—¿Shay, todo en orden?

La voz de Gist, su primer oficial, al otro lado de la puerta, le hizo apartar la cabeza de la ventana.

Christopher Gist se había comenzado a preocupar por la extraña actitud de su capitán durante los últimos días, abandonaba el timón por largos periodos sin dar explicación alguna y la voz del pobre hombre sonaba un poco más áspera de lo que acostumbraba. Quizá el capitán Cormac había cogido un resfriado, pues, como única respuesta obtuvo algo de tos. No sonaba nada bien.

—Deberías quedarte a descansar, Shay... al parecer lo necesitas.

Con eso último el primer oficial se apartó y tomó su lugar en el timón.

Shay tosió nuevamente, algunas lágrimas rozaron sus ojos, era tan malditamente doloroso... escupió algunos pétalos, procurando hacerlo en la ventana, que se perdieran entre el oleaje, era lo mejor.

Cuando paró, fue a sentarse sobre la cama, tomando aire con dificultad, las espinas que, lentamente se encargaban de perforar su garganta se aferraban ahora un poco más a la carne viva.

Lo único en que pudo pensar Shay, fue en...él. En Haytham Kenway.

Se tumbó sobre la cama y reflexionó sobre el tema, y sobre cuán patético era. Había escuchado hablar de la enfermedad de "Hanahaki" durante algunas de sus expediciones, cuando era más joven y Liam aún era su primer oficial ¿cuánto tiempo habría pasado? No lo recordaba. Incluso le había parecido algo estúpido cuando oyó hablar de ello, y ahora... ahí estaba, escupiendo algunos pétalos con diminutas gotas de sangre mientras su mente evocaba la imagen del gran Maestro Templario.

Suspiró, o al menos lo intentó, las ramas en sus pulmones lo impedían. Sólo era cuestión de tiempo y pronto estaría seis pies bajo tierra.

Desde luego, un hombre con el porte de Haytham jamás lo vería con los mismos ojos, no. Ni siquiera se había ganado mención alguna en el diario de Kenway (lo había revisado, no estaba orgulloso de ello, pero lo había hecho) Además ¿qué podía ofrecer un "tonto campesino" como él? Hasta donde sabía, Haytham había estado enamorado una vez, y seguramente esa persona aún seguía en el corazón del inglés.

Se giró de lado ante un nuevo ataque de tos, sin oportunidad de escupir esas malditas flores en la ventana, regandolas por las sábanas. Flores... pero hacía unos minutos aún eran pétalos ¿no?

Tal vez seguir enlistando en su mente las razones de Haytham para no guardarle siquiera algún tipo de aprecio hacían empeorar su malestar, podía sentir como se estrujaba su corazón en su pecho.

No era el tipo de Haytham, para empezar tendría que haber sido una chica.

Aún si lo hubiera sido, era un maldito desastre, desde el incidente en Lisboa no era más que la sombra de quien había sido, estaba tan roto por dentro que, aún si fuera dueño de los sentimientos de Kenway no podría hacer nada con todo ese amor del que se sentía indigno.

Haytham parecía algo tan inalcanzable.

Llevó la mano a su pecho, el dolor era más fuerte, una serie de punzadas que habían conseguido arrancarle más lágrimas y hacerlo botar pétalos y flores rojizos.

¿Por qué? ¿Por qué no había elegido a alguien a su alcance como lo hubiera sido Monro? Podía recordar esa cálida sonrisa que sólo le regalaba a él, y esa mirada tan tierna o sus dulces palabras, pero ya no estaba. También Gist habría sido una buena opción, hacían un buen equipo, y confiaba plenamente en él. No sólo eso, cualquiera de los dos hubiera estado a su alcance pues sabía sus preferencias.

Se hizo un ovillo en la cama, el ardor en su garganta lo estaba matando, y a esas alturas, sentía un leve mareo.

Había pasado una gran parte de su vida sólo, rechazado por todos ¿por qué habría de ser distinto en su lecho de muerte?

El aire apenas lograba llegar a sus pulmones, la tos no tenía indicios de ceder, y ciertamente ya no se sentía con fuerzas para más.

Según Gist, esa misma noche llegarían a tierra, se hospedarían en la propiedad de Haytham en Londres, y él mismo los recibiría.

¿Podría siquiera resistir hasta el encuentro? Y si lo hiciera ¿cómo tolerar el rechazo que seguramente recibiría del maestro Kenway?