Rojo frambuesa
Mientras Cloe y Noa continuaban avanzando hacia el islote de Asteria, la basura del lago emergía a su paso. Como la basura que habían empleado diez años atrás para sus infantiles travesuras y que había desencadenado a la serie de catastróficas desdichas.
[...]
Aquella noche, los tres se habían adentrado en la parte más salvaje del bosque, aunque nunca habían perdido de vista la orilla del lago. Atrás habían dejado la cabaña de unos científicos que, a juzgar por el tipo de embarcaciones de todo tipo que tenían, se dedicaban a investigar en el lago. Muy probablemente, estarían investigando la creciente cantidad de basura y su relación con el ecosistema del lago.
–¡Mira papá envoltorios de caramelos! – señaló Noa enseñándole un envoltorio de preservativos cogido de entre las hierbas.
– ¡Deja eso donde lo has encontrado! – dijo agitando la mano con una mezcla de apuro y asco – Son tributos para los duendes. Los usan como medallas, si te los llevas se enfadarán contigo.
El niño dejó el sobrecito colorido donde lo había encontrado, dió un salto para recolocar a la niña que llevaba a la espalda, que hacía tiempo que dormía.
– ¿Hay alguien ahí? – preguntó alguien en la lejanía.
El padre se agachó y se puso el dedo índice delante de los labios, para pedirle silencio al niño. Se estuvieron muy muy quietos durante unos minutos hasta que pudieron escuchar murmullos en la lejanía. Estaban a salvo, por ahora.
Esa noche acamparon lo más lejos que pudieron llegar antes de que las quejas por el dolor de pies de Noa se volviesen insufribles. Cenaron manzana y los niños durmieron en la tienda de campaña mientras que el padre vigilaba fuera por si los duendes aparecían, al menos él podría huir.
Retiró un poco la cremallera de la tienda de campaña para mirar a los niños, parecían tan inofensivos durmiendo. Hubiesen sido la familia perfecta, si ella no le hubiese traicionado con otro. Los dos padres y la parejita de niños, todo ideal como de libro de cuentos. Y vivieron felices para siempre. Pero no, la traición había acuchillado la relación.
Un par de linternas iluminaron el bosque y puso en alerta. Se ocultó detrás de un árbol con el oído atento, pero notó como las voces se aproximaban y no dudó en huir.
Finalmente las voces se alejaron, dejando a los niños solos durmiendo plácidamente en una tienda de campaña en mitad del bosque.
A la mañana siguiente, Noa se despertó solo. A su lado no estaba la niña. Salió de la caseta de campaña, no había nadie. Llamó a su padre, en una, dos, tres ocasiones sin respuesta alguna. Estaba al borde de la desesperación y del llanto cuando escuchó en la lejanía una réplica de una voz conocida "papá" decía, pero más canturreando que como una respuesta.
Noa siguió la voz detrás de unos arbustos y se encontró con la niña de rodillas en el suelo mirando un arbusto con los brazos extendidos moviéndose arriba y abajo mientras canturreaba "papapa" sin darle mayor significado.
Se acercó y entonces ella saltó del susto, pero cuando lo vió le sonrió con la boca completamente manchada de frambuesas. El estómago de Noa rugió como un león, no había desayunado. La niña le miró con curiosidad.
– ¿Qué miras? Tengo hambre – dijo avergonzado presionándose la barriga – ¿No sabrás dónde está papá?
La niña le dió la espalda, y volvió a canturrear "papapa", puso su mano debajo de una hoja del arbusto y le hizo cosquillas. El árbol empezó a bailotear como si fuese una ola del mar y de él surgieron flores que crecieron hasta dar unas fabulosas frambuesas. Noa se quedó fascinado, solía fingir que las mil y una historias inventadas de su padre sobre duendes, gnomos y hadas eran reales porque sabía que ocultaban los problemas que tenían sus padres y que no querían contarle por ser pequeño, pero aquello, aquello era sencillamente magia.
– Igualeh, papapa – balbuceó la niña mientras le ofrecía una frambuesa. Noa la cogió con dudas, la niña sonrió con su cara manchada de frambuesa roja. El estómago de Noa rugió, entonces hizo un acto de fe y se las comió.
Super dulces, jugosas, llenas de sabor. Sencillamente, maravillosas. La frambuesa estaba tan divina que hizo llorar a Noa. Y lloró todo lo que se había tragado hasta ese momento, las continuas peleas de sus padres, los llantos, los muebles saliendo por la ventana, el cuchillo jamonero aterrizando en medio del pasillo antes de que su padre lo invitase a ir de pesca. Todo.
La niña miró extrañada a Noa y curvó a la baja su labio cuando vio al chico meter la cabeza entre sus piernas a modo de bola. Se levantó y, aunque despacio, consiguió coordinar todo su cuerpo para dar sus primeros pasos y arropar a Noa con los brazos.
Noa levantó los ojos por encima de sus rodillas y se encontró con los de la niña. Ella se retiró y se sentó sobre sus tobillos. Se giró y volvió a repetir el proceso de sacar una frambuesa haciéndole cosquillas al arbusto. Se la ofreció de nuevo a Noa y en el momento que la tomó al niño se le iluminó la bombilla.
– ¿Sabes? Tus poderes son como los de la diosa de la agricultura, Demeter. Así que te voy a llamar así. Demeter.
La niña lo mira y como si lo entendiese agita su cabeza poniendo cara de haber chupado un limón.
– ¿No te gusta? – la niña cruza los brazos y aparta la mirada, molesta. Noa se ríe – Tienes razón parece un nombre de vieja. ¿Pero sabes? Tenía un diminutivo molón, Cloe que creo que te pega más.
Los ojos de la niña resplandecieron al escuchar su nombre, Cloe.
– Cloe, – se levanta – Cloe – agita los brazos, los arbustos le devuelven el saludo – ¡Cloe! – en ese momento un montón de frambuesas salieron de los arbustos. Noa quedó maravillado ante la gran cantidad de jugosas y brillantes frambuesas cogió unas cuantas y se las metió en la boca. Cloe se rió detrás de él y cogió unas cuantas también.
– Por cierto, yo me llamo Noa – dijo tras tragarse unas cuantas señalándose a sí mismo con la mano. Cloe le sonrió con toda la cara manchada de frambuesas.
– Noa.
Estuvieron durante un buen rato zampando todas las frambuesas que pudieron. Pero el padre de Noa no aparecía. Intranquilo, Noa miró a Cloe. La niña que nació de una manzana y que hacía que brotasen frambuesas de los arbustos, sin duda tenía que ser la diosa Demeter.
– Espérame aquí – a Noa se le había ocurrido una idea. Fue a la tienda de campaña, abrió la mochila y sacó su libro de historias ilustradas de los griegos y volvió con él a donde estaba Cloe. Se sentó junto a ella y empezó a acompañar con el dedo las palabras mientras las leía en alto y llenaba el tiempo con historias de un pasado lejano.
– Agua – dijo Cloe al rato levantándose del brazo de Noa donde se había acomodado. Noa se sorprendió. La niña aprende rápido, en las historias en varias ocasiones se había nombrado el agua. Por otro lado, también es verdad que estaba cerca el mediodía, había empezado a hacer calor y hasta a él le había entrado sed.
Cerró el libro y se levantó. Cloe lo imitó. A paso lento, Noa llevó a Cloe de vuelta a la tienda de campaña, aún no se fiaba de su capacidad de coordinarse para caminar. Otro aspecto en el que iba mejorando. En el campamento, Noa cogió la botella de agua. Ahora podían beber, pero ya no quedaría para más tarde. Tampoco quedaba mucha de la manzana de la que había nacido Cloe.
Noa se enfadó, su padre siempre hacía lo mismo, siempre desaparecía sin avisar.
– Cloe, ¡ vamos a volver con mamá ! – afirmó cruzando los brazos para sí mismo mientras se giraba para mirarla – Tú no la conoces pero es la persona más amable que he conocido.
– ¿Mamá? – miró confusa Cloe a Noa.
– ¡Exacto! Además a ella también le encantan las frambuesas, así que si le haces otra vez ese truco tuyo tan bailongo con los árboles – Noa agitó sus brazos imitando las olas del mar – seguro que te adorará. – Cloe se rió.
Noa se puso la mochila con total seguridad, pero una vez la tuvo puesta se dio cuenta de que no sabía cómo volver. Habían caminado ya de noche hasta que sus pies habían dicho "basta" cada vez más lejos del lago.
"Ostras, ¡el lago!" – pensó Noa. Podrían intentar volver ahí y seguir la costa hasta la ciudad. Seguro que algún adulto podría ayudarlos. Aunque estaban en las mismas, no sabía como volver al lago.
El suspiro de alivio de Cloe tras terminar de beber lo que quedaba de agua detrás de él lo sacó de su ensimismamiento. ¿Podría ser?
– ¿Cloe? – la niña lo miró – ¿Sabes dónde está el lago?
– ¿Lago? – Cloe giró la cabeza en un gesto de incomprensión. ¿Cómo podía hacer para explicarle a Cloe lo que era el lago? ¿Tal vez el libro tuviese alguna ilustración de un lago? Noa buscó el libro y tras encontrar la ilustración de un lago se giró y vió a Cloe señalando en una dirección.
– Agua – dijo cuando sus miradas se cruzaron. Noa siguió la dirección con la mirada, pero sólo encontró bosque. Aunque estando perdidos esa dirección era tan válida como cualquier otra.
– ¿Estás segura de que por ahí hay agua? – la niña puso una cara como diciendo "si vas a dudar de mí ¿para qué preguntas?" pero asintió, asintió enérgicamente.
– Agua – se levantó y empezó a caminar torpemente en la dirección que había señalado.
– ¡Espera! – Cloe se detuvo en seco y lo miró – No sabemos cuánto tendremos que caminar pero creo que deberíamos llevarnos la mochila y la cantimplora.
Cloe se agachó y removió la tierra con la punta de las manos. Asintió, estaban lejos del agua. Noa metió el libro de aventuras en la mochila junto con la cantimplora. La noche anterior había cargado con Cloe, pero en esta ocasión tenía que cargar con la mochila, así que la niña tendría que caminar por sí misma. Ya no lo hacía tan mal, pero seguro que no le vendría mal una ayuda. Se puso en frente a ella, ella le miró y él le tendió la mano.
– Vamos a por agua. – y Cloe le cogió la mano.
Habían pasado un par de horas cuando llegaron a la costa del lago. Efectivamente era agua, pero agua sucia. Sobre la superficie del lago navegaban miles de microislas de bolsas de plástico, botellas, artículos de higiene femenina y envases de comida para llevar que enturbiaban el agua y le daba un color oscuro nada apetecible. Aún así, Cloe al ver el agua del lago corrió hacia ella y Noa intentó evitarlo lo que hizo que ambos iniciaran un baile torpe que terminó con ambos empapados en la orilla del lago. Por un breve instante, sobre la cara de Noa solo existieron los ojos ocre y el largo pelo pelirrojo de Cloe. Ella se levantó rápidamente para quitarse de encima y le tendió la mano como había hecho él antes con ella. Él la cogió y se levantó.
– Cloe, no ves que el agua está sucia, no podemos beber de aquí – ella le miró mientras se colocaba la melena detrás de los hombros con el brazo y haciendo caso omiso del chico, se quitó los zapatos prestados que le quedaban grandes y puso sus pies a refrescar. En ese momento, Noa también sintió las quejas de sus pies. Los miró y se percató de que alrededor de Cloe el agua turbia empezaba a convertirse en cristalina. Cloe se giró sobre sí misma contemplando la diferencia entre el agua limpia de su entorno y la sucia del lago. Se volvió hacia Noa.
– Podemos beber de aquí – dijo Noa mientras le señalaba el agua alrededor de los pies de la niña. Entonces el chico fue a por la cantimplora que estaba en la mochila de la que se había desprendido cuando corrieron a la orilla.
Una vez llena la cantimplora, ambos niños se sentaron en la costa a beber de ella. En el horizonte frente a ellos se erigía la ciudad, casi con total certeza la culpable de la sobrepoblación de desperdicios del lago.
– Mamá – dijo Cloe señalando el otro lado del lago.
– Sí, al otro lado del lago vive mi mamá. Quiero llevarte con ella. Seguro que ella nos cuidará hasta que aparezca papá. – abrazó sus rodillas y se apoyó en ellas alicaído – Siempre desaparece y me deja solo.
Cloe se levantó y volvió a la orilla. La carrera de antes había dejado más que patente que ya podía moverse por sí misma. Se levantó una brisa fría que anunciaba el inicio del atardecer, el pelo de Cloe ondeó al ritmo del suave viento. Se tornó sonriendo maliciosamente a Noa y señaló un punto no muy lejano de la orilla: había una barca.
– La odisea de Ulises. Llevar con mamá – dijo con una seguridad recién estrenada.
Noa se sorprendió de lo rápido que Cloe aprendía, aquella mañana al leer el libro de aventuras de la antigua Grecia habían pasado por las ilustraciones que narraban el viaje de Ulises de vuelta a su hogar. ¿Podría ser que ellos estuvieran viviendo su propia odisea para volver con su madre? Se le llenó el corazón de ilusión en ese momento. Era su oportunidad de convertirse en un héroe como el de sus libros favoritos. Corrió hacia la barcaza y Cloe tras él.
Con gran esfuerzo movieron la barcaza lago adentro y se subieron a ella. Por fortuna, la barcaza tenía los dos remos, así que tras una explicación improvisada por parte de Noa y unos cuantos intentos sincronizarse para navegar, dieron comienzo a la odisea de Noa y Cloe.
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