PROLOGO III

Danai paseaba en medio de las filas de hombres que estaban en su ejército. Hacía más de dos años una sashian había muerto en Elania, perdiendo la primera batalla en el Mar de los Lamentos. Fue un acontecimiento malo para el Imperio Alashiano, donde murió la mitad del Ejército de Zinc, pero fue beneficioso para ella. Si aquella sashian no moría ese día, la emperatriz no le daría el mando a Danai.

Caminaba orgullosa mientras sus nuevos hombres les daban la espalda. Les había ordenado, solo como una prueba de obediencia, que se quedaran dos días parados ahí sin comer ni beber. Era la prueba suficiente que necesitaba para saber que esos Impuros no la traicionarían. Aunque ella igualmente no confiaba en ellos. Había escuchado mucho que los Impuros que se mezclaban entre los prisioneros extranjeros solían volverse bastante rebeldes.

En torno al castillo había alrededor de treinta mil hombres; todos ellos hambrientos y adoloridos, pero que no se atreverían a dejarse caer por el cansancio o decir una sola queja a su señora.

El regalo de Hiala no había sido solo un ejército, sino un castillo en la capital del imperio y una legión de sirvientes. El castillo del Alanato de Shiai era antiguamente donde vivían las emperatrices, pero de eso ya habían pasado muchos siglos. Danai era muy mala en historia, pero oía a sus compañeras referirse a aquel desecho de rocas negras y mohosas como Bastiones de la Luna. Era enorme y adecuado para una mujer de clase alta. Sin embargo, Danai se sentía muy sola adentro. Demasiado espacio para una sola mujer y sus sirvientes. Ella estaba acostumbrada a vivir en barracones y habitaciones pequeñas.

Suspiró. Se pasó la mano por su cabello rubio, cortado hasta el cuello, sacándose la máscara que llevaba. Era una tradición de sashian que ella detestaba bastante, pues en verano el sol la asfixiaba y en invierno el cobre del metal se volvía prácticamente hielo. Al menos se alegraba de no ser una sashian en ala-shaim.

Entonces lo notó. Algo en el aire estaba distinto. Vio que desde lo profundo del bosque se acercaba una larga caravana de carromatos. No eran simples; pudo notar que las paredes externas tenían hermosas ornamentaciones y estaban siendo tirados por osos blancos amaestrados. Sin duda era una persona importante, porque muchos impuros caminaban detrás y delante de la caravana, armados con lanzas y listos para proteger a la mujer que resguardaban.

Hasta que se detuvieron frente al patio delantero de Bastiones de la Luna. El carromato más grande y ostentoso se acercó un poco más y de él bajó una mujer ya anciana, vestida con un abrigado vestido azul marino con finos retoques en dorados y blancos que combinaban con su peinado rubio y canoso. Los hombres, justo antes de que ella bajara, le dieron la espalda. Unos se tiraron al suelo, intentando no ser vistos por ella. Hiala era casi tratada como una divinidad.

Detrás de ella bajó una joven de pelos castaños, raros en esa parte del mundo, vestida con el uniforme de la guardia personal. Tenía un cinturón con velas escondidas y una cicatriz en la mejilla derecha. Su andar era delicado, casi como si fuera una sashian. A su lado estaba otra joven; esta llevaba un vestido abrigado de oso y la piel sonrojada, sus cabellos rubios parecían gastados y opacos y cruzaba los brazos. Sus pasos eran agresivos, pero elegantes.

—¿No piensas saludar a tu emperatriz? —preguntó Hiala en cuanto había llegado frente a la sashian.

Danai se limitó a sonreír.

—Es un honor —dijo Danai—. ¿Puedo preguntar a qué se debe esta cordial visita? —Se notaba a leguas que le costaba ser refinada.

—Solo quería asegurarme de que te hayas adaptado a tu nueva vida. —La emperatriz apuntó hacia el castillo—. ¿Podríamos entrar? Empiezo a arrepentirme de venir sin un velamarilla para calentarme.

Hiala no esperó respuesta. Fue directamente hacia el interior del castillo. Una vez dentro los sirvientes encendieron las chimeneas y cerraron las ventanas. Prepararon a gran velocidad, cómodas sillas en el salón principal.

—¿Entonces? —quiso saber la sashian—. ¿Puedo saber el motivo?

—Se nota que todas las sashian son igual de imprudentes —dijo la niña que acompañaba a Hiala—. ¿Cómo puedes hablarle así a tu emperatriz, insolente?

—¿Y tú quien eres? —quiso saber Danai.

—Atrevida —se quejó la niña. Sus ojos estaban cargados de ira—. Soy la futura Condesa del Alanato de Shiai. Háblame con respeto.

Hiala detuvo el reproche con un gesto de la mano.

—Vinimos a moldear nuestro futuro, Danai.

—¿Cómo haremos tal cosa? —preguntó ella, ignorante.

Los sirvientes, varones como deben de ser, trajeron una charola con bocadillos y unas tazas de té mansadiano. Al aroma a hierbas se adueñó de la estancia. Danai no comprendía cómo esos sirvientes caminaban sin tropezar a pesar de las telas que cubrían sus rostros.

—Verás, mi gobierno está por acabar —explicó Hiala—. En unos meses se celebrará la amnistía para la votación y elección de una nueva emperatriz. No quiero que digan que en mi gobierno recuperamos la isla de nuestros antepasados y la volvimos a perder.

—Quiere recuperarlas —supuso Danai—. ¿No es mejor mandar al ejército dorado?

—Podría ser —convino ella. Tomó una taza del té mansadiano y sorbió el contenido con lentitud, dejando en silencio la sala—. Suena a buena idea, pero hay que hacer algo inesperado para el enemigo, no apostar por el movimiento más obvio.

—Es verdad —alegó la protegida de Hiala—. Asane está en la isla, vigilando nuestros pasos.

Hiala bajó la taza en la mesita frente a las sillas y echó un vistazo a los sirvientes. Detrás de ella, cuidando su espalda, estaba esa chica castaña que a Danai le extrañaba bastante. Sin dudas, esa era una Hija del Silencio. ¿Quién más iba a proteger a una condesa?

—Es así —dijo al fin la emperatriz—. Ellos están preparados para recibir a todo nuestro arsenal pesado. Tenemos que generar algo nuevo, ¿no es así, Sena?

Sena. Ese era el nombre de la niña. Danai se preguntó de dónde había sacado a una tan molesta. Bueno, iba a ser supuestamente la futura condesa de la capital y las condesas siempre fueron molestas. Hiala la había traído para enseñarle cosas.

—¿Vas a arrastrarme a esta discusión, madrina? —preguntó la niña—. Muy bien. No tenemos la situación controlada. Lo que veo es que nos estamos enfrentando a un ser prácticamente mitológico.

—Es una niña —dijo Danai—. Tiene como cinco años menos que yo.

Las demás la miraron fijamente.

—Eso no le quita mérito —alegó Sana—. Está bien respaldada. Las infiltradas dijeron que retomó la isla con un escuadrón y un pequeño número de Guardias Imperiales. Cada año que sigua con vida, se hará más fuerte y nosotros perdimos a nuestra arma secreta.

«Era así. Asane había decapitado a nuestro velablanca.»

—Ella tardó un año en retomar la isla —recordó Danai— y otro año en mantenerla segura. Nuestro ejército la tomó en un día.

—No volverá a pasar —dijo la emperatriz—. Como dijiste, estuvo un año formando una buena defensa. La isla es prácticamente de los elaníes.

Sana giró la cabeza para mirar a la mujer a su lado.

—Veo en tus ojos que tienes un plan, madrina.

—Si hay algo que aprendí de estas continuas guerras entre las condesas, es que es mejor ganarlas con papeles.

—Firmar la paz no es una victoria —dijo Danai.

—Nadie dijo que firmaríamos la paz —contestó Hiala—. Obligaré a Aline a rendirse. No olvidemos que Asane es solo un arma y que la verdadera cabeza del dragón está en el trono.

—¿Y cómo haremos eso? ¿Cómo haremos que se rinda?

—Un intercambio —explicó la mujer—. Es por eso que vine hasta aquí hoy, Danai. Eres parte importante del plan. Una ciudad por una isla. Pondré a esa niña contra la espada y la pared.

—Supongo que no me dirás todo el plan —dijo Danai.

—Solo moviliza a tus hombres —ordenó Hiala—. Con treinta mil basta. Esa ciudad a la que te mandaré no tiene ninguna seguridad. 

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