01 - 🗡️Secreto de Lobos🗡️

Encendí mi vela, que había pintado de azul para pasar desapercibida, inhalé el humo y sentí de nuevo el poder. Mis ojos del color del ladrillo se encendieron en una inestable llama. En ese tiempo ya me había acostumbrado, pero a pesar de que habían pasado tres años desde la primera vez que comencé a Componer, seguía sintiéndome abrumada por el poder. Ya poseía varias habilidades de Grado Novicio en Composición.

Pero seguía siendo una aspirante.

—¿Listos? —les pregunté a la familia de granjeros.

Ellos no respondieron, como era de esperar. Siempre quedaban demasiado asombrados como para emitir palabra alguna.

Tenía que hacerlo bien, porque no era una simple tarea, sino una prueba. Lo sospechaba por cómo me miraba Salasai a mi lado, vestida con su tradicional uniforme negro de la Primera Orden del Ejército Imperial. La insignia del lobo y el hacha adornando su pecho. Se veía tan bien, tan regia, tan... amargada. El pelo negro como un río de tinta pura lo tenía siempre atado en un rodete, y la espalda recta, la mirada dura. Si no fuera por el increíble parecido con Eloín, dudaría que fuera hija suya.

Habrá heredado el carácter de su madre.

Frente a mí había una cosecha de astrigos sureños. El elanato de Lana estaba pasando por una sequía. Una ola de calor los castigaba desde hacía meses y las familias perdían sus fuentes de ingreso. Era trabajo de una Aspirante como yo ayudarles.

Soltaron un suspiro típico cuando veían a alguien Componer. Luego se formó una nube pequeña en el cielo y comenzó a llover en todo el campo. Los granjeros festejaron, dando saltos y abrazándose. Aquello me hizo feliz. Había devuelto a una familia la esperanza solo regando su cosecha.

De pronto, se me ocurrió una idea. Levanté de a poco mis manos y el suelo comenzó a agrietarse, dividiendo por la mitad la cosecha. Las rocas comenzaron a formar una especie de canal con no más de un metro de profundidad. Aquello serviría para almacenar el agua de la lluvia para que lo reutilicen en los días calurosos.

—Eres increíble —me dijo la mujer. Era ella una anciana y su marido apenas caminaba ya—. Esta nación no sería nada sin ustedes.

Me sentí orgullosa.

—Que Nan Nala te bendiga, hija —dijo el hombre. Así era como llamaban a la diosa Lana, que esos granjeros adoraban. Una de los cuatro dioses elaníes.

Esos últimos meses siendo discípula de la Subcomandante de la Primera Orden, había aprendido bastante. Creí que iba a ser sencillo aprender a usar mis habilidades, pero no lo fue. Aunque volvería a hacer cada prueba fallida, volvería a incendiar accidentalmente una biblioteca, volvería a construir una casa de barro usando la Composición aunque significara otro día en coma.

—Regresemos a la cabaña —ordenó Salasai, rezongona, dando media vuelta y dejándome sola.

—Eso estuvo genial —dijo una vos chirriona. Era un muchacho de mi misma edad. Un aspirante de la Quinta Orden con el que habíamos estado viajando en el peregrinaje. Un velaverde.

—Gracias —le contesté.

—Aisana dice eres la chica del incidente —comenzó a decir el chico de pecas y piel morena—. Aquel que ocurrió con un ejército de muertos y un velanegra alashiano, ¿ese?

—¿Aisana es tu maestra Ahumadora? —pregunté. Había escuchado de esa maestra y solo la había visto en dibujos que sus fanáticos pintaban y pegaban en las paredes. Aisana Sangre Venenosa. Era una joven velaverde y su madre era la comandante de la Quinta Orden.

—Sí —confirmó—, pero es amiga de mi familia, así que la llamo por su nombre. Sé que podrían bajarme puntos, pero la llamo maestra frente a otra gente. Acabo de llamarla por su nombre frente a ti, así que o no eres gente o soy un idiota. Es más probable lo segundo, ¿no te parece, ese?

—Pues un gusto, soy Asane —le dije.

—Lo sé —confesó él, agitando una libreta en una mano—. Suena raro, pero te he estado estudiando desde lejos. Hasta hice un dibujo tuyo no muy bueno.

«¿Qué?», pensé. Mi cara de incomodidad decía suficiente.

—No suena raro, es raro.

—Lo siento —dijo el velaverde—, es que si eres lo que escuché alguien debería hacer anotaciones. ¿Sabías que no se sabe nada de los velablanca? Se creía que eran un mito, pero estás aquí, ¿ese?

Todo el mundo me decía lo mismo.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—No eres muy cuidadosa, ese —comentó el chico—. Pero tú descuida, soy cauteloso. Si la gente supiera, tendrías a un montón de fanáticos religiosos tirando azúcar a tus pies a cada momento. No me dejarían espacio para mis estudios.

—¿Entonces planeas acosarme para escribir mi biografía?

—Que no se te suban los humos, Asane —soltó como si me conociera de toda la vida—. Estoy escribiendo una investigación por el bien de la ciencia. Seré el primer hombre en registrar a una Velablanca. Todos sabrán mi nombre, ¿ese?

Su acento me molestaba un poco.

—Lo haces para ser famoso —deduje—. ¿Ese es tu fin?

—¡Claro! —me dijo—. Los reyes mueren, los regentes mueren, los emperadores mueren. ¡Los imperios caen! Pero los escritores, Asane, los escritores viven eternamente.

—¡Asane! —bramó Salasai. Tenía los brazos cruzados, así que estaba enojada porque hice algo malo.

—Tengo que irme —le dije al chico.

—Me llamo Alesi. —Hizo una reverencia—. Es raro, porque también es el nombre de mi madre y el de mi abuela y el de la madre y la abuela de mi abuela. ¡Nos vemos esta noche, Asane!

Se fue corriendo.

—Nos... vemos.

Me apresuré para entrar a la pequeña choza donde nos manteníamos resguardadas. Estaba hecha de madera negra, tenía el tamaño suficiente como para tener un par de catres y el suelo era sencillo. Aquella choza me recordaba mi antigua casa en namsa, donde vivía con mis padres y mi abuela. Nos la habían prestado una familia de terratenientes, aunque, por razones obvias, no les informamos que yo era una velablanca.

Salasai prefería la discreción.

Solo sería por una semana, hasta que nos volvamos a mover a otro pueblo para hacer trabajos de prueba. Admito, sin miedo a parecer una cobarde, que prefería esos trabajos individuales y aburridos que aquellos que involucraban a algún asesino o ladrón al cual había que perseguir. Había otros trabajos para novicios, como cazar animales peligrosos que se metían en los barrios.

Entré a la cabaña. El interior estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y con solo un par de velas encendidas.

—¿Por qué me desobedeces, Asane? —preguntó una voz. Era Salasai, pero no pude verla.

Athena tenía ciertas reglas con respecto a desobedecer a Salasai. Era simple: "No hacerlo nunca, jamás, ni de broma".

—¿Desobedecerte? —pregunté.

—Te haces la tonta —dedujo—. Sabes a lo que me refiero, niña. Hablo de ese espectáculo que nos mostraste hace rato.

Me acerqué más al centro de la habitación. El aroma de las velas invadió mi mente, pero estaba alerta. Tenía la sensación de que recibiría un castigo. Aunque no entendía a qué espectáculo se refería.

—No vuelvas a hacerlo —musitó.

Oí su tenebrosa voz detrás de mí y me giré.

—¿De qué hablas, Sala? —interrogué.

—Mis órdenes eran —dijo ella—, específicamente, que hagas que llueva sobre los astrigos de esa gente. Sé muy bien que aparte de eso hiciste un canal para reserva.

—Son habilidades de un velazul —argumenté. Mis piernas temblaban. Tenía frio. No podía verla, aunque sabía que estaba muy cerca de mí. Era la habilidad de una velanegra, ocultarse en las sombras. Me generaba intriga, pero al mismo tiempo me gustaba.

—Dime, Asane —dijo, apareciendo frente a mí, como si hubiera estado allí todo ese tiempo—. ¿Es habilidad de un velazul hacer brotar semillas de astrigo?

—Yo... No me di cuenta de eso —confesé.

Se acercó a mí, intrigada.

—Nos pones en peligro —dijo ella—. Los rumores de lo que hiciste se van a esparcir y sabrán quien eres. Hay espías alashianos por todos lados.

Me apuntó el dedo índice en el pecho, que me había crecido un poco en ese tiempo.

—Estás bajo mi cuidado —dijo con semblante serio—. Todo lo que hagas bien, será un logro para mí; todo lo que hagas mal, será un fallo mío. Sé que es mucha presión, pero la estabilidad de esta nación depende de cómo te comportes.

Ella siempre tan patriótica.

—Lo sé, subcomandante —dije, sonriendo—. Debo controlar mis impulsos. Debo obedecerte.

—¿Por qué esa sonrisa? —preguntó.

—Es que cuando estás enojada —expliqué— me causas ligera ternura, subcomandante.

Ella sonrió también. En el fondo, solo tenía exceso de estrés, por estar a cargo de mi entrenamiento novicio. El examen de ingreso a la academia Ahumadora estaba cerca y, si yo no quedaba, ella sería probablemente la culpable. Sería históricamente tonto que la Velablanca, renacida de la diosa Nami, reprobara los exámenes de ingreso.

Alguien tocó la puerta tres veces, luego se detuvo y tocó una vez más. Era la señal en clave de Athena.

—Pasa —dijo Salasai, alejándose un poco de mí. Con un movimiento de manos hizo que la oscuridad que hace unos momentos impedía que viera, se desvaneciera.

La puerta se abrió con brusquedad y de la penumbra apareció la figura de dos sujetos. Uno de ellos con una especie de flauta en su boca. Pero no era una flauta. Era...

Los ojos de Salasai se oscurecieron en una intensa llama negra de nuevo. Quizá ya tendría que haber apagado su llama interna, pero era una paranoica al igual que su padre.

Antes de que pudiera atacar a los hombres, uno de ellos le lanzó un dardo en el cuello. Era una cerbatana. Se había confiado demasiado. ¿Era culpa mía? Yo estaba demasiado relajada. Ni siquiera llevaba una velablanca en mi estuche de velas.

—¡Mierda! —gritó ella.

Los hombres se metieron a la choza. Estaban vestidos de negro. Parecían ciudadanos normales.

—¡Salasai! —grité, confundida.

—¡No te acerques! —dijo Salasai y se lanzó hacia uno. Aún tenía fuerzas. Atravesó el pecho de uno de ellos con un brazo de sombras antes de caer desmayada. Pasó todo muy rápido.

Ahora estaba sola.

El otro desenvainó una espada sujeta en la cintura. Era una Resplandeciente. Athena me había hablado de aquellas espadas hechas en el Reino de Atho, especiales para matar a un Ahumador. Filosa, brillante, imperiosa y, de cierta manera, hermosa.

El hombre se abalanzó con la espada levantada, luego dio una barrida cruzada con ella. Me incliné ligeramente hacia un lado, salvándome de ser separada en dos mitades. Estaba segura que Athena no mentía sobre aquellas espadas tan peligrosas que podían cortar una roca sin problemas.

—Vuelve aquí niña —dijo con un fuerte acento alashiano. Su pelo largo y rubio lo delataba.

Me agazapé hacia los catres y di un salto hacia el otro lado de la cama. De ahí saqué una espada vieja y casi oxidada. Era de un material resistente, pero aun así temía por mi vida. No sabía dónde había guardado mi vela blanca, pero estaba segura que aquel asesino de Ahumadores no me daría tiempo de buscarla.

—Solo quiero hablar —dijo él.

—No hablo con extraños —le respondí.

Intentó darme de nuevo y esta vez chocamos espadas. Por fortuna no la partió, pero sí escuché un ligero crujido. Luego entraron más hombres a la choza. Uno, dos, tres. Seis hombres armados y, con el reducido espacio, estaba sorprendida de que cupieran.

Empujé mi espada y el hombre intentó darme de nuevo, pero una daga terminó clavada en su abdomen. Apunté al pecho, pero todavía no tenía buena puntería. Athena estaría decepcionada. ¿Dónde estaba ella? Debía haber llegado hace una hora.

El hombre se inclinó gimiendo de dolor y le clavé la espada en las costillas. La sangre chorreó a borbotones a través de la herida y sus ojos se mantuvieron fijos en los míos mientras caía al suelo y se desvanecía para morir. Era el primer hombre que mataba y, de alguna extraña manera, me sentí más fuerte. No sentí lo que me había descrito mi madre que sintió cuando mató a la mercenaria velarosa. Yo estaba segura. Aunque todavía no llegaba a ser tan fuerte como lo era Eloín.

Los hombres se acercaron a atacarme. Estaba perdida. Aun no era tan buena en combate físico como lo era Athena. No podía mantener el equilibrio, me distraía con facilidad. Si los entrenamientos que tuve con mis maestras hubieran sido reales, habré muerto más de cien veces solo ese año.


VOLVIMOS.

Hola, corremundos. Ha pasado mucho, ven, sientate.

¿Qué te ha parecido el capítulo?

¿Te emociona ver a Asane de nuevo?

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