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30 de septiembre de 1980
-Señorita...
La mujer levantó una mano con perfecta manicura, interrumpiendo al oficial de policía recién llegado.
-Ahórrese las formalidades, Señor. Sea cual sea mi condena, estoy dispuesta a cumplirla.
Suspiró.
¿A caso sería consciente de lo que había hecho?
-¿Tiene idea de lo que ocurre?
Ella le dirigió una media sonrisa, acompañada de un ligero asentimiento de cabeza.
-Asesiné a mi esposo -soltó demasiado tranquila-. Lo sé, yo lo hice.
-No lo niega.
-¿Qué sentido tendría? Encontraron su cuerpo con trece puñaladas, y el cuchillo con su sangre en mis manos; sería muy estúpido de su parte quedarse sin hacer nada ante tales pruebas.
-Lo que hizo es... Cometió un delito demasiado grande... Está arrestada, acusada de cometer homicidio en primer grado...
Ella cruzó las manos, cubiertas por montones de brazaletes,, sobre su regazo, y comenzó a jugar con sus dedos repletos de anillos dorados.
-Dígame algo que ya no sepa, Oficial.
-Puede ser condenada hasta a cadena perpetua por esto. Es demasiado joven para ya haber arruinado su vida de este modo.
-Aceptaré la pena de muerte de ser necesario; solo pediré un par de cosas.
«Sí, definitivamente, estaba tratando con una psicópata»
-¿Y cuáles son esas "cosas"?
-En primer lugar: quisiera poder ver a mi hija -deslizó una hoja de papel por encima de la mesa en su dirección-. Y en segundo: lea esto, después, venga a tomarme a loca, como lo está haciendo justo ahora.
-¿Que es lo que está escrito aquí?
-Las diez razones por las que asesiné a mi esposo.
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