29 - 🕯️La elegida y los muertos🕯️


ASANE.

Alguna vez había sentido ira. Era un sentimiento muy común en todos, supuse. Sin embargo, ahí estaba de nuevo, pero más fuerte. Desear la muerte de alguien era pecado. Lo sabía porque mi abuela me lo decía siempre, pero, en cuanto lo vi no pude evitar imaginarlo morir.

El asesino de mi padre estaba montado sobre una loba blanca, tan grande como lo era Lilo. Lo recordaba; era un peligroso Velanegra. Ese hombre lo había hecho de nuevo, quitándole la vida a otras criaturas inocentes. Además molestando a los muertos, manipulando sus cuerpos con un fin maligno y egoísta. Sin duda se merecía algo mucho peor que la muerte.

—Hija —llamó mamá. Agarró mi mano y me estiró hacia los carromatos—. Hay que escondernos.

Recordé a mis amigos. A mi padre.

—¡No, madre! —contradije, liberándome de su fuerte agarre—. Hay que pelear.

Busqué mi vela entre mi ropaje, pero los cadáveres ya nos rodearon. Cuerpos podridos y desmembrados con los ojos negros. La Composición era una magia extraña: podía hacer cosas maravillosas, como hacer crecer flores en el desierto; pero también cosas horribles, como levantar a los muertos. Athena atacó a algunos con sus cuchillos. Era muy hábil, así que se deshizo como de seis en un momento.

Sin embargo, eran miles.

Desenvainé la espada que llevaba en la cintura. Aún no sabía manejarla y todavía me parecía pesada, pero tenía que cubrir a mi madre. La defendería aunque me arrancaran las manos y no pudiera hacer mucho.

Eloín hacía una exhibición de sus poderes de ahumador. Un Velazul como él, era poderoso. Atravesó la mitad del ejército muerto como si se tratara de una cosa sencilla. Cadáveres salían despedidos por los aires a causa de las feroces ráfagas de viento y otros eran aplastados por unas rocas voladoras. Algunos eran chupados por la tierra y otros perdían la cabeza. Él estaba enfurecido.

Aún más que yo.

—¡Athena! —grité. Ella cortó la cabeza a uno—. ¿No puedes causarle parálisis o algo desde lejos?

Corté a la mitad a un muerto. Desprendió un olor infernal y la sangre oscura manchó mi chaleco. Nunca había visto algo tan asqueroso. Maté a alguien por primera vez, pero ya estaba muerto. Aquello me dio nauseas.

—No puedo —respondió Athena. Aplastó el cráneo de un cadáver dándole un codazo. Eran frágiles—. Tiene algo que impide que use mi magia en su cuerpo.

—¿Eso es posible?

—Solo con una poción —dijo ella, esquivando a un par con mucha agilidad—, pero no creo que...

Mamá gritó. Un muerto saltó de arriba del carromato y la atrapó. Luchó como pudo, pero no lo sacó de encima. Luego logré librarla de sus garras sucias cortándole la cara en vertical. El cuerpo cayó al suelo. Mamá se alivió.

Miré de reojo a Eloín.

Ya estaba cerca del Velanegra. Lo consideraba un hombre hábil y poderoso, que podría enfrentarse a cualquier persona. Sin embargo, esa no era una persona, sino un monstruo. Un Ahumador que podía levantar muertos, crear armas con la sombra y usarla para transportarse de un lado a otro. Un monstruo capaz de descomponer tu cuerpo hasta la muerte solo con tocarte.

—Eloín no podrá solo —le dije a Athena.

Ella seguía rebanando y apuñalando cadáveres. Había una pila de ellos tirados en el suelo, rodeándola. Sus poderes no serían útiles, porque no puede influenciar en muertos. Pero quizá podría ayudar al Velazul. Dos Ahumadores expertos contra uno. Podría ser una batalla igualada.

—No te dejaré sola —me respondió.

Mi madre empuñó una espada que le había quitado a un cadáver. Apuñaló a uno y yo me deshice de tres.

—Estaremos bien —dijo mamá—. Son más débiles de lo que parecen. Estaremos bien.

—Enciende tu vela cuando puedas —me dijo Athena y se dirigió hacia donde estaba la verdadera batalla.

"Ojalá pudiera encender mi vela", pensé. Pero no podía, porque los muertos no paraban de atacarnos. No podía distraerme. Lo único que me quedaba era pelear.

—Quedamos tu y yo, hija —dijo mamá. Se veía con ánimo y posaba como una brava guerrera, espada en mano. Me llenó de orgullo y me inspiró.

—Apunta a la cara, madre —le sugerí cansada—. Sino seguirán arrastrándose.

—¡Vuelvan a su tumba! —gritó mamá. Solo lanzaba estocadas y tajadas hacia cualquier dirección esperando alcanzar a uno.

Ella apuñaló a dos y yo la imité. Me estaba cansando y mi respiración se entrecortaba. Seguían viniendo de a tres y defendernos era una tarea relativamente difícil, considerando que mamá no sabía empuñar bien una espada y yo apenas era una niña. Necesitábamos huir.

—Hazlo —dijo mamá, segura de sí misma—. Yo te cubro. Enciende esa vela mientras hago tiempo.

—Madre no.

—Confía en mí, hija —pidió. Más cadáveres la atacaron y ella logró deshacerse de unos.

Entonces lo hice lo más rápido que pude. Busqué mi vela, la encendí y luego inhalé. Atraparon a madre y la mordieron. Mis ojos brillaron el blanco. Sentí el poder. Mamá gritó de dolor mientras otro me atrapaba a mí también.

La Danza de la Llama se detuvo donde yo quería. Descubrí que podía manipular a la propia Llama Interna como quisiera. Entonces todo estalló. Aún no sabía cuánto era capaz de hacer Componiendo, pero sentía en mi interior una fuerza casi infinita. Me dio miedo.

Grité. Y el grito liberó a los muertos de los hilos que controlaba el Velanegra con su poder. Cayeron todos los cadáveres y mi madre se salvó. No sentí nada bajo mis pies, como en aquel sueño profético. Entonces me di cuenta que estaba volando. Realmente esta vez, unos metros sobre el suelo. Miré mis manos, absorta. Era un poder impresionante y era la primera vez que liberaba tanto poder sin desmayarme. Aunque ya estaba al límite.

Mi madre estaba herida, así que bajé hasta ella apagando mi Llama Interna.

—Madre —dije. Su brazo estaba sangrando y tenía rasguños en la cara y las piernas—. Te dejé sola. Lo siento.

Ella ladeó la cabeza, sonriendo.

—Hiciste bien —me felicitó—. Eres muy fuerte, Asane. Tu padre habría querido ver esto.

—Seguramenteestaría llorando de la felicidad. —Sonreí, pensé en papá y luego me quedédormida.



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