27 - 🕯️Pirámide y ofrendas🕯️


ELOIN.

Recuerdo que en mi niñez mi madre me leía sobre famosos guerreros Ahumadores que guiaban sus ejércitos a través de los bosques. En la literatura y en los cuentos infantiles solían describir los bosques como un lugar hermoso, apacible y silencioso. Esos amantes de la naturaleza tenían una tendencia notable de mentir sobre la realidad de las cosas o no han ido a un bosque en su asquerosa vida.

Era horrible por la noche. Resultaba difícil avanzar por esa senda repleta de malezas traidoras y breñas malolientes. A Lilo le fascinaba trotar en los lugares más sinuosos, pero su macho parecía reusarse a ir más rápido.

Athena y yo montábamos los hasei, siguiendo el aroma que Asane dejaba como rastro. Era un aroma irreconocible por el olfato humano, pero si por mi ave. No sabía si Lilo ya había puesto huevos, pero me preocupaba. Nunca se había emparejado, así que desconocía todo el proceso. Aun así, eso no iba al caso.

Habíamos cabalgado por horas con el miedo de que algún animal salvaje nos atacara. Aquello solo nos retrasaría. Sin embargo, gracias a los dioses, no ocurrió ese tipo de desventuras a pesar de sentirnos levemente perseguidos.

—Aquí —llamó Athena. El hasei sin nombre se detuvo cerca de un risco—. Mira al otro lado. Es el pie de una montaña, pero parece ser una...

—Pirámide —terminé de decir con la vos quebrantada por quedar pasmado. Era una estructura antigua, casi milenaria—. Estoy seguro de que es aquí.

La pirámide era de una época tan remota que se había fusionado con la naturaleza que la rodeaba, mezclándose con enramadas y hojas secas que habían sido llevadas por el viento hasta allí desde hacía mucho tiempo. En mis años recorriendo el continente con Lilo, nunca había visto algo similar. Parecía una montaña.

Nos acercamos lo suficiente como para darnos cuenta de que la enorme entrada estaba siendo protegida por varios mushais. Parecían simios pero eran más altos y hasta más inteligentes. Quizá eran una media docena de ellos, pero no teníamos la certeza porque la oscuridad no nos dejaba verlos con claridad.

—Debemos encender las velas —sugirió Athena. Ambos estábamos escabullidos tras unas rocas negras que salían del suelo—. Adentro ha de haber un ejército.

Miré su rostro. También estaba nerviosa, aunque tal vez no quería admitirlo.

—Hagámoslo —susurré—. Esos peludos no se lo esperarán. Dos Ahumadores contra un montón de ratas gigantes. Dos guerreros infalibles contra...

—¿Siempre le sacas la seriedad a las cosas?

—Admite que te diviertes a mi lado —le dije, espada en mano, mientras buscaba mi vela selai en los bolsillos de mi saco.

—Divertido sería verte agonizando en el suelo mientras vomitas sangre.

—Eso es cruel. Y muy descriptivo.

—Era un chiste —aclaró.

—Si así son los chistes en tu reino, no quiero ni imaginarme cómo serán los cortejos.

Me dio un golpe suave en el hombro y luego encendió su vela. Inhaló. Sus ojos brillaron en morado. Sin duda era una mujer muy poderosa, aunque no llegaba al nivel experto de un Maestro de la Torre de la Vela. Yo tampoco. Había desertado a mitad de mis estudios.

—¿Podrías encargarte sola de ellos mientras encuentro mi vela? —pregunté, pero antes de que termine la frase ella ya se había metido a la madriguera.

Habían cerca de nueve mushais armados, pero todos cayeron al suelo sin siquiera ser tocados. Uno detrás de otro. Aturdir a muchos enemigos al mismo tiempo era una de sus habilidades, pero el efecto solo duraba un par de minutos. Aquella entrada tal vez era la única salida.

Me apresuré atrás de ella. Lo encontré. Mi vela azul. Estaba muy usada, pero aún servía. La encendí mientras cruzábamos, apurados pero con cuidado, el umbral iluminado en el fondo del pasillo. Las estatuas se iluminaron levemente. Inhalé y sentí el poder introducirse. Mis ojos brillaron en azul eléctrico.

Un par de mushais armados y enfurecidos saltaron al descubrirnos. Los repelí con ondas de viento y salieron despedidos hacia cualquier lado. Otros atacaron a Athena y terminaron revolcándose en el suelo con ataques de convulsión. Le lanzaron piedras desde lejos, pero yo la protegí con escudos de tierra.

Fue entonces que me di cuenta del enorme interior de la montaña. Me lo esperaba, pero aun así fue impactante. Un templo ancestral vuelto una madriguera de mushais. Muchos de ellos actuando como humanos. Era una ciudad entera. Millares de mushiais.

Pero luego oímos un grito. Todos se detuvieron. Era un mushai de pelaje marrón quien calmaba a sus soldados, si es que se les podía llamar así. Detrás de él vislumbré una pequeña figura que reconocí al instante. Era Asane, pero vestida con una saya blanca y rodeada de lo que parecían ser sirvientas. Todos se arrodillaron ante ella.

Asane corrió a abrazarnos.

—Llegaron —nos dijo, como si lo hubiera dudado en algún momento.

—¿Qué ocurre aquí? —le preguntó Athena—. ¿No iban a sacrificarte?

—Son amigos —afirmó Asane, tomándonos de las manos—. Creen que soy la diosa Nami. Piden que les ayude a salvar el bosque.

—No tenemos tiempo —recalcó Athena—. Diles. Debemos irnos.

—Nosotros tuyos —dijo uno de los mushais.

Yo miré a la niña, confundido, esperando que ella supiera darle sentido a lo que dijo.

—Es como un saludo tradicional de los mushais —explicó—. Vamos, chicos. Ellos están siendo hospitalarios. Al menos debemos aceptar su comida.

—Tu madre quiere verte —le dije, calmado, tratando de no enfurecer a sus admiradores—. Está con el corazón en las manos. Seguro pidiéndole al dios de los caminos que te traigamos de vuelta.

—Tienes razón —reconoció. Ella agachó la mirada con resignación—. Estoy siendo muy poco empática con mi propia madre.

Yo asentí.

Un guerrero mushai se acercó a mí y se arrancó el pelaje. Debió dolerle mucho, pero me lo ofreció. Asane me obligó a aceptarlo.

Unos minutos más tarde la niña habló con el líder de los mushais y le prometió regresar. Verla así, con cierta autoridad me hizo notar su madurez. A pesar de su edad parecía comprender el mundo mejor que hombres de experiencia. Entonces lo convenció y nos dejaron ir. No sin antes darnos comida para cien personas.

Lastimosamente era ensalada.


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