09 - 🕯️El maestro y el fuego🕯️

ASANE.

Nunca me había peleado con nadie en mi vida. Desde que tengo memoria mi abuela me educaba sobre los valores del respeto y la comunicación. Ella siempre me decía que la violencia no solucionaba nada; que solo terminaba generando más guerra. Y siempre le di la razón, pero no se podía discutir que la pelea que tuvo Eloín con aquellos ladrones había sido increíble.

¿Cómo podía ser tan bueno? De recordarlo (y lo recordaba varias veces al día) me hacía pensar que si él hubiera estado aquel día en el templo de Nami, podría haber salvado a mi padre. Hubiera vencido a aquel asesino rubio y salvado a todos en la playa. Si él hubiera estado allí, nosotras no estaríamos viajando lejos de nuestro hogar.

Parecía un guerrero Ahumador, de esos que se contaban en las historias de grandes héroes del imperio. Los que unificaron la nación. De esos que tienen su nombre tallado en los cimientos de la Torre de la Vela.

Se había hecho de noche luego de aquello. Comprobé un mapa que me había dado Eloín. Los dibujos estaban hechos a mano y tenía en detalle cada región que rodeaba el camino principal, con trazos y diseños detallados. Todos los caminos conectaban con la Ciudad de las Flores.

Mamá encendió una fogata afuera, donde habíamos decidido quedarnos para que los hasei descansen. Eloín me había dicho que son animales muy fuertes y que aguantan varios días sin beber agua y sin dormir. A mí me parecían preciosas. Ambos tenían picos fuertes y afilados, y sus cuerpos de corcel necesitaban de mucho alimento para poder llevar las caravanas.

Estábamos sentados en piedras que rodeaban la fogata, obviamente colocadas a una distancia en el que el calor nos llegaba pero no nos molestaba. Mamá hizo otra fogata aparte para cocinar la carne de puerco salvaje que Eloín había cazado. Había asegurado que su carne era una exquisitez, pero el aroma que desprendía mientras se cocinaba me hacía dudar. Yo prefería las cosas dulces.

Él se veía enojado. No había soltado una palabra desde que los ladrones se habían ido corriendo, espantados por las terribles patadas que dio. Fue una paliza. Yo sabía por qué estaba así: nosotras no debíamos haber salido del carromato. Fueron sus órdenes específicas. A pesar de su mal humor, con él nos sentíamos cada vez más seguras.

—No van a explicarme, ¿verdad? —dijo de repente—. ¿Cómo unos ladrones estuvieron a punto de quitarles todo? Si yo no hubiera llegado a tiempo, ni la Poderosa Nami sabe qué les hubiera pasado.

Mamá se acercó con la típica linda sonrisa que ponía cuando quería disculparse. Traía el pelo suelto con hilos de varios colores que formaban una corona en su cabeza y un vestido que ella había confeccionado. El olor a carne condimentada atraía a las aves de carroña que sobrevolaban el páramo donde estábamos.

—Solo queríamos ayudarte —dijo mamá. Ella se sentó frente a Eloín, quien mantenía su mirada dura.

—¿La niña también? —dudó Eloín.

—No la subestimes —me defendió mamá—. Es mayor de lo que parece y ya puede tomar decisiones.

—Vendí mis pulseras y mis anillos de hilo —añadí a la conversación. Son hilos de shina; un animal exótico. Desde pequeña mamá me había enseñado a hacer cosas con los hilos. Era una tradición llevarlas, pero poca gente llevaba hilerías de shina.

Eloín gruñó. No se veía contento.

—Vendimos un par de cosas en el mercado local —continuó mamá, tratando de aliviar la cosa—, y pudimos comprar una bolsa de arroz y harina de maíz. Los ladrones seguro nos vieron y...

—Está bien —interrumpió Eloín. Seguramente ya tenía hambre y no quería hablar del tema. Su rostro angustiado lo delató—. Fue de mucha ayuda, pero no vuelvan a hacerlo sin decirme antes. Corren peligro. Los alashianos podrían estar siguiéndonos. Siguiéndolas a ambas.

Aquello me generaba mucha intriga. Mamá no me contaba nada, así que yo no tenía idea del porqué huíamos. ¿Por qué estamos yendo a Ashai? ¿Qué se supone que era y por qué me buscaban? A veces no podía dormir por las noches, haciéndome esas preguntas. Mi vida ya no iba a ser la misma. No volvería a mi viejo hogar. No vería los atardeceres oceánicos ni jugaría en la playa con los pies descalzos.

Eloín gruñó otra vez, pero sonó como si estuviera sufriendo. Estaba adolorido.

Mamá se levantó de su lugar y se acercó a él con intención de revisarlo, pero él no quería dejarla.

—Deja de ser tan terco, Eloín —pidió mamá. Ella siempre era compasiva, pero a la vez mandona—. Muéstrame la herida. Ya decía yo que nadie puede pelear con quince personas y seguir ileso.

—Es solo un pequeño corte, Melina —sostuvo Eloín, indolente—. Nada de qué preocuparse. He pasado por muchas cosas peores.

—He escuchado de bandidos que envenenan los filos de sus espadas —contestó mamá, buscando la herida con la mirada—. El corte puede ser pequeño, pero puede matarte lentamente. Quítate la camisa.

Él se la sacó. Su torso era firme y definido, como el de un soldado. Tenía cicatrices en el pecho que seguramente contarían muchas historias si pudieran hablar, tenía hombros fornidos y abdominales marcados. Y ahí estaba la herida, en el costado inferior izquierdo de su torso. Un corte profundo y que debió ser atendido desde el inicio.

—¡Mira eso, por todos los Dioses! —exclamó mamá, tapándose la boca por la sorpresa. No le gustaba ver sangre.

—No es un corte pequeño —dije riéndome.

—Voy por pomadas y grasa de shina —dijo mamá y se dirigió al carromato. Seguramente tardaría mucho preparando los desinfectantes y las otras cosas que usa para ese tipo de cortes. Mamá no era curandera ni nada, pero la abuela sí y le había enseñado lo suficiente.

Quedamos solos. No podía perder la oportunidad.

—¿Soy una ahumadora? —pregunté, nerviosa.

—¿Qué? —preguntó, extrañado.

—Mamá no quiere contarme nada. Pero papá me decía que mis ojos tenían una chispa, que pocos eran dignos de hacer lo que yo. Mamá pasa del tema. Yo quiero saber sobre eso, ya que me incumbe completamente. Te vi pelear y supuse que sabrías explicarme sobre...

—Ey, ey. Primero cálmate —me pidió—. Creí que no hablabas mucho y ahora ni siquiera te entiendo. Déjame procesar la información, niña.

—¿Ella no te contó nada? —pregunté.

—Me dijo que eres importante para el imperio —respondió, como evitando la conversación—. Yo no hago preguntas, simplemente las llevo a su destino: es lo que hace un Corremundos.

—¿Qué me van a hacer cuando lleguemos a Ashai?

—No tengo idea, pequeña —me dijo, mirando con dudas la fogata—. Probablemente te usarán como marioneta cuando terminen de enseñarte a Avivar.

—¿Avivar? —pregunté. Había escuchado de eso, pero no lo entendía.

—Es lo que un ahumador hace cuando inhala el humo y todo eso. Seguro te lo ha dicho tu padre.

—Pero explícamelo bien, por favor —le pedí—. Solo quiero entender qué soy.

—Está bien, pero no le contarás a tu madre que yo te dije —exigió él, bajando la voz—. Hay todo un arte detrás de inhalar humo. No es simplemente inhalar y escupir fuego por la boca automáticamente. Hay niveles y hay escuelas. Hay teorías y hay estudiosos de esas teorías. ¿Cuál es tu vela selai?

—La blanca, creo.

Él me miró callado y con el ceño fruncido.

—No, no —dijo él—. Dime en serio.

—Esa es la verdad —respondí, indignada. No iba a mentirle sobre eso—. Probamos con todas las velas y esa fue la única que tuvo resultados.

—Es fascinante. —Su mirada se perdió en sus pensamientos mientras hablaba—. Si eso es verdad, ahora todo tiene sentido. He oído tantas historias que parecían mitología... Las Velablancas. Niña, ellos te buscan porque eres increíblemente valiosa.

—¿Es malo ser una Velablanca?

—No, no. Al contrario —me explicó—. Hay leyendas que dicen que eres el inicio de una mejor época. No soy creyente de esas cosas, pero que existas me hace dudar de mi escepticismo.

—¿Cuál es tu vela? —le pregunté.

—No soy un ahumador.

—Mamá dice que sí —contrarié segura de lo que decía

Él arrugó la frente.

—Vimos las velas selai —aclaré—, cuando limpiamos tu carromato. Pero no estamos seguras, porque hay velas de cuatro colores distintos.

—Soy un... Era un velazul. Ya no volví a Avivar después de... —No quería terminar la frase. Apretó los puños. Era un secreto.

—¿Por qué ya no? —insistí.

—Te enseñaré algo —musitó—. La Ahumancia tiene un límite, y si pasas el límite la cosa se puede descontrolar. Por eso debes ir a Ashai. En la Torre de la Vela te van a enseñar a no cruzar el límite... como yo lo hice.

Me quedé mirándolo en silencio. No sabía si ahondar más en el tema o simplemente dejarlo de lado. Veía algo de culpa en sus ojos ojerosos. Tal vez hablar del tema podría ayudarlo a deshacerse de un poco de la culpa. Aunque no sabía cómo preguntarle.

—Unas personas querían venganza y mataron a mi esposa —confesó entristecido—. Querían vengarse de mí. Me enojé tanto que invoqué una tormenta. Nunca antes había sentido tanto poder... Maté a los hijos de puta. Había un ahumador entre ellos. Mantuve tanto tiempo encendida mi llama interna que no pude controlar la tormenta. Se generó un tornado que se dirigió hacia mi casa. Tenía una hermosa hija, Asane. Ahora ya no.

Me quedé sin palabras.

—¿De que hablaron mientras no estaba? —interrumpió mamá. Traía un saco de tela húmeda, un cuchillo y un par de pomadas.

—De mapas antiguos —inventó él—. Debemos ver nuestro mapa. Mañana iremos rumbo a los Áridos del Norte. El camino es sinuoso.

—Quiero ver Áridos del Norte —agregué yo, mintiendo en parte—. Dijiste que ahí hay animales muy raritos. Y plantas muy exitosas.

—Exóticas —corrigió Eloín soltando un resoplido cansado—. Esto no es un paseo turístico.

—Creí que eras un Corremundos —le dije.

—No tiene nada que ver.

—¡Es tu trabajo! —argumenté.

—Mi trabajo ahora es protegerte —dijo él—, no llevarte de paseo a un desierto peligroso.

—Lovamos a discutir después de la cena —irrumpió mamá, acercándose a él como si setratara de un animal peligroso—. Ahora voy a curarte la herida, así que quédatequieto. Va a arder un poco. 


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