Único

\ Si son tus manos... \

El ventanal de su habitación era el perfecto lugar para disfrutar madrugadas como aquellas. Tenía una hermosa vista hacia la cuidad de San Petersburgo, aunque un poco difuminada por la humedad que atacaba la ventana gracias al humeante café que descansaba en las manos de la fémina con los orbes escondidos. Su cuerpo se mantenía en el espacio hecho para ello, sobre las mantas y almohadones rechonchos en los que incluso se podía pasar la noche, así, también su espalda se recargaba con pesadez en aquella pared tapizada de blanco.

     Era un día frío, como otros tantos que los ciudadanos debían soportar en aquella cuidad; la nieve blanca ya no caía, pero a su paso dejó teñidos los suelos y techos con el armonioso color que muchos extranjeros añoraban ver.

     René estaba justo allí, sin necesidad de salir a congelarse en la calle y tranquila con su bebida caliente, sin embargo, las ojeras marcadas bajo sus ojos y la piel pálida semejante a un papel, le hacían ver cansada, a pesar de que apenas amanecía.

     —¿Debería irme? —cuestionó en voz alta, dejando caer la cabeza hacia un lado, tal como si hubiese caído en sueños, mas no era ese el motivo.

     El edificio era sumamente silencioso, no solo su piso y departamento, además era extremadamente seguro, similar a una cárcel. Vivía allí desde contados años atrás, cuando su compañero de clases le ofreció compartir el lugar con ella, pero desde que se graduaron, él viajaba tanto, que casi nunca visitaba su propio hogar.

     Fue en la primavera de su segundo semestre, su acomodada y orgullosa familia comenzó, misteriosamente, a tener problemas de índole económica, y estos mismos les llevaron a la quiebra que tanto estuvieron evitando. René tuvo que conseguir un trabajo de medio tiempo para salvar sus estudios y sus hermanos se mudaron por el desprestigio en la sociedad, poco después, su padre y madre que odiaban profundamente la pobreza, se suicidaron la navidad de ese mismo año, cuando ella, con sus pocos ahorros, había comprado la cena de navidad para celebrar al menos con poco.

     Entonces él le sonrió.

     Un chico popular por su apariencia e inteligencia se cruzó en su camino, le mostró un semblante llena de confianza y le prometió una mejor vida. Su cabello azabache y orbes violetas eran bien conocidos por todos los estudiantes, no habría persona que se negara a conocerle, porque su personalidad taciturna y a la vez amable le hacían parecer un enigma, y cómo René quedó sola en ese mundo, aceptó su ayuda tras pensarlo y tener en cuenta su orgullo.

     De esa manera comenzó.

     —Hoy es su cumpleaños, ¿se pondrá triste si vuelve y no me encuentra?

     Mostró así sus esmeraldas hacia la ventana, estaba a punto de amanecer y parecía venir un hermoso espectáculo, pero ella se inquietó ante el hecho, porque cuando los rayos del sol atravesaran la ventana, tendría que cerrar las cortinas.

     René llevaba una buena vida a lado de su compañero, pudo graduarse, a pesar de que perdió sus empleos una y otra vez hasta que no quedó ninguno. Él se encargó de pagar su matrícula y todo lo necesario para su vida estudiantil, además de la diaria... Le recuerda diciendo, que todo estaría bien si se mantenía a su lado.
La mudanza fue extraña, de igual forma, ella no tenía nada en ese entonces, y vivir con un desconocido lo fue más, puesto que antes de que todo lo malo le sucediese, ella jamás habló con él chico popular una sola vez.

     Se conocieron dentro del apartamento, afortunadamente ella podía contar con su persona como se lo había prometido. Las charlas en la madrugada eran largas, llorar contra su pecho por su desdichada vida era cómodo, y pedirle placer no tenía ningún costo, ni siquiera sentimental.

     Él era como un sueño, y lo seguía siendo, así que la culpa no tardó en aparecer.

     —¿Por qué debería molestarme en decírtelo? Una nota felicitándote sería suficiente. Volverás a irte tarde o temprano.

     ¿Por qué de todas las personas en esa ciudad, su caritativa alma le había puesto los ojos encima? Él lo tenía todo para conseguir una pareja, una familia e increíbles amigos, mas, la eligió a ella, a una pobre chica con una racha de mala suerte extrema, que no pudo conservar ni siquiera su primer trabajo especializado en sus estudios, y que cuando consiguió con esfuerzo su propio lugar, la dueña no le soportó ni siquiera una semana entera.

     Qué vida, que martirio, tal vez morir era mejor, se lo dijo tantas veces, pero al volver a ese apartamento, él estaba ahí, disponible para ella, para abrazarle y repetir que todo estaría bien.

     Y después de tantos años, René comprendió que no era su culpa.

     —Apenas va a amanecer... —murmuró, escuchando el sonido de los pasos fuera de la habitación.

     Cerró las cortinas con cuidado, el café ya estaba frío y sin un sorbo, los rayos del sol tampoco le molestaron en el rostro, pero la puerta de la habitación espaciosa se abrió a sus espaldas.

     —¿No vas a observar el amanecer? —preguntó aquella voz serena, esa que tanto le gustaba escuchar, aunque no contestó y solo negó.

     Quedaron en oscuridad, la lámpara de techo no estaba encendida, sin embargo, al voltear pudo distinguir la silueta delgada que se acercó a la cama y poco después se deshizo de su calzado.

     ¿Cuánto le había dejado sola? Medio año conviviendo con las paredes vacías no fue suficiente para tomar sus maletas y marcharse, no obstante, se encontraban junto a la puerta.

     —René, no llores, sabes que no me gusta verte hacerlo —le pidió sin darle la cara, haciéndole notar en ese momento las gotas de agua salada que se resbalaban por sus mejillas sin control.

     Y seguía sin contestar a sus palabras, porque de hacerlo, volvería a caer en ese bucle infinito lleno de desgracias.

     No tenía familia, no tenía amigos, no tenía a nadie, solo a él, no obstante, caminó pasándole de largo, y así, descalza y mal vestida, asemejando ser un paciente de un psiquiátrico, tomó una maleta y luego el picaporte.

     El hombre sonrió en su lugar desabrochando el primer botón de su camisa blanca, para seguir con el segundo, en dónde se detuvo para estirar el cuerpo, como si la oscuridad no le permitiera ver lo que sucedía dentro de esas cuatro paredes.

     Minutos enteros llenos de silencio transcurrieron, el amanecer pudo verse aún con las cortinas cerradas, y antes de que se iluminara el rostro del hombre, pronto René se lanzaba a sus piernas en un mar de lágrimas.

     —¡No vuelvas a marcharte, no me dejes sola como todos lo han hecho! —rogó de rodillas.

     Las manos del hombre le acariciaron la coronilla con una tenue sonrisa en su rostro bien parecido, dispuesto a perdonarle sin pedir nada cambio, porque ya lo tenía todo.

     —¿Me perdonarás, René? ¿Aún si yo destruí tu vida para que me eligieras? —confesó sereno, sin ninguna vergüenza.

     Tantos años con las manos sobre sus orbes cansados, ¿cómo había tardado tanto en notarlo? Primero la venda y después nada, ¿qué significaba para ella estar de rodillas en ese suelo? Perdió su alma, perdió su vida, él lo ganó todo.

     Asintió frenéticamente al levantar la cabeza, él la mirada con ese semblante angelical que solo a ella le mostraba, pareciendo así una figura etérea que no pertenecía a ese mundo. Poco después estaba en sus brazos, tratando de apaciguar las lágrimas sobre ese pecho que la entendía tan bien. Él la acariciaba sin decir una palabra, pero sin duda ese rostro maldito mostraba que tan agraciado se sentía por el momento.

     —Lo siento tanto, iba a marcharme en tu cumpleaños sin decir una palabra —compartió sintiendo tan inmensa culpa, que pronto olvidaba su increíble hallazgo—. Perdóname, por favor... Fyodor... Yo...

     ¿Qué importaba ser una muñeca? ¿Qué importaba ser traicionada por el hombre que amaba sin darse cuenta? Si eran sus manos las que le rodeaban el cuello, ser dependiente de alguien como él, no estaba mal.

     —Está bien, cariño, yo aún te amo. Solo cierra los ojos y duerme, te cuidaré. Todo estará bien a partir de ahora, no debes preocuparte nunca más.

¡Feliz cumpleaños jsjsjs! Hoy nacieron los psicópatas, en fin. ¿Por qué no existes wey? 

ᴀᴅᴠᴇʀᴛᴇɴᴄɪᴀ: sɪ ɴᴏ sᴇ ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴀ ʟᴇʏᴇɴᴅᴏ ʟᴀ sɪɢᴜɪᴇɴᴛᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ ᴇɴ ʟᴀ ᴘᴀ́ɢɪɴᴀ ᴏғɪᴄɪᴀʟ ᴏ ᴀᴘᴘ ᴅᴇ ᴡᴀᴛᴛᴘᴀᴅ, ʜᴀɢᴀ ᴇʟ ғᴀᴠᴏʀ ᴅᴇ ᴅᴇᴊᴀʀ ᴅᴇ ʜᴀᴄᴇʀʟᴏ ʏ ʀᴇᴘᴏʀᴛᴇ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ϙᴜᴇ ʟᴇ ᴘʀᴏᴘᴏʀᴄɪᴏɴᴏ́ ᴇʟ ᴄᴏɴᴛᴇɴɪᴅᴏ.
ᴀᴘᴏʏᴇ ᴀʟ ᴀᴜᴛᴏʀ ᴇɴ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ.

ɢʀᴀᴄɪᴀs ᴘᴏʀ sᴜ ᴀᴛᴇɴᴄɪᴏ́ɴ.

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