18 - 🕯️Tormenta y montaña🕯️
ELOIN.
Unos imbéciles habían atacado la caravana por la mañana. Aproveché que Athena había usado sus habilidades para aturdirlos y me lancé a atacar en un combate cuerpo a cuerpo. Que ella sea una Velamorada me hacía preguntarme cosas, pero en esos instantes era el menor de mis preocupaciones. Mi Llama Interna aún estaba fuerte y debía luchar. Ambos estaban en el suelo, pero el efecto no tardó mucho en desaparecer y volvieron a ponerse de pie.
—Ve a buscar a Athena y a la niña —ordenó la mujer grandota al otro mercenario. Sin duda era una Velarosa al juzgar por el físico supermejorado y la absurda resistencia a mis ataques.
El hombre, rubio como alashiano, corrió hacia el bosque. Al parecer Asane había logrado huir. Me tocaba enfrentarme a la Velarosa y luego buscarlas también. No estarían muy lejos.
Los cadáveres de más de una docena de mercenarios estaban esparcidos por el suelo, rodeando el carromato y el improvisado campamento. Athena era muy buena asesina, si es que eso era algo bueno. Su estilo de combate superaba incluso todo lo que había aprendido en el Ejército Imperial antes de desertar. No había dejado a ni uno vivo, solo a la Velarosa frente a mí.
Volví la mirada a esa mujer. Me arrodillé y pegué mis puños al suelo, concentrándome en la Llama Interna. Diminutas piedras y granos de arena comenzaron a escalar mis brazos, formando una especie de armadura alrededor de mi cuerpo. Si debía enfrentarme a una Velarosa debía hacerlo con lo mejor que tenía.
—¿Estás seguro de querer hacer esto? —me preguntó caminando hacia mí—. Llevo años especializándome en mi cuerpo. Ten por seguro que no saldrás ileso.
—No pretendo hacerlo.
Una oleada de piedritas salió disparada de mi armadura hacia ella. Ella se cubrió el rostro y avanzó como si se tratara de nada. Llegó hasta mí y golpeó. Mi escudo de arena se deshizo y el golpe me lanzó lejos. Rodé al caer y volví a tocar el suelo, recuperando rápidamente mi armadura de piedras.
Sentí que los brazos me dolían. Esa mujer golpeaba duro. Mis piernas temblaron.
—¿Por qué quieren a la niña? —pregunté solo para distraerla. Estaba seguro de no poder ganar en combate, pero si en estrategia.
—Quédate quieto —dijo la mujer dando un gran salto que la trajo hasta mí. El suelo tembló—. Voy a aplastarte entre mis brazos.
—Mujer, a mí me gustan más las cariñosas —dije mientras retrocedía—. Podríamos hablar un rato primero y dejar que, ya sabes, lo nuestro fluya.
—Eres muy bocón —me dijo—. En Alashiai te colgarían de un gancho por hablarle a una mujer sin su permiso. Sería un gran espectáculo.
—¿Así se divierten allá? —pregunté sonriendo—. Aquí somos más de apuestas y deportes. ¿Haces deporte? Se te ve muy... bien.
—¡Cállate! —Intentó darme un golpe de gancho izquierdo que esquivé. Era lenta.
Retrocedí mientras pude. No era de hablar mucho al parecer. Me propinó unos cuantos golpes y yo solo resistí, cubriéndome con ambos brazos. En un salto mi pierna fue a parar a su cuello con toda mi fuerza, pero no le hizo mucho. Logré hacer que se tambaleara, pero me dolieron los huesos. No tenía oportunidad.
Mi Llama Interna estaba a punto de apagarse, no debía dejar que se apagara sola. Un vago recuerdo de la tragedia pasó frente a mis ojos. Una tormenta. Destrucción. Mi hogar. Mi hija. Juré no volver a usar estos poderes. Juré no encender una vela nunca más, pero este era un caso extremo. No pude proteger a mi hija, así que debía proteger a Asane.
La mujer volvió a golpearme. Esta vez sentí una costilla rota tras el empujón. Mi armadura se deshizo de nuevo. Estaba indefenso. Sin embargo, como si tratara de un milagro, Melina apareció detrás de mí y me dio una espada.
—¡Gracias a Saho! —celebré.
—Termina esto, Eloín —dijo Melina.
Asentí y me puse de pie.
Mis ojos brillaron en intenso azul. Asane estaba en peligro y debía acabar con esa pelea. Pequeños rayos azules bailoteaban a mí alrededor. Tenía una tormenta en mi interior y debía expulsarla. Levanté mi espada y de una lejana nube gris en el cielo, que con seguridad yo había llamado inconscientemente, descendió un rayo.
La mujer atacó.
Un impacto. La mujer resistió mi primer rayo, pero en su rostro habitaba la sorpresa.
Segundo impacto. Su piel comenzó a debilitarse, haciendo que caminara más lento.
Tercer impacto. Siguió de pie. Apagué mi llama porque usé todo mi poder.
Estaba expuesto. Si ella resistía mis ataques, seguro nos mataría. Sin embargo, por fortuna, la mujer cayó arrodillada, también apagando su Llama Interna. Pero, a pesar de que respiraba con dificultad, se levantó con cuchillo en mano y chocamos metales. Ella me dio un golpe, y aún sin su piel endurecida tenía mucha fuerza. Mi nariz goteó sangre al igual que mi boca.
Cruzamos espada y cuchillo de nuevo varias veces. Ella era experta con su arma y casi logró darme unas punzadas en mis tontos descuidos. Yo estaba oxidado, como el filo de mi espada; sin embargo logré desarmarla con una combinación de fintas y estocadas. Hasta que quedó indefensa al fin.
—No toques nada —le dije, apuntándole con la espada— y levanta las manos.
—¿No vas a matarme? —cuestionó. Al parecer estaba esperando eso.
—Voy a atarte. Seguro tu cabeza tiene precio.
—Me pareces un crédulo —me dijo sonriendo maliciosamente—, pero no me sorprende. Es de esperar viniendo de un hombre.
Levantó las manos. Busqué a Melina con la mirada. Esa mujer aparecía y desaparecía de la nada. Me asustaba.
—Melina —la llamé, cuidando que la velarosa no haga un movimiento brusco—, busca una cuerda. Hay que atarla. Tenemos que...
El filo de una daga atravesó el pecho de la Velarosa. Sus ojos se giraron hacia un lado, buscando respuestas. La mujer cayó y el suelo se manchó de sangre. Melina desde atrás miró el cuerpo temblando y dejó caer el arma del delito. Noté que era la primera vez que robaba una vida. Aquella no era una buena sensación.
—Ella hubiera hecho lo mismo, pero a nosotros. —Su voz se quebró.
Fui a consolarla, tomándola de las manos. Le di la razón y agradecí su ayuda.
—Debemos buscar a Asane —me dijo.
—Seguro están muy lejos.
—Descuida —me respondió, como sabiendo de mi preocupación—. Está segura con Athena. Confío en ella.
Oí un graznido. Era Lilo.
—¿Los liberaste?
—Creí que iban a ayudarte —dijo ella—, pero se dedicaron a... aparearse.
Lilo se acercó a nosotros alegremente. No pude creerlo. La muy zorra lo había logrado. Logró conquistar al indomable. Sabía que en un par de meses quizá ya pondría un par huevos.
—Lo lograste, campeona. —Le rasqué la cabeza.
Lilo graznó en respuesta.
—¿Se te ocurre donde podríamos empezar a buscarlas? —me preguntó Melina—. El bosque es muy grande.
Recordé entonces que los hasei son buenos buscadores. Siempre fueron muy útiles en la caza de cerdos salvajes o de algún otro animal escurridizo.
—Busca una ropa vieja de Asane —le pedí—. La buscaremos montados en los hasei. Estamos a tiempo.
Ella asintió y fue al carromato trasero. Yo solo miré el desastre. Reparar aquellos enormes daños me llevaría todo el condenado día.
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