ocho
capítulo ocho
quackity's red flag
viernes sentía que había dormido como un bebé; sin sueños malos, sin pesadillas, sin terrores nocturnos y sin ansiedad. ni siquiera recordaba haberse quedado dormida, en qué momento se sacó los audífonos o cuándo pausó adventure time. eso era bueno, pensaba, mientras, con una sonrisita perezosa, se estiraba y bostezaba, contenta por su gran logro. además, se había despertado primero que la alarma y eso la hacía sentir realizada. cuando se estiró para darle alcance al teléfono y así desactivar la alarma, se vio los brazos. carajo. solo entonces cayó en cuenta de que, en realidad, no había dormido como un bebé; no había sido una buena noche de ninguna manera. los profundos rasguños sobre su piel se lo confesaron, se lo susurraron, que había sido otra larga noche llena de ansiedad, incluso estando dormida; los profundos arañazos, la sangre seca formando gruesas costras, sus uñas manchada de sangre... quiso vomitar.
no había forma de ocultar los hematomas y arañazos. tampoco era la primera vez que le ocurría, pero seguía siendo abrumador despertar y darse cuenta que se había hecho daño a sí misma. ella misma era su peor enemigo y su único aliado. ¿cómo, en nombre del cielo, podía algo como eso ser posible?
los libros de autoayuda se la pasan diciéndote que el primer paso para notar una mejora en tu vida, es aceptarte. ¿qué iba a pasar con ella si acababa por aceptar al pútrido monstruo que se había adueñado de su alma? te dicen que debes soltar el luto, que dejarlos ir es sanar. ¿cómo dejas ir el dolor cuando es lo único que te queda de eso a lo que tanto te aferras? viernes se aferraba con las uñas a recuerdos bañados en sangre, humo y nicotina.
se encerró en el baño y pasó a mirarse en el espejo. estuvo observando su reflejo por tanto tiempo que su misma imagen empezó a distorsionarse ante sus ojos, mostrándole algo aterrador, que no se parecía nada a ella. sí que era ella, pero metida en una caja de madera pulida idéntica a la de su hermano; olía a formol, flores y químicos. su reflejo en el espejo ya no tenía los ojos pardos, en su lugar había dos cuencos vacíos y oscuros, profundos y sin final.
vomitó hasta que no quedó nada en su estómago más que ácido y ansiedad. podía doparse con un par de alprazolam o abrir la última lata de cerveza que le quedaba, pero decidió, tan simple como era, darse un baño. ¿qué tiene el acto de darse un baño, que es capaz de reiniciarte? como si el agua fuese capaz de llevarse consigo la ansiedad... y el miedo.
— dios te bendiga —algo le decía que nunca debió atender esa llamada de su tío.
— bendición, tío —todavía envuelta en una toalla, se sentó en la orilla de la cama. no debí atender la llamada—. estaba por llamarlos —era mentira. se miró los brazos lastimados.
— victoria, necesitamos hablar de algo importante, ¿tienes tiempo?
— claro, tío, dime.
la llamada se extendió más de lo que viernes pudo prever y aunque hubiera preferido, en primer lugar, ser capaz de ignorar a su familia, por esta vez agradeció ser una cobarde y atender la llamada. no había, en el mundo, nadie más predecible que su tío y claro que iba a pegar el grito al cielo por su debut en el mundo de los creadores de contenido. a él ni siquiera le importaba que de allí saliera el dinero que ella les enviaba religiosamente cada quincena. no, nada de eso le importaba a él, más que recordarle lo poca cosa que era y cuán inmadura se había vuelto gracias a la compañía del mexicano. según su tío, el manganzón ese, que era como solía dirigirse a alexis, tenía la culpa de todo.
viernes se preguntaba, ¿culpa de qué? su vida ya era una miseria cuando el mexicano llegó a cruzar su destino con el de ella. después de la muerte de su abuelo, viernes no podía recordar nada más que putrefacción y roturas. fue ella quien se vio obligada a abandonarlo todo y huir de sus sueños. si debía culpar a alguien, sin duda, lo nombraría a él en primer lugar, a su tío y a nadie más. cuando abandonó la carrera de sus sueños y obligó a sus manos temblorosas a empacar, cuando visitó la tumba de su didi por última vez, ¿qué tuvo que ver alexis?
hay una costumbre con la que viernes nunca supo hacer migas. las flores. sí, las flores plantadas son lindísimas y ella misma solía disfrutar del frondoso y colorido jardín de su yadda, pero una vez arrancas una flor de su habitad natural, se convierte en un acto puro de sadismo y asesinato. las flores están en toda ceremonia fúnebre y de la mano de un hombre que le rompió el corazón a su mujer. para viernes, las flores representaban pérdida, dolor y sufrimiento. una vez arrancas una flor, le das la mano a la misma muerte. por eso decidió comprarle flores a su hermano antes de partir... antes de huir.
todavía podía recordarlo; hacía un día soleado y el flequillo, aplastado contra su frente, se le mantenía inerte por el sudor que le corría en el rostro. sobre ella, el sol le ardía en los hombros, pero ya estaba más o menos acostumbrada a la sensación de picor. cuando bajó del transporte público, todavía debía caminar unos diez minutos. en la espalda llevaba una mochila; dentro guardaba una caja de cigarrillos, de la marca favorita de su hermano, una botella con agua ya caliente y algo de dinero en efectivo. en el bolsillo de su pantalón, su teléfono, un encendedor y una llavecita.
el cementerio era antiquísimo, pero estaba bien cuidado en toda su extensión. en el norte, que era el área dispuesta a su familia, había árboles de semeruco, mamón y tamarindo; desde la entrada del recinto, todo el caminito era de piedra pulida y a cada cinco pasos, se encontraba una cruz de granito decorada en la punta con un rosario de hormigón y flores de cola de gato a su alrededor.
sus abuelos adquirieron el terreno en el cementerio hacía muchísimo tiempo atrás, posiblemente antes del nacimiento de los nietos; las fosas, los féretros, el servicio fúnebre y hasta las flores. con cuidadosa antelación, sus abuelos se adelantaron a lo que ahora era una realidad para viernes, la única nieta con vida de la familia bolívar. así pues, cuando comenzó la rotura y el frío se apoderó de sus manos, junto al penetrarte aroma a formol, no hubo mucho por hacer, más que sacar el permiso de entierro en la alcaldía y entregarle los cuerpos al servicio funerario luego de los procedimientos legales necesarios. con baba y yadda todo fue sencillo, hasta cierto punto; viernes sabía que sus abuelos estaban enfermos y bastó que el médico certificara ambas defunciones para que sus cuerpos fuesen retirados.
por el contrario, con vadhir y los gemelos, las cosas no pudieron ser más desagradables. para comenzar, los tres difuntos eran caídos políticos, lo que convertía a sus cuerpos en propiedad del gobierno. al ser traidores de la patria, que era como se les mencionaba a los jóvenes fallecidos en las protestas de oposición contra el gobierno, el destino de sus restos era una fosa común. al menos trescientos jóvenes perdieron la vida ese año. viernes suponía que la cifra era mucho más alta de lo que les hicieron creer, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta por miedo. combatiendo hasta el final por una causa perdida, peleando por un futuro brillante y tomando responsabilidades que a ninguno de su generación les concernía; padeciendo la tiraría y la opresión en sus propias carnes, entre el grupo de jóvenes de todas las edades que salieron a las calles a luchar por su país, vhadir, amir y emir perecieron en ese mismo orden.
— didi, le están lanzando explosivos a los estudiantes. será mejor que te quedes aquí, porque ya saben dónde vivimos y me da miedo que vuelvan a venir a buscarte para encerrarte por, como dicen ellos, atentados contra la patria y terrorismo.
— no voy a quedarme en casa cuando mis hermanos están perdiendo la vida allá afuera. estas heridas superficiales no significan nada; si no hacemos algo ahora, nuestro futuro caerá en manos de esos asesinos a los que no les importa el destino del país.
— no quiero que te encierren en una prisión, así como el pasó al hijo de los rodríguez. además, didi, yo sí soy tu hermana. quédate en casa, por mí. podemos esperar un poco, a que la marea de protestas baje y luego nos vamos del país.
vadhir no la escuchó, sin importar cuánto suplicara; su hermano era valiente, lo suficiente como para hacer a un lado su propio temor, su propio dolor e irse a luchar por lo que creía correcto. siempre fue de ese modo, un bolívar digno de su apellido. ella, en cambio, era una cobarde con rodillas endebles y ojos llorosos.
el espacio dispuesto para su familia era techado; tenía barrotes y una portezuela, por lo que nadie además del personal de aseo, podía ingresar sin autorización. el piso, que era de cerámica blanca, estaba impecable, igual que el techo también de blanco y las columnas situadas en cada esquina del recinto sagrado.
junto a la portezuela había una lista de nombres tallados en madera; rahim bolívar, vadhir bolívar, amir bolívar, emir bolívar y victoria de bolívar. viernes trazó cada nombre con su dedo índice y se sacó la mochila, lanzándola en el suelo que estaba fresco. allí se sentó, junto a la madera tallada con la lista de nombres. en silencio, bebió dos tragos de agua y se recargó de los barrotes, observando el terreno a su alrededor. no muy lejos, tres paisajistas sembraban algún tipo de plantas muy parecidas a la madreselva y echaban a un cesto las flores podridas. el aroma de las flores frescas y podridas llegaba a viernes como un torbellino de abatimiento. no era a flores lo que olía, para nada, sino a muerte. olía a tierra revuelta, pintura fresca, químicos y madera pulida.
ese día llevaba puestas sus botas favoritas, las que vadhir compró para ella poco antes de ser asesinado por la guardia nacional. más allá del rosa en sus botas, no tenía otro color en su vestimenta, solo negro.
sacó la caja de cigarrillos de su mochila, esa marca estadounidense que a vadhir tanto le gustaba; encendió uno y le dio una calada. ni siquiera le gustaba fumar, pero el aroma la hacía sentir cerca de su hermano y su abuelo. la cantidad de recuerdos que es capaz de guardar un aroma tan mundano con lo es el de la nicotina, le resultaba abrumador, al punto de acelerarle el corazón. mientras fumaba y el humo se perdía entre las tumbas y los fríos barrotes, era capaz de ver a baba frente a ella, con su acostumbrado y siempre pulcro traje azul y su sonrisa perfecta. de veras, no había sonrisa más blanca y agraciada que la de su abuelo. a su lado, junto a baba, vadhir la fulminaba con esa mirada suya, descomunal, solemne y la barba recién arreglada. era guapísimo su hermano, pero lo que tenía de apuesto, lo sumaba en imprudencia. así era él, su didi, con su voz dulce y cariñosa, mimándola y protegiéndola del mismísimo viento. su tío siempre se lo criticó, que didi la sobreprotegía. ahora lo echaba tanto de menos, que ni fumarse la cajetilla completa de cigarrillos, iba a traerlo de vuelta. el sepulcro de su hermano no iba a abrir y él no iba a salir a darle un abrazo, porque lo que enterraron de didi no fue más que un vestigio de lo que alguna vez fue.
junto a la sepultura de su hermano mayor, yacían los restos de los gemelos. ellos tuvieron el mismo final que su hermano, con un día de diferencia; para cuando fueron notificados del asesinato de los gemelos, viernes ya había sido llevada a la morgue para reconocer el cuerpo de vadhir.
— voy a irme —dijo en voz alta, a la nada, echando la colilla de cigarro en su mochila. se puso de pie y se acercó a la fila de tumbas, cada una con un nombre distinto—. estoy segura que yadda los puso al día, pero deben saber que aquí las cosas se salieron de control y ya no puedo quedarme. baba, sé que partiste de este mundo creyendo que tenías a la nieta más valiente del mundo, pero no he dejado de sentir miedo desde que permití que vadhir se marchara de casa esa noche. no paro de culparme por su muerte y cuando me quedo en silencio, cuando mi cuerpo entra en estado de reposo, vuelvo a la morgue, una y otra vez.
hizo una pausa para sentarse en la tumba de su abuela, junto a la imagen de la virgen del valle y dos ángeles.
— hay una persona que quiere hacernos daño y por eso tengo que irme. en medio de su dolor, de su desesperación, uno de nosotros realizó una mala gestión y acabamos involucrados con alguien peligroso. así que, por ese motivo... vine a despedirme.
el dinero en efectivo que llevó en la mochila le rindió para comprarle flores a todos sus muertos; las flores van de la mano con la muerte y así era como viernes bolívar se sentía mientras subía al avión, como si su destino oliera a flores, formol y madera recién pulida.
★
— tienes que ser una niña buena, victoria —la voz de la tía margarita hizo eco desde lo más profundo de su pecho hasta el suelo y de regreso. cuando abrió los ojos, se encontró en la habitación del mexicano y suspiró al verlo sentado frente a su computadora de trabajo. él hablaba con alguien por llamada, así que, sin hacer ruido, se puso de pie y bajó a los gatos de la cama.
los gatos naranja bostezaron y fueron tras viernes, maullando.
lo primero que hizo fue lavarse el rostro y los dientes. ese día necesitaba energía extra y sabía cómo solucionarlo. café. después de jugar con sus gatos, puso a hacer el café y se metió a duchar. como las heridas en sus brazos ya estaban a nada de secar, pudo vestirse con una camiseta de manga corta. no era suya, pero se la había puesto tantas veces que podía decirse que era más suya que de él. le quedaba grande, pero hacía la ilusión de un outfit planeado. alexis nunca la dejaba marcharse cuando las reuniones de equipo acababan pasada la medianoche, así que ya era algo de rutina y en lo que a viernes respectaba, no le molestaba saquear el guardarropas del mexicano. había algo en el aroma del suavizante y el perfume impregnado en las prendas, que la reconfortaba. no, toda su existencia la consolaba, de pies a cabeza. no había espacio en su alma que él no hubiera confortado ya.
— puedo llevarte a la tienda —el chico alcanzó una sudadera y se la echó encima. pasó un segundo y ya había tomado una gorra y las llaves del auto. estaba listo.
— no, es que yo... no voy a la librería —le dio un último mimo a manguito y caminó a la puerta. no iba a decírselo, a dónde iba realmente, pero tampoco quería mentirle o peor, preocuparlo. gabriela decía que alexis rozaba la red flag con los dedos siempre que se trataba de su seguridad, pero a viernes no le importaba.
— no importa, ya estoy listo —sonrió. ni siquiera se iba a cambiar los pantalones cortos de papá divorciado que llevaba puestos y tampoco buscaría otros zapatos—. te llevaré a donde sea.
viernes sabía que no exageraba en sus palabras; él iba a llevarla hasta el fin del mundo si era que se lo pedía. su tío no tenía idea, ignoraba lo que a simple vista ella podía observar y era al hombre más cariñoso e inteligente que había llegado a este mundo. claro, después de baba y vadhir. en silencio, porque no había nada que pudiera decir en ese momento, se acercó a él y poniéndose de puntillas, lo besó... y supo que iba a llegar con bastante retraso cuando sintió los brazos del mexicano, rodearla con firmeza. no le importó.
había algo en viernes que lo incitaba y le exigía hincar la rodilla, en forma de adoración; no era que fuese un tipo débil, se trataba de ella y sus ojos pardos, sus pestañas, sus lunares y esa sonrisa demoniaca que lo empujaba una y mil veces a la dulce y tentadora locura.
él intuía que algo iba mal con ella, pero no sabía hasta qué punto debía angustiarse. con eso de que viernes estaba más silenciosa que nunca, no se atrevía a hurgar y saciar sus dudas. tampoco pensaba forzarla a nada, si ella no se lo decía por sus propios medios, debía morderse la lengua y conformarse con lo que sea que le dijera, que era prácticamente nada. ni siquiera se atrevía a preguntárselo de frente, sólo sabía que algo estaba pasando y que viernes no iba a decírselo. siendo honesto consigo mismo, el silencio de viernes le sabía fatal, pues en su corazón, en su tonto, débil y magullado corazón, creyó que ella confiaba en él.
el mexicano no tenía claro muchas cosas, era probable que no entendiera casi nada de la vida, pero había algo que tenía muy claro; viernes no era un alguien y ya, no era una persona cualquiera; viernes era, a palabras simples, la respuesta de dios a sus plegarias. un milagro de ojos claros, pestañas enormes y lunares que él ya se sabía de memoria.
alexis ni siquiera era su primer nombre, pero era un ciudadano honorable: pagaba sus impuestos, le cedía el paso a los adultos mayores, reciclaba, usaba sus prendas de vestir hasta el desgaste y... tenía fe. su nombre de pila tal vez fuera un secreto a voces, pero lo que todo el mundo conocía de él era su brillo. esa sonrisa característica que lo acompañó desde muy pequeño. el mexicano sabía que esa fe que lo arropó desde su llegada al mundo, sí funcionaba y mucho. por ese mismo motivo, en silencio, rezó. no por él, por sus padres o sus hermanos, como siempre lo hacía antes de dormir; elevó su oración por ella. la extranjera de acento entremezclado que llamaba baba a su abuelo, aunque esta palabra no significara abuelo sino papá en árabe. la misma chica que, por medio de twitter, lo acompañó cuando casi nadie creía en él.
viernes creyó en él cuando ninguno de sus amigos lo hizo. cuando todo se puso feo, cuando ante él no había nada más que vértigo, llanto y un vacío siniestro, ella estuvo allí, secándole las lágrimas con cariño, protegiéndolo del frío y sujetándolo con fuerza.
tal vez de allí se originaba su obsesión por mantenerla oculta, ajena a todo lo que significaba exponerla al cruel, dañino y ponzoñoso ojo público. alexis conocía, de primera mano, lo aterrador que puede resultar el acto de exponerte en internet. quackity amaba a su comunidad, sí, pero no lo negaba, el veneno goteaba por los bordes.
dios sabía que él hubiera preferido que el mundo continuara creyendo que hades era una invención de su mente, que no existía más allá de los píxeles del servidor, pero existió antes de conocer a quackity y existía ahora.
toda la comunidad y ajenos a esta, ya conocían su rostro, muchos streamers hispanos le dieron una cálida bienvenida a la comunidad y él lo agradeció, pero en silencio, le costaba abrirse a la posibilidad de una interacción con otros creadores de contenido. quizás todavía no estaba preparado para compartirla.
...y ya no podía protegerla del mortífero veneno de las redes.
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