Terrores nocturnos
Capítulo 3
Habían llegado a un hotel en Dublín que, aunque no era lujoso, sí tenía ese encanto acogedor y tradicional de la cultura irlandesa. Era un bonito espacio construido en piedra por fuera y madera por dentro, con luces tenues dentro de lámparas de aspecto antiguo, con decoraciones de tréboles y colores verduzcos también. La recepción era amplia, con una sala de estar cómoda y un mostrador detrás del cual una joven linda atendía, con sonrisa fingida.
De hecho, una de las cualidades que Gabriel había aprendido, y lo hacía muchas veces por diversión, era hacer un análisis cuadrimensional en las personas —estrategia teatral para interpretar un personaje dentro del teatro o la televisión—, y de esa forma hacerse una idea de cómo actuaría la persona o como sería estar en la vida real. Por eso, estaba seguro que la chica del mostrador no era feliz con su trabajo ni con los clientes que llegaban a ese lugar.
Gabriel suspiró. Notó el olor de la madera antigua, ligeramente barnizada, con un toque de turba quemada que le recordaba a las chimeneas de allí, acompañado de un sutil aroma a cuero envejecido proveniente de los muebles de la sala de estar. Pero también sintió el tenue aroma a hierbas secas y lavanda, probablemente de algún potpourri colocado en las esquinas del salón. Escuchó el crepitar del fuego, y el crujir ocasional de la madera bajo los pies al caminar. Y de fondo, se oía una melodía suave de música tradicional de aquel país que pudo haber disfrutado de no ser por la recepcionista; cuando David se acercó al mostrador, la actitud de ella cambió sutilmente, y su coquetería comenzó a florecer..
—Buenas tardes —saludó David con una sonrisa cálida. Otro más que mentía con esa falsa amabilidad en aquella estancia—. Estamos buscando una habitación, algo que capture la esencia de este hermoso lugar.
La chica se ruborizó y mostró una sonrisa genuina. Gabriel no pudo evitar alzar una ceja, incrédulo.
—Tenemos varias opciones —respondió ella, inclinándose un poco hacia él, como si compartiera un secreto—. Aunque, si me permite sugerirle, hay una habitación especial en la esquina, con vistas al jardín. Es una de las mejores, pero... no es precisamente económica.
David mantuvo su sonrisa y se acercó un poco más, mirándole directamente a los ojos.
—Estoy seguro de que una recomendación tan especial de alguien tan encantadora debe ser perfecta. ¿Hay alguna forma en que podamos hacer un pequeño ajuste en el precio? Después de todo, no podríamos resistirnos a quedarnos en un lugar tan bien sugerido.
La chica parpadeó, claramente encantada con la atención que David le estaba prestando. Tras un breve momento de duda, asintió, como si cediera a un impulso. El problema que Gabriel tenía ene se momento, era que fueran ambos con tan poco tacto. Un poco más, y estaba seguro de tener que abandonar el lugar para darles espacio a su intimidad.
—Podría hacer una excepción, pero solo porque usted me lo pide. Haré lo mejor que pueda.
David la miró con agradecimiento.
—Eres un verdadero encanto. Te aseguro que no nos arrepentiremos de seguir tu recomendación. Además, en cualquier momento mando al crío a hacer unas compras, tu entiendes...
La chica abrió los ojos, tan impresionada como Gabriel, la vieron sonreír, esta vez sin rastro de falsedad, y procedió a darle la llave de la habitación. Gabriel, tenía algo que admitir, David había manejado la situación con maestría, aprovechándose del gusto de la recepcionista para conseguir lo que quería a un precio mucho menor, como si lo necesitaran realmente.
Leer a las personas, como lo hacía en ese momento, resultaba molesto para Gabriel. Había veces en que deseaba no tener que analizar a nadie. Sin embargo, lo hacía para perfeccionar su habilidad actoral y poder interpretar con precisión cualquier personaje que le asignaran; solo que en ese momento que fuera automático no ayudaba a su reciente malhumor. Aunque muchos artistas practicaban esto como disciplina, para Gabriel se había convertido en algo tan cotidiano, que ya era una parte innata de su ser.
Las habitaciones estaban en el piso superior, y Gabriel notó que el edificio tenía más de cinco plantas. Sin embargo, lo que realmente le sorprendió fue que la habitación que la chica mencionó, se trataba de una matrimonial. Allí cuestionó si la chica era mejor actriz que David y lo había timado con una buena broma, o realmente era tan tonta como para no prever que ellos dos no tenían absolutamente nada.
—Creo que hubo una pequeña confusión con nosotros... —Gabriel comentó divertido, con una sonrisa mientras arrojaba su maleta sobre la cama.
—Esa chica es más desvergonzada de lo que pensé. Tal vez quiere un polvo conmigo y ni siquiera le importa una mierda, aunque piense que somos pareja —respondió David, en un tono monótono, como si no fuera la primera vez que algo así le sucediera. Otra persona, tal vez, se hubiera escandalizado pero él se mantenía inmutable como siempre le había visto.
—Lo dices como si te pasara siempre —Indagó Gabriel, mientras comenzaba a desempacar.
David, notando la intención tras la pregunta, optó por no responder. Sabía que Gabriel necesitaba entender que él no estaba interesado en los hombres, al menos no de la forma que el chico esperaba. No es que nunca hubiera estado con uno, pero siempre había sido por cumplir con los objetivos de su trabajo si su objetivo tuviera dicha afinidad: sacar información, asesinar en pleno acto, obtener una llave, un favor, o cualquier otra cosa que necesitara. Para él, el sexo era solo una herramienta, tanto con hombres como con mujeres. Nunca había conocido el amor, ni mucho menos imaginado tener un hogar, hijos, un perro o un gato. De hecho, las pocas veces que pensaba en ello, le daban ganas de reír. Era la idealización más estúpida.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Gabriel habló con un tono esperanzado. por algún motivo, se estaba relajando más de lo que se esperaba.
—¿Tengo alguna opción de que no la hagas? —respondió David.
—En realidad, no en este momento. —Eso atrajo la mirada de David hacia él—. ¿Por qué viniste conmigo? Pensé que habías venido para matarme por haberte investigado o para torturarme en busca de información que no tengo. Pero aquí estás... ¿Mi padre te envió?
—Sí —dijo David, cruzando los brazos con calma—. Quiere que te cuide y te dé todo lo que necesites hasta que resuelvan sus asuntos. Si quieres que me vaya, solo resuelve tu problema con él y regresa.
—Maldita sea... —susurró Gabriel. Estaba harto de su padre y su control de mierda—. No voy a hacer eso. No quiero nada de él. ¿Acaso no viste cómo se comportó? Lleva años con este tema, desde que descubrió lo mío con el senador Brown...
—Espera —le interrumpió David, intrigado—, ¿todo eso que me contaste tiene que ver con el senador Franklin Brown?
—Sí —confirmó Gabriel con el ceño fruncido mientras terminaba de ordenar su ropa en el clóset—. Parece una locura porque tiene esposa, hijos, una carrera exitosa y todo eso, pero es verdad. Al principio acepté su estilo de vida, ¿sabes?... No me importaba mientras estuviera conmigo. Pero si solo se hubiera limitado a disfrutar el tiempo y el momento, y no hubiera sido tan paranoico y controlador, seguramente aún estaríamos juntos. ¡Soy un idiota en extremo!
David silbó, sorprendido por la revelación, y no pudo evitar soltar una risa. Allí estaba otra emoción: la gracia. No en el sentido de un favor inmerecido, sino el simple acto de encontrar algo divertido. Todo el asunto para David le resultaba irónicamente cómico, aunque no era la primera vez que se topaba con los trapos sucios de un político.
—No te rías —dijo Gabriel, aunque él mismo no pudo evitar reírse también—. Debo admitir que era bueno en la cama, pero eso no lo compensaba todo.
—¡Oh, por favor! No quiero saber los detalles de tus encuentros con ese hombre en la cama. A menos que tengas una vagina... tal vez, en ese caso...
—¡No seas asqueroso! —Gabriel soltó una carcajada, sorprendido por el comentario—. De todas las cosas que pensé que podría escuchar de ti, jamás imaginé que hablarías de chicos con vaginas. O sea, si la tuviera, probablemente triunfaría en el porno o en OnlyFans, pero nunca creí que te interesaran hombres con vagina.
—No los hombres —aclaró David, levantando una ceja, una expresión que Gabriel no veía muy a menudo en su rostro—. Las vaginas... eso sí. Créeme, las vaginas tienen un poder inmenso sobre los hombres —dijo mientras sacaba un vaso de la barra y se servía un whisky irlandés. El primer trago lo bebió de un solo sorbo, carraspeando ligeramente al final, antes de servirse otro—. Si tuviera una vagina, puedo garantizarte que estuviera en el primer lugar de la lista negra, y no en el diez.
—Creo que ahora soy yo el que no quiere hablar de vaginas —comentó Gabriel, acomodándose en uno de los sofás para observar a David desde ese ángulo. David no respondió, pero su silencio tenía un peso particular.
Había algo diferente en los ojos de David, un brillo que Gabriel no había visto antes. Estaba casi seguro de que era efecto del alcohol. Lo observó quitarse el saco, la corbata, y desabotonarse un par de botones de la camisa, y tuvo que apartar la mirada para no ser tan obvio. Se mordió el labio por nerviosismo, pero intentó que fuer con disimulo.
—No creas que voy a desnudarme para ti —dijo David, con la misma indiferencia de siempre.
—Igual en algún momento tendrás que hacerlo. Necesitarás una ducha y quitarte esa ropa para dormir —respondió Gabriel con un tono casual, siguiéndole el juego. Sí David podía ser tan atrevido, él también.
David sonrió, acusándolo con el dedo como si Gabriel tuviera un buen punto. Decidido a jugarle una broma, bebió de un trago el segundo vaso y se sirvió un tercero, antes de empezar a desvestirse por completo. Gabriel no pudo evitar mirarlo, y supo al instante que había cometido el peor error de su vida. Si con la ropa puesta David ya se veía jodidamente atractivo, sin ella era un pecado andante.
El cuerpo de David era todo músculo, con una piel blanca pero bronceada por el sol que hablaba de una vida lejos de ser aburrida. Tenía vello en las piernas que subía por su abdomen hasta el pecho, y estaba claro que estaba bien dotado, lo justo para proporcionar placer sin causar dolor. Además, gracias al reflejo en el vidrio de la barra, Gabriel pudo notar que David tenía un trasero envidiable.
Gabriel tragó grueso. Sus manos se humedecían y el ambiente a su alrededor se volvía sofocante. Lo peor era que David parecía disfrutar del efecto que estaba teniendo en él, y aunque Gabriel lo notaba, no podía enfadarse por ello. Se dio cuenta de que esa reacción solo alimentaba el ego narcisista de David.
—Eres una maldita mierda —dijo Gabriel, desviando la mirada hacia un punto indefinido.
—¿Ah, sí? Pues para ser una mierda, me miraste como si fuera el plato más delicioso que has visto en tu vida —se burló David.
—No sé de qué hablas —murmuró el chico, sintiendo el rubor subir a sus mejillas al verse expuesto.
—Mientes —replicó David, frunciendo el ceño, pues detestaba las putas mentiras—. Mírame y dime que no te gusta lo que ves.
Gabriel suspiró y lo miró, pero permaneció en silencio. La expresión de David dejaba claro que no le creía ni por un segundo. Y no hacía falta ser un experto en detectar mentiras como David para darse cuenta de que Gabriel estaba visiblemente afectado: sus ojos brillaban de deseo mientras recorrían cada centímetro del cuerpo de David, sus mejillas estaban sonrojadas, y una erección era evidente en sus pantalones. David, por su parte, estaba completamente relajado y flácido, su actitud claramente indicaba que solo estaba jugando.
"¡Mátenme!", pensó Gabriel, no queriendo sentirse más avergonzado de lo que estaba.
—Mira, Gabriel, hay algo que debes entender sobre nosotros, los asesinos profesionales. No se trata solo de saber cómo disparar un arma o de tener una lista de nombres a los que borrar del mapa. Se trata de dominar todos los aspectos de uno mismo, incluido el cuerpo.
—¿Te refieres a que todos ustedes son narcisistas egocéntricos? ¿Eso es parte del entrenamiento? —Le cuestionó el muchacho.
—No es narcisismo, al menos no en la forma en que lo imaginas —respondió con una sonrisa que aceleraba el corazón de cualquier mortal—. Es más una herramienta, una estrategia. Nuestro físico es una de nuestras armas más importantes. Sabemos que la apariencia y la seguridad que proyectamos pueden abrir puertas, desconcertar a las personas, o hacer que bajen la guardia.
—¿Y cómo no encaja el ego en todo esto? Pareces bastante... confiado, por decirlo suavemente —reconoció, un poco molesto de que, en realidad, tenía como presumirse.
—Ese ego del que hablas es una construcción, un reflejo de lo que necesitamos que los demás vean —contestó, mientras se acariciaba el pecho para darle un ejemplo. Uno que tuvo efecto de inmediato en Gabriel—. Nos entrenan para cuidar cada detalle de nuestro físico, porque sabemos que cada mirada cuenta. Si alguien ve seguridad en ti, si te perciben como alguien que tiene el control, es mucho más fácil que se acerquen, que confíen, o incluso que te subestimen. Esa confianza, esa seguridad, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
—Entonces, ¿todo esto es una fachada? ¿No es genuino? —argumentó, aunque sonaba un poco como una súplica.
David se rio.
—No diría que es una fachada. Es impuesto, sí, pero se convierte en parte de ti —aclaró—. Cuando vives tu vida así, esa confianza se vuelve real. No puedes fingirla, no por mucho tiempo al menos. Debes creer en tu propio valor, en tu propia fuerza, porque si no lo haces, nadie más lo hará.
—Así que... ¿Todo se reduce a ser una trampa bien diseñada?
—No solo una trampa, Gabriel. Es una manera de ser. Somos depredadores, y como tales, necesitamos atraer a nuestras presas. Mostrar debilidad no es una opción. Así que usamos lo que tenemos, incluyendo nuestro cuerpo, nuestra mente, para asegurarnos de que siempre tengamos la ventaja. El ego, el físico, todo eso es parte del juego. Y como en cualquier juego, si lo juegas bien, ganas.
Entonces, una brillante o estúpida idea se le pasó por la mente a Gabriel: se levantó del sofá con valentía, y se acercó al hombre con la misma delicadeza de un felino. David le miró con curiosidad, apoyando todo su cuerpo entre el asiento y la barra, en una posición que asemejaba a una escultura griega. Percibió de inmediato que el chico ahora buscaba intimidarle, buscaba jugar, probarse.
Gabriel se colocó entre el espacio de sus piernas, se acercó lentamente sin perder de vista la mirada de David, quien que le veía directamente, con un mensaje oculto que parecía decir "no ganarás", y llegando a su cuello, cerca de su oído, agregó:
—Si yo quisiera, si realmente me pusieras a prueba, estoy seguro de que querrías joderme al final de la semana, si acaso no podría ser antes.
—¿Ah sí? ¿Crees que no me lo ha mamado un hombre o que no he follado con uno? —ironizó David, dando un sorbo más a su trago.
—No, de hecho me dejaste en claro de que sí. Lo que estoy seguro es que no ha sido nadie como yo —añadió, separándose un poco, para que David viera la verdad delante de sus ojos acerca de sus palabras.
David alzó una ceja, sintiendo una nueva emoción: curiosidad. Con el alcohol fluyendo en su sistema, se permitió admirar al chico. Esos labios provocativos, casi femeninos, y la mirada anhelante, lujuriosa e inocente a la vez, como si en ese momento él fuera todo para Gabriel. El cuerpo menudo y delgado se veía tentador bajo el fino traje de gala. Sí, incluso si Gabriel no fuera un objetivo, podría follarlo sin problemas si realmente quisiera descargarse. Pero no caería en su juego; conocía este terreno mejor que él.
—Será mejor que intentes este juego barato en otro momento. Por ahora, tú irás a tomar una ducha y te masturbarás en mi nombre, mientras yo beberé en esta barra, desnudo, hasta no poder conmigo mismo; dormirás en la cama y yo en el sofá, y ese será nuestro único final feliz, ¿de acuerdo?
Gabriel supo que no estaba bromeando. Puso los ojos en blanco, botó todo el aire de sus pulmones y se separó a regañadientes de aquel hombre que parecía sacado de la mente más perversa de un jodido bromista gay. Sin embargo, era cierto que esa noche se masturbaría en nombre de David. Lo necesitaba para ver si se lo sacaba de su sistema.
***
La habitación del hotel, tenía un ligero aroma a cedro, mezclado con el fresco olor a lino limpio. Las paredes estaban pintadas en tonos cálidos, con algunos cuadros pequeños que mostraban paisajes irlandeses. Gabriel estaba en la habitación como tal. Estaba separado por un marco amplio y de madera oscura que dividía la sala de estar de la habitación. La cama matrimonial estaba cubierta con una colcha de algodón blanco, suavemente arrugada. A un lado de la cama, una pequeña mesa de noche sostenía una lámpara similar a la de la sala, y del otro lado, una silla de madera junto a un espejo redondo con un marco de bronce envejecido.
El baño privado estaba a un costado, era amplio para un hotel de estas características. Contaba con azulejos de un blanco simple, una ducha espaciosa con mamparas de vidrio, un lavabo de mármol desgastado y un gran espejo adornaban el espacio. El aroma a jabón y humedad reinaba allí y desprendía hasta la cama, incluso con la puerta cerrada
Gabriel estaba acostado en aquella cama, con todo el cansancio del mundo, pero sin poder pegar un ojo. Estaba frustrado y tenía la almohada sobre el rostro, apretándola con sus manos.
—¡Duérmete, coño, Duérmete! —susurró enojado consigo mismo.
Pero la dificultad estaba en la galerna de su cabeza. Allí, solo rondaba la imagen de David desnudo en todo su esplendor.
Suspiró.
Se había masturbado, pero no había sido suficiente. Además, desde su posición podía escuchar la respiración fuerte de David.
Fastidiado, se levantó de la cama en busca de un poco de agua. Caminó hasta la refrigeradora, tomó un vaso y la jarra, y la llenó. Luego, volvió al mostrador, apoyándose en él mientras dirigía la vista hacia el sofá, donde David aún yacía desnudo.
La sala de estar, aunque sencilla, era acogedora. Un par de sofás de tapicería verde oliva estaban dispuestos alrededor de una pequeña mesa de madera oscura. En el más amplio, estaba David. Las cortinas, eran de un verde más claro, y filtraban la luz exterior. Una lámpara de pie, con pantalla de tela beige, estaba apagada.
El problema, era que la luz de la luna atravesaba el vidrio del ventanal y golpeaba el cuerpo de él, dejando ver su piel y sus vellos un brillo mortífero que ahogaba a Gabriel. Y era que, en toda su vida, aun teniendo los mejores amantes, estaba seguro de que nunca había tenido a alguien como David. Era eso, o solo el inconveniente atractivo de sentirlo tan inalcanzable.
Pensó en Franklin y comenzó a recordar sus noches lujuriosas y sus tiempos a solas, desnudos, en un hotel de lujo en Estados Unidos... Y no, no había nada que le hiciera asemejar a David. Franklin era un hombre elegante, suave de palabras y persuasivo como todo un político, era galante pero egocéntrico; aunque su ego estaba basado en su éxito como político y abogado, más no por ser la persona más peligrosa del mundo como lo era David. Y, aunque Franklin no era pequeño, pues también hacía ejercicio, estaba seguro que David era un poco más grande que él. Pero lo mejor de todo era que David no era Franklin. Aunque no podía negar que Franklin tenía algo a favor que David no: le gustaban los hombres.
Estaba seguro de que, todavía si se llegaba acostarse con David, él sería un polvo más o, solo un placer caro o momentáneo. Una prueba más de alimentar a su ego y decirle a él, que podía estar con quien quisiera sin sentir nada.
Llevó una de sus manos hasta su cabello y colocó sus dedos entre sus músculos, exasperado. ¿Cómo se le había ocurrido pensar que podría ser alguien distinto con los que había podido coger? O sea, ni que fuera Jhonny Rapid —uno de los más grandes del porno gay—, pensó.
Todavía con toda aquella contrariedad en su cabeza, tuvo el valor de acercarse al sofá y sentarse en el suelo para ver de cerca aquella escultura divina. Hacerlo, hizo que un nudo en la garganta se le formara y un vacío en su estómago se intensificara. Estando a esa distancia, percibió el olor a alcohol desprendiéndose de su respiración y su piel, y solo lo tentó más.
"Me has jodido la cabeza, David" pensó, mirando los labios carnosos del hombre, su barba corta, su cuello largo y fuerte, sus hombros, su pecho, sus brazos firmes, los abdominales prominentes sobre su abdomen, la pelvis, y aunque su miembro estaba tapado por una sábana pudo vislumbrarlo entre ella. Una de sus piernas estaba descubierta.
No supo en qué momento pasó, pero se atrevió a levantar su mano para tocar su pecho. Sin embargo, se detuvo lo suficiente para que aquello no fuera un simple toque, sino una caricia fina. Sonrió, casi creyó que lo que tenía enfrente era un sueño. Deslizo sus yemas sobre la piel con lentitud hasta el abdomen, de allí a la pelvis, y cuando metió su mano debajo de la sábana, se vio empujado hacia atrás con unas manos sobre su cuello que le apretaba con fuerza, dejándole sin respiración. El rostro de David, en apariencia inconsciente, le miraba enloquecido y con toda la intención de matarle. Ese era otra emoción: instinto asesino.
Gabriel intentó articular palabras, pero su garganta se mantenía en silencio bajo la presión implacable del cuerpo que lo aplastaba. A pesar de sus esfuerzos por mover a David, el peso del hombre sobre él era abrumador. Desesperado, Gabriel llevó sus manos a las de David, intentando liberarse de su agarre. Fue en ese momento cuando David reaccionó.
Al ver a Gabriel en el suelo, con marcas evidentes en su cuello y un pánico palpable en su rostro, David se sobresaltó. La expresión de terror en el rostro de Gabriel provocó una nueva emoción en David: el miedo de haber causado daño. Con una mezcla de horror y culpa, aflojó su agarre, dándose cuenta de la gravedad de lo que había hecho.
—Lo siento —dijo David, apartándose con rapidez para liberar a Gabriel—. Yo... en verdad lo siento...
Gabriel se sentó, temblando, y en un instante comenzó a vomitar. Miró a David con una expresión que este no pudo descifrar del todo, pero que transmitía algo realmente grave. Luego, tambaleándose, Gabriel se levantó y corrió hacia la cama.
David maldijo en voz baja, se levantó con cuidado y lo siguió. Se sentó al borde de la cama. Gabriel se había envuelto en una sábana, temblando aún. David colocó una mano sobre el cuerpo de Gabriel, logrando que el temblor cesara.
—Gabriel, lo lamento mucho... pero debo advertirte algo para el futuro. Estaremos conviviendo un largo tiempo, así que nunca te acerques mientras duermo. Estoy entrenado para responder automáticamente a cualquier amenaza.
—No iba a atacarte —dijo Gabriel, finalmente hablando.
—Lo sé, pero cuando estoy dormido, no distingo entre enemigo y un aliado —explicó David—. No tengo intención de hacerte daño.
—Lo siento... no sabía...
—No tienes por qué disculparte, lo entiendo —interrumpió David—. Duerme, yo limpiaré el desorden.
Gabriel asintió. Aunque el miedo aún lo dominaba, las palabras de David le ofrecieron algo de consuelo. Solo a él se le ocurriría intentar tocar a un asesino desnudo en medio de la noche. Empezó a pensar que tal vez debía reconsiderar sus decisiones, porque parecía que tenía la cabeza jodida.
***
Babys, este capítulo los escribí desde el celular pues estuve en mi trabajo, pero ya lo corregí en mi computador. Ahora, ¿qué te pareció este capítulo?
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