyando su frente contra la espada mientras luchaba con su repentino cansancio. Su cuerpo le gritaba que descansara aunque solo fuera por un rato.

—Quédate conmigo, niña. La batalla aún no ha terminado —dijo su Ángel Guardián, de pie delante de ella. Su larga túnica negra con ojos dorados bordados era todo lo que su fatiga le permitiría ver en aquel momento.

—Lo intentaré.

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Vergil y Alecto habían tomado su lucha lejos del pequeño claro al lado del puente y más hacia el bosque circundante. Por fortuna, su barrera tenía unos pocos kilómetros de diámetro, por lo que no habría ninguna intervención humana de ningún tipo.

El príncipe había logrado cortar el látigo de su hermana en dos cuando escucharon los aullidos de dolor de Tisífone. Dejaron de luchar por completo cuando los gritos se convirtieron en quejidos y luego fueron reemplazados por un silencio absoluto.

Las llamas rojas que cubrían el cuerpo de Alecto se hicieron más altas antes de que la diosa le gruñera ferozmente, desafiándolo a detenerla, y emprendiera el vuelo.

¡No, no la tocarás! Vergil levantó ambos brazos en su dirección, las palmas expuestas y los dedos abiertos, y dos rayos azules bajaron a la Furia del cielo de la tarde.

Ella cayó al suelo con un fuerte sonido, rompiéndose los huesos de un ala contra las ramas de los árboles y rodando sobre la hierba un par de veces antes de detenerse. Su pelaje estaba chamuscado, pintado de oro en más de un lugar mientras se levantaba sobre piernas temblorosas. Las chispas azules aún recorrían su cuerpo cuando le gruñó al híbrido.

—No importa lo que intentes, me aseguraré de que Hades tenga lo que quiere. La sangre de tu querida mortal cubrirá mis manos muy pronto.

—¡No te lo permitiré! —exclamó en un medio gruñido, medio ladrido, pero tan pronto como dio un paso adelante, apareció un agujero debajo de la Furia y el cielo se volvió gris oscuro; las sombras dándole una apariencia aterradora al bosque que los rodeaba. Manos esqueléticas comenzaron a agarrar a Alecto.

Manos, brazos, pelo de serpiente, alas, la retenían por todas partes, como en una película de terror humana. Ella aulló, destrozó e incluso mordió a algunos de los cadáveres que tiraban de ella hacia el Inframundo, sin embargo, mientras más luchaba, más muertos aparecían. Ni siquiera sus llamas parecían detenerlos.

—¡Noooo! ¡Hijo de puta! Pagarás por esto, Tánatos —gritó la Furia cuando los muertos vivientes finalmente la vencieron y el agujero se cerró.

Vergil suspiró y se pasó las garras por su largo cabello blanco, mirando el cielo todavía oscuro.

—¿Por qué me ayudaste?

—Solo me estaba ayudando, estudiante —La fría voz del Segador de Almas respondió antes de que el cielo volviera a su color azul claro y la flora alrededor retornara a su apariencia normal.

El príncipe demoníaco suspiró por segunda vez y se teletransportó al claro con la esperanza de encontrar a su consorte humana en una pieza.

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N/A: El próximo capítulo es mi favorito en toda la novela. ¿Qué les pareció la peleita?

Griego:

1-Skótosé ton= Mátenlo

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