Capítulo 7: "Open the door." (Parte I)
"Señorita Son, lléveme a casa"
Sana había pronunciado aquella frase con voz trémula, la profesora Son quedó confundida, pues aunque nunca había cruzado mucho su vida con la de Minatozaki Sana, se había quedado enganchada con todo lo que ella representaba: era hermosa, cabello castaño oscuro, mechones rebeldes todo el tiempo, un perfil perfecto. Unas piernas largas que le hubieran encantado enredar en su cuerpo si tan solo la noche se hubiera interrumpido abruptamente por el aviso de un peligro en la galería.
Peligro que ella no pareció percibir. Solo Sana.
Chaeyoung estaba con su vista en el camino a casa de su acompañante, mentiría si no dijera dentro de su cabeza que esta absurdamente decepcionada de que ese sueño de mujer en el asiento del copiloto estaba en otra dimensión sin prestarle caso realmente. Y en realidad, Chaeyoung recapítulo toda su noche, el vino, las charlas donde lanzaba comentarios sugerentes hacia ella que causaban cierto temblor en los labios de Sana. La verdad, para cualquier persona, realmente la única interesada en ella fue Son, Sana no tenía ojos para ella de la misma forma, y estaba descubriendo que tal vez, solo tal vez, aunque rompiera su racha de conquistas exitosas, Sana estaba allí más que por un compromiso obligado, que por besar a Son. Pero... ¡Luego la besó! Con una pasión desenfrenada, casi se la comía viva. Chaeyoung suspiró por lo bajo, cuando recordó cómo los labios de Sana y su cuerpo parecían querer demostrar poder sobre ella en todo momento. Como si tener el control es lo único que Minatozaki necesitara. Chaeyoung no había planeado someterse a ella, pero tembló cuando fue empujada sin mucho esfuerzo por la mas alta, y la comenzó a recorrer con esos suaves y rojos labios bajo las luces tenues de las vitrinas que las rodeaban.
Pero algo pareció jalar a Sana de seguir en ese momento de inmersión por devorarla.
Paso de ver una Sana decidida, a una confundida, y se aisló en una caja mental donde tenía encadenada su voz para no responder preguntas de Chaeyoung.
Cumplió su petición en cuanto esta le pidió regresar a su humilde morada. La profesora de Artes creyó que podría ser invitada a pasar si Sana se lo planteaba en el camino, tomaba su mano, o le regalaba alguna mirada... No fue así, nada, ni una señal, un silencio se robo el protagonismo de lo que fueron besos fugaces, ambiguos y llenos de fuego que luego serían cenizas.
Chaeyoung no olvidaría esa noche, frustrada porque sabía que Sana no volvería a cometer el acto de besarla cadentemente como antes.
Pero era una mujer hermosa, y se sentía muy diferente con ella.
En su lugar, Sana solo estaba con su cabeza en el momento donde leyó aquella serie repetida de números. El aire en el carro para ella era pesado, estaba encerrada en una burbuja de ira, resentimiento y miedo, que sabía que con la aguja de la presencia Jihyo, se rompería y desataría destrucción para su calma y restricción hacia ella. Había pasado un buen tiempo sin el demonio molestando en sus adentros, acariciando sus pensamientos, observando cada movimiento y respiración de la japonesa. Ahora, cuando ella quería parecer disfrutar de la boca de alguien más, Jihyo venía a reclamarla como su preciado Ángel al que abandonó sin más sobre una cama, en su desnudez vulnerable y expectante de ser tomada sin control.
La detestaba tanto por eso, si Jihyo quería pelea se la daría, llegaría a su casa dispuesta a convencerla de que ella no debía ser tratada con indiferencia y mucho menos después de tantas cosas para nada casuales entre ellas. Su rabia le oscurecía el alma, la quemaba con un viejo pergamino, lentamente su deseo la devoraba en su interior. Estaba decidida a enfrentarse a Jihyo, a demostrarle que ella también podía arder, que no era una simple espectadora de su propia vida donde ella abría la puerta y tocaba su cuerpo como si fuese cualquier cosa.
Esa noche, todo cambiaría. Sana no sería la misma después de esto. No quería serlo.
No entendía que sucedía en su cuerpo esa noche, ni en su mente, estaba de alguna manera poseída y atrapada en algo que jamás había conocido: una ira que solo podría ser calmada con lujuria. Quería profanar el nombre de Jihyo, no quería más de sus tretas, no deseaba seguir dándole razones para humillarla sobre su propia cama.
Todo eso que estaba sintiendo hizo ruido en Chaeyoung cuando se giró solo para encontrarse a Sana con su ceño fruncido, con una frialdad terrorífica. Su orgullo estaba herido, y no tenía más salida que exteriorizarlo. Aunque Chaeyoung no fuese realmente la culpable de nada, necesitaba estar molesta o explotaría por dentro.
La profesora se sintió pequeña en su asiento al ver esa mirada mucho más oscura que de costumbre, pensando si era algún tipo de pista de que Sana no estaba en la misma sintonía que ella.
Lo que no sabía, es que Minatozaki Sana ya no estaba en sus cabales, ni siquiera parecía un ser humano a ese momento.
—P-Profesora —se le enredaron las palabras en su lengua por el nerviosismo de verla así. Molesta, sería, asesina—, ya estamos aquí.
Ella la miró con una ceja elevada:—Uhm, gracias Señorita Son, fue una noche agradable.
Son trago saliva dolorosamente, Sana fue demasiado política con ella.
¿Se besaban y la trataba como una desconocida y ya? ¿Eso como era?
—Gracias a usted por aceptar mi invitación —expresó Son, intentando ser natural con una sonrisa mímina—Usted... ¿se siente bien?
—De maravilla —las palabras eran como cuchillos filosos.
Chaeyoung no sabía que era lo que la impulsaba a eso, pero tenía ganas de besarla, aunque fuese una última vez, aunque Sana quizá no respondiera con la misma pasión, quería al menos despedirse adecuadamente en esa "cita" tan extraña que compartieron.
—P-Puedo... ¿Darle un beso de despedida, unnie?
A Sana el cerebro se le fundió en ese momento. ¿Más besos? Sería para que Jihyo, se le ocurriera aparecerse y matarlas dentro del carro. Analizo la expresión de cachorro en los ojos gatunos de Chaeyoung, ella de verdad quería besarla, no era de menos, habían sentido una vibra magnífica juntas, pero Sana no tenía ojos realmente serios para ella.
Aunque mando al diablo a Jihyo y todo lo que la perseguía en ese momento. De todas maneras quería molestar al demonio si la andaba observando, ¿No sería maravilloso que viese que podía besar y follarse a cualquier persona si ella lo deseaba? Como siempre fue, como siempre debió ser, pues ella nunca aceptó ser de Jihyo, y no estaba en sus planes hacerlo.
Chaeyoung notó como Sana parecía considerar su petición por un contacto pequeño o un roce de labios entre ambas. Sana tomó su mejilla, y de un tirón le dio un beso que pensaba duraría lo que dura la velocidad del sonido en viajar.
Pero Chaeyoung comenzó a emocionarse de más. Grave error. Aunque ambas comenzaban a acostumbrarse más a la idea de explorar más sus bocas, cuando Chaeyoung hundió su lengua caliente la para sentir más a la mayor, y gimió por la sensibilidad del beso. Sana comenzó a sentirse mareada, afortunadamente, logró olvidarlo cuando tomó la muñeca de Chaeyoung para empujarla en su asiento e intentar sentarse sobre ella en el auto. Aunque sabía que no lo llevaría tan lejos esa noche, estaba dispuesta a volver loca a Chaeyoung, necesitaba desatar esa locura interna que Jihyo había esparcido en su alma desde que empezó a llamarla suya.
Son parecía una mujer bastante receptiva, pues un solo beso la hacía gemir por lo bajo como una joven inexperta, y Sana gruñía sobre los labios ajenas cuando esa lengua bailaba con la suya de forma caliente y jugosa, el calor volvió a hacerse parte de ellas, nunca fue intenso como el que sentía Sana solo tocándose con el pensamiento de Jihyo en su mente todos los días extrañandola y añorandola, pero la sensación fugaz de un humano queriéndola más cerca la hacía sentir mejor.
Hasta que por falta de aire se separaron, Chaeyoung jadeó recobrando el aliento de los pasionales besos que le otorgaba Sana. Se maldijo internamente por no ser la chica que Sana quería, sabía que había alguien más, lo sabía por esas marcas no tan ocultas que estaban en su cuello.
Sabía que Sana no estaba pensando en ella al besarla, y aún así la hubiera dejado tomar cada centímetro de su piel si eso permitía ella.
Pero nunca sería así, no mientras Sana tenía la mente bajo el poder y manipulación de Jihyo. No mientras ya sus gemidos le pertenencían, no mientras su cuerpo clamaba como un hombre roto clama al cielo por piedad cuando Dios lo deja sin respuestas.
Los labios de Sana estaban rojos, y brillaban, suponía que era el labial esparcido tras el beso, pero luego analizo y el impacto de saber que era.
Sangre.
Sana no se percató, aún con sus ojos divagando, la cabeza girando entre sus pensamientos, y el beso que la dejó pensativa, no se dio cuenta en ese momento que su mirada avellaneda que siempre inspiraba ternura ahora lucía fría y distante. La piel de Chaeyoung pareció estirarse del miedo como si de un gato asustado se tratara, la miró espantada, aterrada...
Con una voz llena de preocupación, musitó a la profesora de literatura que la miraba sin pena ni gloria, inexpresiva, como suspendida en un limbo del que Chaeyoung no formaba parte. ¿Ella estaba consciente de que labio estaba manchado de un tono escarlata? —S-S-Señorita S-Sa-Sana, su labio —la más baja señaló su labio inferior, cubierto la sangre—. Está sangrando.
Sana pareció volver de su trance infinito, a la realidad, al escuchar: Sangre. Su mundo se vino abajo, su mente se sumergió en el pánico. Se llevó la mano con temor a sentir el líquido empapando sus bellos labios, y al sentirlo caliente, la sensación de ira en ella fue más nítida y real que nunca.
Jihyo la tenía harta.
—Perdóneme Son, tengo que subir a mi casa —murmuró dilatando la rabia, le dolía el pecho, se sentía presa de esa maldita jugadora de juegos crueles—. Por favor no hable de esto con nadie más... ¿Bien?
—Pero usted... ¿Estará bien? —Sana se asombró con su pregunta. ¿Lo estaría? Eso era un respuesta en blanco en su mente. Asintió solo por no alertar más a la profesora Son—A-Al menos tomé esto para que se pueda limpiar —Chaeyoung le ofreció una toalla húmeda para retirar la mancha que adornaba sus labios, con un peso reinando en el ambiente pues parecía que Son había visto al diablo, pero a quien verdaderamente atormentaba era a Sana.
Tragó grueso cuando se dio cuenta que el asunto estaba escalando a niveles que ella desconocía su peligro. No sabia si al llegar a su casa habría una solución, un diálogo, o una muerte segura
Tampoco sabía si Chaeyoung sería la última testigo de su cuerpo con vida.
Se despidió de ella, con un suave beso en la mejilla, su labio punzó de dolor ante eso pero ya no le importaba. Estaba distraída con la rabia que experimentaba en su cuerpo.
Chaeyoung vió a Sana, con extrañeza, desaparecer por la entrada de su edificio.
Sana en su lugar, daba pasos rectos y acelerados hasta el lobby, para ir al ascensor, marcar el piso de su apartamento, y maldecir a Jihyo cien veces más mientras subía con un dolor latente en sus labios y pecho.
—Maldita demonio, te odio —rechinó los dientes en la soledad del ascensor.
Sana llegó a su casa con el rostro encendido por el enojo, sus pasos resonando con fuerza en el piso de madera. Ni siquiera se molestó en mirar a Butters, quien se acercó con su pequeño cuerpo felino para recibirla, restregándose contra sus piernas en busca de atención. Pero Sana estaba demasiado furiosa como para detenerse.
Directa y decidida, se dirigió al cajón donde guardaba aquel libro que tantos problemas le había traído. Lo sacó con manos temblorosas y, sin detenerse, avanzó hacia el mueble de su sala. Se dejó caer en el asiento con un movimiento brusco, colocando el libro sobre la mesa frente a ella.
Buscó sus gafas con impaciencia, lanzando un rápido vistazo alrededor hasta encontrarlas. Se las colocó rápidamente y, con una mezcla de frustración y determinación, abrió el libro de golpe. Las páginas seguían igual que siempre: vacías, burlándose de su paciencia, de su cordura.
La rabia subió como una ola imparable dentro de ella. Se inclinó hacia adelante, sus dedos presionando con fuerza el borde del libro mientras gritaba al aire, desahogándose con cada palabra:—¡Cobarde! ¿Qué clase de demonio hace que mi labio sangre y luego desaparece? ¿Tienes miedo, Jihyo? ¡Si tanto me quieres, ven a buscarme! ¡Estoy aquí, esperando!
Las palabras salían sin filtro, impulsadas por la adrenalina que la carcomía. Sana no estaba pensando en lo que decía, solo necesitaba que algo, lo que fuera, respondiera. Pero lo único que obtuvo fue silencio.
El sonido del viento atravesó el espacio, gélido y siniestro, como si algo invisible se moviera a su alrededor. Un momento después, un estruendo sacudió las ventanas, haciendo que Sana diera un pequeño salto en su asiento. El aire se volvió más denso, como si alguien más estuviera allí, observándola.
Otra brisa, más fuerte que las anteriores, recorrió la habitación, dejando un silbido hueco que hizo eco en los oídos de Sana. El sonido fue suficiente para que Butters, asustado, corriera hacia ella. Su pequeño cuerpo felino buscó refugio en el regazo de su dueña justo cuando un jarrón decorativo cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
Sana tembló. Tenía miedo, sí, pero también estaba más convencida que nunca de que debía seguir tentando al demonio si quería deshacerse de él de una vez por todas. Con movimientos automáticos, sus dedos acariciaron el pelaje esponjoso y anaranjado de Butters, sintiendo el leve temblor del animal. Era evidente que él también percibía el peligro que se cernía sobre ellas.
Entonces, como si algo invisible hubiera respondido a su desafío, una última brisa golpeó la sala. El viento revolvió las páginas del libro sobre la mesa y, de pronto, lo dejó abierto en una página cualquiera. Sana se inclinó hacia adelante, su respiración entrecortada, y dejó que sus ojos recorrieran la tinta oscura que conocía demasiado bien. Esta vez no eran párrafos enteros que buscaban reírse de ella, si no unas simples palabras, como una carta de esas que deja tu madre cuando va a salir mientras duermes plácidamente.
Al leerla, una presión le heló la sangre, aunque también encendió la llama de su determinación.
"Espérame a las doce en punto. Tú lo pediste, yo te lo cumplo, dulce Angelito
Con cinismo,
Jihyo."
Sana apretó los labios, un escalofrío recorriéndole la columna. Había conseguido lo que quería. O al menos, eso quería creer su mente.
Sana, como siempre, no pudo quedarse callada. La ira la consumía, y su voz resonó por toda la sala mientras apretaba a Butters contra su pecho. El gato temblaba, cada vez más asustado por el estado frenético de su dueña.
—¡Hasta para eso juegas! ¡Eres una imbécil de mierda que jamás cumple con lo que tanto predica! ¡Idiota! —gritó, iracunda, con el corazón en la boca y los ojos ardiendo de rabia y cansancio.
El silencio que siguió fue breve, demasiado breve. Antes de que pudiera recuperar el aliento, la presencia de Jihyo se coló en su mente, como una caricia insidiosa que la recorrió de pies a cabeza. Siempre lo hacía, con esa intensidad que era tan exquisita para ella misma como odiosa para Sana.
"Ángel, cuida tus palabras. Ya no jugaré más contigo, pero te lo pido encarecidamente: sé paciente. Alzarte contra mí solo hará las cosas peores."
La voz de Jihyo era suave, tétrica, y llena de propiedad que heló la voluntad de Sana.
La japonesa quiso luchar, quiso debatir, pero las palabras se le atoraron en la garganta:
—¡S-Sal de mi puta mente, carajo! ¡Te voy a...!
El valor la abandonó antes de terminar. La presión invisible de Jihyo se extendió por su cuerpo, sellándole los labios con una manipulación que la dejó impotente. Sana luchó por recuperar su voz, pero no logró más que un jadeo ahogado. Butters maulló aturdido, removiéndose en sus brazos como si también sintiera el peso de la presencia demoníaca.
"Te lo advertí..."
Y entonces, la consecuencia de refutar las acciones de Jihyo cayó sobre Sana. El silencio fue absoluto. Sus párpados comenzaron a cerrarse lentamente, como si una fuerza externa los empujara. Su cuerpo cedió al cansancio y a la presión, incapaz de resistir.
Lo último que vio antes de sucumbir fue una pluma negra flotando en el aire, girando lentamente frente a ella como una burla final.
"Caos y locura" susurró su mente antes de apagarse por completo. Conocía bien ese camino. Y había desestimado a la única que lo dominaba.
Una hora después, Sana se removió inquieta en el sofá. Su boca estaba entreabierta, y su respiración era pesada, como si le costara llenar los pulmones. Butters dormía cómodamente sobre su regazo, ajeno a la tensión que aún se aferraba a su dueña. Los ojos de Sana comenzaron a abrirse, y de repente se levantó de golpe, jadeando en un estado de pura crisis.
Su mirada recorrió la sala con rapidez: la cálida luz del lugar, la mesilla donde aún reposaba el libro, la cocina a lo lejos, el televisor apagado, el peso familiar de Butters sobre ella. El alivio del reconocimiento fue momentáneo; un fuerte dolor de cabeza le punzaba como recordatorio de lo vivido.
—Mierda... —murmuró, llevando una mano a sus sienes.
Con un suspiro, hizo el ademán de levantarse, cargando a Butters en brazos mientras miraba el reloj. Eran las doce y cinco. Su mente no tardó en registrar la decepción. Jihyo había prometido aparecer a las doce en punto, pero, como siempre, no había cumplido. Sana esbozó una mueca, una mezcla de desdén y resignación, mientras acomodaba a su gato sobre su pecho.
—Bah... Sabía que no vendría. Voy a devolver ese libro mañana —murmuró con amargura.
Contrario a lo que esperaba, su cuerpo no estaba pesado ni entumecido como en otras ocasiones tras un encuentro con el demonio. Se sentía, sorprendentemente, normal. El alivio le susurró que tal vez todo había terminado, que quizás Jihyo finalmente la había dejado en paz.
Decidida a quitarse la amarga sensación de esa noche, Sana se levantó con Butters aún en brazos. Su vida estaba patas arriba, y la curiosidad, como siempre, la había llevado a lugares peligrosos. Pero, por suerte, no era ese el gato curioso; esa condena la llevaba Sana sola.
Con movimientos automáticos, llevó a Butters a su habitación, dejándolo suavemente sobre la cama antes de dirigirse al baño. Abrió la llave de la ducha, dejó correr el agua caliente y se miró en el espejo mientras esperaba. Las ojeras bajo sus ojos eran profundas, aunque siempre habían estado allí, las ignoró. Se inclinó sobre el lavabo, lavándose el rostro con manos temblorosas antes de despojarse de la ropa y entrar bajo el chorro de agua.
El contacto del agua caliente contra su piel fue un bálsamo inmediato. Gimió, aliviada, mientras el vapor comenzaba a envolverla, relajando sus músculos y apaciguando su mente. Quería dejar atrás toda la tensión de esa noche, borrar el rastro de Jihyo, al menos por unas horas.
—Cobarde... —murmuró para sí misma, cerrando los ojos mientras apoyaba la frente contra la fría pared de la ducha. Jihyo no había tenido el valor de enfrentarse a ella, no esta vez. Sana estaba segura de eso, pero no quería seguir pensándola. No ahora. No cuando era tan egoísta incluso para mostrarle su verdadero rostro.
El agua siguió cayendo, llevándose consigo los restos de su agitación, o al menos, eso quiso creer Sana.
De repente, un canto llenó sus oídos. Era bajo, distante, y por un momento pensó que solo era su mente reproduciendo alguna canción vieja, una de esas que el cerebro repite para evitar el vacío.
Pero no fue así.
Sana salió del baño envuelta en una toalla, con el cabello húmedo adherido a su nuca. Tomó un short de pijama, su ropa interior y una camisa blanca de botones del armario. Se vistió con movimientos desganados, como si estuviera en piloto automático, sin prestar atención a nada más.
El canto volvió.
Esta vez, las notas eran más fuertes, insistentes, como si quisieran perforar la barrera de su indiferencia. Sana las evadió, frunciendo ligeramente el ceño, pero no les dio importancia. No quería pensar más esa noche.
Se dirigió a la cocina, con la intención de buscar un vaso de agua antes de dormir. Quizá hasta se quedaría en la sala viendo una película, acompañada de su soledad; esa que nunca fallaba, la única compañía fiel que le quedaba.
Cuando puso un pie en la cocina, un escalofrío recorrió su espalda. Sintió cómo la brisa de las ventanas la golpeaba con fuerza, cálida y tórrida, como si quisiera colarse bajo su piel.
Y entonces, la voz volvió.
Era femenina, esotérica, afinada y profunda, con una cadencia que parecía venir de un rincón oscuro de su subconsciente. La sintió vibrar en su pecho y le heló los huesos. Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, mientras inclinaba la cabeza hacia los lados, buscando alejarse de ese sonido que parecía envolverla.
El vaso de agua que sostenía en las manos resbaló de sus dedos, estrellándose contra el suelo. El estruendo llenó la cocina, rompiendo el silencio que había reinado hasta entonces. Ahora, ese sonido se unía al eco de los golpeteos constantes en las ventanas, los silbidos del viento y el crujir de las puertas que parecían cobrar vida propia.
La voz no cesaba.
Sana apretó los dientes con fuerza, llevándose las manos a los oídos. Pero no sirvió de nada; la voz resonaba dentro de ella, dentro de su mente, cada vez más intensa, más profunda. Un mareo comenzó a apoderarse de su cuerpo, y la cocina a su alrededor pareció tambalearse.
—Ya... ya... ¡Ya basta, por favor! —gritó, desesperada, su voz quebrándose entre la cacofonía que se apoderaba de todo.
El ruido seguía, interminable, como si el mundo entero estuviera conspirando en su contra. La voz, el canto, los golpes, los silbidos, todo era un ciclo que no tenía fin. Y Sana, en medio de esa tormenta, comenzaba a sucumbir.
Miró el reloj, aún tapando sus oídos, sintiendo cómo su cuerpo temblaba, tambaleaba su paso: Doce y treinta y tres.
—J-Jódete... agh...agh... —se quejaba del dolor. El canto se hizo más fuerte. Y ahora comenzaba a susurrar su nombre.
"Sana" la voz lo decía con dulzura inocente, saboreaba cada sílaba de su nombre, se reía melódicamente "Sana..."
El ambiente en la casa de Sana comenzó a volverse insoportable, como si todo en su interior estuviera a punto de ceder y destruirse.
Las luces parpadearon, primero lentamente, como si vacilaran, luego más rápido, un titileo frenético que parecía sacudir la misma estructura de su hogar. Sana apretó los ojos, con la sensación de que todo lo que conocía estaba fuera de lugar. El ruido en sus oídos se intensificó, los silbidos en el aire, el crujido de las ventanas, los ruidos que antes había creído eran solo una manifestación de su mente. Ahora, el mismo piso donde vivía misma estaba respondiendo.
El sonido en su cabeza se volvía insoportable, lo único que su mente cansada repetía era su nombre con gracia y malicia: "Sana...Sana...Sana..." acompañado de una risa ronca y grave, malévola, cuando intentó concentrarse en algo, todo comenzó a girar.
Su visión se distorsionó, los objetos alrededor de ella se movían en círculos, retorciéndose con cada latido de su corazón. La presión en su pecho aumentaba, como si el aire se hubiera vuelto más espeso, más denso. Todo a su alrededor estaba a punto de romperse, y en ese caos, algo peor parecía aproximarse.
El sonido de un relámpago cortó el aire, un rugido ensordecedor que rompió la pesadilla de ruido que le rodeaba.
Un instante de silencio sepulcral siguió, casi como si el mundo estuviera conteniendo la respiración. Sana parpadeó, atónita, como si ese silencio la hubiera despojado de su fuerza. A medida que la luz del relámpago se desvaneció, la oscuridad volvió a llenar la habitación. La calma era tan aterradora que el sudor le recorría la espalda.
—Abre los ojos, Ángel... —la voz de Jihyo llenó la habitación, su tono suave y cargado de algo tan intenso que hizo que la piel de Sana se erizara.
No, no podía ser... ¿Era ella?
El aire se cortó en su garganta.
Sana apenas pudo reaccionar, sus ojos se negaban a mirarla, tanto la había clamado, tanto la había querido en frente, que ahora se encontraba sintiendo que algo estaba cambiando, como si el mundo alrededor de ella se estuviera deformando.
Cuando sus ojos finalmente se ajustaron, la escena ante ella la paralizó.
En la mesa donde antes había dejado el libro, la figura de Jihyo acaparaba todo esa madera, se sorprendió de inmediato cuando la vió: completamente desnuda y deslumbrante, recostada de lado provocativa, su cuerpo extendido con una gracia arrolladora. La luz de la luna caía sobre su piel desnuda, dándole una tonalidad plateada, suave pero vibrante, que parecía casi irreal. Sana solo pudo fijarse en la perfección de su silueta, un perfil desafiante que desbordaba belleza y peligro, se posaba sobre su hombro estando de espaldas a ella.
Pudo ver en ella la suavidad de su rostro, la línea de su mandíbula, su nariz fina, todo se definía bajo el tenue sable de luz lunar, como una obra maestra incompleta, iluminada por algo más que la simple luz.
No podía dejar de observar cada detalle magnífico del demonio frente a ella. Lo que más la tenía sorprendida era la exposición de su cuerpo.
Jihyo era un espectáculo imposible de ignorar, tenia un largo cabello azabache caía en ondas oscuras y brillantes como una cascada de tinta líquida, enmarcando un rostro de facciones definidas, una mandíbula marcada que la enloquecía, y labios llenos que parecían esculpidos para tentar, el demonio sonrió para mirarla de reojo. Esos ojos amarillos que había nombrado como dos llamas vivas, destellaban una mezcla de autoridad y desafío, hipnotizando con su intensidad sobrenatural.
Su piel morena resplandecía con un tono cálido y aterciopelado, una obra de arte que contrastaba con la oscuridad de sus alas de obsidiana. Aquellas alas eran imponentes, extendiéndose tras ella con una majestuosidad casi abrumadora, como si fueran una extensión de su propia alma. Su cuerpo, firme y atlético, era una mezcla perfecta de fuerza y feminidad: piernas musculosas que denotaban poder, bíceps definidos que apenas le robaban la delicadeza inherente a su figura. Era como ver a Eva encarnada en la mesa de su sala, mirándola con deseo.
Había algo que la tenía aún más impactada: Estaba desnuda. ¡Sí, había un maldito demonio con las pieles bellas de una mujer morena exquisita, con alas y todo eso... Y lo que más le sorprendía era que estaba desnuda como si nada!
Desnuda, para Sana eso era tanto un símbolo de vulnerabilidad como de poder absoluto más viniendo de Jihyo, que le había demostrado infinidad de veces que ahora ambas vivía en una paradoja donde ella parecía dominar el espacio a su alrededor.
Cada centímetro de su cuerpo irradiaba confianza y control, mientras sus alas negras parecían protegerla y a la vez enaltecer su desnudez, creando un contraste entre lo terrenal y lo celestial.
Ella era la encarnación del deseo y el miedo, una visión que congelaba y quemaba al mismo tiempo.
Las alas se movían ligeramente, con una suavidad que desmentía su tamaño y la majestuosidad de su presencia. Parecían casi palpables, como si el aire mismo temiera tocarlas.
Jihyo se volteó sobre ella misma, y pasó de estar de espaldas, a estar en la misma posición pero ahora dándole la cara a Sana, con una sonrisa que le robaba sueños y pesadillas a la japonesa.
—Mierda —jadeó Sana al ver que el demonio no se molestaba en tapar parte de su intimidad, tenía las piernas enredadas como un sueño de esos que tienes en tu adolescencia.
Su desnudez era una provocación viviente, la piel morena estaba impecable, brillante, casi irreal en su perfección, con curvas que marcaban la sensualidad pura de su cuerpo.
El brillo de sus ojos amarillos, ahora intensos y crueles como llamas, fijados en Sana, la observaba con una calma aterradora. Cada detalle de su figura parecía deliberado, cada línea de su cuerpo una promesa de tormento y placer.
Sana apenas podía respirar, sus ojos chocaron con los de Jihyo, buscando alguna señal de que todo esto era una alucinación, una pesadilla de la que podría despertar. Pero no. No había escape. El rostro de Jihyo estaba allí, adornado por una su sonrisa maliciosa se extendía mientras su cuerpo estaba perfectamente posicionado, tan inmóvil y dominante, que lo único que parecía faltar era su toque para marcar el fin de la resistencia de Sana.
—¿Qué tal? —susurró Jihyo, su voz suave como la seda, pero cargada de poder—. ¿Te gusta lo que ves? Te he estado esperando, Ángel.
El corazón de Sana latió más rápido, pero no fue por deseo. Fue el miedo. El miedo de ser arrastrada a ese abismo oscuro y tentador que Jihyo había creado. La voz de la demonio retumbaba en su mente, invadiéndola, apagando sus pensamientos.
El mundo de Sana ya no era el mismo. La figura de Jihyo en la mesa, con su desnudez desafiante y sus alas desplegadas como una criatura oscura la había atrapado, en un cárcel de perdición mucho más compleja que el tenerla en frente. Los segundos que corrían en lo que Sana buscaba ingenio inútilmente para responder, se volvían más pesados.
—No intentes huir —dijo Jihyo con una sonrisa llena doble sentido, mientras su cuerpo continuaba recostado en la mesa con una gracia que no dejaba lugar a dudas. Era una reina caída, esperando a ser adorada, esperando a reclamar lo que le pertenecía—. Tú misma me pediste aquí esta noche, no puedes arrepentirte, Ángel.
Sana tragó saliva, su cuerpo temblaba, la adrenalina quemaba su sangre, y no había escape de esa sexy voz, esa sensualidad que destilaba el demonio frente a ella.
Y Sana, atrapada entre el deseo, en el temor, solo podía mirar cómo su destino: Jihyo. Se miraba las uñas filosas con indiferencia de como la japonesa tenía un toc nervioso en su ojo, apretaba los puños, y respiraba con miedo mientras se tragaba todas sus palabras:—Ah —dijo con voz grave—, Veo que estas todavía intentando entender todo, pero no te tardes, tengo muchas ganas de charlar contigo.
Cada palabra era como un golpe de martillo, y cuando Sana la escuchó, su mente explotó. No podía huir. Estaba atrapada, ya no había forma de retroceder. Las alas de Jihyo se agitaron una vez, apenas un susurro en el aire, y la figura perfecta de la mujer deslizó sus manos tentativamente por el largo de sus piernas, como un sueño maldito que Sana nunca podría despertar.
—Tú... Tú de verdad estás aquí... ¿Cómo?
—Tú me llamaste, Ángel, ¿O te moleste tanto el pensamiento, que ya sufres amnesia? —Respondió ella, segura de que Sana estaba muy ocupada viendo su cuerpo como para interesarse en sus palabras—, Mis ojos están aquí. Mírame, Ángel.
Los ojos de Jihyo, que no dejaban de brillar con esa luz dorada intensa, brillaban con una calma que contradecía la tensión de la habitación. Esa calma era lo que aterraba más a Sana. Ella no estaba enojada, no parecía estar luchando. Jihyo simplemente estaba... esperando, esperando a que Sana la reconociera, la aceptara.
—Ya te he mirado... Ahora vete.
—¿Segura que quieres que me vaya, Ángel? Si tan solo anoche recibías uno de mis dedos con desesperación, ¿Por qué está noche sería distinto? —su claro egocentrismo sólo avivó la rabia que Sana tenía guardada desde hace días, hasta semanas—. Uhm. ¿Vas a gritarme otra vez, no crees que eso es muy peligroso?
—¡Silencio, yo si quiero que te vayas, quiero que me dejes en paz!
El demonio se levantó con gracia, y se sentó colocando una de sus exquisitas y largas piernas sobre la otra, se apoyo sobre sus manos, y sus alas se alzaron. Allí el cuerpo de Sana volvió a vibrar, cuando vió los perfectos senos redondeados de Jihyo, alzarse en un rebote cuando está acomodó su posición.
"Es como un sueño húmedo materializado"
La belleza de Jihyo era tan intimidante que le robaba las palabras. A través de los ojos dorados de Jihyo, podía ver lo que era realmente: un ser sobrenatural, un demonio en todo su esplendor. Pero, ¿cómo podía algo tan hermoso ser tan aterrador? Más encima... ¿Cómo podía tener un cuerpo tan candente y precioso en cada aspecto? No sabía si envidiarla, o empezar a insultarle para que se fuera, porque esa imagen de mujer perfecta jamás abandonaría su mente si seguía allí.
Jihyo, como si hubiera percibido sus pensamientos, esbozó una sonrisa sutil, seductora, y luego sus labios susurraron, apenas un murmullo en la quietud de la sala.
Ladeó la cabeza, con tono juguetón se dirigió a Sana:—¿Ah, te gustan mucho? Son perfectas para que las muerdas y juegues con ellas a tu antojo, pero eso no será pronto si no abandonas tu terquedad.
—No me llames terca. Y vete de aquí —sentenció, pero Jihyo pareció restarle importancia a sus peticiones, como siempre.
—No estés tan segura, Ángel —siguió molestando el demonio—. Yo opino que deberías quedarte. Así no quieras escuchar... aunque sea quédate a mirar —insistió Jihyo, con esa sonrisa ladina y esos ojos etéreos, de en sueño que cultivan en Sana un sentimiento de rabia y... deseo.
Sana no podía apartar la mirada de Jihyo, aunque todo en ella le gritaba que debía correr. Cada paso que la mujer alada daba hacia la isla de la cocina parecía resonar con un peso casi divino. Las alas seguían moviéndose con suavidad, como si fueran una extensión de su voluntad, oscureciendo parcialmente la luz que apenas se atrevía a tocar su cuerpo desnudo.
Cuando sus dedos largos y delicados se aferraron al borde de la isla, Sana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la manera en que las uñas de Jihyo rasguñaban apenas la superficie, que dejaba a su imaginación una retorcida donde el demonio hundía esas agujas en la carne pálida de sus piernas, las mismas flaquearon al siquiera pensar en ello.
—¿Eres... el diablo? —preguntó Sana, apenas encontrando su voz, aunque esta se escuchaba más como un susurro tembloroso que como una acusación real.
Jihyo inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos dorados brillando con un destello de diversión. La sonrisa que apareció en sus labios fue pequeña, pero cargada de una arrogancia seductora—No, El Diablo solo se preocupa por alzarse contra el Señor, yo me preocupo por complacerte —la tuteó en su lugar lentamente manoseaba su piel, sus alas extendiéndose con un majestuoso batir que llenó la habitación con una brisa cálida, en cada toque el demonio se regocija complacida. Su presencia era tan abrumadora como imponente, y aunque Sana intentaba resistir, su cuerpo temblaba ante cada movimiento de la demonio.
—N-No lo entiendo...
—Ángel —comenzó Jihyo, con un tono serio que contrastaba con la usual provocación en su voz—, hay algo que debes saber. Lo que ha ocurrido hasta ahora no es un simple capricho mío, y mucho menos producto de tu altanería por enfrentarme...—hizo una pausa eterna para Sana, y casi cómica para el demonio—...Es un contrato que necesita sellarse, un acuerdo entre tú y yo.
Sana tragó en seco, su mirada fija en los labios de Jihyo antes de obligarse a evitarlos.
—¿Un contrato? —repitió, su voz temblorosa—. ¿De qué demonios estás hablando?
Jihyo sonrió ante la elección de palabras de Sana, un destello burlón en sus ojos dorados.
—Exactamente de eso, Ángel. Soy un demonio, ¿recuerdas? —Se inclinó un poco más cerca, dejando que sus alas casi rozaran a Sana—. Y los demonios siempre juegan bajo reglas muy claras.
Sana negó con la cabeza, retrocediendo un paso hasta que la mesa detrás de ella le impidió seguir alejándose.
—No quiero ser parte de tus juegos. Solo quiero que me dejes ir.
—Oh, pero ya lo eres. —Jihyo ladeó la cabeza, observándola con una mezcla de diversión y paciencia—. Desde el momento en que tus deseos me invocaron, te convertiste en mi pieza favorita en este tablero. Ahora solo falta que decidas si quieres jugar o rendirte. No habrá paz para ti hasta que tomes una decisión.
Sana cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de cubrirse, aunque sabía que su resistencia era inútil ante los ojos de Jihyo.
—¿Y cuáles son tus "reglas"? —preguntó finalmente, su tono cargado de desconfianza.
Jihyo sonrió con satisfacción, como si hubiera estado esperando esa pregunta. Se acercó aún más, sus dedos rozando la cintura de Sana con una delicadeza que la hizo estremecerse.
—Es sencillo, Ángel. Dejaré de invadir tu mente, de manipular tus pensamientos y tus sueños, solo si... —La voz de Jihyo era suave, pero cada palabra parecía envolverse en un velo de tentación—... A cambio de eso, eres mía. Serás mi amante, y ya no estarás sola por las noches, nos haremos una en fuerza y vitalidad. Seremos energía oscura cada que colisiones tu cuerpo contra el mío... ¿No suena fabuloso?
Sana sintió cómo el calor subía por su cuello, pero se obligó a mantener la compostura.
—¿Estás escuchándote? Me suena a una mierda, no sé a qué te refieras con todo eso pero yo-...
Jihyo dejó escapar una risa suave que interrumpió a Sana, casi tierna, aunque el brillo en sus ojos decía otra cosa.
—Ángel, significa que compartirás tu cuerpo conmigo, y yo te daré algo de mí. —Sus dedos se deslizaron suavemente por la cintura de Sana, delineando su figura con una precisión que la hizo estremecerse—. Te quitaré algo de tu vitalidad, sí, pero obtendrás lo que realmente deseas. La sensualidad y el poder de un demonio puro, de alguien que sabe cómo complacerte como nadie más puede.
Sana negó con la cabeza, aunque su cuerpo parecía traicionarla con cada estremecimiento.
—No... Eso suena como un trato horrible. No quiero...
Antes de que pudiera terminar, Jihyo alzó la mano, colocándola suavemente alrededor del cuello de Sana. No apretó, no hubo fuerza en su gesto, solo una presencia dominante que envió un escalofrío por la columna de la joven.
—Ángel... —murmuró Jihyo, inclinándose lo suficiente como para que sus labios casi rozaran los de Sana—. ¿Puedo besarte?
El tiempo pareció detenerse. La proximidad, el calor, la intensidad en los ojos de Jihyo, todo era demasiado. Sana sintió cómo su corazón latía con fuerza, su respiración entrecortada mientras trataba de encontrar las palabras.
—¿Por qué quieres besarme? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro plagado de disgusto fingido.
—Porque quiero que sepas lo que significa pertenecerme. —La respuesta de Jihyo fue directa, cargada de una sinceridad que hacía que todo fuera más complicado de procesar—. Y porque creo que lo deseas tanto como yo —bajó la vista hacia sus labios, con aquella marca que Jihyo causó por los celos hacia Chaeyoung—. ¿No son ellos los que esperaban ser besados por mí esta noche y tuvo que refugiarse en los labios mundanos de una humana?
Sana cerró los ojos con fuerza, tratando de aclarar su mente, pero cada vez que lo hacía, el toque de Jihyo en su cuello, su cintura, su aliento cálido sobre su piel, la devolvía al presente con una intensidad abrumadora.
—Apártate... —susurró, pero incluso a ella le sonó como una excusa débil.
Jihyo inclinó la cabeza, observándola como si pudiera leer cada pensamiento que pasaba por su mente.
—Piensa bien antes de responder, Ángel. Porque una vez que entres en este juego, no habrá vuelta atrás.
El silencio entre ellas se prolongó, cargado de tensión. Sana sabía que debía negarse, que debía resistir, pero las palabras de Jihyo, su toque, su mirada, todo parecía conspirar para arrastrarla a un abismo del que no estaba segura de querer salir.
Jihyo no se movió ni un centímetro hacia atrás; al contrario, se inclinó aún más cerca, invadiendo el poco espacio que quedaba entre ambas. Sana intentó apartar la mirada, pero los dedos de Jihyo en su cintura ejercieron una presión sutil, firme, suficiente para mantenerla en su lugar.
—Ángel... —murmuró Jihyo, su voz un ronroneo bajo y aterciopelado—. Tú no quieres que me aleje.
La demonio inclinó la cabeza, su nariz rozando la de Sana con una suavidad que parecía desmentir la intensidad de sus palabras. El contacto era casi infantil, casi inocente, pero había algo peligrosamente íntimo en ello. Sana sintió el calor de Jihyo envolviéndola, el sutil perfume de su piel, y supo que estaba perdiendo terreno rápidamente.
—Tú me llamaste porque quieres saber quién soy en tu cama. —El tono de Jihyo era provocador, casi burlón, y la forma en que sus labios apenas se movían al hablar hacía que la cercanía entre ambas se sintiera aún más intensa—. ¿Te mata la curiosidad, cierto?
Antes de que Sana pudiera responder, Jihyo mordió su propio labio inferior con lentitud deliberada, jugando con él de una manera que hizo que la japonesa sintiera un calor abrasador subiendo por su cuello hasta teñirle las mejillas. Su rostro se encendió de un rojo vivo, y aunque quiso mirar hacia otro lado, los ojos dorados de Jihyo la atraparon como un imán.
—¿Qué haces? —murmuró Sana con una voz entrecortada, intentando apartarse.
Pero Jihyo no se lo permitió. Con un gesto suave pero imperativo, deslizó su mano desde la cintura de Sana hasta su mentón, obligándola a mirarla directamente a los ojos.
—Ángel, si me besas, es porque aceptas el trato. —La risa suave de Jihyo resonó en el pequeño espacio entre ambas, su aliento cálido rozando los labios de Sana—. Confiésate en mis labios, no habrá arrepentimientos.
Sana tragó saliva, notando cómo su pecho subía y bajaba rápidamente bajo la intensidad de la mirada de Jihyo.
—No puedo... no quiero... —susurró, pero sus palabras carecían de convicción, y ambas lo sabían.
Jihyo sonrió, una sonrisa lenta y cargada de malicia, como si acabara de ganar una partida cuyo resultado siempre había sabido.
—Claro que puedes. Y claro que quieres. —Con esa última declaración, inclinó su rostro aún más, su nariz rozando la mejilla de Sana antes de regresar a su posición inicial, frente a frente, labios apenas separados.
El silencio que siguió era ensordecedor, roto únicamente por los latidos desbocados del corazón de Sana, que resonaban en sus oídos como un tambor de guerra. Sabía que debía apartarse, que debía decir algo, pero la proximidad de Jihyo y el calor que irradiaba su cuerpo la tenían completamente paralizada.
—No importa, sé que me quieres... —el aliento ardiente chocó contra los labios de Sana. Esta cerró los ojos y...
...La besó.
El beso comenzó como una caricia, lento, una exploración cuidadosa, pero pronto se transformó en una lucha campal, una batalla de voluntades donde ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Los labios de Sana se movían con una mezcla de resistencia inicial y hambre contenida, intentando marcar un territorio que ya había sido invadido por completo.
Jihyo, sin embargo, era insaciable. Su lengua acarició con destreza el interior de la boca de Sana, retándola a seguir el ritmo, a entregarse al fuego que crecía entre ellas. Sana respondió con torpeza al principio, pero rápidamente se dejó llevar, sus manos subiendo instintivamente para enredarse en el cabello oscuro y sedoso de Jihyo.
El sonido de sus respiraciones entrecortadas llenaba la habitación, cada exhalación un gemido contenido, cada movimiento de sus bocas una chispa que encendía aún más la intensidad del momento. Los dientes de Jihyo rozaron el labio inferior de Sana, mordiéndolo apenas lo suficiente para arrancarle un jadeo. Era un beso salvaje, lleno de rabia y pasión, una colisión de dos fuerzas imparables chocando en un espacio reducido.
Sana intentó recuperar el control, inclinando la cabeza para profundizar el beso, pero Jihyo lo reclamó de inmediato, empujándola hacia atrás con un movimiento firme, una mano aún acariciando el abdomen de Sana, la otra sosteniéndola por la nuca, manteniéndola exactamente donde quería.
El sabor de ambas se mezclaba, dulce y peligroso, como un veneno que Sana sabía que no debía probar pero del que no podía apartarse. Jihyo sonrió contra su boca, un gesto que Sana sintió abrasador, y ese toque de arrogancia la encendió aún más.
Empujó con sus labios, su lengua encontrándose con la de Jihyo en un duelo frenético que parecía no tener fin.
Era una batalla por el dominio, un tira y afloja en el que ambas eran victoriosas y derrotadas al mismo tiempo. Y cuando finalmente se separaron, apenas por un instante, sus labios brillantes, hinchados y entreabiertos, parecían gritar que esa lucha estaba lejos de terminar.
Sana dejó escapar un suspiro tembloroso mientras Jihyo continuaba bajando sus besos por su mandíbula, deteniéndose brevemente en sus mejillas antes de finalmente llegar a su cuello. El contacto era lento, tortuoso, cada movimiento de los labios de Jihyo era una promesa sin cumplir.
—¿Ya me aceptaste o no? —preguntó Jihyo contra la piel de Sana, su voz suave le quemaba su sensible piel.
Sana intentó mantenerse firme, pero sus palabras salieron torpes, apenas audibles: —S-Solo deja de ser tan estúpida y bésame un poco más. También... Sí, idiota, acepto tu trato, ¡Dios! —su cuerpo la habìa traicionado cuando su voz salió un jadeo desesperado por el contacto de los terribles y adictivos labios de Jihyo.
Sintió cómo Jihyo sonreía contra su cuello, y luego, como si quisiera remarcar su punto, la demonio lamió suavemente la piel, provocando que Sana temblara.
—¡Pero así no! —exclamó Sana, tratando de sonar autoritaria, aunque el temblor jamás la ayudaba.
Ella se alejó unos centímetros, su sonrisa amplia, maliciosa, pero con un brillo inconfundible de admiración en sus ojos oscuros. Observó a Sana con detenimiento, como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro enrojecido, de sus labios temblorosos y del orgullo que todavía intentaba mantener:—¿Así no, eh? —preguntó con diversión, ladeando ligeramente la cabeza mientras sus alas negras se movían en un suave vaivén, reflejando su satisfacción—. Pero, Ángel, tú acabas de entregarte a mí. Me besaste... ya no puedes poner condiciones, ¿o sí?
Sana intentó replicar, pero las palabras murieron en su garganta. Su mente todavía estaba aturdida por todo lo que había pasado, y el tacto de Jihyo en su cintura, cálido y casi reconfortante, no ayudaba a aclarar las cosas.
—Admiro tu valentía —continuó Jihyo, su voz más baja, más íntima—. Aunque te hayas rendido tan... torpemente.
Sana la miró con un destello de indignación, pero no dijo nada. Jihyo alzó una mano, acariciándole la mejilla con una suavidad desconcertante.
—Te miro y no puedo evitarlo... eres fascinante. Te escogí porque tu alma brilla incluso en tus momentos más oscuros. Pero no profundicemos en eso ahora, mi dulce y testaruda Sana.
El corazón de Sana dio un vuelco cuando los ojos de Jihyo bajaron a sus labios. Había algo en la forma en que la demonio la miraba que hacía que todo a su alrededor desapareciera.
—Aceptaste, y ahora eres mía, aunque no entiendas aún lo que eso significa —susurró Jihyo, inclinándose un poco más cerca—. ¿Me dejarás besarte como tú pediste, Ángel? ¿O seguirás reclamando cómo debo hacerlo?
Sana sintió un nudo en la garganta, sus piernas temblaban, y su mente estaba demasiado confusa como para ofrecer resistencia. Finalmente, murmuró con un hilo de voz:
—Cállate... y no dejes de besarme, idiota.
Jihyo no necesitó más invitación. Su sonrisa se amplió, y en un movimiento fluido, cerró la distancia entre ellas. El beso no tenía nada de apresurado ni torpe en ese instante. Era lento, profundo, una danza de labios que encendía cada rincón de Sana, llenándola de un calor desconocido.
Las manos de Jihyo se movieron con destreza, una deslizándose por esa cintura y esa figura de Sana que la impacientaba tocar, mientras la otra acariciaba la curva de su mandíbula. Sana sentía que todo su cuerpo ardía, como si el calor del beso fuera suficiente para consumirla por completo.
—Ah, Jihyo —liberó un jadeo que denotaba un disfrute que Sana no pensaba revelar, pero como había dicho Jihyo, conocía su mente, perturbaba su cuerpo, y allí, el trato de ambas estaba apunto de iniciar. Sana solo se dedicaba a sentir esos labios explorandola y la cabeza de Jihyo se mecía haciendo un recorrido grandioso y casi experto sobre su piel—. Jihyo... para.
—No vamos a parar, Angelito... —gruñó Jihyo contra su oído, su aliento cálido erizando la piel de Sana—. Acabas de marcar tu destino esta noche. No tienes idea de lo que soy capaz, pero lo descubrirás... Es como telepatía, ¿no lo sientes? —y sinceramente, Sana si lo sentía así, tenerla cerca, encerrada en el espacio donde comenzaban sus hombros y terminaba en la línea de su cuello hasta su oreja, era como materializar la conexión mental que habían conseguido juntas, al tener físicamente allí—. Me has llamado tantas veces que tu cuerpo ya no miente.
—Te equivocas... —Sana intentó replicar, pero el roce de las manos de Jihyo en su cintura y la profundidad de su mirada la desarmaron.
—Tal vez me equivoque... —respondió Jihyo con una sonrisa peligrosa mientras subía su mano hasta el mentón de Sana, sosteniéndolo con una delicadeza que contrastaba con el hambre en sus ojos—. Pero tu cuerpo no miente. Me envía señales claras... eres tan hermosa, Ángel, y lo sabes. Yo también lo soy. ¿Por qué no hacemos de tu mente nuestro refugio? Tú y yo, sin reglas, sin límites... Abre conmigo la puerta al cielo, Sana. Acércate a mi cuerpo siempre, así como estamos...—la voz de Jihyo era como un sueño obsesivo para Sana, de esos que siempre queremos repetir una y otra vez.
Antes de que pudiera responder, Jihyo cerró la distancia entre ellas, capturando los labios de Sana en un beso suave, dulce, pero con una humedad provocadora, el chasquido de lenguas la hizo sentir fría, desarmandola con sus defensas de antes. Cada movimiento de esos labios era una tentación, Sana sabía que estaba siendo manipulada por ellos, pero la intensidad del momento le nublaba el juicio.
Sin embargo, incluso en medio de esa tormenta de deseo, una chispa de resistencia permanecía viva en su interior. Con un esfuerzo que parecía imposible, Sana rompió el beso y colocó su mano en el pecho de Jihyo, alejándola por fin.
—S-Suéltame... —dijo, su voz temblorosa, pero firme en su decisión—. Ya no vamos a hacer nada.
Jihyo retrocedió un paso, sus alas moviéndose como si reflejaran su descontento. Sus ojos, oscuros como la noche, permanecieron fijos en los de Sana, y una pequeña sonrisa curvó sus labios.
—Ah, Angelito, parece que no has aprendido nada... —La voz de Jihyo era baja, seductora, y al mismo tiempo, cargada de un anuncio de algo mucho mejor para ambas, Sana sabía que esa no sería la última vez que sus voluntades chocaran—. Parece que debo enseñártelo paso a paso, y créeme, esta noche tu cuerpo jamás me va a olvidar.
—No hables tonterías Jihyo.
—Yo no hablo en vano —se encogió de hombros—. Ya lo verás.
Mientras las alas de Jihyo se desplegaban detrás de ella con una gracia que bordeaba lo sobrenatural, Sana entendió algo que había intentado ignorar desde que todo comenzó: tentar a un demonio no era simplemente un acto de desafío.
Era, en esencia, marcar su propia piel con las huellas de manos ajenas, ceder partes de sí misma a un poder que no podía controlar ni comprender.
Había desatado aquello que jamás debía ser nombrado, aquello que se aferraba a su mente con garras invisibles: el deseo más ardiente, la necesidad insaciable, el hambre voraz. Era un abismo tejido de labios prohibidos, un cuerpo tentador y un único infierno al que no podía resistirse.
Esa noche, Sana abrió de par en par, una puerta que revelaban un Cielo, un Infierno y una Tierra entrelazadas de forma magistral.
¿Y estaba ella consciente de eso? No.
MARATÓN II/II
N/A: Holaaaa, aquí esta el otro capítulo, ya viene el último del maratón pero los sigo editando, anoche tuve un percance con ellos así que por eso llegaron hoy, espero que les este gustando, ¡POR FIN APARECIÓ JIHYO! AMÉN....
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