INTERLUDIO II

Las Islas Impropias poseían solo un Sacerdotario de la religión elaní. Este se encontraba sobre un promontorio alto que dominaba la punta rocosa de la costa norteña. Enorme, de rocas negras, rematado con ocho bastiones. Estaba rodeado de picas y en cada pica decoraba una cabeza decapitada de algún antiguo habitante, quizás un granjero o un Devoto.

Aisin lamentaba ver algo así. Había inhalado humo hace rato para aliviar los dolores musculares. No era un velarosa, no podría curarse como uno, pero los velamorada podían hacer que la parte del cerebro que recibía información de los músculos se desconectase temporalmente. Era como el efecto que causaba la ashishia cuando se fumaba: una mescla de placer y calma.

Él era de los pocos experimentados en el escuadrón que había organizado por orden de la Emperatriz Aline, por lo que era el Jefe de Escuadrón. Eran siete en total, como debía ser. No eran tantos como para retomar las islas, pero eran suficientes para cumplir con la misión. No hacían falta más para adentrarse y sacar información.

Maia se arrodilló en un arbusto al lado de Aisin. La chica velamarilla era sigilosa y de las pocas que había insistido en venir, ansiosa por una misión. Los demás, vigilando la retaguardia en el bosquecillo, habían dudado en irse. No es que fueran cobardes, simplemente no les interesaba una misión en la que no había que hacer más que mirar y anotar todo.

—¿Algún avance? —preguntó Aisin mientras observaba con sus ojos grises la ciudad destrozada que había debajo de la colina. El frío de la noche le hacía temblar un poco la voz.

—Oso ha visto una cuadrilla de esos Impuros dirigirse hacia la costa este —informó la velamarilla.

—¿Alguna otra cosa? —pidió saber el jefe.

—Vimos un par de barcos regresar a alashiai —contestó ella. Su voz recordaba que solo era una niña. Tenía apenas 18 años, pero parecía emocionarle ser parte del ejército. Era seria y servicial.

—Significa que vendrán mañana —dijo Edi, el velanegra del equipo— de vuelta con más Impuros, ¿no?

—Es probable —dijo la velamarilla.

—No hemos visto ninguna sashian en días —susurró el Jefe de Escuadrón—. ¿Quién ordena a los Impuros?

—Tal vez están al otro lado, Jefe —dijo Melo, un chico mitad elaní y mitad mansadiano. Un velaverde, especializado en medicina. Estaba agazapado al lado del velamorada, mirando con interés las picas alrededor del Sacerdotario.

Aisin se puso de pie.

—Entonces debemos cambiar de lugar —declaró él entonces—. Nos separaremos en equipos de dos. Oso. Tú con Melo. Sana con Maia y Edi con Adana. Yo iré al frente.

Todos asintieron.

No estaban vestidos con los uniformes, pues debían pasar desapercibidos para poder escapar de la Isla en cuanto hayan terminado con la misión y encontrar ese algo que el imperio alashiano escondía.

—Deberíamos tener un nombre —dijo Edi.

—Los Mataimpuros —sugirió Oso, el velaroja.

—No has matado uno en tu vida —dijo Sana, la velazul del grupo—. Apuesto que no lo harías.

—Mataremos muchos cuando inicie la guerra —contestó Edi, apoyando siempre las ideas de Oso.

—Esperemos que no inicie —interrumpió Aisin—. Aline quiere dialogar la paz con los alashianos.

—¿Paz? —cuestionó Melo—. ¿Después de todo lo que nos hicieron? No creo que a nuestra gente le guste esa idea, menos a los hijos de nuestros muertos.

Llevaban ya un par de días allí y lo único que veían era a un montón de Impuros marchar por todas partes y al Ejército de Zinc masacrar hombres de allí. Era cruel, pero no podían darse el lujo de interferir, pues podrían arruinar el plan.

—Me gusta el nombre —dijo Maia—, pero recuerden que no los elegimos nosotros, sino los bardos que cantarán nuestras historias en los bares y plazas del imperio.

—¿Un bardo elegirá nuestro nombre? —preguntó Melo.

—Así funcionan las cosas...

—Silencio —ordenó Aisin mirando a las cabezas puestas en las picas—, guardemos respeto a los muertos.

—Deberíamos ayudar —sugirió Edi.

—Por la espada de Lana, Edi —dijo Aisin—. Esa no es la misión. Ya lo hemos discutido antes de venir.

—Son nuestros aliados, Aisin —prosiguió él, mirando la colina donde hace unos minutos habían decapitado a más de una docena de hombres—. Hace una hora escuchaste a uno gritar por ayuda. Rezaba a los dioses para que La Torre de la Vela enviase ahumadores. Ahumadores como nosotros.

—Tiene razón —añadió la velazul llamada Sana—. Ya vimos que no hay sashian ni siquiera una líder de esas. Al menos en esta zona, somos los únicos ahumadores.

—Podríamos regresar a Ashai con supervivientes —dijo otro de los muchachos.

—¡Cállense! —ordenó Aisin—. No son novatos y esta no es una ninguna prueba. Son soldados, no héroes. ¡Dejen de creer que pueden salvar a todos y, por todos los dioses, maduren!

Ellos agacharon las miradas, entristecidos, aunque Adana estaba seria como siempre, con los brazos cruzados. Esa mujer, aunque era velarosa, la hacía recordar mucho a Salasai cuando tenían misiones con Los Estranguladores, la subcomandante de la que él estaba enamorado.

—Lo siento —les susurró el jefe—. Pero así es la guerra. Debemos seguir órdenes. Vinimos a las Islas Impropias por información, no para rescatar a nadie.

—Jefe —llamó Oso. Él estaba agazapado cerca de un arbusto que había hecho crecer Melo, el velaverde del escuadrón, para cubrirlos y que nadie los viera—. Veo a alguien. Están yendo hacia el Sacerdotario.

Aisin se acercó hacia donde estaba Oso e hizo un gesto a los demás para que se agachasen. Todos, como debía ser, obedecieron de inmediato. Se comunicaban con señas la mayor parte del tiempo, así era la guerra si se enfrentaban contra otro ejército donde podría haber un velanegra, un velarosa o cualquier ahumador que podría amplificar su audición.

Entonces se asomó y miró hacia el promontorio. En comparación, los recién llegados eran manchas caminando al lado de la enorme iglesia. Las figuras que vio el jefe, sin embargo, le hicieron sentir cierto temor. Dos figuras; una de ellas llevaba una media máscara dorada que cubría su rostro. Una sashian. Al fin, o por desgracia, veían a una. Caminaba al lado de un chico; un joven vestido con una túnica blanca limpia. El chico llevaba algo sobre su rostro, una especie de... ¿venda? La tela cubría sus ojos, como si se tratase de un ciego.

Aisin hizo un gesto para ordenar que encendieran velas. Un par de ellos ya estaban avivando, los demás sacaron sus velas y las encendieron con sus chisperos. Aisin enseguida les hizo el gesto para inhalar. Ellos inhalaron.

El jefe amplificó su audición. Era una habilidad que pocos velamorada conseguían dominar, pues aquello implicaba hacer conexiones en el cerebro con la habilidad de un cirujano. Estaba seguro de que Edi y Adana estaban haciendo lo mismo para escuchar a los recién llegados.

—Esta semana será muy importante —escuchó que decía la voz de la sashian. Ella se había detenido frente al Sacerdotario para mirar las cabezas.

El chico a su lado no respondió.

—Así que vas a seguir ignorándome, Mashe —continuó la sashian—. Ya veo que estás enojado.

—¿Cómo quieres que actúe frente a la mujer que tiene secuestrada a mi madre? —preguntó el chico. Tenía un acento parecido al elaní, pero seguía hablando como alashiano.

—Hablas solo para recordarme eso —contestó ella.

—Solo pienso en eso —dijo el chico—, y en las miles de formas en la que quiero matarte.

—La venganza mueve al mundo.

—No es venganza —contestó el chico, enrabiado—, es justicia. Nami llevará hasta ti al verdugo. Lana guiará la espada que te atraviese el corazón.

—Eres bastante rencoroso, niño —dijo la sashian—. Con esa actitud muy pocos consiguen lo que quieren en esta vida. Mírame a mí, por ejemplo: para convertirme en sashian tuve que pasar por los peores castigos, cosas que nadie debería sufrir. Incluso me obligaron a matar a mi mejor amiga por un examen. ¿Crees que les guardo rencor? El imperio me hizo una mujer poderosa y rica, y para ello debía pagar con ciertos sacrificios. Debes recordar que soy tu única aliada en este mundo.

—Solo soy un arma para ti —dijo el chico.

—Y yo soy un arma para el imperio —contestó ella—. Es la ironía de las diosas. Dicen que Lana inventó el humor, que cuenta chistes a su hermana a través de nosotros.

Al fin, Aisin reconoció a la mujer enmascarada. Era La Inquisidora, una sashian muy famosa, comandante del Ejército de Zinc. Muchos espías que habían mandado a investigarla nunca regresaban. Ella era una velanegra.

Su corazón empezó a latir desesperadamente rápido. ¿Qué era esa sensación? ¿Miedo? Aisin iba a hacer el gesto de guardar absoluto silencio, pero, antes de que se diera cuenta, ya era tarde. La mujer susurró algo a la distancia:

—Tenemos invitados —había dicho y, de inmediato, Mashe y ella fueron cubiertos por sombras y desaparecieron. Desplazamiento sombrío. Unos segundos después, ya habían aparecido en medio del escuadrón.

El escuadrón se alertó. Maia hizo aparecer bolas de luz en sus manos, Edi una espada de sombras, Adana endureció su piel, Sana usó el agua de su cantimplora para crear un látigo, Melo hizo crecer raíces de una flor, Oso apuntó con ambas manos a la Inquisidora y Aisin imitó el gesto.

La Inquisidora mantuvo sus brazos en la espalda, con una sonrisa arrogante en el rostro y los ojos encendidos en negro.

—Al parecer son un escuadrón entero —dijo ella.

—Así es —le dijo Aisin—. Entrégate y no les haremos nada. Somos siete contra dos.

—¡Ah! —exclamó la mujer—. Al parecer el velamorada sabe contar. Pero déjame decirte una cosa, varón. Creo que las matemáticas no te servirán de nada en la guerra.

—Cuando se trata de ahumadores, todo cambia —dijo el jefe de escuadrón—. Somos siete y todos expertos.

—Lo dudo —contestó la sashian—. Los números no importan. Un millar de ratones nunca ganarían a un dragón.

—En este caso te equivocas —dijo Oso, el velaroja—. Te tengo apuntando directamente. Me has visto a los ojos. No hay nada que puedas hacer.

—Mashe —dijo la mujer.

El chico no hizo nada.

—Cada vez que me desobedeces —continuó la mujer—, es un día menos de comida para tu madre.

Entonces Oso cayó, como si le hubieran detenido el corazón. ¿Cómo era eso posible? El chico de la venda ni siquiera lo había mirado.

—¡No! —gritó Maia. La velamarilla lanzó bolas de luz hacia la Inquisidora, quien no se movió. Mashe se había interpuesto a una velocidad imposible para cubrir a la sashian. ¿Cómo? ¿A caso no era un velamorada?

—No hagan esto —pidió el chico que de la venda—. Por favor, ríndanse. Corran.

Entonces los demás atacaron. Melo liberó esporas, pero estas regresaron a él; Adana golpeó al chico, pero él la tomó del cuello y la arrojó como si no fuera nada; Edi, con su espada de sombras, intentó atacar a la sashian, que estaba con los brazos cruzados, pero Mashe se interpuso de nuevo y de un golpe lo dejó en el suelo. Aisin no entendió qué estaba ocurriendo. ¿Qué clase de ahumador se podía enfrentar a siete?

Entonces lo comprendió, pero de nuevo era tarde.

—Un velablanca —susurró antes de que su corazón sufriera un ataque. Era una muerte rápida, muy piadosa, pero un velamorada no podría morir de esa forma. El chico no quería que sufriera, solo acabar con lo que debía hacer. Compasión, la misma que se tenía para matar a un animal que sufría.

Aisin veía a su escuadrón ser asesinado con rapidez por el velablanca mientras trataba de no morir en el frío suelo, convulsionando. Vio cómo la venda del chico se empapaba de lágrimas, formando una mancha de humedad en la tela. Al menos alguien sufriría su muerte, era irónico que fuera su propio asesino. De eso se trataba la guerra, ¿verdad? Matar o morir, pero la diferencia estaba en cómo matabas o en cómo morías.

Al día siguiente, en el Sagrado Palacio de Ashai, Aline recibió las cabezas decapitadas del escuadrón. Ella lloró. Lloró al ver que había enviado a seis chicos inocentes a su muerte y lloró al ver a su queridísimo Aisin como una cabeza, tratada sin ningún tipo de respeto. Entonces, frente a una gran asamblea, con un grito desgarrador de lamento, declaró, a su pesar, el inicio de la guerra contra el Imperio Alashiano. 

NOTA: hola, corremundos. Hace tiempo que no nos hablamos. Espero que el cap les haya parecido tan épico como me lo imaginé. Tardé días en escribirlo, porque me daba ansiedad. Quería que fuera perfecto. En fin, ya son 33mil palabras, estamos cerca del final. ¿O del inicio? Jejeje (risa malvada). 

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