14 - 🕯️La espada y la puta🕯️
ELOSEI.
Lo único que recordé del día anterior era una terrible pelea con una loba blanca. No supe como terminé vivo, pero parecía un milagro. Obra de los dioses. Era irónico porque no creía en ellos. Recordé a la Cazadora, Athena. Otra vez una mujer me había humillado, como lo hicieron toda mi vida.
¿Dónde estaba? Me dolía todo el cuerpo, pero por alguna razón estaba cómodo. Ya no estaba en un suelo siendo atacado por una manada de lobos. Estaba en una cama.
Desperté e intenté erguirme, pero el dolor en la espalda me lo impidió. Abrí los ojos y la tenue luz de las velas reveló un cuarto. Estaba en lo que parecía una tibia y acogedora cabaña elaní. Tradicional, con hilos por todos lados y velas hasta en el techo. Solo unas cuantas, de las comunes, estaban encendidas.
—No te esfuerces mucho —dijo una dulce voz en las sombras. Una hermosa mujer, que mis ojos tardaron en revelar, estaba peinándose el cabello, casi rubio como en el norte, sobre una silla a un costado de la cama.
—¿Qué carajos hago aquí? —pregunté con ligera hostilidad. No veía mi espada por ningún lado y me encontraba en paños menores.
—¿Te salvé la vida y así me lo agradeces?
Gruñí confundido.
—Tu mascota está durmiendo en la otra habitación. No fue fácil encadenarlo. —Se levantó y comenzó a caminar a mi alrededor, como estudiándome—. ¿Quieres comer? Dormiste todo un día. Aposté a que morirías esta noche. Soy buena curando heridas, pero lo tuyo era impresionante. No entiendo como sigues respirando.
Olía tan bien...
—Mira... —comencé a decir—. No soy bueno agradeciendo ni pidiendo disculpas.
—No eres de por aquí.
—¿Por mi acento?
—Por tu constitución física —dijo la mujer yendo hasta una mesita donde había unos platos de comida—. Eres alto, de huesos rígidos, músculos y fortalecidos. Tienes ojos muy claros para ser elaní y además tu cabello es como de...
—Alashiano —terminé poniéndome al fin de pie—. Supongo que revisaste todo lo que tenía y sabes lo que soy. Sabes lo que hago y para qué lo hago.
—Oí un par de rumores además. —Acercó la mesita hasta unas sillas ubicadas frente a la cama—. Tu cabeza tiene un precio, rubio. Si te encuentran van a matarte.
—No tienen posibilidad.
—Créeme que lo sé —me dijo, indicándome con las manos la mesa.
La comida estaba humeante y el aroma me llamaba la atención. Tenía el hambre de un hasei en verano.
—Por alguna razón los dioses te quieren vivo —continuó ella—, como sea que te llames. Me pusieron en tu camino, rubio.
Decidí acercarme y sentarme. Comer un poco me haría recuperar fuerzas. Tenía bastante deseo de probar esa comida. La fuerza de todos los hombres venía de la comida. Mientras menos comía, más débil era, así que acostumbré a mi estómago a tragar como si fuera un cerdo.
—De ninguna forma —respondí—. Mi destino no depende de los designios de unos absurdos e inexistentes dioses, mujer.
—¿Entonces no crees que nuestro encuentro fue planeado? —preguntó casi con lástima ella—. Muy decepcionante. Yo ya me estaba haciendo ilusiones.
—¿Dónde están mis cosas?
—No estás en condiciones para irte.
—¿Quieres que te pague por curarme? ¿Por la comida? Creo que sabes cuantas monedas de plata llevo.
—Sí, sé cuántas llevas, pero no necesito monedas —confesó. Se movía de forma tan pecaminosa que no pude evitar los malos pensamientos—. Creo que nunca van a faltarme monedas. Soy una dama de compañía. Una prostituta, mejor dicho.
—No comprendo, mujer.
—Querido, dime Namai. No te preocupes, no te estoy pidiendo favores sexuales. Estoy aburrida. Esta ciudad no tiene nada que ofrecerme.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Quiero que me cuentes tu historia —contestó ella— y a cambio, te dejo ir. ¿Es un trato?
—O podría simplemente tomar mis cosas e irme. —Probé un bocado del guiso de huevos. Estaba increíble—. No puedo perder mi tiempo.
—Podrías hacerlo, querido —dijo Namai—. Sin embargo, no te diría donde está tu espada. No creo que valga mucho, pero se ve que le tienes cariño.
Me levanté y me acerqué a ella en un arrebato de furia. Esto no era un juego, ¿cómo se atrevía a desafiarme? Juro que iba a tomarla por el cuello y someterla.
—Voy a obligarte a decirme dónde está... —le dije.
Sacó un cuchillo y se lo puso en el cuello. El filo estaba tan cerca de su piel que creí que iba a cortarse. Aquello hizo que me detuviera de inmediato. ¿Había perdido la razón?
— No le temo a la muerte —me dijo—. Si te acercas me quito la vida y no volverás a verla.
—Esto es... —Me reí. Nunca había reído tanto.
—¿Te parece gracioso?
—Me tienes acorralado, Namai Prostituta.
—No hace falta que añadas mi oficio seguido a mi nombre. No tengo por qué avergonzarme, pero de igual manera suena extraño.
—Me llamo Elosei. —Volví a sentarme, cansado. Solté un suspiro—. ¿Qué parte de mi historia quieres que te cuente?
—¿Cuando descubriste que eras un Ahumador? —preuntó Namai entusiasmada—. Es muy raro ver a uno que venga de ese lado del mundo. Quiero saber del Imperio Alashiano.
—Alashiai es una gran nación gobernada por mujeres —le conté—. Supongo que eso ya lo saben todos. Los hombres solo son educados como guerreros desde la niñez, mientras que las mujeres pueden dedicarse al gobierno y a la educación.
—Suena simple.
—Desde fuera sí —le di la razón—, pero vivirlo es distinto. Tenemos prohibido mirar a una mujer sin su permiso, o hablarles siquiera. Me mantuve puro hasta que logré escapar de Alashai.
—¿Nunca tuviste relaciones hasta que saliste de tu nación? —preguntó haciendo mirada traviesa.
—Las alashianas son peligrosas —contesté—. Son tratadas casi como diosas y controlaban cada paso que dabas. Todo era culpa de la religión.
—Siempre creí que profesaban nuestra misma religión —dijo ella—. ¡Hasta hablan nuestro idioma! ¿Cómo su cultura se desvió tanto?
—Es una larga historia. Historia que no sé porque no nos dejaban tocar libros. Nos educaban las Matronas. Durante toda la clase debíamos tener la cabeza gacha y darle la espalda. Si girábamos ligeramente la cabeza, teníamos un castigo.
—¿Cómo escapaste de todo eso, Elosei?
—Cuando un hombre crece, es obligado a elegir entre ser Guerrero de Tierra, Guerrero de Mar o Procreador. Yo decidí ver el mar. Mientras más lejos de la capital, más libre me sentía. Sin embargo, ser marinero implicaba estar bajo el mando de una Capitana. Una mujer y cincuenta hombres en un solo barco.
—Esto se pone interesante —dijo Namai, acomodándose en su asiento de nuevo.
—Un día nos alejamos mucho —continué—, a mar profundo, para buscar un lugar con muchos peces. Debíamos proveer a la capital con una gran cantidad de peces por día. Con unos compañeros, también marinos, planeamos una rebelión. Íbamos a tomar el control y huir a Las Islas Impropias. Pero se chivaron y la capitana ordenó mi ejecución.
—¿Y qué te hicieron?
—Lo típico —contesté—. Me abandonaron en mar abierto dentro de un bote prendido fuego.
—Entonces ocurrió un milagro, ¿no?
—Si quieres verlo así, fue un milagro. Debajo de mí estaba un arrecife de cera selai. Cera Negra. Hizo erupción. Las aguas temblaron. El vapor subió y yo lo inhalé.
—Entonces descubriste que eras un Ahumador —dijo ella. Al parecer le gustaba interrumpirme—. ¿Luego qué? ¿Mataste a todos?
—Y tomé el barco —añadí. Hablar de todo eso era satisfactorio. Recordé el momento en que más vivo me sentí—. La última en morir fue la capitana. Nunca había oído de un alashiano matando a alguna alashiana. Creí que no sangraban, ni lloraban, ni pedían piedad.
Al final terminé por contarle más historias. Ella estaba tan interesada que no pude negarme. Yo no era de hablar mucho, pero ese día me desahogué hasta quedar vacío, como con un peso menos encima. Le conté tantas historias que no me cobró por acostarme con ella. Y por unos momentos hasta olvidé que debía buscar a la niña.
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