Capítulo 24-a
Vergil miró a Mina mientras la limusina los llevaba a Central Park después de que terminaron de hacer los preparativos para el viaje a California y su incursión en el Valle de la Muerte. Sabía que su paloma no había tomado bien las noticias sobre su dieta especial la noche anterior, así que quería hacer algo bueno por ella. Como tener una cita y ser una pareja normal paseando por el parque durante unas horas.
Ella miraba por la ventana con un brazo sobre la puerta y su mejilla apoyada contra su palma. Su cabello castaño oscuro estaba trenzado a un lado, los reflejos rojos y rubios dando un toque colorido a la larga trenza de cola de pez que caía entre sus pechos.
Se concentró en el suave alzar y caer de su pecho, uno apenas cubierto por la delgada tela de su blusa azul claro. Cada vez que respiraba hacía que se le hiciera agua la boca al imaginarse chupando aquellos pezones tensos mientras ella gemía bajo él.
¡Vamos, Vergil! Disfrutemos un día con tu consorte sin terminar enredados en la cama, ¿de acuerdo?
Él suspiró. A veces era un poco difícil contener los impulsos sexuales que venían de la familia de su madre. Sus deslices con la Empusa en Egipto y la prostituta durante su noche de bodas, eran pruebas suficientes.
Sacando sus errores de la cabeza, los que lo matarían si Mina los llegara a saber, alcanzó y frotó suavemente los nudillos de la mano que ella tenía sobre el muslo con su dedo pulgar. Ella se sobresaltó, mirándolo con ojos como platos, pero a medida que pasaban los segundos, se calmó y le apartó la mano.
—¡No me asustes así! —le regañó la pelicastaña, metiendo un mechón invisible de cabello detrás de la oreja. El movimiento causó que los rayos del sol golpearan los tres pequeños diamantes en forma de estrella que colgaban de su oreja derecha, lanzando luces prismáticas sobre ellos.
Ella se vió aún más radiante que antes. El rojo, el amarillo y el azul bailaron sobre su piel clara, mientras que el púrpura se perdió entre su cabello y el naranja y el verde brillaron sobre sus jeans ajustados llenos de estrellas blancas.
Una verdadera diosa caída del cielo.
—No quería asustarte —susurró Vergil, colocando un brazo sobre los hombros de su chica—. Has estado distante y pensativa desde la anoche. ¿Estás lamentando tu decisión de darnos una segunda oportunidad?
Aquellos ojos grises se abrieron de nuevo y movió sus labios rosados, pero ningún sonido salió. Parecía como si la hubieran sorprendido diciendo una mentira. Eso solo trajo más dudas a la mente del demonio y una especie de ansiedad le apretó los pulmones, aumentando su ritmo cardíaco. ¿Y si ella lo encontraba repulsivo ahora? ¿Qué haría si ella decidiera que no podría vivir con un monstruo como él a su lado? Sería su perdición, su completa y absoluta destrucción. Pero no se refería a la misión que su madre le había encomendado; quería decir que su partida lo destruiría como un ser vivo. Sería como arrancarle el corazón. Vergil ya había soportado ese dolor cuando ella lo dejó, no planeaba experimentarlo por segunda vez.
Que se joda. Tengo que saber.
Comprendía que invadir la privacidad de los pensamientos de su esposa en un punto tan crucial podría hacer que la ira de ella cayera sobre su cabeza pero, en este momento, no le importaba.
Con la facilidad que sólo se obtiene a través de la práctica, se deslizó dentro de la mente de ella solo para encontrar un confuso revoltijo de pensamientos. El ruido de las innumerables ideas que chocaban entre sí era peor que una discoteca humana y lo suficiente como para causarle un dolor de cabeza. Apartó todo el ruido, concentrándose en los sentimientos en vez de los pensamientos. El miedo y la duda reinaban supremos dentro del caos que era la mente de su paloma. Era justo lo que temía; ella estaba dudando de su relación. Resignándose a su mala suerte, se escabulló fuera la cabeza de ella.
—Está bien —dijo Vergil con los dientes apretados mientras la soltaba y se apartaba de ella—. No tienes que responderme... pero si tan solo me dieras una oportunidad p-
—Vergil —lo llamó ella. Él se estaba ahogando en un vaso de agua inexistente, así que necesitaba aclararle las ideas antes de que las cosas se salieran de su control—. No me arrepiento de mi decisión; es sobre el destino final de la Llave que he estado pensando tanto —Sus ojos se movieron de él a sus manos entrelazadas sobre su regazo.
—Has estado tratando de decidir qué lado elegir.
La pelicastaña sabía que no era una pregunta, pero asintió de todos modos y luego se encontró con la cálida mirada de él; sentía sus ojos grises llenos de lágrimas no derramadas.
—No te lo tomes a mal. Te amo, realmente lo hago. Mi corazón se retuerce de dolor al recordar lo mucho que sufrí el estar separados, pero soy la Elegida y ahora... Ahora por fin veo la pesada carga que llevo sobre mis hombros.
El príncipe demonio rompió su distancia autoimpuesta, puso una mano sobre la de ella y le susurró suavemente al lado de su oreja.
—Lo eres todo para mí, mi hermosa paloma —Su mano libre corrió por el cuello femenino hasta la parte posterior de la cabeza mientras sus labios rozaban los de ella. Es por eso que tendras mi apoyo sin importar qué lado escojas. Incluso huiré contigo y te protegeré de mi familia si eliges mantener el medallón alejado de las manos de los demonios y darle más tiempo a la humanidad, le dijo telepáticamente a ella.
Ella jadeó contra su boca.
—¿De verdad harías eso?
Él rió, haciéndola temblar con cada roce de sus labios No hay nada que no haría por la mujer que domó mi oscuro corazón.
El leve roce se convirtió en un beso apasionado cuando sus cuerpos se acercaron, tanto como pudieron, en el vehículo en movimiento. Vergil puso a su esposa sobre su regazo y la agarró de la cintura mientras su lengua se deslizaba dentro de aquella deliciosa boca. Ella gimió y le rodeó el cuello con los brazos, delicados dedos tirando con suavidad de su pelo blanco. El demonio gruñó, moviendo sus manos a las caderas de ella, y comenzó a frotarla contra su ingle.
Los gemidos llegaron a los oídos de Aaron cuando éste estacionó la limusina, así que ajustó el espejo retrovisor para disfrutar del espectáculo que sus maestros estaban poniendo. La princesa estaba sentada a horcajadas sobre el regazo del príncipe mientras las manos del segundo lentamente levantaban la blusa de la primera, mostrando más piel a lo largo del camino.
Su pene creció en respuesta y su boca se hizo agua. Si tan solo lo dejaran unirse, él se aseguraría de que fuera un trío increíble.
—¿Puedo unirme a la diversión?"—preguntó el guardaespaldas, girándose hacia atrás y sonriendo de oreja a oreja.
Mina se apartó de Vergil y se arregló la ropa mientras su cuerpo entero cambiaba de color más rápido que una sepia. Su esposo, por una vez en su vida, solo parecía molesto.
—La próxima vez, limítese a observar y mantener la boca cerrada, señor Dittrich —el gran señor demoníaco apretó los dientes, lanzándole dagas al íncubo y salió de la limusina sin otra palabra.
La pelicastaña miró por las ventanas y luego a Aaron, confundida por la razón por la cual estaban en Central Park.
—¿Por qué nos detuvimos aquí?
—Sólo seguí las órdenes del príncipe, mi señora. Esa es una pregunta que deberías hacerle —respondió él guiñándole un ojo.
La puerta de Mina se abrió de repente y el demonio de cabello blanco apareció ofreciéndole una mano para ayudarla a salir del vehículo. Miró por encima del hombro a su guardaespaldas, quien asintió con la cabeza y, suspirando, tomó la mano de Vergil, dejando que la guiara a donde quisiera llevarla.
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