Capítulo 21-a

Gabriel recibió el mensaje de texto a mitad de su clase ese día. Su jefe quería que lo ayudara con la búsqueda. Al parecer, sus esfuerzos junto a la profesora Wilson no les habían dado los resultados deseados. Eso es lo que obtienes cuando trabajas con demonios. Las cosas nunca salen a tu manera.

Todavía no podía creer que su profesora de Historia Clásica fuera un demonio. ¡No es de extrañar que dé sus lecciones sin libro de texto! Apuesto a que ella incluso vivió en el período clásico.

El pelirrojo se perdió en sus pensamientos cuando se topó con alguien en el pasillo fuera de su salón de clases. No era otra que la infame señorita Wilson.

-¿A dónde vas con tanta prisa, mi pequeño puercoespín? -le preguntó, sonriéndole burlonamente, pero el gesto vaciló cuando sus ojos vislumbraron una cruz debajo de su camiseta negra. El resplandor rojizo de la plata le recordó la muerte de su padre a manos de un Oriwohém. ¿Podría ser? Tendría que investigar más sobre el señor Etzel. Sería un problema si él fuera un miembro de la Orden.

-La doctora Larsa me pidió que la ayudara con la investigación. ¿No vas a ayudarla también?

Ella lo miró con curiosidad. El Mohawk y la ropa gótica no encajaban con su imagen de un Guerrero de la Luz.

-No, necesito revisar algunas cosas personales. Dile que iré a verla mañana.

Él asintió y estaba a punto de pasarle por el lado cuando ella lo detuvo, sus dedos cerrándose alrededor de su antebrazo.

-¿Necesita otra cosa, profesora Wilson? -Gabriel preguntó, forzando una sonrisa. Si había algo que odiaba con pasión era dejar que un demonio lo tocara.

-Sólo quiero recordarte algo, puercoespín -Sus ojos azules se estrecharon con frialdad sobre él-. Cuando estes solo con ella, recuerda que Mina ya pertenece a otra persona; y él no toma muy amablemente que otros toquen lo que es suyo. Tén mis palabras en mente antes de que dejes que tus sentimientos crezcan y vivirás para verla feliz otra vez -Con esas palabras lo soltó y se alejó.

Gabriel gruñó bajo, sintiendo que su ira cambiaba su color de ojos, y continuó por el pasillo en pasos largos y enérgicos.

****

Era alrededor del mediodía cuando llegó al apartamento de su jefa con una caja de pizza en sus manos. La puerta se abrió al mismo tiempo en que sonó el timbre.

Sobresaltados ojos grises lo saludaron antes de que mejillas se pusieran rosadas y ella le sonriera, avergonzada.

-Lo siento. Quería comprar almuerzo antes de tu llegada.

Él le devolvió la sonrisa y sacudió la caja en sus manos.

-No hay que preocuparse, el almuerzo ya está aquí -La pelicastaña se hizo a un lado para dejarlo pasar-. Ya había planeado traer comida, de esa manera podríamos concentrarnos en encontrar el escondite de la Llave en lugar de en nuestros estómagos.

Mina sonrió, pero el gesto no llegó a sus ojos como siempre lo hacía. Parecía ser ella misma con el habitual maquillaje ligero y su larga melena oscura atada en una coleta apretada que permitía ver todos sus rayitos rojos y rubios; pero había un aura de tristeza a su alrededor que la hacía parecer perdida dentro de su propia casa.

Le dolía verla así. Ella era un alma pura enviada del cielo que no se merecía lo que fuera que le hizo su marido para hacerla ver miserable.

-Vamos a profundizar entonces -Ella asintió con la cabeza y juntos pusieron todo sobre la mesa del bar de su cocina antes de disfrutar de la delicia de cuatro quesos.

Tres horas después, Mina gruñó molesta cuando una leve migraña le golpeó la cabeza. El mirón había regresado hacía unas dos horas y no parecía tener planes de irse. ¿Estás celoso de Gabriel, querido? Ella podía imaginarlo gruñendo en respuesta.

-Oye, doc... -La frase murió en los labios de Gabriel cuando se giró hacia la izquierda y encontró a Mina frotándose las sienes-. ¿Estás bien?

-Sí, lo estaré. No te preocupes -respondió ella, cerrando los ojos e inclinándose sobre el sofá color arena de su sala de estar-. ¿Qué querías decirme?

-Creo que encontré el lugar -La profesora se irguió y miró al joven asiático; sus orbes grises urguiéndolo a que continuara.

-¿Alguna vez has visitado el Valle de la Muerte? -le preguntó a la vez buscaba en su computadora portátil una foto de su juventud.

-No -murmuró ella, googleándolo en su teléfono celular-. ¿Ese desierto tiene las características que estamos buscando? Debo admitir que mi conocimiento de geografía es muy limitado.

La foto de unas montañas de aspecto peculiar apareció en la pantalla de la computadora de Gabriel. Una versión más joven de su amigo y asistente estaba felizmente saludando a la cámara con esas curiosas montañas en el fondo.

-Esa foto fue tomada hace años en una visita que mi familia hizo al Valle de la Muerte -explicó él, buscando más información en su teléfono antes de entregársela a ella, mostrando una página de Wikipedia-. Y los de atrás - continuó, señalando las formaciones que parecían raíces-, son las montañas Amargosa. Creo que nuestro sacerdote se refería a esta cadena montañosa en específico. Además, si buscas información del valle, encontrarás que las características coinciden con sus descripciones.

Mina de inmediato buscó su última enciclopedia geográfica para confirmar la información con la página de Wikipedia. Una sonrisa vino a sus labios; una verdadera sonrisa que hizo su rostro brillar de felicidad. Su asistente tenía razón. ¡Finalmente habían encontrado el escondite de la Llave del Infierno!

El Valle de la Muerte era la zona desértica con las temperaturas más altas del mundo, por lo que podría interpretarse como "más caliente que las arenas de Egipto". El lugar no estaba muerto como otros desiertos que tenían poca flora y fauna, este estaba lleno de vida dando hogar a varias especies de aves, incluidos los halcones de cola roja; probablemente los responsables del grito aviar que Suti escuchó. Lo único que quedaba era...

-¿Hay algún lago seco o depósito de sal cerca de la Cordillera de Amargosa?

-Sí, lo hay. El nombre es Badwater Basin, una piscina de agua de manantial rodeada de sales acumuladas -Buscó en línea y le mostró una foto de un valle de suelo blanco rodeado por las montañas Amargosa.

Se sonrieron el uno al otro, en algún lugar debajo de la Badwater Basin descansaba la Llave esperando ser descubierta. Sin embargo, había un problema. Mina necesitaba la aprobación del Servicio de Parques Nacionales para investigar el área y, de alguna manera, no veía que eso sucediera pronto.

Vergil se quedó mirando a su esposa desde la protección de Kirash'ershiff, gruñendo y apretando los dientes mientras su paloma y el asistente de ésta sonreían como tontos. Una vena palpitó en sus sienes ante la calidez con que ella miraba a ese gótico. El gesto hirvió su sangre.

¿Cómo podía mirar a otro hombre de esa manera, un humano para colmo, después de haber hecho el amor con él toda la noche? ¡Su mujer era imposible de tratar!

Igual que tú.

Se gruñó a sí mismo por la estúpida comparación y continuó caminando frente al Kirashar; un espejo de agua negra que giraba en remolino. Éste tenía dos metros de altura y actuaba como una ventana entre dimensiones, dejando que el principe demonio viera lo que quisiera del plano mortal o cualquier otro.

El espejo fue un regalo de su media hermana mayor, Ishmeth, la Dama de los Muchos Mundos, cuando él partió, junto a su madre, al mundo humano. Se suponía que era una forma de mantenerse en contacto con quienes amaba, pero apenas la usaba. Ver a Ishmeth o Avalon, los únicos entre sus medio hermanos que realmente le importaban, haría que los extrañara aún más.

La encantadora risa de su esposa hizo que su atención volviera a la ventana dimensional. Estaba abrazando y besando a su ayudante. Él cerró sus manos en puño y sus garras crecieron, perforándose las palmas en segundos, haciendo que su sangre cobriza goteara al suelo de piedra.

Vergil cerró los ojos, inhalando y exhalando para controlar su temperamento volátil. No podía permitirse otra visita a su paloma, no cuando su ira podía empeorar su relación.

¿De qué estás hablando? Ella ya te ha dejado.

Su ruptura era la razón por la que la estaba vigilando desde Kirash'ershiff. Se suponía que era algo temporal, pero cuando Yaellan se recuperó de sus heridas, no pudo dejarla ni quiso que otro hombre la viera en tan rota.

Sus lágrimas y gritos habían dejado una herida dentro de su corazón, una que se hacía más grande con cada día que pasaba. Él nunca olvidaría su forma acurrucada bajo las sábanas, llorando por él. Esa imagen lo perseguiría para siempre.
Pero gracias a la misericordia de Afrodita, su paloma estaba volviendo lentamente a su estado habitual. La diosa había respirado alivio en el corazón herido de su esposa y, aunque todavía parecía triste, ya no estaba paralizada por el dolor.

Aun así, no podía forzarse a dejarla.

-Has puesto mi mundo al revés, mi paloma -susurró, observándola mientras hacía varias llamadas telefónicas, y convocó una silla para sentarse, sofocando la necesidad de envolverla en sus brazos.

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