3; Varikian
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Con el Doctor agarrando la mano de Alice, cómo siempre parecía acostumbrar, ambos salieron de la Tardis para ser alumbrados por un sol muy parecido al de la Tierra.
Alice observó que la llanura donde se había pisado la Tardis, estaba cubierta de un abundante manto verde que arropaba a unos pocos árboles de tamaño gigantesco desperdigados aquí y allá... más allá de esos pequeños detalles, Alice llegó a la conclusión que aquel planeta era muy parecido a la Tierra, pero con la salvedad de hallarse salpicado de amenazadoras montañas de humeantes cumbres.
¿Volcanes a punto de estallar...?
La sola idea de que una de esas montañas estallara de repente, llenó a Alice de temor; la joven quiso desandar sus pasos hacia la seguridad de la Tardis, pero el Doctor no quiso soltarle la mano, impidiendo su huida.
—¡Bienvenida a Varikian! ¿Sabes? La tecnología de la civilización que habita este planeta, apenas un par de siglos más avanzada que la Tierra, aprovecha la energía eólica, hidráulica, solar y volcánica para abastecerse ¿No es maravilloso?
—Sí, ciertamente lo es —reconoció Alice, tratando de olvidar sus temores —, pero no creo que los humanos lleguemos a ser tan avanzados...
—Oh, por supuesto que sí...algún día os alzareis sobre la podredumbre y sabréis utilizar la energía de vuestro planeta correctamente —dijo el Señor del Tiempo con cierto aire de orgullo.
—¿De verdad? —preguntó incrédula, ya que ella consideraba como inverosímil la idea de que los humanos, su raza, fueran algún día capaces de controlar tantas energías sin fastidiar al medioambiente.
—¿Y por qué no iba a ser verdad? Ven, vamos a confraternizar un poco con los varikianos —dijo, guiñando un ojo.
Alice correspondió con una tímida sonrisa ante la proposición de su nuevo amigo, pues aunque la joven estaba impaciente por ver a su primer alienígena -sin contar al Doctor- también se sentía inquieta y con ciertas reservas ¿Y si esos seres tenían una forma repulsiva, en plan insectoide o algo así? Siempre le habían dado asco los insectos y no sabía si estaba preparada para ver a una criatura extraterrestre con un aspecto similar a una mosca o una cucaracha de tamaño humano.
La simple idea de interactuar con alguien así, le heló la sangre en las venas, provocando que se agarrara con fuerza al brazo del Doctor. El Señor del Tiempo dedicó a Alice una sonrisa tranquilizadora que la reconfortó.
Tras unos diez minutos más de caminata, la pareja avistó lo que parecía ser una especie de mercadillo, repleto de personas muy parecidas a los humanos, solo que con unas ligeras diferencias: su piel era de color morado y sus cabellos de un exagerado pelirrojo.
Alice dio un bufido de alivio que no pasó desapercibido para el Doctor.
—No se parecen en nada a los insectoides ¿Verdad?
—¿Cómo sabes...?
—Me lo contaste, Alice... o me lo contarás, en tu futuro.
—Creo que voy a comprar una agenda para recordar todo aquello que tengo que contarte.
—¡Cierto! Compras... aquí tienes —el Doctor le entregó a Alice una pequeña barra plateada —. Son créditos, con esto podrás comprar lo que quieras.
—¿Cuánto dinero hay?
—No lo sé, ¿vamos a descubrirlo?
Alice asintió sonriendo y ambos se adentraron en el ruidoso bullicio del multitudinario mercado.
La extraordinaria variedad de productos que ambos viajeros pudieron contemplar en el bazar de Varikian embelesó a Alice, pues sus ojos jamás habían contemplado las finas y coloridas sedas empáticas de K'laeth o el extracto de aceite de Zygon que borraba al instante cualquier arruga; asimismo, Alice se enterneció cuando vio, encerrados en una caja de plástico, a unos pequeños seres de piel blanca que, desesperados, aporreaban con sus pequeños bracitos sin dedos los transparentes paredes de su prisión.
—Son adiposos —aclaró el Doctor con un cierto reflejo de tristeza en su semblante.
—Lo sé —repuso la joven —, los vi en un capítulo de tu serie... bueno, ya me entiendes.
—Por supuesto.
—¿Y se puede saber por qué los tienen aquí encerrados? Pobrecitos, son solo niños.
—Bueno, pues resulta que los venden como mascotas... y sí, antes de que me preguntes, los varikianos son así de raros.
Apretando los dientes con determinación y tras un solo segundo de reflexión, Alice hizo algo que dejó sin palabras a todo un Señor del Tiempo.
—¿Cuánto cuestan...?
—Son dos mil créditos cada uno —respondió el tendero —¿Cuántos quiere, señorita?
—Los quiero todos —respondió Alice con férrea determinación.
Tanto el tendero, un típico varikiano de mediana edad, de piel morada, pelo rojo y pupilas amarillas, y el Doctor quedaron muy sorprendidos por la inesperada petición de la joven terráquea.
—¿Todos...?
—Todos. ¿Acaso la Tardis no le ha traducido correctamente lo que he dicho?
Sin más preguntas y ante el temor de que su cliente pudiera cambiar de opinión, el comerciante optó por no discutir por las enigmáticas palabras de la alienígena de piel pálida y puso la caja sobre el mostrador.
—Son veintidos mil créditos, señorita.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer, Alice? Creo que esa cantidad es precisamente todo el dinero que tienes.
—Muy segura, los llevaremos a su planeta natal para que puedan vivir en paz.
El Doctor estrechó sus brazos alrededor de la cintura de Alice y acercó su rostro a pocos centímetros de ella.
—Alice Taylor... nunca dejarás de sorprenderme —susurró, al tiempo que un extraño y cálido sopor se apoderaba de la inspectora.
—Yo... pues... me alegro —musitó ella sonrojada y con un súbito ataque de calor que casi la hizo sudar.
El Doctor no dejó de mirarla directamente a los ojos y no la soltó de la cintura... ella tampoco se lo pidió ni le importaba, pues el tiempo parecía haberse detenido en torno a ambos, en un solo instante que bien podía durar toda una eternidad, sin que ninguno de los dos quisiera que cesara jamás.
Alice se echó a reír "el tiempo parecía haberse detenido para ambos" repitió para sí. ¿No era una ironía tratándose de un Señor del Tiempo?
—¿Qué es tan gracioso...? —preguntó con el ceño fruncido.
—Tu tienes tus secretos... y yo tengo los míos —repuso Alice con cierta picardía al tiempo que guiñaba un ojo y se soltaba del abrazo de su amigo con gentil suavidad.
Por fortuna, el vendedor tuvo la diferencia de regalar a la pareja una destartalada carretilla en la que el Doctor pudo transportar a los encajonados adiposos con relativa comodidad.
—Será mejor que los llevemos a la Tardis —propuso el Doctor —, pero antes...toma, te lo has ganado.
El señor del tiempo le tendió una llave a Alice, ella aceptó el pequeño objeto encantada con un brillo de entusiasmo en los ojos y una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Es en serio? ¿Puedo quedarmela?
—Pues claro, quería darte las llaves de la Tardis antes, pero con todo lo sucedido no encontraba el momento —confesó el Doctor frotándose la nuca con cierto nerviosismo.
—Bueno, es todo un honor recibir una llave de la Tardis —en un súbito de alegría extrema, Alice abrazó al Doctor —, ¡muchas gracias!
El señor del tiempo se tensó por un segundo, pues no se esperaba tal reacción, pero después correspondió al abrazo luciendo una sincera sonrisa juvenil.
—De nada... bueno, creo que acabo de recordar algo. Será mejor que vuelvas a la Tardis tu sola... bueno... con ellos —dijo el Señor del Tiempo señalando la carretilla donde reposaba la caja que contenía a los adiposos, y quizás intentando también recuperar un poco la compostura.
—¿Y tú?
—Oh, tengo un pequeño... asuntillo que atender, pero no te preocupes, no tardaré nada. Volveré antes de que te des cuenta.
—Está bien —dijo dubitativa —, ¡pero no te metas en problemas!
—Prometido —anunció el Doctor con cómica solemnidad mientras alzaba los dedos índice y corazón para remarcar su compromiso.
Sin mediar más palabras, Alice se dirigió rumbo a la Tardis dando la espalda al Doctor y acompañada por los siempre inquietos adiposos que, cautivos y comprimidos en la estrecha caja de plástico, no cesaban de moverse quizás inmersos en un secreto, pero inutil plan de fuga que nunca llegaría a materializarse.
—¡Hey, chicos! Quietos, por favor —exclamó Alice en tono maternal —. No os preocupéis que el Doctor y yo os vamos a llevar de vuelta a casa, a... ¿Cómo se llamaba vuestro planeta...? Ah, si... Adipose 3 o algo así.
Diez minutos de agradable caminata después, la terrícola divisó por fin a lo lejos, la inconfundible silueta de la cabina azul del Señor del Tiempo.
La alegría que sintió al reconocer a su amada Tardis, se vio empañada, al acercarse algo más, por una figura humanoide que, erguido ante la nave, parecía observarla sumido en sus pensamientos.
Conforme la inspectora de la policía de New York avanzaba hacia su objetivo, pudo observar mejor al desconocido: a pesar de darle la espalda, ella pudo apreciar que se trataba de un varikiano alto y ciertamente apuesto ataviado con unas ropas que no se parecían a las finas sedas de corte moruno y casi transparentes que vestían los nativos, pero lo que mas le llamó la atención es que su pelo era negro y corto, cuando los varones, al igual que las mujeres, del planeta, lo llevaban invariable e inevitablemente largos, ellos hasta los hombros y ellas hasta la cintura.
Durante el camino de ida, el Doctor le había comentado a Alice que habían aterrizado en Valkya la capital mundial del planeta y que no debía preocuparse por los lugareños, pues la fama de pacíficos de los varikianos, era bien notoria y difundida en toda la galaxia.
Con una amarga sonrisa y a pesar del crédito que a ella le merecía todas las afirmaciones del Doctor, fue consciente que después de unos cuantos años patrullando las calles de la Gran Manzana, la joven no estaba muy dispuesta a creerse a pies juntillas que existiera un lugar donde podías confiar en cualquier desconocido sin preocuparte de nada más, así que decidió permanecer en guardia ante el desconocido y extremar las precauciones; apretó los dientes maldiciendo la ausencia de su reglamentaria a la que había dejado abandonada en su casa a cientos de miles de millones de años luz de distancia.
Perdida en sus pensamientos, Alice no se dio cuenta que el extraño parecía haber reparado en su presencia, pues este giro la cabeza en su dirección con la presteza de un depredador que permanece siempre en guardia.
La mayor sorpresa de Alice, no fue descubrir que el desconocido era tan terrícola como ella, sino de quién se trataba.
Atónita, Alice soltó la carretilla con tan mala suerte que la caja volcó rompiéndose y provocó que los adiposos escaparan en todas direcciones.
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Cuando perdió de vista a Alice entre la multitud del mercado, el Señor del Tiempo se adentró en una tienda de apariencia mística que se hallaba en el portal de un cercano edificio de dos plantas a su derecha.
Nada más entrar en el establecimiento, fue recibido por una beldad de atrayentes y voluptuosas curvas que le dio la bienvenida tras una pomposa reverencia que culminó en tres parpadeos de sus amarillentos ojos, tal y como manda la tradición varikiana.
—Honorable señor extranjero —canturreó la pelirroja con la típica sensualidad propia de su raza —, su presencia aquí es un honor para mí ¿En qué puedo ayudarle...?
—Estoy buscando algo para una... amiga.
—Entiendo ¿Estamos hablando de una amiga o quizá de una "amiga"? —preguntó la atractiva dependienta enfatizando la última "amiga" con un guiño cómplice, gesto que en aquel planeta significaba exactamente lo mismo que en la Tierra.
—Es complicado...¿podría ayudarme a encontrar lo que busco? Vengo de parte de Anahera. Ella me dijo que usted me ayudaría a encontrar lo que busco.
Al escuchar ese nombre, la cara de la dependienta se transformó en una máscara de pura sorpresa y quizás también de algo de temor reverencial.
—Por supuesto, sígame —dijo aún más solícita si ello era posible. La joven de piel púrpura señaló con una mano hacia una puerta oculta tras unas cortinas.
Tras descorrer las cortinas, el Doctor bajó por unas escaleras hasta una especie de oscuro sótano alumbrado por velas.
—Este lugar es tan solo mostrado a clientes tan distinguidos como usted. Tal vez encuentre lo que tanto quiere aquí, si necesita ayuda no dude en llamarme. Y por favor, dígale a Anahera que la echamos mucho de menos.
—Así lo haré.
Con un breve asentimiento de sentido respeto hacia su nuevo cliente, la varikiana se retiró dejando al Doctor a solas en aquel oscuro sótano repleto de esotéricas y místicas reliquias.
El Señor del Tiempo recordó que el tráfico de objetos místicos y/o sagrados y por qué no decirlo, mágicos, estaba prohibido y perseguido en casi todas las civilizaciones conocidas de la mayoría de las galaxias.
Tal cosa era debida a la casi imposibilidad, por parte de la ciencia, por muy avanzada que fuera, a desentrañar los misterios de la magia.
A pesar de que se sabía que la física cuántica y la magia eran primas hermanas, aún existían varias dudas de cómo se comportaba esta última, rompiendo todas las reglas universales de la física, sin aparente esfuerzo.
Mientras que examinaba una curiosa máscara de madera de apariencia vikinga, el Doctor recordó su última visita a cierto colegio de la magia extradimensional, al que solo se podía acceder por una puerta oculta situada en una de las columnas de la estación de Londres...
De repente, como llamado por una voz que tan solo él podía escuchar, el señor del tiempo se giró, clavando sus ojos sobre un busto de metal; con un brillo de curiosidad en sus pupilas, vio posado sobre el citado busto aquello que buscaba. Se acercó y con una sonrisa de satisfacción, agarró el misterioso objeto con un cuidado casi reverencial, guardándolo a continuación en un bolsillo de su chaqueta.
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Alice sintió como unas pequeñas manitas tiraban con débil fuerza de la pernera derecha de su pantalón en un intento de llamar su atención, pero ella seguía concentrada en la atractiva figura que tenía delante, quien la miraba con alegría y hasta con un cierto punto de simpática picardía.
—Sabía que donde había problemas ahí debería estar el Doctor y por añadidura, tú, angelito —dijo el hombre de acento americano con una perfecta y cautivadora sonrisa.
—Ehm... ¿Nos conocemos? —dijo Alice con incertidumbre.
—¿No? —preguntó frunciendo el ceño, luego su cerebro pareció hacer click y adivinar lo que sucedía y con un leve asentimiento de su bello rostro, se acercó a Alice —. Entonces, hola, soy Jack Harkness. Encantado.
—Igualmente —Alice aceptó el apretón de manos, comprobando que ésta era tan cálida como su sonrisa —... si, sé quien eres, me encantaba todas tus escenas en la serie.
—¿Perdón...? No entiendo.
—No, nada, no he dicho nada, da igual... olvídalo.
—Supongo que este, al menos para tí, es nuestro primer encuentro ¿Me equivoco?
—Si, es decir no, no te equivocas... yo... perdona, es que estoy nerviosa.
—No tiene importancia, es un efecto que produzco en la mayoría de la gente. Sobre todo la primera vez que tratan conmigo.
Alice se tapó la boca con una mano, y la razón no fue porque no quisiera decir o reprimir algo, o quizás sí, porque para ella, la afirmación de Jack, que en otra persona hubiera parecido ofensiva o prepotente, en él parecía la más simple y llana de las verdades. Ahora que lo veía en persona, a Alice ya no le cupo duda alguna que Jack Harkness era el hombre más guapo del mundo y quizás del universo.
—Debe ser difícil, ya sabes, cargar con tal belleza...¿alguna vez alguien se ha desmayado ante tu imponente presencia? —ironizó la joven, en un vano intento de controlar sus nervios.
—En realidad, varias veces, sobre todo cuando les muestro mis pasos de baile —remató con una sonrisa que consiguió contagiar a Alice su buen humor.
—Bueno ¿y ahora qué hacemos?
—Pues... se me ocurren un par de ideas.
—Me refería a... ellos.
El capitán Jack Harkness observó a su alrededor y con cierta consternación vio que Alice, él mismo y la Tardis, se hallaban rodeados de torpes y pequeños adiposos que, fieles a su genética, se limitaban a resbalar una y otra vez sobre la superficie, víctimas de su grasienta condición.
De repente, unos gritos lejanos reclamaron la atención de la pareja de aventureros; ambos se giraron en dirección al origen de los mismos para comprobar una flaca figura humana que corría hacia ellos como si le persiguiese el mismísimo diablo.
Unos segundos después, pudieron comprobar dos cosas: una, que la figura humana fugitiva no era otro que el Doctor y dos, que el perseguidor no era el diablo, sino una numerosa turba varikiana que no parecía guardar las mejores de las intenciones con respecto a su común amigo.
—¡Tardis! —gritó el señor del tiempo llegando hasta ellos — ¡Entra en la Tardis!
—¡¿Y qué hacemos con los adiposos?! —preguntó la joven mientras recogía a unos pocos de los pequeños seres de grasa.
—¡Coge los que puedas!
—¡Estoy en ello!
—Bien hecho, Alice —elogió el Doctor llegando junto a la Tardis, ya prácticamente sin aliento.
—¿Doctor...?
—¿Jack...?
Un proyectil voló entre los reencontrados amigos a varias veces la velocidad del sonido, convenciendo a ambos de que debían dejar los saludos para más tarde, pues la multitud que perseguía al Doctor se hallaba ya demasiado cerca para la integridad de su salud física.
Con un par de adiposos bajo su brazo izquierdo recogidos a toda prisa, el Doctor agarró con la mano libre la de Alice y la atrajo hacia la Tardis, seguido de cerca por Jack con otros tres a cuestas. El resto, por razones desconocidas, decidieron seguir a sus compañeros al interior de la cabina azul.
—¡Bien! ¡Vámonos de aquí! —dijo el Doctor, llegando al mando de control.
—¿Se puede saber por qué te perseguían? Hasta donde yo sé, los varikianos prefieren hacer el amor antes que la guerra —expuso Jack mientras veía con una mueca de asco su vestimenta —. Vaya, me he puesto la ropa perdida de grasa.
—No lo sé, me...me choqué con uno de ellos y de repente se pusieron furiosos.
—Pues menos mal que estos tipos eran pacifistas —bromeó Alice, intentando así controlar sus nervios.
—Tiene que haber una explicación lógica para esto, los varikianos son muy dóciles e incapaces de matar a una mosca —señaló Jack levantando una ceja.
—Eso díselo a ellos. Si me llegan a atrapar, ahora sería un Señor del Tiempo muerto.
—¿Y entonces por qué está ocurriendo esto? —preguntó Alice mirando entre los dos hombres.
El Doctor soltó la mano de la inspectora y con histérica rapidez pulsó botones y relés de la nave, haciendo que la Tardis se tambaleara mientras se alejaba de los perseguidores.
—¡Eso es lo que vamos a investigar!
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Mi amado Jack entra en acción, ¿tenéis alguna idea de porqué?
Tengo muchas ganas de mostraros su dinámica, ambos son coquetos de naturaleza, aunque Alice un poco menos.
Ahora bien, en el siguiente capítulo veremos que pasa con los varikianos...nada que el terceto de la Tardis no pueda solucionar.
Bueno, este capítulo me costó escribirlo, si hay alguna falta de ortografía por favor no dudéis en decírmelo, siempre se aceptan las críticas constructivas.
Tengo que aclarar que los aliens insectoides, algunos, dan mucho asco...imagínate una cucaracha gigante andando a dos patas y con una pistola láser apuntándote...y tengo una amiga que le dan mucho miedo las arañas, imagínate eso...aunque bueno, técnicamente la emperatriz Racnoss era una araña gigante.
Divagaciones aparte, espero que estén disfrutando de la lectura, no olviden votar y comentar, me animaría mucho a seguir escribiendo.
Disclaimer, Doctor Who no me pertenece (ya mismo me presento en la BBC para poner un buen guion) sólo Alice es de mi propiedad.
Nos veremos gente bella, cuando la inspiración venga a mí, y como no, que la fuerza os acompañe <3
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