25 -🗡️Noche de Espadas🗡️
ASANE
Sonaron las campanas de advertencia. El ataque había comenzado. A lo lejos, desde la Torre de las Velas, pudimos darnos cuenta de que el Gran Bazar estaba, sin dudas, destruido. Mi madre vivía en Meinmei, muy cerca de allí. ¿Qué era esa esfera luminosa que había explotado? ¿Qué ahumador podía hacer algo así?
—Entonces —dijo Ade—. ¿Nos quedaremos a ver cómo resuelven lo de nuestras calificaciones? Todos se están yendo a la batalla. Creo que hasta vi al velarosa de la espada machete. ¿Saben quién es?
—Todos lo saben, Ade —dijo Alesi, pero nadie lo sabía y se notaba en sus miradas; yo incluida—. ¡Vamos! Es el que partió a la mitad un barco con machetazos. Dano el Manolimpia.
—No lo conocen ni en su casa —dijo Sam con el tono desalentador que siempre lo acompañaba. Sacó de su riñonera unas cuantas frutitas de andános: bolitas rojizas y anaranjadas con líneas amarillas en el centro.
—¿Llevas eso en el mismo lugar donde están tus velas selai? —quiso saber Mina. Parecía asqueada.
—Los guardo para ocasiones de mucho estrés —Le ofreció un par—. ¿Quieres unos? Son adictivas.
—No. —Parecía enfadada—. Estamos en medio de una puta guerra, Sam.
—Por eso mismo —dijo él y se metió un par a la boca antes de decir el resto—: Situaciones... de estrés.
—Yo si quiero —dijo Ade, estirando una mano y Mina le fulminó con la mirada—. Bueno, ya no quiero.
—Debo irme —les dije a los chicos.
Ellos me miraron. Siana estaba impaciente, con la mirada perdida desde la explosión.
—Yo también —dijo Mina, sacando una vela selai de su estuche—. Al menos para evacuar a la gente cercana a la costa. No puedo quedarme con los brazos cruzados sabiendo que puede haber alguien allá sufriendo. —Fijó los ojos en mí—. ¿Podrías llevarme?
—Claro —le dije.
Un hombre uniformado de verde salió de la Recepción y comenzó a llamar a los más jóvenes.
—¡Todos adentro! —gritaba.
—La Torre me aburre —dijo Sam. Estaba segura de que era la primera persona en siglos en decir algo así—. Yo voy. Prefiero estar en la guerra que aquí viendo como ancianos uniformados escupen órdenes.
—Ayudaré a Mina —dijo Ade—. No soy bueno peleando. Apagaré incendios al menos.
—Si vas a pelear con alashianos —dijo Alesi mirándome—, debo ir para registrar tus ataques. Ya se me están acabando las páginas.
Asentí. Mientras ellos inhalaban humo, muchos de los ahumadores que había en la Torre comenzaban a ir apurados hacia la zona del ataque. Velamarillas, velazules, velaverdes, velanegras. Todos tenían una forma distinta para transportarse.
Siana también había decidido ir conmigo.
—No te dejaré —dijo con señas y se sonrojó.
—Dime —le dije en lengua de señas—. Las bolas amarillas ¿qué eran?
—Cuando un velamarilla se excede y no apaga su llama interna, explota —dijo Siana—. Las sashian ordenaban a sus soldados a sobre-exigirse para luego obligarlos a ser armas vivientes.
—Eso suena horrible —musité.
—Ya vamos —dijo Mina—. No perdamos tiempo, Asane. ¿Puedes llevar a todos en un solo viaje?
—Sam, Ade, Alesi, Siana, tú y yo. —Estaba dudando poder lograrlo—. Son muchos. Pero quizás puedo. Agárrense de las manos.
—¿Eso es necesario? —preguntó Sam—. No soy un aficionado al contacto físico.
—No lo sé —dije—. Nunca lo hice.
Todos se tomaron de las manos.
Recordé la primera vez que lo hice. Era en el ataque del velanegra en namsa, cuando había asesinado a mi padre. Yo había inhalado la vela de Nami y tomé de la mano a mi madre. Solo deseé estar lejos y desaparecimos. La tercera y la quinta vez que lo había hecho fueron para visitar a los mushai y enseñarles a hablar. Iba sola, pero de vez en cuanto llevaba a Iaia y Shai a las bibliotecas cercanas y ellas se quedaban fascinadas. Solo me tomaban de la mano y unos segundos después ya estábamos a cientos de kilómetros de distancia.
Eso mismo ocurrió.
Unos instantes después, ya estábamos en medio del Barrio Dala, justo al lado del Gran Bazar. Sentí mi llama interna bailando alocadamente, así que la apagué para no arriesgarme. ¿Qué ocurría a una velablanca si mantenía mucho tiempo la llama interna encendida? ¿Explotar? ¿Atraer una tormenta? ¿Descomponerse? Omon no había escrito sobre eso.
—Por todos los dioses —musitó Mina, mirándome. La velamarilla tenía el uniforme bien puesto. Sus ojos encendidos en una llama dorada—. Tus ojos. Son blancos, no negros. No entiendo...
—¿No eres una velanegra, o sí? —preguntó Ade.
—No lo es —dijo Sam con frialdad—. Los velanegra solo pueden transportarse en lugares visibles. Ella nos transportó a todos con los ojos cerrados.
Mierda. Ahora lo sabían y no había forma de excusarme. Sin embargo, no era momento para preocuparse de que se supiera mi identidad. El barrio de Dala se estaba prendiendo fuego y los gritos de la gente comenzaban a sonar más cercanos.
—No lo soy —confesé—. Soy una velablanca.
—Querrás decir —dijo Alesi—: la única velablanca.
—Eso es increíblemente... —comenzó a decir Ade.
—Muy bien —dijo Mina—. Luego nos preocupamos por eso. Comiencen a evacuar. Hagamos equipo de dos. Yo voy con Alesi. Asane con Siana, Ade con Sam. Busquen sobrevivientes en la zona más cercana al mercado.
Sorprendentemente hicimos lo que ella decía. Ade y Sam, se fueron hacia las murallas de la capital; entre un montón de casas apiladas e intrincados pasillos y Siana me siguió hacia la costanera del Gran Bazar.
Mina es una gran líder, pensé, pasando sobre un charco de sangre. Aquella visión era perturbadora. Estábamos en una zona de guerra y casi no había personas. ¿Se habían ido? Entre casas destrozadas y escombros en las calles, logramos llegar a la costanera de Dala. A nuestras espaldas estaba el Gran Bazar (o lo que quedaba de él) desprendiendo humo. Lo que hace unas horas era el mercado más grande del continente, ahora era un montón de ceniza, escombros y fuego. Los gritos y lamentos se escuchaban tan fuertes como...
Siana no los escucha, pensé y la miré.
Ella miraba el Mar de los Lamentos. Algo se acercaba a lo lejos. Una gran flota de barcos con velas altísimas. Se oyeron tambores marcando los ritmos. Había quizás un centenar de fragatas. ¿Dónde estaban nuestros barcos?
Luego aparecieron. Nuestra flota, más bien de la Guardia Imperial, comenzó a avanzar hacia el enemigo. Venían de los flancos. Del este y el oeste. Eran menos de cincuenta. ¿Cómo planeaban ganarles?
—¡Ayuda! —escuché cerca del mercado.
Señalé a Siana la dirección y fuimos.
Cuando nos metimos en el marcado, parecía haber un aroma a muerte hedionda viajando con el aire y el humo y la ceniza que había dejado las explosiones de hace rato. Bolas gigantescas del color del sol. ¿Se habían suicidado por orden de una sashian? De solo pensarlo se me erizaba la piel. Entonces encontramos un agujero en el piso, tan grande que pudo haber estado allí una cuadra entera de casas. Pero no había nada. Solo la huella de una explosión.
La costa se había vuelto un campo de batalla. No, más acertadamente, era un matadero. Un par de cadáveres se encontraban calcinados a un lado de la calle. La calle estaba irreconocible, con los adoquines esparcidos por doquier y, lo que antes pudo haber sido el techo de una casa, se encontraba taponando la salida. Las tiendas estaban prendidas fuego y el humo acariciaba las nubes.
—Debo buscar a mi madre —susurré, pero estaba segura de que Meinmei todavía no había sido atacada.
—¡Alguien! —gritó una voz femenina. Entre los escombros de una casa.
Nos adentramos y sacamos a una mujer mansadiana y a sus hijas de debajo de una pila de maderas. La hija mayor estaba herida y las otras dos sorprendentemente sanas, aunque temblando de miedo. Luego rescatamos a una familia entera de elaníes de una casa que se estaba a punto de derrumbar y después a un par de personas atrapadas en un incendio. En total eran diez personas.
Pronto de la costa comenzaron a llegar botes de remo con casi una docena de hombres en cada uno. Esos hombres, según la descripción que me había dado Siana de ellos, eran los Impuros: guerreros entrenados desde pequeños para seguir ordenes de sus señoras.
—¿Podrás llevar a diez? —quiso saber Siana.
Nos encontrábamos todavía en el mercado.
—Creo que sí —dije—. ¿No vas a venir?
Ella negó con la cabeza y miró a los Impuros acercarse desde las costas con lanzas y hachas dobles.
—Me encargaré —dijo Siana con gestos duros y decididos. Sus brazos crecieron de un instante a otro, como si se hubieran inflado y las mangas de su traje se desgarraron. Hasta se vio más alta.
¿Es normal que me guste más ahora?
—Si hay más sobrevivientes —continuó Siana—, voy a protegerlos. No lo dudes.
—Se ven peligrosos...
Ella se acercó a mi rostro y acarició mi mejilla con ternura, como si quisiera tranquilizarme.
—Un ahumador vale por cien hombres —dijo—. Apaga tu llama interna si crees que algo anda mal en tu interior. Ya lo sabes. —Me dio un beso corto y rápido en la comisura de mis labios—. Cuídate.
—Cla... sí, sí —dije sonrojada y girando para ver a los sobrevivientes. Estaban asustados—. Tómense de las manos —ordené—. Iremos a la Torre.
Hicieron lo que les dije y los transporté. Los llevé al Bosque de las Espadas, porque no estaba segura de que las personas comunes podrían ingresar a la Torre. Los dejé ahí y noté que muchos ahumadores habían tenido mi misma idea, solamente que no podían traer diez personas en un solo viaje. Muchos velanegras se me quedaron mirando y me dio la sensación de que habían descubierto lo que yo era. La última velablanca.
Mi corazón comenzó a latir demasiado rápido. El dolor era insoportable y caí al suelo lleno de hojas secas, arrodillada y apretando mi pecho. ¿Un paro cardiaco? ¿Es así como voy a morir?
No, no debo morir...
Apagué mi llama interna de inmediato. El dolor se desvaneció al igual que el poder.
Metí mi mano en mi estuche y saqué una vela selai. Inhalé y varias personas se me quedaron viendo mientras mis ojos se encendían en una intensa llama blanca.
—Arrodíllate, hija —musitó una mujer anciana a su hija mientras ella misma se inclinaba.
—La Renacida —comprendió un hombre de la edad de Eloín, mientras también se arrodillaba. Las gentes de atrás hicieron lo mismo.
—¡Ha regresado! —gritaron unos—. ¡Nami nos la ha enviado de vuelta para salvarnos!
La ansiedad hizo que me temblara la mano, así que presioné uno de mis dedos izquierdos con mi mano derecha. Respiré y regresé a donde dejé a Siana.
Cuando regresé, Siana estaba sentada sobre una pila de cadáveres de una quincena de hombres rubios y barbudos. El uniforme rosa que llevaba, se había manchado de sangre y aún no había apagado su llama interna. Lo noté porque sus brazos seguían hinchados.
Hizo la seña de "te lo dije".
Me acerqué a ella. La imagen de todos esos cadáveres debajo de ella y la sangre que le había salpicado, era un tanto perturbadora, pero se veía extremadamente hermosa bajo el brillo de la luna. Es una Hija del Silencio, pensé. Fue entrenada para asesinar. Está acostumbrada.
—Tu llama interna —le dije.
Ella leyó mis labios porque enseguida la apagó y sus brazos volvieron a la normalidad, no así su ropa.
—Regresemos con Mina —dijo Siana en lengua de señas—. No hay sobrevivientes aquí.
La tomé de las manos y, con el desplazamiento sombrío, regresamos al Barrio de Dala.
Mina hizo una especie de linterna con la luz de su mano y buscaba entre las tiendas caídas. Afortunadamente habían atacado de noche, cuando la mayoría de las tiendas cerraban y todos regresaban a sus hogares. Pero ¿cuánto les costará reconstruir todo eso?
—Alesi —dijo la velamarilla, apuntando con sus manos linterna a una pared caída—. Ven y levanta esto.
—Ya voy —dijo el velaverde.
Alesi se acercó a ella e hizo un gesto con las manos. Entonces una enorme raíz salió del suelo y levantó la pared caída. Debajo... una pareja aplastada de la cintura para abajo. Debieron morir solo unos minutos atrás, gritando por ayuda mientras dejaban de sentir las piernas.
Alesí bajó de nuevo la pared, no sin antes sacar a la pareja y dejarlos a un lado de la calle.
—Esto es horrible —soltó él.
Nos vieron y vinieron hacia nosotras.
—¿Tuvieron mejor suerte? —preguntó Mina.
—Rescatamos a diez personas y —Miré a mi amiga velarosa— Siana mató a varios de los alashianos que llegaron por la costa.
—Nosotros ayudamos solo a un par de athoníes —dijo Alesi—, pero prefirieron ir rengueando a que les ayudemos a encontrar un lugar seguro.
—¿Sam y Ade? —quise saber.
—Ahí vienen —señaló Mina hacia las murallas.
El velazul y el velaroja venían hacia nosotros con una fila de personas detrás; muchas de ellas estaban heridas y otras eran arrastradas en camillas improvisadas. Conté más de veinte adultos y doce niños. Por el rostro que unos tenían, supuse que seguramente habían visto morir a sus seres queridos ese día.
—Diles, diles —dijo Ade cuando ya estaban lo suficientemente cerca. El gordito estaba sonriente como siempre y el humor del velaroja contrastaba bastante.
Es la misma cara que tiene Athena cuando Eloín hace un chiste, recordé.
—Ade y yo hemos hablado —dijo Sam—. Me encargaré de llevar a estas personas lo más lejos posible de la capital. Ustedes quédense y hagan lo que tengan que hacer. ¿Estás de acuerdo, Mina?
—¿Por qué me preguntas a mí? —quiso saber ella.
—Eres jefe de escuadrón, supongo —respondió.
Ella parecía alegre con eso.
—Pue... puedes irte..., soldado —dijo nerviosa.
—No te lo tomes tan en serio —dijo Sam sin una sola sonrisa—. Das vergüenza ajena. —Se giró y guio a las personas hacia el sureste.
Quedamos Ade, Siana, Mina, Alesi y yo. A nuestro alrededor solo escombros y ruinas de un barrio con hogares y familias destruidas a causa de la guerra. Nunca me había sentido tan impotente. ¿Podría acaso yo detener esa continua matanza? Recordé entonces...
La Renacida. Enviada por los Dioses a salvarlos.
—Asane. —Esa voz interrumpió mis pensamientos—. ¿Había más alashianos en la costa?
—Probablemente envíen más —dije.
—Mataste a una Sashian —dijo Mina—. Esto te será mucho más sencillo.
—Si Siana pudo con quince —dijo Ade—, podríamos detener unos cuantos si...
Una sombra blanca. Llevaba una venda sobre sus ojos y una túnica que le cubría el cuerpo hasta los pies. Era alto y parecía de mi edad, aunque de piel clara y pelo oscuro. No era elaní, pero tampoco alashiano. Se posó detrás del velaverde y le susurró algo al oído.
Luego desapareció.
Alesi permaneció duro como una piedra.
—Asane —dijo Siana—. ¡Aléjate!
Entonces el velaverde desenvainó un cuchillo de cocina y lo clavó en el cuello del pequeño velazul.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top