02 - 🔥MINA🔥
Normalmente eso de ir a fiestas no era lo mío. Desde que tengo memoria he ido solo a un par; me sobran los dedos para contarlas. Pero desde que comencé a ser reconocida como Jefa de Escuadrón me habían invitado a muchas. Esta, claro, no era una fiesta cualquiera. Ni una casa cualquiera.
—No está mal esta mansión —dijo Sam.
Me desagradaba verlo vestido de forma desinteresada, como si el puesto no le importara. Aunque le quedaba bien el uniforme de verano, que llevaba puesto a pesar del frío que hacía en la isla la mayor parte del tiempo. Era consecuencia de estar tan cercanos al Imperio Alashiano.
—Es de las pocas que sobrevivieron al ataque de los alashianos —les informé. A todos, no solo a Sam—. Tomaron el lugar como hospedaje para una sashian. Ya saben que son tratadas como diosas en la tierra. —Solté un bufido burlesco—. Si supieran lo que le hicimos.
Asane, que ya había crecido bastante en altura, se posó a mi lado sin dejar de mirar la mansión, que tenía una escalinata principal intacta y la entrada con las puertas más grandes que habíamos visto. Sin duda era la residencia de algún alto mando de esta nación cuando estaba habitada. Me recordaba a las antiguas casas en Ashai, solo que con más decoraciones que parecían gritarte «soy rico y tú no» a la cara.
—Hay soldados nuestros que duermen en tiendas todavía —dijo Asane pensativa, cruzando los brazos como lo hacía Salasai.
—Son soldados —no dudé en recordarle.
—No significa que deban pasar frío —respondió ella—. En cuanto termine esta fiesta tomaremos el sitio para nuestros hombres. —Se suponía que yo era la jefa de escuadra, pero a veces ella no parecía darle importancia.
—Y luego dices que yo me parezco a Salasai —le dije.
Asane gruñó y comenzó a dar marcha hacia la casona.
—¿Qué debemos hacer? —dijo Madana, la velarosa del escuadrón. Era una mujer baja pero de brazos fornidos y piel oscura, como la de Asane. Quizás venían del mismo lugar. Nunca le había preguntado.
A su lado estaba Math, el velaverde athoní. Llevaba cubierta la boca con una bandana y casi nunca soltaba una palabra. Cuando lo hacía parecía un susurro. Lo bueno era que no desobedecía. Al fondo estaba Osho, que venía cansado. Al menos llevaba el uniforme de velamorada.
—Coman algo —les dije a los chicos— y luego vigilen la retaguardia. ¿Cuántas velas tienen?
—Once —dijo Madana.
—Once —susurró Math.
—Veinte —dijo Osho.
—Cuatro —dijo Sam y nos miró a Asane y a mí como esperando una represaría—. No creo usar tantos para una fiesta.
—La próxima trae más, Sam —le dijo Asane.
—La próxima será.
—Estoy segura de que los Regentes tienen sus propios ahumadores —comenté seria—, pero eso no significa que estén igual de preparados que nosotros. Hay que protegerlos.
—Así será, jefa —dijo Sam—. ¡Vamos, a sus posiciones! —Dijo lo último intentando animar al grupo, pero sonó como si estuviera cansado.
Entonces se fueron. Esa noche patrullarían los alrededores.
Asane ya estaba cerca de la escalinata y apresuré el paso para poder alcanzarla. Luego de entrar al sitio nos recibieron con miradas absortas y un silencio largo del que ya estábamos acostumbradas. Estaba segura de que algunos susurraban: esas estuvieron en la Batalla de Recuperación. Son parte de Los Astilleros. O cosas por el estilo.
—¡Asane de namsa y Mina de Ashai! —nos presentó un hombre en la entrada de la mansión antes de que pudiésemos pasar.
Asane se asustó y estoy segura de que puso una mano en alguno de esos cuchillos que tiene escondidos. Luego se calmó y bajó la guardia.
—Esto es innecesariamente ostentoso —dijo ella alisándose el uniforme.
Sonreí por la situación. Miré alrededor y noté que había mucha gente. Las mujeres con vestidos a la moda y los varones con trajes ceñidos que nunca había visto. Era raro ver aristócratas en una zona de guerra y potencialmente peligrosa. Estábamos acostumbradas a los uniformes y a gente maloliente.
—Creo que causas mucha impresión —le dije a Asane cuando vi que en una de las mesas unas mujeres cuchicheaban sonrojadas mientras la miraban. Era entendible. Asane se veía como esa mujer fuerte que golpearía a alguien por un insulto y al mismo tiempo se veía delicada y refinada.
—Causamos —corrigió ella, dándome un codazo suave mientras caminábamos por la alfombra que dividía el centro del salón—. De eso se trata. Eres mi jefa aunque o sea la velablanca.
Un hombre ya anciano se nos acercó con un bastón. Tenía puesto un uniforme viejo de la Cuarta Orden y el símbolo de una Lanza y un Agila. Quizás un veterano retirado. Sonreía de oreja a oreja.
—La Renacida —dijo él.
Asane se detuvo, más porque el hombre se había puesto en medio del camino que por otra razón.
—Dígame Asane, por favor —pidió ella.
—Es un gusto conocerla al fin —dijo él, haciendo caso omiso al pedido—. Es un placer que nos honre con su venida.
—El placer es mío —dijo Asane, medio dudando.
—He oído que acabó con la guerra —comentó el anciano.
—No he sido yo, sino Aline —corrigió Asane, siempre minimizando sus logros—. Yo solo sigo órdenes. Pero lo de que la guerra haya acabado está por verse. Debemos liberar la isla de...
Alguien apareció por detrás y puso una mano en el hombro de Asane. Me sorprendí al igual que ella de no verlo venir. El hombre vestía de traje blanco y llevaba una insignia del imperio en el pecho que lo señalaba como soldado. Miró al anciano con una sonrisa.
—Disculpe, buen hombre —dijo Milein, el Capitán a cargo del Regimiento Catorce—. Debo robarme a la Renacida un momento.
El anciano no dijo nada y se marchó de nuevo hacia su mesa.
Asane y yo nos quedamos con el capitán.
—Capitán —dijo Asane sorprendida—, tiene aspecto de diplomático. —Le echó un ojo a su vestimenta—. No lo he reconocido.
—Usted en cambio —dijo él—, parece una militar hecha y derecha. No me sorprendería que guardes algún cuchillito entre tanto uniforme.
Ella ladeó la cabeza.
—Así son los soldados —dijo—. Vivimos para luchar.
Milein me miró de reojo.
—La que ha venido con usted es... impresionante —dijo descaradamente a pesar de que me encontraba a su lado—. Supongo que es su...
—¿Pareja? —cuestionó Asane—. No. Es solo una colega de mi escuadrón.
—Además está contra las reglas —agregué—. No hay tiempo para romances en el Ejercito Imperial, menos siendo ahumador. Solo servimos al imperio y eso debe bastar.
—Hablas como Salasai —dijo Milein. Al parecer la conocía también.
—Ahora entiendo por qué era como era —contesté.
Él me sonrió. ¿A caso me estaba coqueteando? ¡Qué descaro! Ni siquiera se ha presentado conmigo. Además es un simple Guardia Imperial, no un ahumador, como yo. No estaba al nivel de... Alesi.
—Escúchame, Asane —dijo Milein, poniendo de nuevo una mano en el hombro de la velablanca—. He venido a buscarte por una razón. Espero que no creas que soy un interesado y esas cosas.
—No te preocupes —dijo Asane con un bostezo—. Cuéntame. Estás obligado a informarnos sobre todo lo que ocurra en la isla.
—Es de eso justamente que te quería informar. Es una cosa preocupante, en serio. Nos afecta desde hace tiempo.
—Deja de dar tantas vueltas, soldado —le dije.
Él me miró y volvió a sonreírme. Sentí una mezcla entre ira y como que me puse roja por un instante. Debía admitir que estaba bueno.
—Hay alguien matando a mis hombres en el lado este de la isla.
—Lo sabía, aun no los hemos capturado a todos.
—No, no son... Es.
—¿Qué? —dije—. ¿Estás diciendo que un solo Impuro está causando bajas en nuestras filas? No tiene sentido.
—Nos ha dejado mensajes —me contestó Milein—. Hemos hecho una barrida por la zona y ya no hay alashianos vivos por ahí. Solo este que está causando problemas y se esconde como rata.
Asane estuvo callada por un momento largo.
—Entonces lo trataremos como tal —dijo—. Apenas termine esta estúpida fiesta nos pondremos en marcha. —Miró al capitán—. Gracias por informarnos, Milein. Nos haremos cargo.
Detuve al capitán antes de que se marchara.
—Dijiste que dejaba mensajes, ¿no?
—No sabe escribir, así que tortura a un sobreviviente y nos lo manda de vuelta para que repita el mensaje.
—¿Tienen a uno de los sobrevivientes?
—Justo hoy encontramos a uno que no nos ha soltado nada aún.
Miré a Asane. Ella asintió.
—Iremos a interrogarlo después.
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