15 - 🗡️Hija del Silencio🗡️
SIANA
No pude leer los labios del Devoto Asaia, pero estaba segura de que estaba ordenando llevar al Sacerdotario los cuerpos encontrados en el bosque por los exploradores. Estábamos Asane, el Devoto, un par de maestros ahumadores y yo. Cuando amaneció llevamos a Athena junto a maestros velaverde y velamarilla para que la atendieran.
Aún no había hecho muchas preguntas al respecto de lo sucedido entre la alashiana y Asane, pues, para que todo estuviera más seguro, el hombre dividió grupos de cinco Guardias Imperiales por escuadrón para recorrer los alrededores de las áreas urbanas y parte del bosque exterior. Luego ordenó a los maestros ahumadores llevar a sus Aspirantes a la ciudad.
Me alegró que no los hayan traído. Según mi maestra, la mayoría de esos Aspirantes decían que yo era espeluznante, tenían la impresión de que era una velanegra a pesar de mi uniforme rosa. Se alejaban de mí porque creían que no quería hablarles porque lo intentaban y yo los ignoraba, pero por obvias razones no podía contestar una pregunta que me hacían estando detrás de mí. Y estaba feliz con que las cosas sean de esa forma, pues yo no estaba allí para hacer amigos, yo estaba allí...
Para infiltrar a una sashian al campamento. La misma sashian que había matado la noche anterior en un arrebato de punzante arrepentimiento. ¡Malditas emociones! ¡Las Hijas del Silencio no debíamos dejarnos llevar por ellas! Tantos años de duro entrenamiento, tantos años de maltrato, tantos años infiltrada entre los elaníes por esa misión. Al final no sirvieron de nada.
Asaia se giró. La maestra velaverde, creo que se llamaba Aisana, también fijó los ojos inquisidores en mí. Asane estaba a mi lado, sin haberme dicho nada en todo momento.
—¿Están bien? —preguntó el maestro, haciendo señas con la mano mientras movía los labios. Eso facilitaba mucho que lo entendiera. Me caía bien.
Ambas asentimos.
—Ya pueden contarnos lo que ocurrió en el bosque —dijo otro maestro con los brazos cruzados, un velazul. No sabía que yo estaba sorda—. Tómenlo con calma, no les pasará nada.
—Sobrevivieron y mataron a una maldita Sashian, por los dioses, deberíamos hasta premiarlas.
—Tus palabras, Aisa —dijo Asaia.
Los maestros callaron, esperando respuesta. Miré a Asane, su rostro estaba despreocupado y hasta con una pequeña sonrisa. A veces me parecía empalagosamente optimista.
—Me buscaban a mí —dijo Asane—. La mujer dijo que sus planes resultaron mal, porque supongo que esperaban que yo estuviera dormida. Seguramente encontró a Athena, pelearon y, como Athena no estaba componiendo, acabó ganando.
—Gracias a Saho que guio su camino —dijo el Devoto.
—¿Qué pasó después? —preguntó el maestro velazul. Este era un hombre con un rostro amigable—. ¿Por qué no llamaron a un maestro en vez de meterse solas al bosque?
Miré de nuevo a la renacida.
—Estaba preocupada por Athena —dijo Asane. No pude evitar fijarme en el moretón que tenía a un lado de su rostro y un corte pequeño en la comisura de los labios. ¿Qué le hubiera pasado si yo no hubiese intervenido?
—Aun así no debiste arriesgarte —dijo el Devoto—. Si Salasai se hubiera quedado, esto no... —Se detuvo y pensó por un segundo como si hubiera entendido algo—. Una misión falsa. Ya me pareció extraño que la carta no hubiera pasado por mí. Era una trampa.
—¿Sala estará bien? —preguntó Asane.
—Recemos a Saho para que nos la traiga de vuelta —dijo el Devoto—. Estoy seguro de que está bien.
—Niña, Salasai es subcomandante de la Primera Orden —dijo el velazul—. La conozco bien. Dudo que le hicieran algo. Es por eso que la alejaron de ti, porque sabían que si se enfrentaban a ella, las cosas se pondrían complicadas.
Asane no dijo nada, pero se veía tranquila.
—Devoto Asaia. Esa maniática estaba vestida con el uniforme de la Guardia Imperial, ¿no es así? —dijo la velaverde a la que se la apodaba Sangre Venenosa—. ¿Quiere decir que tenemos un infiltrado entre nosotros?
Fijé mi vista en el hombre negro con túnica. Sentí como si algo pesado trepara por mi cuerpo y sentí la necesidad de inhalar humo y desaparecer de allí. Regresar a ¿casa? Ya no tenía casa y lo más probable era que, por traicionar a las sashian, la emperatriz Hiala mandase a ejecutar a mi madre también.
Él se fijó en mí, con esos oscuros ojos compasivos. Estaba segura que sospechaba. Era de esperarse.
—El mensajero —me dijo—. ¿Lo recuerdas?
—Yo... —No supe qué decir, siquiera si me oían.
Alguien tocó mi hombro con suavidad y sentí como la ansiedad que paralizaba mi cuerpo, comenzó a menguar.
—No creo que hayan infiltrados —dijo Asane y quitó la mano que tenía sobre mi hombro—. Y si los hubo, Athena habrá acabado con ellos anoche. Deberían revisar los cuerpos.
¿Acababa de mentir por mí? ¿A caso no le importaba que haya intentado dejar que la mataran?
—Ella me salvó —dijo luego Asane—. Acabó con la mujer alashiana con un solo golpe.
—Bien —dijo entonces el Devoto—. No agobiemos más a las... aspirantes, y vamos a empezar con la investigación. —Se giró para ver de nuevo a Asane—. Mientras tanto, resguárdense con los demás y pónganse a estudiar.
—¿Estudiar? —pregunté. Se suponía que mi misión terminaba en esas instancias. Pero ya no había misión y seguía siendo Aspirante de los velarosa.
—Sí, Siana —me dijo Asane sin un ápice de rencor en la mirada a pesar que era una traidora—. La otra semana serán los exámenes teóricos. ¿Quieres estudiar conmigo?
Me tomó de la mano. Solía hacerlo muy seguido, sin vergüenza, como si un "sígueme" no bastara. Estiró de mí como una niña estira de su primera muñeca y me llevó hacia el Sacerdotario de Omon, el templo dentro de la ciudad. Nunca había querido tanto poder inhalar humo para aumentar mi sentido del tacto. ¿Por qué? Yo no estaba acostumbrada al contacto, a que me miraran como ella me miraba, a sentirme como ella me hacía sentir.
¿Listos para los exámenes?
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