24 - 🕯️Las puertas y las llaves🕯️


ELOIN.

Con los ojos cerrados, lo vi y lo viví todo de nuevo, casi con la misma claridad de estar ahí. Me horrorizó como siempre. Me lamenté como siempre. Un tornado, mi pueblo, mi casa. Mi hija y mi esposa. Lo perdí todo. Algunos no vivían tanto tiempo como yo cargando con la misma culpa. Se distraían, asumían sus fallos, se reconciliaban con su pasado haciendo sus vidas de nuevo. Sin embargo, para mí era imposible perdonarme. Y quitarme la vida era demasiado piadoso. Yo merecía arrastrar esas cadenas.

Los hasei galoparon y el carromato se tambaleó un rato. El sonido de las ollas metálicas colgadas en el exterior se asimilaba al sonido de la lluvia. Ver a Asane disfrutar emocionada del paisaje mientras el carromato se movía, me hacía el viaje más placentero.

Verla sonriendo y con la mirada de una niña maravillada por conocer un mundo nuevo, me hacía la vida más llevadera. Ella no apartaba la vista de la pequeña ventana a un lado del carromato. El marco estaba humedecido porque por las pequeñas grietas se metía la lluvia. Mientras más nos dirigíamos al norte, más normales se hacían las inclemencias del clima.

Pasó una semana. Cada día estábamos más cerca de la capital del imperio. Cada paso, cada camino nos llevaba a Ashai. Habíamos pasado por un par de pueblos en busca de alimentos entre tanto Athena y Melina vendían sus manualidades. Algunas de esas manualidades colgaban prendidas a un telar que cubría la parte interna de la pared del carromato. Me recordó a una tienda del mercado Gran Bazar, en la capital.

—¿Puedo invadir tu espacio? —Aquella pregunta me hizo volver del ensimismamiento.

Melina se acercó hasta la esquina donde yo me encontraba. Limpió todo el lugar y parecía estar más hermoso de lo que estuvo nunca. A veces mi mente deliberaba y me hacía pensar que a ella no le gustaba limpiar, sino que evitaba estar quieta. Estaba huyendo de sí misma.

—No puedo negarme —dije apretando los labios—. Sé que soy irritante, pero aprecio mucho la compañía de vez en cuando.

Ella se sentó a mi lado.

—Agradezco mucho tu ayuda —me dijo—. Sé lo difícil que debe ser romper una promesa.

—Si es para proteger —respondí haciendo un ligero gesto con mis manos— estoy dispuesto a Componer de nuevo. Asane es una niña increíble.

Ambos la miramos. Los entrenamientos iban cada día a mejor. Asane ya podía apagar su Llama Interna con facilidad gracias a las técnicas respiratorias de Athena. Su tutoría era imprescindible en cada práctica. A pesar que en su nación estaban prohibidas las prácticas ahumadoras, ella sabía numerosos trucos.

—Temo mucho por ella —dijo la madre—. Aún no comprende la magnitud de su condición. Ni siquiera yo lo puedo asimilar todavía. —Agachó la mirada—. ¡Dioses! Es solo una niña.

—No soy muy religioso —le dije, buscando consolarla—, pero si Nami quiso que ella fuese su reencarnación estoy seguro de que tiene sus motivos. Es el destino.

En ese momento Athena se nos unió a la conversación. Había dejado de lado sus manualidades, guardando sus hilos dentro de una pequeña caja de madera que escondía bajo la cama. Las últimas noches había dormido conmigo en el suelo mientras que Asane y su madre compartían el camastro. Melina se alegraba de esa decisión.

—Deberíamos detenernos aquí, Eloín —sugirió Athena, parada frente a mí.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Melina.

—Miren por las ventanas —pidió Athena con insistencia—. Hay un largo río atravesando la jungla. Tal vez podrías enseñarle a Asane a hacer extensiones con el agua.

—Claro —le dije. Y se me ocurrió algo—: O podrías enseñarle a controlar un ejército de hormigas.

—¿Para qué controlar un ejército de hormigas? —preguntó Athena.

—Diversión —respondí—. Ella podría controlar a unas y tú a otras y haríamos una especie de guerra en miniatura. ¿No te parece divertido?

Ella me miró con ojos inquisidores, cruzando los brazos. Si se tomaba así todas mis bromas, la relación no tendría futuro alguno. ¿En qué estoy pensando? ¿Una relación? Ni siquiera estoy seguro de su cordura.

—¿No tenías más de treinta? —preguntó Athena.

—¿Y eso en qué afecta a mi ejército? —pregunté, dándole un sorbo a mi vino.

—Deberías dejar el alcohol —sugirió ella y luego se volvió para mirar a Asane.

Miré por la ventana por donde Asane miraba. El río del Eterno Puente se extendía desde lo lejos atravesando como una flecha la jungla. Arboles de verde y rosa concedían paso al caudal, temerosos de su fuerza. Estábamos dentro del Elanato de Ashai.

—Athena tiene razón —añadí. Me levanté de mi esquina y tomé en fondo blanco lo que quedaba de vino—. Además el cielo nublado la hará más fuerte si entrenamos enseguida.

Nos detuvimos y bajamos a buscar la mejor zona para entrenar. Solo fuimos la niña, Athena y yo. Melina quedó sola junto al carromato, pues prefería no ver los entrenamientos. Al parecer era muy sensible. De todas maneras, ella era la encargada de hacer la cena, así que tendría una buena distracción para la tarde.

Llegamos a la orilla del río, donde no había tantos árboles y el agua estaba más calmada.

—Será aquí —le dije. Había traído una espada y una cuerda.

Asane se acercó al agua, se agachó y la tocó. Estaba vestida con una saya color tierra y una chaqueta de cuero azul. Llevaba un cinturón en donde envainaba una daga. Días antes me había dicho que prefería la lanza, pero Athena insistía que debía aprender primero a pelear con cuchillos. Era esencial.

—Bien, pequeña —dijo Athena, pasándole una vela blanca—. Enciéndela. Hoy vas a aprender a mover las aguas a tu gusto. Hay que aprovechar mientras el ambiente está húmedo.

Asane la tomó. Conseguir nuevas velas blancas costaba un montón. Debíamos hacerlo en pequeñas cantidades para no levantar sospechas. Generalmente las velas selai blancas solo se usaban para venerar a Nami en sus altares. Este era un caso distinto.

Asane encendió la vela.

—¿Qué hemos aprendido estos últimos días, Asane? —le preguntó Athena. Se llevaba bien con la enseñanza, como si ya lo hubiera hecho alguna vez.

—Hacer crecer flores —enumeró la niña—, hacer que un pájaro me obedezca, apagar mi llama interna, aplacar las emociones.

—Generarme un increíble dolor de cabeza —agregué, recostado en un árbol, observándolas cruzado de brazos.

—Tú decidiste ser el sujeto de pruebas —dijo la queridísima Athena—, no tienes derecho a quejarte.

—¿Para qué bajamos al río? —preguntó la niña.

Yo me acerqué antes de que Athena respondiera a la cuestión.

—Imagina esto —le dije—. Un Ahumador es alguien que tiene una llave. Esa llave lo hace acceder a puertas de donde uno obtiene sus habilidades. Tú, pequeña Asane, tienes las siete llaves. Hoy debes abrir la puerta azul. Como cuando hicimos que empujaras hojas con una ventisca.

Ella asintió e inhaló la llama. Sus ojos brillaron en blanco. Su Llama Interna bailaba en su interior, esperando abrir las puertas.

Esa tarde le enseñé la forma del agua hasta que pudo detener el caudal y separar una parte del agua del río en una pequeña esfera de agua. Aquello fue un logro satisfactorio, pero no era suficiente. Aprovechamos la humedad y le enseñamos a usar el río como fuente.

Dos horas más tarde, y dos velas seguidas más, levantó un brazo y del agua se elevó una extensión de su poder. Una cola larga de agua siguió sus mismos movimientos exitosamente.

—Apaga tu Llama Interna, niña —le dije—. Ya se está haciendo de noche. Volveremos a la caravana mientras haya sol todavía.

—¿No vas a felicitarla? —preguntó Athena—. Se esforzó mucho.

—¿Es todo? —dijo Asane. Al parecer estaba emocionada, aunque su respiración delataba su cansancio.

—Me gusta tu entusiasmo, niña. —Tomé mis cosas y me dispuse a irnos—. Sin embargo, me muero de hambre. Fue más que suficiente lo de hoy. Lograste mucho.

Escuché el tronar de una rama, el movimiento de las plantas y el susurro de la jungla. Antes de que pudiera decir algo, estábamos rodeados.

No eran hombres, pero estaban armados con lanzas y hachas de piedra. Eran peludos y aterradoramente grandes, como de dos metros. La mayoría estaban en los árboles. Solo uno caminaba sobre la tierra, descalzo.


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