INTERLUDIO I
Aline no recordaba a su padre.
El Devoto Mayor de la ciudad siempre le decía que había sido un hombre honorable, recto y con firmes ideales. Solo de esa manera había mantenido a flote un imperio tan basto como lo era elania. Solem el Pacífico, como lo habían nombrado tras su muerte, era todo un ejemplo para su gente. Había muerto muy joven, abriendo el imperio para tratados internacionales. Aline no podía recordarlo; era incapaz de recordar algo de su vida antes de convertirse en la Emperatriz. La viva imagen de Solem.
Gruñó suavemente, cansada de caminar por aquellos lujosos pasillos del Sagrado Palacio. Siempre yendo de un lado a otro, siempre rodeada por la Guardia Imperial. Ella siempre tuvo la idea de que no serviría de nada una docena de Guardias Imperiales si, como era tradicionalmente, no podían llevar armas bajo techo, menos en lugares sagrados.
—Mi señora —dijo el Devoto Mayor. Llevaba la típica túnica bordó del Sacerdotario y un libro de cuentas bajo el brazo. El hombre caminaba demasiado lento comparado con Aline.
—Devoto Selo —dijo ella—. ¿Alguna noticia buena?
—Desgraciadamente no —dijo él. Era de esperarse—. Se está esparciendo un rumor en Ashai. El Representante de Comercio está exigiendo una reunión con usted para resolver el tema de la toma de las Islas Impropias.
—¿Y qué tiene que ver ese tema con el comercio? —preguntó Aline. Ella llevaba puesto uno de sus vestidos abotonados ceremoniales más caros, de blanco intenso con bordados dorados en las mangas y en el cuello.
Su pelo negro se agitó con el viento. Los sirvientes del palacio se giraban a verla pasar a medida que la emperatriz avanzaba, luego seguían con sus tareas. En el Sagrado Palacio todos estaban ocupados, como debía ser.
—El Gran Bazar se está vaciando, mi señora —explicó Selo, tratando de alcanzar a Aline en velocidad—. Los rumores de una presunta guerra asustan a los comerciantes extranjeros. Los mansadianos regresan a sus tierras, los athoníes también.
Volvió a gruñir cansada. ¿No podía simplemente quedarse en un lugar encerrada para dormir un poco? ¿En serio el imperio estaba bajo una amenaza de guerra en su reinado? ¿No podía haber sido en dos generaciones más adelante?
«No», pensó ella y se detuvo en medio del pasillo. En cuanto apareció la pequeña velablanca aquel día hace tres años, aparecieron los problemas. Aparecieron las tareas. ¿Qué habría hecho su padre en su lugar?
—Informe de riesgos —exigió saber la emperatriz.
—Son la fuente de ingresos más importante de la capital —dijo el Devoto Selo—. Si se van, podríamos pasar por una crisis económica y quizá podría generar una especie de histeria colectiva.
—¿Algún consejo? —le pidió Aline.
El Devoto la miró extrañado. Casi nunca le pedía consejos.
—A mi parecer —dijo Selo—, solo hay una solución. Negociar con los comerciantes extranjeros más importantes, aclarándoles que no hay probabilidades de una guerra.
—Dependemos mucho de esos extranjeros —dijo Aline—. Elania debería ser autosuficiente. Irás a decirle al Representante de Comercio que no podré concederle una reunión y que vaya a pedir a la Sagrada Banca un préstamo de emergencias. Yo intentaré negociar con los comerciantes extranjeros.
—Buena decisión, mi señora —dijo el Devoto y se dio media vuelta para buscar al representante.
Entonces una de las blancas y rectas paredes a un lado del pasillo estalló en una enorme explosión, disparando escombros por todas partes. Rápidamente dos de los Guardias Imperiales cubrieron a la emperatriz mientras el resto sostenían un palo en la mano, mirando el agujero formado con recelo.
—¡Cubran a la emperatriz! —gritó un guardia.
Del agujero en la pared apareció una figura. Era un hombre enorme y fornido, vestido con harapos, como si fuera un vagabundo. Tenía una barba espesa y rubia, la cabellera cubierta por una capucha, la piel muy blanca para ser elaní. Aquello significaba solo una cosa: era un mercenario. Sus ojos estaban encendidos en una llama rosa que bailaba ardiendo de un lado a otro.
—¡Por Hiala! —gritó el hombre—. ¡Por las Leyes Sacras!
Arremetió contra Masis, uno de los hombres que protegían a Aline, dándole un puñetazo. En un pestañeo el estómago del Guardia Imperial estalló esparciendo las vísceras y la sangre por todo el pasillo. La imagen fue horrible, algo que Aline nunca había visto y le generó instantáneas náuseas y una parálisis. ¿Qué iba a hacer?
Uno de sus hombres la tomó de la muñeca y la haló hacia atrás, tratando de llevarla lo más rápido posible lejos del sitio. ¿Era un ataque? ¿Estaban tratando de provocar al imperio?
Aline corrió detrás de su guardia mientras escuchaba los gritos de los demás que habían decidido quedarse y defenderla. No iban a poder contra un ahumador si solo llevaban palos. ¿Quién había prohibido las armas? Era un sinsentido.
No quiso escuchar más.
—¡Suenen las campanas! —gritó el jefe de Guardias.
Unos segundos más tarde sonaron fuerte fuera del Sagrado Palacio, repitiendo el sonido metálico de la enorme campana. Hace siglos que no era tocada. Hace siglos que nadie se atrevía a atacar al Imperio más grande y poderoso del mundo. ¿O acaso ya no lo eran?
Entonces el velarosa apareció de nuevo, corriendo a una velocidad sobrehumana, destrozando a los Guardias que se interponían. Había perdido su capucha. Ahora se notaba que era un alashiano. Tenía muñequeras metálicas en los brazos, un tatuaje en la cara que decía Impuro, y unos ojos llenos de fervor asesino.
Pero antes de ser atrapada, un chico apareció.
Entró por un ventanal a un lado del pasillo, vestido de uniforme morado. La insignia de la espada y el búho en el pecho. Al fin llegaba uno. Era un Ahumador Imperial.
—¡Aisin! —exclamó aliviada la emperatriz.
El chico cayó frente al atacante velarosa y, sin un solo gesto, hizo que el velarosa sufriera un ataque cardiaco.
El alashiano terminó en el suelo.
Aisin usó demasiado poder, así que apagó su llama interna rápidamente, asegurándose de no perderse. Sin embargo, el atacar a un velarosa con habilidades de velamorada solían causar cierto daño al que la provocaba. Un poco de sangre empezó a gotear de la nariz del ahumador mientras veía al alashiano morir.
Aisin cayó de rodillas y vomitó.
—¿Era el único? —preguntó la Emperatriz.
—Era uno —contestó el ahumador—. Estoy muy avergonzado porque hemos dejado que se infiltrara en el Sagrado Palacio. Estoy dispuesto... ¡Ahgg!
Aline se arrodilló junto al chico y posó una mano sobre su hombro. Su vestido ya estaba manchado de sangre de todas formas. ¿Qué más importaba?
—Descuida, Aisin —dijo ella—. Quiero que hables con las familias de los caídos hoy. Iré a cada uno de sus entierros.
—Entendido, mi señora —dijo Aisin poniéndose de pie.
Ella lo imitó, alisándose el vestido.
—¿Sabes algo sobre esos tatuajes en su frente?
—Los Impuros son una facción del ejército alashiano —le dijo Aisin—. A veces las Sashian suelen mandar un escuadrón suicida o, como en este caso, un ahumador para hacer un desastre. Quieren causar pánico. Esas mujeres están mal de la cabeza.
—Es un mensaje —susurró Aline, comprensiva.
—Se podría decir así —coincidió el velamorada.
Aline reflexionó eso un segundo. No querían matarla ¿o sí? ¿Querían asustarla? Era un juego para ellas. Estaban dispuestas a perder a un ahumador solo para enviar un mensaje. ¿Quiénes mierda eran las Sashian alashianas?
—Es momento de enviarles un mensaje también —dijo Aline. En el fondo estaba aterrada, pero también estaba enfurecida. La estaban tratando como una niña, subestimando—. Aisin, quiero que formes un escuadrón de siete ahumadores.
—¿Vamos a contraatacar, mi señora?
—No —contestó ella—. Quiero que se infiltren y saquen información de sus planes. Ellos esconden algo. Tienen un arma secreta, solo por eso nos atacan sin miedo.
NOTA: Hola, corremundos. Te traje un nuevo interludio y probablemente se venga una sorpresita mañana por navidad.
Por lo poco que vieron de Aline, ¿qué les parece el personaje?
¿Por qué creen que los alashianos están atacando sin miedo a los elaníes?
¿Qué creen que será la sorpresa que les tengo?
Esta es la mujer en la que me inspiré para Aline.
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