Capítulo 2: ¡Psicótico!

Sentado en la sala de espera, mirando a un par de guardias trabajando en papeleo carcelario, Ace se masajeaba una de las muñecas, cubierta con una pequeña y fina muñequera. Mientras lo hacía, intentando relajarse, pensaba en lo que estaba haciendo. Su padre había sido un prestigioso policía, su jefe le daba permiso para esa locura pero... éticamente, sentía que estaba haciendo algo incorrecto. ¡Iría al infierno por ello! Sobre todo, sentía que la culpa caería sobre él por tomar esa decisión si algo salía mal. ¡Muchas cosas podían salir mal! Y ya no sólo eso, todo su cuerpo temblaba sabiendo que el más temido asesino en serie de Japón estaría en su casa con él.

- ¿Portgas D. Ace? – escuchó la pregunta de uno de los policías. Al elevar la mirada, le vio con el detenido esposado tras él y varios guardias custodiándole.

Vestía una sudadera extraña, amarilla y negra con un logo raro que jamás había visto en el pecho. Seguramente, era la ropa con la que le detuvieron el primer día. Lavada y metida entre sus objetos personales por si alguna vez salía. ¡Cosa que dudaban! Lo más probable era que todas sus pertenencias fueran destruidas cuando le ejecutasen, o pasasen a algún museo macabro.

Ace se levantó, indicando que era él la persona a la que buscaban. En cuanto el policía le observó, caminó hacia el chico. ¡Muy joven para tal responsabilidad! Fue lo que le indicó a Ace la mueca y sonido que dejó escapar aquel hombre al estar cerca.

- Espero que sepa lo que está haciendo – casi escupió esas palabras, menospreciando su edad, su cargo y su profesión.

- ¡Yo también lo espero! – susurró Ace aunque ya no podía escucharle el policía.

Miró a Law. ¡Seguía con esa sonrisa sádica en su rostro! Ansioso por largarse de allí. Realmente sentía que todo estaba mal en sus decisiones, pero había hecho todo lo posible y al final, hasta sus superiores creían que sacar a Law era la mejor decisión posible. Tuvo largas conversaciones con su padre antes de tomar una decisión, porque si alguien conocía bien a Law y su caso... era Gold D. Roger.

Colocando su mano tras la espalda del delincuente, Ace le indicó que caminase hacia la puerta. Las rejas empezaron a abrirse una tras otra, pero el policía no apartaba la mirada de las muñecas de Law. Las mantenía delante, con las esposas puestas. Ace se sentía mucho más seguro sabiendo que estaba esposado.

- ¿Iremos al local de striptease primero? – preguntó con una sonrisa burlona en su rostro.

- Ni lo sueñes – se quejó Ace, desviando la mirada de sus esposas primero.

- ¿Crees que habrá prensa ahí fuera? Ya sabes... por mi liberación.

- No se lo dijimos a nadie, así que no te hagas esperanzas.

- ¡Lástima!

Al salir a la última puerta, le devolvieron las pertenencias a Ace y éste colocó su chaqueta sobre los grilletes de Law para ocultarlos. Era un procedimiento habitual hacerlo cuando se quería mantener en cierto anonimato lo que ocurría. Nadie debería ser consciente de que él era el mayor asesino en serie del país. De ese hecho habían pasado años y siendo adulto, la gente no debería reconocerle ya si le vieran, además, porque todos creerían que estaba en la cárcel o muerto.

Cruzaron la puerta y Law se detuvo. Pese a la ligera fuerza que ejercía la mano de Ace en su espalda indicándole que continuase, ambos se detuvieron. Una sonrisa apareció en el rostro de Law, dejando que un par de gotas de la lluvia cayesen en su rostro. ¡Años había pasado en ese edificio! Y ahora disfrutaba del aire libre.

- Vamos – le metió un poco de prisa Ace.

Law sólo sonrió ligeramente y dio el primer paso para bajar los peldaños en dirección al parking. Dejó que el policía le indicase el camino hasta un Toyota Corolla. Era una marca típica japonesa que no extrañó en absoluto a Law. Esperó a que éste abriera las puertas y cuando se giró finalmente para quitarle la chaqueta y agacharle la cabeza en el asiento de atrás, se dio cuenta de que las manos de Law estaban sueltas.

Instintivamente, sacó el arma apuntando directamente al reo, aunque Law elevó las manos en señal de rendición, mostrando un pequeño alambre entre sus dedos.

- Lo siento... eran molestas – fue toda su disculpa por haberse librado de las esposas.

A Ace no pareció valerle esa clase de disculpas. Se notaba que estaba muy tenso con la situación. Le había prometido que no le haría daño alguno, pero era difícil creer esas palabras de un asesino como él, por eso mismo, Law sonrió al ver la rápida actuación del chico. No dudaría en pegarle un tiro tal y como había dejado claro Ace al inicio.

- Prometí que no te haría nada, pero odio las esposas – se quejó Law -. ¿Quieres que me las vuelva a poner? No tengo problema, pero en algún momento, deberás empezar a confiar en mí. ¿No crees? Elevó las esposas en uno de sus dedos índices y se las pasó con lentitud a Ace.

- Sube al puto coche, si haces el más mínimo gesto de algo... te pego un tiro.

- ¿Puedo ir de copiloto? – preguntó con diversión. La mirada de Ace, dio auténtico miedo –. Vale... ya veo que es pronto, subiré detrás.

Se sentó en el asiento de atrás justo después de que Ace tomase las esposas que se había quitado y, con un movimiento rápido, volviera a ponerle la esposa a una de sus muñecas y engancharla a la puerta del coche.

- Ey... ¡Venga ya! – sonrió Law casi incrédulo por la rapidez del policía -. ¿Va en serio? Creía que tú y yo teníamos una conexión especial – bromeó.

Cerró la puerta y abrió la del otro lado para esposarle con sus propias esposas, la otra mano a una distancia prudencial de la otra, evitando así que pudiera abrirlas nuevamente.

Al verse esposado con cada mano a un lado, Law no pudo evitar reír. Estaba claro que Ace lo pasaba mal, tenía un asesino en serie en el asiento de atrás, pero a Law toda esa situación le gustaba y se divertía. No podía evitarlo, por fin tenía un poco de diversión tras años entre rejas. Cuando Ace tomó posición frente al volante, fue cuando vio la sonrisa perversa de Law por el espejo retrovisor.

- No sabía que te ponían las ataduras, a mí también – le dejó escapar como si hablaran de sexo, lo que hizo que Ace agachase el espejo retrovisor para evitar verle.

¡Problemas y más problemas! Enseñarle dónde vivía a un asesino en serie no era la mejor idea, cuando acabase ese caso, tendría que mudarse. Ace tenía eso en mente, pero ahora mismo, no tenía más opción que vivir con él y esa convivencia le traería de cabeza. Estaba convencido de ello.

Le quitó las esposas para bajarle del vehículo pero cuando quiso volver a ponérselas, pensó en los vecinos y lo que podría ver ellos. Law también pareció darse cuenta de sus dudas.

- Me portaré bien, seré encantador – sonrió.

Le dejó sin las esposas, como si fuera sólo un amigo, o un familiar que venía de visita. Era mejor así, que nadie supiera lo que realmente era y no pusieran en riesgo toda la operación o sufrieran un infarto al enterarse de quién era realmente Trafalgar Law.

En el ascensor, la abuelita del cuarto piso entró con ellos, lo que hizo que Ace se tensase todavía más. Era una amable mujer entrada en años que solía hablar de sus nietos. Hoy venía acompañada de uno de ellos, seguramente habrían ido a jugar al parque. Ese hecho hizo que Ace apuntase con la pistola a la espalda de Law indicándole que se comportase adecuadamente mientras la ocultaba de sus vecinos.

- Yo tenía una pelota como ésa de niño – dijo Law – pero la perdí – sonrió como si supiera dónde la había perdido y desde luego, Ace supo a lo que se refería, había visto fotografías de sus homicidios. Una pelota así fue encontrada en el estómago de uno, le obligó a comérsela antes de matarle, eso le destrozó la garganta.

Law miró la cara de Ace. Estaba entre asustado y asombrado de que dijera precisamente algo así.

- Jugaba con ella en el patio trasero de mi casa. ¿Tus padres te dejan jugar en casa?

El niño negó con la cabeza.

- Ya... a mí tampoco me dejaban. Pero al menos tienes una gran abuelita que te lleva al parque, yo no tenía esa suerte. ¿Vais a comer? Huele a un guisado excelente – hizo el amago como de olfatear.

- Qué buen olfato tiene usted – exclamó la abuelita – un guiso de ternera con setas y bambú. ¿Le apetecería probarlo? Usted me recuerda mucho a mi hijo cuando era joven.

- Qué amable es usted. Debe ser una cocinera excelente.

- ¡Law! – llamó Ace como quejándose para que parase.

- Me encantan los guisos.

- Les bajaré un poco – sugirió la anciana – A veces, le traigo comida a Ace, él no se alimenta demasiado bien.

- ¡No me diga!

- Trabaja demasiado.

Las puertas se abrieron en el cuarto piso y Ace se despidió con dulzura de la amable anciana. Era cierto que a veces le subía comida, él no era de cocinar demasiado, siempre estaba ocupado con algún caso.

- ¿Ves? Soy como su hijo – sonrió Law.

- Sí... "terriblemente" encantador – guardó el arma de nuevo, pulsando el botón del sexto piso.

Pese a la ironía, Law sonrió viéndose satisfecho con las reacciones de Ace. ¡Se lo estaba pasando en grande! Le gustaba este trato y no podía negarlo ni ocultarlo. Al llegar al apartamento, Ace dejó que pasase primero. No era lo que se esperaba. Un apartamento bastante normalito pero no veía nada personal en él. Ni una sola fotografía familiar, nada, y una pantalla de televisión en el salón que parecía demasiado antigua.

- Ya sé a quién me recuerdas... a un tío de esas películas típicas americanas... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Chucky, el muñeco diabólico.

- ¡Adoraba esa película! – sonrió Law, viendo cómo Ace se sorprendía al ver que le seguía la broma -. ¿La vemos esta noche?

- ¡No! – se adelantó Ace, dirigiéndose al escritorio y sacando una gran carpeta del cajón – toma, los archivos del caso. Échales un vistazo cuando quieras.

- ¿Y tú? – preguntó Law al ver que se dirigía al mueble de la televisión.

- Yo voy a desmontar la televisión y ponerla en tu cuarto, ése era el trato.

- ¿Sólo tienes esa vieja pantalla?

- ¿Esperabas una pantalla plana? – preguntó Ace.

- Pues... sí, la verdad. Esperaba algo como lo que he ido viendo en las tiendas de electrónica de la ciudad, no ese trasto viejo.

- Si no lo quieres... lo dejo donde está.

- Claro que lo quiero – se quejó Law -. ¿Y tú? ¿Dónde verás la televisión?

- Yo no veo la televisión. No tengo tiempo para eso. Ponte con el caso. ¿Quieres?

Mientras veía cómo desenchufaba cables y apartaba muebles para poder llevarse la televisión a la habitación de invitados, Law no dejaba de darle vueltas a que ese chico se le hacía conocido de alguna forma.

- Dijiste que sabías cocinar – comentó, con los pies sobre la mesilla, sentado en el cómoda sofá y con la carpeta llena de documentos sobre sus piernas.

- Y sé cocinar... algo.

- Tu vecina te suele traer comida.

- Ya... no suelo cocinar – dijo – pero cuando no me queda más remedio, cocino. ¿Te da miedo que no cumpla esa parte del trato?

- Me da miedo que te creas bueno y luego no lo seas – sonrió Law.

- Soy bueno. No he envenenado a nadie... aún. ¡¿Quieres ponerte con el caso de una vez?!

El timbre sonó, lo que provocó que Law saliera como alma que lleva el diablo a abrir la puerta y Ace dejase todo a medias, sacando la pistola una vez más y apuntándole.

- Tío... ¡Estás psicótico! – se quejó Law – guarda eso, es mi guiso – sonrió con alegría al oler el guiso de la amable ancianita.

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