1; ALICE
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El viento frío golpeaba a Alice como pequeñas agujas de coser sobre el telar de su piel. El agua de la lluvia le calaba hasta los huesos y la noche oscura le hacía temblar como un indefenso polluelo recién caído del nido.
La menuda joven corrió hacía la tienda desgastada y vieja de artículos antiguos que tanto le gustaba frecuentar.
El local estaba abierto y su dueño, Albert Hurt, era un viejo conocido de la muchacha que, al compás de su larga y mojada melena, entró en el establecimiento acompañada de su siempre inseparable sonrisa.
Alice dejó su chaqueta de cuero en el perchero que había en la entrada y con un gran suspiro de alivio se acercó al anciano dueño del lugar.
Este se encontraba sentado en el mostrador ojeando un collar de apariencia añosa. El espigado señor le dedicó una de sus típicas sonrisas amables y cariñosas a modo de saludo y Alice le devolvió de inmediato el gesto con una grácil sacudida de su mano derecha.
La joven mujer se apoyó en el mostrador enfrente de Albert y con un brillo de curiosidad observó el objeto que el anciano tenía en mano. Se trataba de un colgante de cobre oxidado; en él, se hallaba grabado una media luna y dentro del satélite una preciosa estrella de ocho puntas.
Por alguna razón que no supo dilucidar, a Alice se le hacía bastante familiar aquel colgante que el viejo anticuario manipulaba con tanto cuidado y esmero.
—Este pequeño objeto es de un viejo amigo —empezó a explicar el anciano con una sonrisa nostálgica en el rostro, como adivinando la silenciosa pregunta de Alice —. Este amigo, Dios le bendiga, me convenció de venderlo a la persona indicada... pero ¿Sabes qué? Creo que a pesar de la petición de mi querido amigo, no voy a poder hacerlo nunca, pues este colgante, que intuyo es aún más viejo que yo, se ha convertido, con los años, en algo muy valioso para mí.
Alice escuchó atentamente las palabras de Albert mientras fruncía el ceño ante el collar; se preguntaba, dejando aparte el evidente valor sentimental para Albert, ¿qué tendría de especial este colgante? ¿Sería puro valor sentimental o en realidad el dinero tendría algo que ver...?
La joven se perdió en sus pensamientos y sin que se diera cuenta, el pequeño objeto brilló por tan solo unos segundos, siendo tan solo Albert quien se percatara de ello.
—Verás, este collar le salvará la vida a alguien —continuó, con un súbito deje de emoción que no pasó desapercibido para Alice —. No sé quién ni cuándo pero confío en la persona que me dio este collar, y estoy seguro que sin esta reliquia, esa persona acabaría muerta.
—¿Muerta? ¿Qué quieres decir?
—Creo... creo recordar que mi amigo consiguió el collar en China, aunque no estuve allí cuando todo eso sucedió —el espigado anciano se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto. Dejó el collar en el mostrador y se levantó de su asiento —, pero si tanto te interesa saber sobre el origen de este colgante, puedes hablar con mi amigo para que te cuente sus historias... ya lo creo que sí.
—¿Quién es? ¿Una especie de Indiana Jones? —Alice cruzó los brazos y levantó una ceja, mirando a Albert con divertido escepticismo.
—Oh, no querida, es mucho más que eso... él es de una especie diferente a nosotros... y de un planeta diferente al nuestro.
Esta vez Alice resopló incrédula ante las palabras incoherentes de Albert, pero sin tanto divertimento y con un claro sentimiento de genuina preocupación por el anticuario de cabello plateado. ¿Estaría perdiendo, con la edad, un poco de contacto con la realidad?
—Si claro, ahora me dirás que es como en Doctor Who. Un hombre de más de mil años que vive aventuras con una cabina de policía —respondió Alice, intentando no darle excesiva importancia a las extrañas palabras de su amigo.
—Bueno, es tu programa favorito ¿no sería divertido que en realidad pudieras vivir esas aventuras?
—Si, es mi programa favorito, pero nos estamos desviando del tema ¿quién es tu amigo, el que te regaló el colgante?
—Ya te dije antes que puedes preguntarle a él cuando lo veas —respondió mientras le entregaba el collar a Alice con una suave y cariñosa sonrisa —. Creo que... creo que he cambiado de idea con respecto al colgante.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir...?
—Pues... que puedes quedarte con él, no me gustaría nada más en este mundo que darte este tesoro, que me ha acompañado durante tantos años, a ti.
—¿Por qué? es de tu amigo, y él te dijo que lo vendieras, no que lo regalaras.
—Te equivocas. Me lo has comprado con esta visita tan encantadora tuya, porque el precio de este collar no se vende por dinero, se intercambia por felicidad, y tú me has hecho muy feliz visitándome en mi vieja tienda todos estos años.
Más allá de la profunda emoción que las cariñosas palabras de Albert, al que quería como el abuelo que jamás conoció, Alice se quedó callada, pensando en lo dicho por Albert ¿cómo era posible comprar objetos por felicidad y no por dinero? No, esa no era la pregunta correcta, de hecho era una pregunta estúpida, la verdadera pregunta era: si no quería venderlo ni regalarlo, porque era importante para él, entonces ¿por qué se lo regalaba a ella de esa forma tan repentina e impulsiva, impropia de alguien tan reflexivo como era su amigo el anticuario?
Alice observó los brillosos ojos del anciano y se dio cuenta que parecían a punto de no poder contener un reguero de sentidas lágrimas, aunque al mismo tiempo su rostro era el de un hombre en paz, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Entonces y sin previo aviso, una gran ola de calidez envolvió el cuerpo de Alice, como si de alguna forma alguien le estuviera dando un tierno e invisible abrazo lleno de amor y cariño; algo extraño, considerando que Albert y ella eran, en aquel preciso instante, los únicos ocupantes de la vieja tienda de antigüedades de la calle Moffat.
Unas pequeñas e inesperadas lágrimas cayeron por las sonrojadas mejillas de Alice, pues la cálida sensación de ser amada más allá de toda medida, como un recién nacido en los brazos de su madre, de una manera total, desinteresada y sin reservas, era algo que, sin que ella fuera consciente, había necesitado desde hacía años y era algo que no había experimentado desde que sus...
No, ahora no quería pensar en ello, solo quería volver a sentir esa calidez que hacía mucho tiempo, más del que ella misma quería reconocer, había perdido sin remedio.
La mano de Albert en su hombro, sacó a Alice de su estado de embriaguez de forma abrupta e inmisericorde. Alice se tensó al dejar de sentir ese cariño y amor para, en cambio, ser invadida por el frío vacío de la realidad.
—¿Te encuentras bien, querida? —preguntó Albert mientras acariciaba el hombro de la mujer — Estás llorando y te acabas de poner pálida. No sabía que mis palabras iban a entristecerte tanto... lo siento, yo...
—S-si, no te preocupes, estoy bien —respondió lo mejor que pudo, aún tensa y un poco mareada por el cambio tan drástico. Con tremendo respeto y suavidad, acogió por fin el obsequio del anciano entre sus manos y se lo colocó alrededor del cuello. El rostro de Alice se tornó un reflejo del de Albert, pero aún se sentía desconcertada por lo ocurrido, no era un hábito del anciano dueño de la tienda de antigüedades regalar uno de sus objetos, aunque fuera a una amiga como ella —. Gracias por el collar, es realmente muy bonito.
—Un placer, querida. Y por cierto, creo que mañana deberías hablar con mi viejo amigo, tal vez tenga unas buenas historias que contar.
—Claro, pero ¿cómo se llama? ¿Y dónde vive?
—No te preocupes por ello, estoy seguro que él te encontrará.
Alice frunció el ceño, pues, quizás por deformación profesional, no le gustaban las enigmáticas palabras de Albert. Eso de que un desconocido te encuentre por sus propios medios, sonaba como algo que podía llegar a ser peligroso y aunque confíaba en Albert, su trabajo de policía, en el que había visto de todo, había creado en ella un halo de alerta y desconfianza permanente hacia todo lo que la rodeaba.
No queriendo hacer partícipe a Albert de sus reflexiones, la joven mujer asintió de mala gana, ya que optó por no darle demasiadas vueltas al asunto; solo esperaba que el presunto amigo de Albert, si es que en realidad existía, no fuera un loco psicópata o algo por el estilo.
—Entonces supongo que no me dirás nada de él...¿sabes que este tipo de historias tan raras, como la que acabas de contar, activa mi sentido arácnido de policía? —preguntó Alice con cierto aire sarcástico mientras se cruzaba de brazos y lo miraba con una ceja levantada. El espigado anciano se limitó a reír levemente mientras intentaba ocultar su boca con la mano, evitando cruzar su mirada con la de Alice —. Oye no tiene gracia, no te rías.
—Perdón, perdón... pero no tienes nada de qué preocuparte, mi amigo es muy buena persona y, desde luego, incapaz de hacerte daño alguno.
—Bueno, esta noche dejaré escrita esta conversación en mi diario y si mañana anuncian mi desaparición, mis compañeros tendrán un sospechoso al que interrogar —repuso descruzando los brazos mientras se sentaba en una silla frente al mostrador y señalaba acusadoramente con el dedo índice al dueño de la tienda.
—Cambiando de tema ¿te gustaría un café? Hice mucho y ahora me sobra bastante, creo que podría servir café a toda New York.
—Por supuesto, solo a ti se te ocurriría hacer café para toda la gran manzana —se burló mientras se le escapaba un leve risita.
—Bueno querida, ¿qué puedo decir? Mejor dar que quitar —Albert agarró dos tazas y las apoyó en el mostrador de cristal, y con la cafetera en mano echó el humeante líquido en ambas tazas.
—Supongo que tienes razón.
Ambos pasaron una agradable noche charlando animadamente sobre varios temas: algunos clientes, un poco peculiares, que pasaban por la tienda del espigado anciano; anécdotas de Albert sobre su interesante y aventurera juventud y el tema estrella para ambos: películas clásicas antiguas, comparadas con las nuevas de hoy en día.
Al final de la charla, tanto Albert cómo Alice llegaron a la conclusión de que ambos venderían su alma por ver una película de Humprey Bogart dirigida por Quentin Tarantino, en la que el villano principal fuera el Fu Manchú de Christopher Lee...
Cuando ya se hizo demasiado tarde y Albert decidió que era hora de cerrar la tienda, Alice agarró su chaqueta de cuero del perchero y tras una sentida despedida de su querido "abuelo" con abrazo y agradecimiento incluido, se dirigió a su pequeño apartamento, intentando obviar la húmeda frialdad de la noche invernal neoyorkina.
El barrio donde vivía Alice no era un lugar de gente muy adinerada, pero tampoco podía decirse que se tratara de un barrio bajo; la joven mujer contaba con una modesta paga de inspectora de la policía que le daba lo justo para pagar el alquiler, luz, agua, comprar comida y ropa, y permitirse algún caprichito de fin de semana, como ir al cine o cenar con alguna de las pocas amigas que le quedaban de la universidad y con las que, conforme pasaba el tiempo, tenía cada vez menos contacto.
Una vez dentro de la tranquilidad de su hogar, y sin quitarse la ropa, Alice se tumbó bocabajo en su cama y suspiró de alivio con el contacto de su cómodo colchón y las suaves sábanas que le cubrían.
Le dolía el cuerpo después de un ajetreado día en el que, por temas de su trabajo, no había tenido más remedio que ir deambulando de aquí para allá por la ciudad, y aunque era cierto que tuvo un descanso con Albert en la tienda, eso no restaba la fatiga de tantas horas de trabajo.
Tras unos años patrullando las calles, por fin Alice Taylor había logrado el ascenso a inspectora de la policía de New York, y aunque no le gustaba la parte del papeleo que comportaba su nuevo cargo, le pagaban más que antes, y eso era lo bueno.
Fue su padre quien le convenció de estudiar la carrera y la animó a ingresar a la academia de policía, y ella por supuesto no tuvo de otra que cumplir lo que su padre, Harry Taylor, le dictaba.
El inspector Taylor era un famoso miembro del departamento de policía y según él mismo argumentaba, había cerrado más casos que el propio Sherlock Holmes. Además, era un secreto a voces, entre sus propios compañeros, que Harry tenía la misma capacidad de deducción que el famoso personaje de Arthur Conan Doyle.
Dejando atrás los recuerdos sobre su padre, al que aún añoraba, Alice se sentó sobre su cama y agarró el teléfono, ahora solo quería relajarse un rato... para ello, buscó sus episodios favoritos de Doctor Who en su plataforma digital que pagaba religiosamente una vez al mes y con un suspiro de alivio y expectación, empezó a verlos.
Mientras disfrutaba con la escena en la que Rory el romano decidía vigilar la Pandorica durante dos mil años, poco a poco, y casi sin darse cuenta, fue cerrando los ojos, quedándose por fin dormida.
Lo último que sintió antes de ser llevada al reino de Morfeo, fue el amor casi sobrenatural que ya experimentara ante Albert en la tienda de antigüedades.
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Unas amortiguadas voces, que no le resultaron del todo desconocidas, hicieron que Alice se despertara de un sobresalto.
Para su sorpresa, no se encontró, como hubiera sido lo esperable, con su confortable habitación, sino con un pasillo que, por alguna razón, le resultaba tan familiar como las voces que la habían despertado segundos antes.
Nerviosa y desorientada, la inspectora miró a su alrededor, comprobando que se hallaba recostada sobre el pulido suelo de una lugar de aspecto extraño... casi de película de ciencia ficción.
Alice parpadeó varias veces y aunque ella sabía con certeza que nunca había estado allí, tenía la inequívoca sensación de que todo lo que en ese preciso instante contemplaban sus ojos, no era precisamente nuevo para ella.
El corredor emitía una leve luz naranja, las paredes eran del mismo color, y un suave zumbido, que parecía provenir de todos sitios y de ninguno, se podía escuchar alrededor del pasillo.
"Esto tiene que ser un sueño" se dijo a sí misma, pues no encontraba otra explicación razonable para lo que estaba viendo.
Intentó respirar hondo y retomar el control de la situación. Tras un minuto, comprendió, o eso quería creer, que aquello no se sentía como un sueño, ni siquiera como uno lúcido... pero eso era imposible, tenía que serlo.
Volvió a escuchar las voces lejanas de antes y aunque apenas podía distinguir una palabra de cada diez, le pareció que discutían acaloradamente sobre algo.
Poseída por su natural curiosidad, agudizó el oído para escuchar mejor, y así poder saber que estaba ocurriendo exactamente, pero no pudo escuchar mucho, sus oídos pitaban y se sentía un poco mareada.
Se levantó con cuidado, aún tambaleando, y sin saber muy bien qué hacer, se dirigió hacia las voces.
Justo cuando llegó a unos pocos metros de distancia, se escondió tras una pared, observando con cautela, pues no quería ser descubierta.
—Lo digo en serio, Ponds ¡voy a poner literas en vuestra habitación! —repuso un hombre joven, alto y flaco con pajarita.
Alice se quedó helada, esto no podía ser verdad, tendría que estar soñando, porque ese hombre... el hombre joven, alto y flaco de la pajarita era nada más y nada menos que... el Doctor.
—¡Ya pusiste las literas! —respondió una mujer de cabello pelirrojo, a quien Alice reconoció como Amy Pond.
Alice se pegó más a la pared, rezando para que el muro que la separaba del Doctor y sus acompañantes la absorbiera, pudiendo desaparecer al instante.
¿Cómo era aquella locura siquiera posible? Allí, frente a ella, se encontraba el Doctor y a su lado, Amy y Rory ¿estaría soñando? pero no se sentía como un sueño, pues desde que tuvo uso de razón Alice siempre supo cuándo ella soñaba... y no era el caso.
Luchando por mantener la cordura, Alice acercó su mano al colgante, pero tan solo pudo asir el vacío.
Se palpó el cuello histéricamente con ambas manos ¿dónde estaba el collar que le regaló Albert? ¿Se le habría caído por el camino?
Su respiración se agitó, ¿por qué le ocurrían estas cosas a ella? Lo único que Alice pedía era estar tranquila en su casa viendo Doctor Who, ¡No vivirlo!
A pesar de que ella hubiera dado uno de sus brazos por vivir aventuras al lado del Doctor, ahora su único deseo era volver a casa, aunque allí apenas le quedara nada: tan solo un trabajo que nunca fue su verdadera vocación, con un sueldo mísero en comparación al volumen de trabajo y a una vida cada vez más solitaria y falta de sentido.
No queriendo repasar más el extenso catálogo de sus miserias, Alice decidió volver sus pasos por donde había venido, pero un fuerte agarre se lo impidió, sintió como unos firmes brazos la abrazaban por detrás haciéndola girar.
Con los nervios a flor de piel por la cascada de sucesos tan extravagantes, Alice gritó asustada y pataleó con la intención de librarse de su supuesto agresor.
Ante tan inesperada y violenta reacción, la mano se despegó del abrazo y entonces Alice se giró hacia el desconocido, para, a continuación, permanecer congelada durante varios segundos.
Delante de ella, con su pajarita, se erguía la personificación del undécimo Doctor.
El Doctor observó a la visitante con curiosidad e inquietud, como si realmente la conociera y estuviera preocupado por ella.
—¿Alice? ¿Te encuentras bien? ¿Estás herida?—preguntó el dueño de la legendaria Tardis, intentado verificar que, efectivamente, Alice no estuviera lastimada ni presentara algún tipo de lesión. Pasados unos segundos sus escrutadores y profundos ojos verdes, se detuvieron en el cuello de la joven, como si le faltara algo... Alice puso una mano donde antes se encontraba el colgante que le regaló Albert. Lentamente el Doctor retrocedió un paso. Su mirada se veía llena de comprensión y tristeza.
—Oh, ya veo, bueno ya me advertiste que esto pasaría...
—...¿Qué le ocurre a Alice, Doctor? ¿Está ella bien? —intervino Rory, acercándose a la joven mujer, pero Alice retrocedió a la defensiva, aturdida y con lágrimas a punto de caer en sus ojos; quiso decir algo, pero las palabras se negaban a salir de su boca.
¿Qué mierda estaba pasando? ¿Cómo estos personajes ficticios la conocían y se preocupaban por ella como si fueran amigos íntimos? ¿Sería una especie de cámara oculta? ¿Estaría en coma, entubada en la cama de un hospital y todo aquello eran los últimos delirios de una moribunda?
—Alice —dijo el Doctor suavemente —, lo que voy a decirte es difícil de asimilar, pero somos reales, soy el Doctor y ellos son Rory Williams y Amy Pond.
—¿Esto es real? —pudo por fin preguntar Alice aún en shock, con lágrimas deslizándose por sus sonrojadas mejillas —. Pero no os conozco, a ninguno, o sea os conozco, pero del programa de televisión.
—¿Programa de televisión? —repitió Amy frunciendo el ceño —. No lo entiendo, Doctor ¿por qué no nos reconoce?
—Vamos a calmarnos ¿vale? Alice tranquilízate; como dije, sé que es difícil de asimilar, pero todo lo que sabes de mi es verdad —dijo el Doctor.
—¿Difícil de asimilar? ¿Cómo llegué aquí? ¿Y cómo sabéis mi nombre? ¿Es esto una cámara oculta de algún programa de la BBC? Porque tú eres Arthur Darvill —señaló a Rory y luego señaló a Amy —, tú eres Karen Gillan... por cierto, en persona eres aun mas guapa que en la tele...
—Gracias —respondió la pelirroja sin entender del todo las palabras de Alice.
Finalmente, Alice miró al Doctor señalándole con el dedo índice.
—Y tú definitivamente no eres el Doctor, eres el actor Matt Smith...para mi el mejor doctor de todos los tiempos... Y si esto es una especie de broma, me parece una de muy mal gusto; yo estaba muy tranquila durmiendo en mi cama y... Dios, ¡Quiero hablar con el responsable de toda esta mierda! Os va a caer una demanda que...
—Alice, por favor, cálmate ¿Por qué íbamos a gastarte una broma? —repuso Amy.
—No es una broma, Alice...¿estás segura que no te has dado un golpe en la cabeza? Déjame revisarte —dijo Rory acercándose a Alice, la joven mujer volvió a retroceder aún más asustada.
—¡Atrás! ¡No te acerques a mí! Sé kárate —gritó, haciendo un torpe y cómico gesto de artes marciales —. Esto no puede ser real ¡Vosotros no sois reales! — murmuró mientras se agachaba en el suelo con las piernas sobre su pecho y se tapaba la cara con las manos.
El Doctor alejó a Rory con un gesto y con toda la calma posible, se acercó a ella muy lentamente dejando unos pocos pasos de distancia entre ambos.
—Alice, escúchame, tienes que respirar ¿vale?
—No puedo, no puedo, esto no es real —siguió murmurando mientras sentía como su corazón iba a mil, su pecho bajaba y subía como una montaña rusa y toda ella se balanceaba en el suelo en un intento de calmarse... pero no podía, y todos comprendieron que Alice se hallaba inmersa en un intenso ataque de pánico.
—Alice, si no te tranquilizas puedes llegar a desmayarte, y no quiero que eso ocurra, nadie quiere eso...vamos a respirar todos juntos ¿te parece bien?
La joven lo miró con recelo, pero asintió e hizo exactamente lo mismo que el señor del tiempo, inhalando y exhalando muy lentamente, hasta que, al fin, su respiración se fue calmando poco a poco.
—Tan brillante como siempre, Alice —declaró Amy con una sonrisa, entendiendo ahora que es lo que estaba pasando. El Doctor ya les había explicado, tanto a ella como a Rory, que algún día aparecería una Alice que no les reconocería, porque esta Alice no habría vivido ninguna aventura con ellos.
—¿Cómo siempre? espera...— Alice, que aún se negaba a reincorporarse, acarició sus sienes mientras cerraba los ojos. Estaba claro que algo fantástico y desconocido, muy en la línea del guion de cualquier episodio del Doctor Who tendría que haber ocurrido para posibilitar la llegada de Alice a la Tardis —. Fuí a la tienda de mi amigo Albert y él... me regaló un colgante; luego llegué a mi casa, y como es mi costumbre, antes de cenar, me puse cómodamente a ver un episodio de —prefirió no mencionar Doctor Who, pues referirse al Doctor como una serie de TV, ahora que supuestamente lo tenía delante, le pareció demasiado surrealista —... Bueno, me quedé dormida viendo mi serie favorita y hace un rato me he despertado en mitad de un pasillo, y sin mi collar, que estoy segura que no se me ha caído por ningún lado... ¿es eso? ¿Estoy aquí por ese maldito colgante? ¿Sois unos ladrones o algo así?
—Por supuesto que no somos ladrones —repuso el Doctor, pero la Tardis zumbó divertida ante ese comentario, Alice agrandó los ojos ante aquello —. Es un poco más complicado que eso —contestó el Doctor frotándose las manos nerviosamente —, pero en resumidas cuentas, sí, estas aquí por el collar.
—Vale...—murmuró lentamente Alice mientras intentaba asimilar tanta información, ¿sería todo real y estaba de verdad con sus personajes favoritos de televisión? —. ¿Estoy en otro universo? ¿La televisión me ha absorbido? ¿Es una especie de cámara oculta o...? ¡Ay, no! ¡¿Estoy muerta?!
—No, no, no estás muerta, tranquila —el Doctor se acuclilló frente a ella con cuidado de no alterarla más y agarró su mano lentamente dándole pequeñas caricias —. Estás realmente en la Tardis, aunque estoy seguro que eso ya lo habrás deducido por ti misma. Si, este es otro universo diferente al tuyo y si, llegaste aquí gracias al collar.
Alice miró al Doctor directamente a los ojos; no esperaba encontrarse con una cálida y verde mirada llena de comprensión y cariño, que llenó su corazón de esperanza y tranquilidad. La joven mujer tragó saliva, aunque la razón le decía que esto era imposible, decidió callarla porque por alguna razón al ver los ojos verdes del Doctor, supo que este estaba diciendo la verdad. Con un suspiro, retiró la mano del último Señor del Tiempo y se levantó tambaleante, para luego alejarse un poco para poder respirar.
El Doctor, comprensivo ante la actitud de Alice, le concedió el espacio que ésta necesitaba, pues no quería que esto pudiera provocar otro ataque de pánico en ella.
Por su parte y aunque muy en el fondo de su mente aún no terminaba de creer al Doctor porque eso significaba que su universo estaba en otra parte y tal vez no podría volver, Alice empezó a creer que realmente se hallaba en un universo donde su héroe de ciencia ficción preferido, existía.
—Bien...¿Te encuentras mejor, Alice?
—Creo... Creo que si...
—Entonces creo que debería presentarme adecuadamente. Hola, soy el Doctor y ellos son Rory y Amy y esta —dijo extendiendo los brazos —es la Tardis.
En respuesta, los motores de la Tardis zumbaron suavemente a modo de saludo.
Alice les dedicó a todos una sonrisa de circunstancias, aún en conflicto consigo misma si creer aquella loca historia o no. Dictara lo que dictara su mente, la joven mujer necesitaba comprobar con desespero si todo lo que veía ante sí era verdad o no.
—Encantada, soy Alice Taylor, pero creo que ya lo sabes, ya que antes me has llamado por mi nombre...
—Supongo que tendrás muchas preguntas, las cuales responderé a las que pueda, por eso antes, dejaremos a los Ponds en casa para que puedas pensar con más tiempo —anunció el Doctor mientras se dirigía a la consola de la nave.
—Pero pensé que dijiste que íbamos a Río —se quejó Amy, mientras se acercaba también a la consola de mando.
Alice tuvo una especie de deja vu y recordó que esta escena ya la había visto antes, en un episodio de la serie. En aquél capítulo, el terceto nunca llegó a Río sino a Gales; allí, el Doctor metió la mano en una grieta, encontrando un trozo de la Tardis. Finalmente, Rory fue eliminado de la existencia para luego convertirse en un imperecedero romano de plástico.
A Alice no le gustaba que el personaje de Rory tuviera que morir, pues para ella, era uno de los compañeros del Doctor favoritos.
Alice sonrió al recordar que Rory pudo proteger durante dos mil años a Amy que estaba en la Pandorica.
—E iremos, pero primero debo enseñar la Tardis a Alice y no quiero que se altere mientras vosotros dais vueltas por los pasillos.
—¿Crees que somos perros? —preguntó Rory, claramente ofendido porque él pensara que de alguna manera iban a alterar a Alice.
—No, que tontería más grande. Sois humanos, por eso os voy a dejar en casa —repuso mientras tocaba algunos controles de la consola.
Alice se quedó callada mientras observaba las interacciones entre ellos, le resultaba gracioso pues era exactamente como lo había visto en televisión, pero aún se sentía raro, como si ella fuera una especie de anomalía que no debiera estar allí.
El zumbido de la Tardis se hizo de nuevo presente, Alice sintió una calidez en el fondo de su mente, una calidez que le daba la bienvenida. Rápidamente supo que era la Tardis quien la estaba saludando otra vez, como si la fiel nave del Doctor tratara de disipar las dudas que atormentaban el corazón de Alice, pero una vez más, ella se negó a creer en todo lo que la rodeaba...
Con paso ligero, se acercó a las puertas de la Tardis, y sin que ninguno de los presentes se dieran cuenta, posó su mano en una de las puertas. Escuchó el grito del Doctor detrás de ella, pero no le hizo caso y abrió una de las puertas, justo para ser empujada hacia atrás un momento después, siendo salvada en el último momento de caer ante un abismo de oscuridad y estrellas infinitas.
—Entonces...si estoy en la Tardis... ¿Es eso el espacio?
—Si...como dije antes, estás en la Tardis —dijo el Doctor, que aún la agarraba del brazo y cerraba la puerta detrás de él.
—Vale...—murmuró lentamente mientras que por fin, su torturada mente se declaró vencida ante la tozuda evidencia —. Creo que... creo que me estoy mareando y voy a desmayarme... sí, me voy a desmayar.
Antes de que Alice pudiera decir algo más, cayó en los brazos del Doctor, sucumbiendo ante una inconsciencia aún más oscura e infinita que el universo.
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Entonces, digamos que, muy alocadamente, he decidido hacer un fanfic de Doctor Who.
No será lineal, es tipo River Song. Sí, hay muchos fanfics con esta dinámica, pero en realidad son mis favoritos y he dicho "why not?"
Aviso de que contendrá menciones de violencia y lenguaje soez.
Habrá aventuras originales, pero no soy Moffat ni Russell, así que un poquito de amor y paciencia se agradece.
Pido disculpas por las faltas de ortografías, si podéis me lo decís y yo los corregiré más adelante. ¡Que vivan las críticas constructivas! Dad opiniones y no os quedéis callados, sería algo fantastic.
Quiero dedicar este fic a mis amiguis porque siempre me están aguantando cuando hablo de Doctor Who o David Tennant (en realidad les parece bien que hable de ello porque están igual de obsesionados que yo).
Disclaimer, Doctor who no me pertenece (desgraciadamente, aunque si llego a ser guionista...). Le pertenece a la BBC, donde parece ser que solo tienen 10 actores y poco más. Sólo Alice y otros personajes son de mi autoria, porque salieron de mi imaginación mientras estaba en el baño.
Actualizaciones lentas, no me fio de mi inspiración.
Nos veremos cuando se me ocurran nuevas ideas, je <3
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