-papa-
Marco entró a la enfermería con Ace entre sus brazos. El niño lloraba, y Thatch junto a Barba Blanca los miraron con sorpresa.
—Ey, Ace —dijo Thatch mientras se levantaba lentamente para aceptar a Ace en sus brazos. Marco lo dejó para poder hablar con Barba Blanca, a quien llamó con una seña para salir afuera.
Barba Blanca se encaminó hacia la salida junto a su hijo mayor y cerraron la puerta. Se miraron en silencio.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Barba Blanca, observando a Marco, que se pasaba las manos por la cara, preocupado.
—Vio la muerte de Teach, yoi —gruñó Marco.
Barba Blanca suspiró. Eso no era algo que ningún niño debería haber presenciado.
—¿Y por qué llora? —indagó Barba Blanca—. No creo que sea porque quisiera a Teach.
—Piensa que estás enfadado con él, cree que la traición de Teach es su culpa, yoi —explicó Marco, mirándolo a los ojos.
—Bien, yo me encargo de esto. Cuida de Thatch un momento —ordenó Barba Blanca. Como siempre, Marco acató la orden sin objeciones.
Barba Blanca entró de nuevo a la enfermería y se agachó al lado de la camilla, donde Ace lloraba escondido en el pecho de Thatch.
—Ace... ¿puedo hablar contigo un momento? —pidió suavemente.
Ace levantó la cabeza del pecho de Thatch, con los ojitos llenos de lágrimas. Sin esperar respuesta, Barba Blanca lo tomó en su mano y salió del cuarto. Mientras tanto, Marco explicaba a Thatch y a las enfermeras lo que había ocurrido.
—Mmm... —Ace se secó las lágrimas mirando hacia otro lado.
—Ace, quiero que sepas que nada de lo que pasó es tu culpa —le aseguró Barba Blanca, llevándolo a su cuarto.
—Claro... —la voz de Ace fue tan pequeña que a Barba Blanca se le encogió el corazón.
—Teach nos traicionó, y las leyes de los piratas son claras: la traición se paga con la muerte —afirmó sinceramente.
—Pero... —Ace se mordió el labio.
—Pero nada, Ace. Te prometo que estás a salvo aquí. Yo te protegeré.
Ace lo miró, sintiendo que podía confiar en ese hombre. Asintió y, poco a poco, se quedó dormido en la mano segura de su padre.
—Estás a salvo, pequeño —susurró Barba Blanca, llevándolo dentro.
—¿Todo bien, yoi? —preguntó Marco.
—Sí, pero debería dormir con alguien para evitar incidentes.
—¡Oh, conmigo! —Thatch levantó la mano.
—No creo. Estás herido y no podrás cuidarlo. Marco, tú eres médico.
—¿Qué? —Thatch hizo un puchero.
—Lo siento, hijo —dijo Barba Blanca antes de salir.
Marco se fue con Ace mientras reía.
—Vamos, hermanito, yoi.
Aunque no lo quería admitir, estaba feliz de tener la responsabilidad de cuidar a Ace.
—Mmm... —Ace se acurrucó en el pecho de Marco.
Mientras lo llevaba en brazos, Ace pensó por un momento en escapar, pero al levantar un poco la cabeza, sintió la mano de Marco acariciando su espalda. Tal vez esa gente no era tan mala como él creía. Quizá sí podía tener una familia allí... y no estar solo cuando Luffy y Sabo encontraran sus destinos.
Marco entró a su habitación y dejó a Ace en la cama mientras buscaba ropa de cambio para ambos. Al darse la vuelta, vio que Ace ya estaba dormido. "Pobre bebé, debe estar agotado", pensó. Pero sus ojos se abrieron con sorpresa al notar algo brillando en la espalda de Ace. Levantó la camisa con cuidado: la marca del destino de Ace se estaba definiendo como la de un comandante.
"Tendré que hablar de esto con Oyaji", pensó Marco, sonriendo. "Solo faltaría descubrir cuál será su don especial".
Con cuidado, cambió la ropa de Ace por un pijama y se acostó a su lado, abrazándolo. Nada le pasaría a Ace; Marco se encargaría de proteger a su hermanito menor. Nunca más permitiría un descuido como el que permitió que Teach lo tocara.
—Luffy... boo... —murmuró Ace, acurrucándose más.
El corazón de Marco se apretó. Tendría que encontrar formas para lidiar con la separación. Ace había estado lejos de sus hermanos últimamente, pero eso no significaba que no le doliera estar sin ellos.
—Tranquilo, nadie volverá a hacerte sufrir, yoi. Te lo prometo —susurró Marco, abrazándolo con fuerza.
Mientras tanto, Thatch estaba solo en la enfermería. Siempre sonreía frente a su familia, pero esa vez las lágrimas corrieron por su rostro. Le dolía su herida, sí, pero más aún el corazón. Había confiado en Teach, y él lo había traicionado.
La puerta se abrió, y Thatch miró hacia arriba, para luego bajar rápidamente la mirada.
—Me quedaré aquí contigo, hijo. Todo está bien —dijo Barba Blanca, sentándose a su lado.
Thatch sonrió suavemente antes de quedarse dormido.
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