EXTRA II
Esa noche el frío del mar obligó a la tripulación a guardarse y dormir en la parte de los depósitos del barco recién limpio. Alesi aprovechó que todos se habían quedado dormidos, menos la extraña pelirroja que seguía a Asane, para ponerse a leer un rato bajo la tenue luz de una vela. No era una vela selai, obvio, sino sería un idiota malgastando. Usar una vela selai para leer era como usar tu mejor espada para cortar madera; funcionaría, sí, pero no fue hecha para ese trabajo.
Estaba sentado con las piernas cruzadas y la cabeza metida en las páginas del libro. Estaba leyendo Una Daga y Dos Corazones, una clásica historia de amor. Había ahorrado monedas por mucho tiempo para poder comprarla. Había libros que costaban lo mismo que espadas y ese era uno de esos. De vez en cuando, cuando leía algo que no era muy apto de leer, levantaba la mirada y se aseguraba de que nadie lo estuviera mirando.
Alesi no era una persona muy romántica, pero si tenía curiosidad por la historia y decían que la novela había sido basada en una historia real, así que él no debía hacerla de menos. Claro, lo leía a escondidas. ¿Qué pensarían los demás si vieran al chico que alardea de ser culto, de haber leído a los más grandes filósofos y devotos, leyendo una novela romántica?
Pronto, dejó de prestar atención al libro y se percató de una voz muy hermosa que provenía de la parte superior del barco, quizás del puente. Estaba tarareando una vieja canción que Alesi había escuchado cantar a su padre, que había sido un trovador famoso en Lana. Aquello lo distrajo, ¿cómo no cantarla?
Una parte de él quería seguir leyendo, pero se levantó de la silla, cerró el libro y apagó la vela.
Athena lo miró de reojo.
—Tengo que orinar —se excusó él.
—No te pregunté —le dijo ella. Al velaverde le daba impresión de que era bastante agresiva.
Entonces, Alesi subió las escaleras, tratando de ser lo más silencioso posible para no despertar a los aspirantes. Estaba seguro de que no podría haber nadie arriba, menos con ese frío norteño, prueba de que se acercaban a Ashai.
Llegó a la superficie, donde una ráfaga de viento le hizo dudar de que fuera buena idea estar allí sin un abrigo.
Miró para todos lados y solo vio al contramaestre y a un timonel charlando mientras dirigían la fragata. El timonel tenía pinta de ser un mansadiano por lo alto que era, pero se había dejado crecer un poco el cabello plateado.
Los hombres se dijeron un par de cosas al oído y entraron rápidamente (y a los besos) a la cabina del capitán. ¿Podían dejar al barco sin timonel? Esperaba que sí.
La voz lo distrajo de nuevo, o más bien el canto. Le llamaba la atención, como las damas de hielo en aquellas historias de terror. Esperaba no encontrarse con el espíritu de una dama de hielo y que luego lo llevase a su morada para comerlo.
Llegó hasta la proa donde, detrás de unas enormes cajas de madera y un par de barriles de vino, una jovencita velamarilla colgaba los pies descalzos sentada en la orilla del barco, sujeta de la barandilla de madera, que no se veía muy segura. Ella era la que tarareaba la canción.
Alesi quería distraerla, pero prefirió esperar.
Sin embargo, ella se detuvo.
—Deberías estar durmiendo con los demás —dijo Mina. No se había girado y, desde ese ángulo, alcanzaba a parecerse un poco a Asane, pero más alta.
—No es obligatorio, supongo —contestó Alesi, todavía ubicado detrás junto a los barriles—. Además pasamos mucho tiempo de nuestras vidas en la cama, así que reducir la cantidad de horas de sueño es aumentar la cantidad de vida.
—¿Dormir no es vivir?
—Dormido no puede uno leer, ¿ese?
El barco se tambaleó. De noche las olas eran más tranquilas que de día. Al menos en ese lado del mundo. Y no es que él haya viajado mucho, de hecho era su primera vez en un barco, pero lo había leído en alguna parte.
—Aun así —dijo Mina—, hace mucho frío afuera.
—Puedo soportarlo. —Alesi se sentó a su lado, también sujeto de la barandilla.
—¿Seguro? —Ella lo miró de lado.
—¿Y tú por qué no estás durmiendo? —quiso saber él.
—Solo no puedo —contestó Mina, volviendo la vista al mar, con la mirada perdida.
—¿Los exámenes? —preguntó el velaverde.
—No —aseguró ella—. Estoy más que segura de mi desempeño. Voy a ingresar. Dentro de una semana seré parte de la Segunda Orden, una ahumadora hecha y...
—¿Y? —quiso escuchar Alesi. Él no miraba el agua. ¿Qué podría tener de interesante el agua? La miraba a ella.
—Y mi padre estará orgulloso —terminó de decir.
Alesi guardó silencio.
—¿Y por qué no estás durmiendo? —quiso saber de nuevo Alesi.
—Es muy raro que estés aquí conmigo —dijo Mina, cambiando de tema— y no persiguiendo a la velanegra.
—¿Te refieres a Asane?
—¿Hay otra velanegra en el grupo? —preguntó ella con cierta ironía—. Se nota que te gusta...
—¿Asane? —Alesi pareció sorprendido—. No, no, no —dijo—. Es solo una amiga. Una amiga interesante.
Ella se giró a verlo a la cara.
—¿Yo no te parezco interesante?
—Es..., bueno, son cosas distintas. —Alesi se notaba nervioso—. Interesantes de formas distintas.
—¿Cosas? —Mina sonó ofendida.
Alesi no sabía cómo tratar con las emociones femeninas. Se crio con sus tres hermanos mayores, su padre y su abuelo. No convivió mucho con mujeres hasta que conoció a su maestra, amiga de la familia, que también era velaverde.
—Estás evadiendo mis preguntas —dijo Alesi.
—Soy buena evadiendo —admitió Mina—, como tú eres bueno olvidando lo que hicimos en el Sacerdotario.
Alesi guardó silencio y la vergüenza trepo por sus piernas y llegó hasta su rostro donde se hizo notar. Lo que había hecho aquella noche fue más bien un accidente.
—No me acuerdo, ¿ese?
—¿Te lo hago recordar? —sugirió ella, acercándose al rostro del chico—. Fuiste muy tierno.
—Fue un beso accidental —dijo él.
—Fue mi primer beso —dijo ella—. Y uno puede ser un accidente, pero ¿los demás? Se ve que te gustó, carahuevo.
Él se sonrojó.
—Vuelves a evadir mi pregunta. Respóndeme —exigió él.
—Bien. —Soltó un suspiro—. No sé por qué te interesa tanto. Tengo pesadillas. No duermo hasta que me siento tranquila.
—Y no estás tranquila.
—No.
—¿Puedo ayudarte de alguna manera?
—Dudo que puedas hacer crecer una planta de ashishia en medio del mar, y dudo que nos dejen fumarla.
—Hay..., hay otra manera —susurró él.
Ella lo miró curiosa, los pies tambaleándose.
—Lo leí en un libro —continuó Alesi—. Más bien en muchos libros, ¿ese? —Estaba al tanto de que a muchos les molestaba su acento, pero a Mina parecía gustarle.
—Si eso me da sueño, lo quiero —dijo ella—, mientras no implique matar a nadie, claro.
—Acuéstate —ordenó él.
—¿Qué me vas a hacer, Alesi? —dijo ella con tono pícaro.
—Hazlo —dijo él.
Ella se acostó en la madera fría del barco. Sus pies seguían afuera, descalzos. Alesi no estaba seguro de seguir con la idea de hacerlo, pero pensaba que serviría de algo. Era un científico después de todo, debía experimentar. No todo era leer.
Entonces, Alesi comenzó a acercarse a ella, todavía sentado, con una mano dudosa de lo que iba a hacer. Luego, se acostó a su lado y la abrazó.
—¿Un abrazo? —preguntó ella.
—Dicen que así nuestros latidos se sincronizan —dijo él—. Si laten a la misma velocidad, entonces estarás tranquila.
—¿Eso lo leíste en varios libros?
Él guardó silencio y la abrazó con más fuerza. Se aferró a su cintura y pegó su pecho a la espalda de la velamarilla. Sintió un escalofrío cuando se dio cuenta de que ella, con un rápido movimiento, pegó sus nalgas a su entrepierna.
—Ups —dijo ella—. Me muevo mucho.
Alesi comenzó a sentir como su amigo se ponía duro lentamente mientras el calor de Mina lo absorbía, al igual que ese embriagante aroma a uvas de eshi. Esperaba que no se diera cuenta. Nunca había abrazado a una mujer por tanto tiempo, menos en esa posición.
—Te mentí —musitó Alesi, bajando un poco la mano hasta el tibio abdomen de la velamarilla—. No leí sobre eso.
Ella se sobresaltó cuando notó que la mano de Alesi no paraba de bajar. ¿Hasta dónde iba a llegar?
—¿Sobre qué leíste? —quiso saber ella, con la voz agitada, mordiéndose el labio inferior.
—Si tuvieras más paciencia —dijo Alesi, pasando sus largos dedos debajo de la cinturilla de los pantalones de Mina—, te lo mostraré.
—Muéstrame. —Sonó más como suplica que como sugerencia. Su voz se había agudizado al sentir el tacto del velaverde tan cerca de...
Llegó. Ella dio un respingo. Su respiración entrecortada. Mina había esperado mucho por algún encuentro así, en las noches cuando se tocaba sola pensando en él, pero ahora que estaba ocurriendo, no sabía cómo reaccionar.
Alesi se detuvo en esa zona tan delicada, justo en la orilla, palpando suavemente como un ciego tratando de descubrir donde estaba. Sus dedos estaban fríos, pero el calor de su cuerpo iba en aumento. Se sentía muy excitada.
—No debemos estar haciendo esto —susurró ella, atemorizada de que algún maestro los encontrase. ¿Qué pensarían de ella si vieran la situación en la que se encontraba, con uno de sus compañeros metiendo una mano en sus pantalones?
—¿Quieres que me detenga? —preguntó Alesi, serio. Su aliento caliente se sintió muy cerca del cuello de ella, lo que la hizo estremecerse por dentro.
—No —dijo ella, reprimiendo un gritito ahogado de placer cuando el chico apretó su mano por su entrepierna—, por nada en el mundo.
Ella se volvió a acurrucar, con el trasero rosándole la entrepierna al chico. Sentir aquella erección, no solo le levantaba la autoestima, sino que también le provocaba sentirse más húmeda de lo que ya estaba.
Entonces, Alesi comenzó a mover los dedos en círculos, solo dos dedos, sobre la parte superior de su intimidad. Ya no solo la estaba acariciando, sino que hacía lo mismo que ella hacía por las noches. La masturbaba. Quizás era la primera vez que lo hacía, pero lo hacía bien.
Ella soltó una pequeña exclamación. Esperaba no ser escuchada por nadie más que por él.
Empezó a moverse con más rapidez, cambiando los patrones, como seguramente lo habrá leído en uno de esos libros que había dicho. ¿Cómo habían llegado a ese punto?
Ella gimió, sintiendo como el miembro del velaverde palpitaba detrás de ella, clavándole la espalda baja como un cuchillo oculto..., o más bien un martillo. Un martillo muy tentador.
Ella no pudo evitarlo y llevó su brazo para atrás y se cruzó sobre el brazo del chico, formando una cruz. Buscó como una víbora a su presa, metió su mano en los pantalones del chico hasta que dio con el miembro de Alesi y se aferró a él como si fuera el mango de una espada.
Entonces también lo masturbó, apretujando esa cosa, mientras él seguía frotándola, como haciendo masajes en su intimidad. Mina estaba mojada, muy mojada, pero se sentía cómoda, caliente, suave. Alesi metió más velocidad y ella arqueó su cuerpo, alejándose momentáneamente del de él.
De repente, su cuerpo se puso tenso, como las cuerdas de un piano bien agudizado. Los juegos de Alesi la hicieron temblar, pero ella no paró de masturbarlo. Unos gemidos suaves y vergonzosos escaparon de sus labios. Se sentía empapada, bañada en su propio jugo.
Entonces, Alesi le tapó la boca. Ella no entendió por qué hasta que...
Algo ocurrió en su cuerpo. Sentía que estaba flotando, pero que sus huesos y sus músculos se convertían en piedra. Flotó, metafóricamente, temblorosa, palpitante. Sintió que había inhalado humo por primera vez, como si estuviera a punto de estallar en una gran bola de luz. Y soltó un gemido.
Gemido que hubiera despertado a todos de no ser por la mano que le había tapado la boca.
Entonces su cuerpo se relajó completamente. Era como aquella calma que venía después de una tormenta.
Alesi se recostó en el suelo, esta vez mirando hacia el cielo nocturno, pensativo. Mina, en cambio, se giró para verlo.
—Deberías prestarme esos libros —dijo ella.
—Los libros no se prestan —dijo Alesi—, pero te puedo enseñar todo lo que leí.
Ella sonrió y bostezó. Sí que había funcionado.
...
NOTA: SEXOOO masomenos.
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