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Sales del trabajo, esperas en la misma parada de bus donde te quedaste temprano por la mañana. Tal vez ni siquiera sean las ocho de la noche, pero las calles están desérticas, y no se escucha nada, salvo al concierto de grillos que cantan su melodía. Te sientes irritado, obstinado, tu situación económica está a punto de irse a la mierda, no hay suficiente comida para la semana en casa, ni siquiera almorzaste bien, para poder comer algo al día siguiente. Recuerdas cuánto odias ese trabajo con ese sueldo tan mediocre. Sientes que  vales más, pero por no ser de la clase alta, por no tener dinero, o poder, los demás no te toma en cuenta, ni siquiera te toman en serio. Eres un peón más, un número de identificación junto a una huella dactilar, no eres más que eso. Esta rutina diaria te está consumiendo y no puedes evitarlo, no tienes otra manera de vivir, de pagar las cuentas, de llevar comida a tu casa. Recuerdas a tu madre, la mujer que te crió, que te enseñó a amar y a soñar, que te enseñó a ser fuerte y a salir adelante siempre, sonríes al pensar en ella, pero luego una tristeza junto a otro sentimiento que aún no identificas te invaden por completo, habías olvidado su enfermedad, pensar en ella como era antes de enfermarse te había hecho olvidar su enfermedad cardiaca, que podría llevársela en cualquier momento. Y lo descubres. Lo otro que sientes es impotencia. Impotencia de no poder comprarle los medicamentos que la mantendrán con vida más tiempo, de que en el país ni siquiera existan, de que debes comprarlos en otros países, y traerlos, y que además de que tengas que reunir por meses para poder comprarlos más allá de las fronteras, te enteres de que los militares fronterizos decomisaron los medicamentos sin tener motivos, sin siquiera saber para qué sirven, simplemente se los arrebataron a tu amigo que tenías algunos años sin ver, porque tuvo que emigrar para poder mantener a su esposa e hijo. Y aunque sepas que esos medicamentos no curarán a tu madre de su enfermedad, tienes que aceptar que tendrá una muerte lenta y dolorosa, gracias a la ausencia de estos. Sientes dolor, e impotencia, más tristeza, y sobretodo, impotencia.

No puedes hacer mucho, pero un rayo de esperanza se hace notar entre tanta oscuridad, pediste un préstamo al banco y lo obtuviste, de hecho, retiraste el dinero durante la hora del almuerzo, y lo cargas contigo, dentro de la lonchera donde siempre llevas tu escasa comida. Sientes que todo puede mejorar, y sonríes. Sonríes de nuevo porque podrás invertir ese dinero en un negocio, y por fin dejarías ese trabajo de mierda que te tiene harto, y podrás comprar tú mismo el tratamiento de tu madre, y podrías sobornar a los militares para que no te quiten los medicamentos al cruzar la frontera, sonríes porque todo puede cambiar, porque a veces los dichos tienen razón, porque a veces después de la tormenta sale el sol.
Y sigues ahí, sentado en la parada de bus, esperando, pero también esperanzado.

De pronto escuchas un vehículo aproximarse, es una moto, logras visualizar a dos tipos montados en ella, y tu corazón se detiene cuando bajan la velocidad y se acercan a ti. Te paralizas, sabes qué va a pasar, y por mucho que lo hayas planeado, no tienes idea de cómo reaccionar. Uno de ellos se baja, y te pide el teléfono y las cosas de valor que lleves contigo, mientras te apunta con un arma, el otro te insulta y te ordena que te apures, que no tienen toda la vida. Sigues paralizado, sin poder decir ni una palabra. El antisocial, harto de tu comportamiento de estatua, dispara su arma cuatro veces, pero sólo logras oír dos de esos disparos. El tercero fue directo a tu cabeza, y caíste ahí, aún con los ojos abiertos, bañando en sangre, en ese momento el que te disparó te revisa, y saca todas tus pertenencias de tus bolsillos, y se las lleva, incluyendo la lonchera donde llevabas la esperanza de una mejor vida, donde llevabas un sueño, que fue arrebatado en un abrir y cerrar de ojos.

Al día siguiente la noticia sólo es una más entre tantas en tu ciudad, otra víctima, otra cifra, porque después de todo nunca fuiste más que eso. Porque después de todo, a nadie le importa lo que sucedió, porque después de todo, no eras alguien importante en la sociedad.

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