28 - 🕯️Caminos y sangre🕯️


ATHENA.

El carromato se tambaleó.

Perdí la noción del tiempo. No pude evitar hacer preguntas por todo el camino, mientras el día y la noche pasaban al otro lado de la ventana. Habíamos pasado por un par de pueblitos con no más de un puñado de chozas. Las más grandes presumían tener una habitación y una estancia con techos de paja y unas cuantas gallinas alrededor.

Traté de buscar algún punto de referencia histórica en el trayecto, como la Torre de la Vela o el Puente de los Mártires. Sin embargo, nunca había ido a Ashai, por lo que todas esas estructuras antiguas, estatuas gigantes y terrenos moldeados eran nuevos para mí. Aunque ya había oído del gran Imperio Elaní, ver la capital en persona era una experiencia distinta.

—Pareces emocionada —me dijo Eloín.

—Ashai es increíble —le respondí.

Él estaba sentado justo a mi lado. Yo no sabía qué tipo de relación teníamos, pero a veces deseaba tenerlo más cerca para que calmara esos latidos acelerados que él mismo causaba. El orgullo me impedía arrimarme. Quería saber si pensaba en mí de la misma forma, pero no quería preguntárselo. Era cuestión de dignidad.

Él escribía algo en un cuaderno de viajes que siempre dejaba en un cofre. En el Reino de Atho aquello era un arte reservado para la aristocracia; duques y príncipes. Me pareció extraño que un pobre plebeyo tenga esa habilidad.

—No estamos en la ciudad todavía —explicó sin despegar los ojos de las páginas—. Apenas estamos en los asentamientos exteriores. Aún falta para llegar.

Miré de nuevo la ventana. El sol estaba alto y su luz se filtraba a través de un bosquecillo de árboles de abedules y otros que no supe reconocer. El sol nos observaba, siguiéndonos a cada ciudad que llegábamos, como si el mismo Tó nos estuviera juzgando.

—Ya veo —musité, absorta—. Aun así es un muy lindo paisaje.

—Lindo, lindo —repitió como saboreando la expresión, mirándome con una sonrisa burlona—. Es extraño escuchar esa palabra de tu boca.

—Créeme, no la volverás a escuchar cuando te corte las orejas —dije, amenazándolo con la mirada.

—Ahí está la Athena que conozco —celebró—. La mujer a la que no le gusta que le digan halagos.

—Es un poco difícil aceptar una mentira.

—¿Por qué sería mentira decir que eres hermosa?

Me aguanté las ganas de golpearlo. Por alguna razón, que él me lo dijera fue satisfactorio.

—Cuando vives como una mercenaria —expliqué—, te das cuenta, por las malas, que las personas te dicen lo que quieres escuchar sólo por interés.

—Quiero que te sientas cómoda conmigo —confesó—, es por eso que te molesto. No todo intercambio esconde un plan maligno detrás.

—Es complicado entender tu lógica.

—Toma —dijo, arrancando una hoja del cuaderno en el que había estado escribiendo—. No quiero que la leas hasta que estés a solas.

Se lo iba a arrancar de la mano, pero aprisionó el papel y nuestras manos estuvieron juntas por unos instantes que parecieron eternos. Se rindió y cedió, aunque yo hubiera esperado un rato más.

—¿Es algo vergonzoso? —pregunté. Solo por malicia y porque estaba siendo molesto conmigo, la abrí.

—Te dije que no...

—Cállate —ordené.

Estaba escrito en verso libre, no en rima. Era un poema. No estaba segura si tenía faltas de ortografía, ya que no era mi idioma, pero se veía bien. Por dentro estaba a punto de llorar mientras lo leía. Decía unas cosas muy lindas. Cosas que nunca me habían dicho. Mi mano tembló.

—Esto es... inesperado —le dije, sin mirarlo—. Eres patético, pero muy tierno.

—Tú una asesina muy despiadada.

—Gracias —le repliqué sonriendo. Supuse que era un halago, así que pensé en decirle otro—: Eres muy bueno escribiendo. Me costó mucho aprender la forma extraña en la que escriben los elaníes, pero tu estilo es casi artístico.

—El imperio apoya mucho la educación —respondió él—. No somos como los de alashiai, donde solo las mujeres pueden escribir. Aquí no hay mucha diferencia entre hombres y mujeres, por eso no hubo revueltas desde hace siglos. ¿Has oído de la Rebelión de Invierno?

—Odio hablar de política —se metió Asane.

Ambos miramos a la pequeña intrusa entrometida.

—¿De qué te gusta hablar? —pregunté.

—Dijiste que eres Athoní —recordó Asane—. ¿Cómo es allá? Lo único que sé es que ustedes inventaron la moneda y el papel. Me lo dijo mi abuela. Ella era una mujer muy inteligente. ¿También tienen una Torre de la Vela?

—Bueno, en el Reino de Atho los Ahumadores están mal vistos —contesté—. Somos desterrados si nos descubren componiendo. Antes era peor porque los mataban a corta edad, condenados a los ganchos. Todavía hay gente que nos mira mal.

—¿Por qué? —Asane parecía emocionada.

—Nos ven como si fuéramos demonios —contesté, recordando las cosas horribles que me decían mis propios parientes—, porque accedemos a un poder que es reservado solo para Dios.

—Yo escuché que las mujeres son calvas —agregó Eloín, otra vez arruinando una conversación seria.

Asane no evitó la carcajada.

—Si quieres conservar esos dedos —dije—, mejor no vuelvas a hablar, Eloín.

—Solo necesito dos —contestó sonriendo.

Desenvainé mi cuchillo. Él puso los ojos en blanco.

—¿Entonces no son calvas? —preguntó la niña, interrumpiendo mi reacción.

—Eso es en el Reino Mansadiano —corregí sonriendo como pude—. Nuestros vecinos. Creo que es por un tema de practicidad. Para ellos el cabello largo es un malgasto y una pérdida de tiempo. Allí todos son unos estirados y aburridos.

—Última pregunta. ¿Por qué estás tan emocionada por llegar a Ashai? —preguntó con tono burlesco Eloín—. ¿Será por... una... promesa?

Me puse roja. Asane no entendió.

—Vuelves a mencionar ese tema —le dije—, bastardo pagano, y lo único que haremos ahí será arrojarte vivo a una fosa con serpientes venenosas.

—Hablando de entierros —dijo en voz alta para que todos escuchemos—. Justo a la derecha se encuentra uno de los cementerios más sagrados del Imperio Elaní.

Miramos todas por las ventanas que daban a ese lado. Túmulos de roca y cadáveres de aristócratas. Un lugar bonito para morir. Solo costará una vida de ahorro. No hacía falta ser un estirado Mansadiano para llegar a la conclusión de que eso era un desperdicio de terreno.

Luego, la caravana se detuvo. A Eloín, que había estado haciendo bromas todo el día, se le borró la sonrisa. No entendí por qué hasta que me di cuenta. Los hasei no debían parar a menos que haya algo que amenace el camino.

Todos salimos del carromato trasero y caminamos hasta el frente. Lo que vimos fue horrible. Eloín soltó un lamento desgarrador. Ambos hasei estaban tirados en el suelo, bañados de sangre. Lilo y el sinnombre habían tenido una muerte rápida, cortados por una espada negra. La espada de un hombre que ya conocía.

Asane también sollozó.

Montado sobre una loba blanca, con su abrigo de plumas negras, Elosei tapaba el camino. Sus ojos brillaban en negro puro. Negro muerte.

—Tardaron más de lo que creí —dijo Elosei, haciendo una mueca.

—¿Cómo sigue vivo? —musité, abrumada.

De pronto, Eloín ya había inhalado el humo de su vela y, aún con lágrimas en los ojos, atacó.

Estaba furioso. Elosei había asesinado a su única familia. Lo único que lo mantenía aferrado a la vida según me había dicho él mismo.

En su ataque ya no estaba la intención de salvaguardar a Asane, sino de vengar a Lilo. La intención de arrancarle la cabeza a un hombre con las manos. Sin embargo, del cementerio comenzó a acercarse un ejército. Cadáveres y esqueletos se arrastraron mientras otros subían al carromato. Un ejército de muertos.


NOTAS DE AUTOR.

Holaaaa, Corremundos. Estamos cada vez más cerca del final. ¿Que te está pareciendo?

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