Capítulo 5: "El Jugueteo de las Plumas."

Y la serpiente dijo a la mujer: 'No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.'"
— Génesis 3:4-5

TW: Esta de más decir que este capítulo tiene contenido +18 y sensible. Recuerden que los demonios son un poquito cuestionables así que cualquier cosa que lees incomode, pueden saltarsela <3.

La noche era un manto de inquietud que pesaba sobre los hombros de Sana mientras se sentaba en el borde de su cama, el diario abierto frente a ella como un abismo que la invitaba a caer.

"Te extrañé, Ángel" Detesto el cariño que inspiraba esa frase.

Había luchado durante horas todo aquel día contra la necesidad de abrirlo y finalmente rendirse a lo desconocido, pensaba haberlo logrado, haber cumplido con su objetivo de no meter las manos bajo su camisa y comenzar una sesión de caricias pensando en aquellas palabras que le imponían tanto a su cuerpo y corazón; pero al final, su propia curiosidad había sido un arma de doble filo.

Apretó el gatillo aún cuando el arma siempre apuntó a su dirección.

Lo miraba con resentimiento, como si aquel objeto tuviera voluntad propia. Como si le hubiera arrebatado la suya.

"Solo será para obtener respuestas," se dijo. Su voz interna intentaba sonar firme, pero el temblor en sus manos traicionaba sus verdaderos sentimientos. 

Tomó el bolígrafo que había dejado junto al diario la última vez, y con un suspiro nervioso, comenzó a escribir eso que tanto le carcomía desde el día en todo su mundo se volteó:

—¿Qué se supone que eres? —susurró mientras trazaba las palabras con cuidado, como si con cada letra tuviera un riesgo para su propia salud mental.

La tinta negra brilló un instante, y luego, lentamente, las palabras comenzaron a desaparecer, reemplazadas por la característica caligrafía estilizada y elegante que sus ojos ya reconocían como perfecta y suya, estaba cargada de un aire burlón que encendió la piel de Sana con una mezcla de irritación y fascinación en cuanto lo leyó:

"¿Eso es todo? Qué pregunta tan básica para alguien tan hermosa y, oh, tan desesperada..." 

Sana apretó los dientes, sintiendo que sus mejillas se encendían de rabia y vergüenza. 

—No estoy desesperada —escribió rápidamente, como si pudiera convencer a la criatura de algo que ni siquiera ella creía del todo. 

El libro respondió al instante. 

"Eso dices, Ángel, pero esas manos temblorosas, esos labios apretados y esos ojos café ardiendo de intriga me dicen lo contrario. Pero si insistes... Soy un secreto, un misterio, un deleite que arde en tu interior. ¿No lo has sentido ya?" 

Sana apartó la mirada del diario, su pecho subiendo y bajando rápidamente. , lo había sentido. Esa presencia, esa voz, como un veneno dulce que corría por sus venas. Pero no podía ceder. No aún. 

Sana cerró de golpe el diario, su corazón latiendo desbocado. Se levantó del sofá y comenzó a pasearse por la sala, intentando calmarse.

—No puedo seguir con esto... —se dijo a sí misma, pero las palabras sonaban huecas incluso para sus propios oídos.

El diario, cerrado sobre la mesa, parecía observarla, su presencia palpable incluso sin abrirlo. Era como si la invitara a regresar, a sumergirse de nuevo en esa oscuridad deliciosa y aterradora. Sana se pasó una mano por el cabello, enredando los dedos en los mechones mientras su mente libraba una batalla imposible.

Finalmente, con un gruñido de frustración, volvió al diario y lo abrió de nuevo. Las palabras ya estaban allí, esperándola:

"Sabía que no podrías resistir."

—¡No es que quiera esto! —explotó Sana, su voz resonando en la soledad de su apartamento—. Solo quiero que te calles, y escuches... Bueno, me leas. ¡Lo que sea!

"Y yo quiero verte rendida, Ángel. Pero si tanto insistes... tal vez pueda darte algo. Una pequeña pista. Después de todo, los juegos son más divertidos cuando ambas partes ganan algo, ¿no crees?"

Sana se cruzó de brazos, tratando de ignorar el temblor en sus manos.

—No sé qué tipo de juego es...

"Uno sencillo. Yo respondo tus preguntas... pero a cambio, me das algo a mí. Nada complicado."

Las palabras se retorcieron en la página, como si estuvieran vivas, y Sana tuvo que tragar saliva antes de responder.

—¿Y cómo sé que no vas a mentirme?

"Ah, mi dulce Sana. ¿Crees que necesito mentir? Todo lo que soy está aquí, en estas páginas... y en ti. Ahora, ¿quieres jugar o no?"

El silencio llenó el apartamento, roto solo por el sonido del reloj de pared. Sana apretó los labios, su mente luchando contra el magnetismo de esa voz.

—Está bien —dijo al fin, su voz apenas un susurro—. Pero quiero empezar yo.

La respuesta llegó, cargada de un tono juguetón y lleno de burla.

"Por supuesto, Ángel. Pregunta lo que quieras. Pero recuerda... cada respuesta tiene su precio."

—Quiero respuestas, no juegos ni trucos raros...—Las palabras salieron más firmes esta vez, pero su mano seguía temblando—. Tú vas a dármelas, hoy.

El diario permaneció en silencio por un momento, como si estuviera evaluando su determinación. Luego, las palabras aparecieron de nuevo, más lentas, casi sensuales en la forma en que se revelaban en la página. 

"Las respuestas siguen siendo juegos, Ángel. Y yo soy una maestra en jugarlos. ¿Por qué no te relajas? Déjame susurrarte al oído, como lo hice antes. Déjame mostrarte lo que seremos solo si... te rindieras." 

Sana sintió un escalofrío recorrer su columna, y por un instante, casi podía jurar que sentía un aliento cálido contra su cuello. Cerró los ojos, apretando el bolígrafo con fuerza. Ignoró con frialdad las insistencia y la seducción del diario. Esta vez podría ser muy fuerte si se ño proponía.

—No. —Escribió con decisión. Luego añadió: —Si quieres que siga "en esto", tendrás que darme algo a cambio. Una pista. Algo que me diga qué eres realmente, o decírmelo de una vez. O no tendremos trato.

La respuesta no se hizo esperar, y esta vez, el tono del diario se volvió más burlón, pero también más intrigante. 

"¿Qué te hace pensar que mereces saberlo? Pero... supongamos que me diviertes lo suficiente, Ángel. Supongamos que estoy dispuesta a concederte ese pequeño favor. Si de verdad juegas conmigo esta noche sin dudas en tu mente, te daré una pista. Solo una. Pero deberás ganártela bajo mis reglas." 

Sana se mordió el labio inferior, su mente corriendo en mil direcciones. Sabía que esto era peligroso, que cada vez que se adentraba más en este juego, menos control tenía sobre sí misma. Pero al mismo tiempo, la promesa de respuestas, por pequeñas que fueran, era un anzuelo irresistible. 

—¿Cuáles son tus reglas? —escribió, su pulso acelerándose con cada palabra. 

"Oh, son muy simples. Yo haré una pregunta, y tú responderás con total honestidad. Luego tú harás lo mismo, y yo... bueno, decidiré si tu pregunta merece una respuesta. ¿No te parece justo?" 

Sana tragó saliva, sintiendo que el aire en la habitación se volvía más pesado. Pero asintió para sí misma, tomando el bolígrafo con manos temblorosas. 

—Está bien. Haz tu pregunta. 

"¿Qué sentiste la primera vez que soñaste conmigo?" 

El corazón de Sana se detuvo por un momento. Esa primera vez había sido un torbellino de emociones: miedo, curiosidad, y un deseo primitivo que la había consumido de una manera que nunca había experimentado. Pero, ¿cómo podría admitirlo? 

—Fue... perturbador. —Escribió, intentando sonar neutral. 

"¿Solo eso? ¿No recuerdas cómo se te aceleró el corazón, cómo tus manos buscaron el calor de tu piel antes de despertar con mi nombre en tus labios?" 

Sana cerró los ojos, su rostro ardiendo mientras esas palabras reavivaban memorias que había intentado reprimir. 

—¡Ya basta! —escribió con fuerza, casi perforando la página. 

"¿Basta? Pero si apenas hemos comenzado, Ángel." 

Su respiración era irregular, entrecortada. Intentó recuperar algo de compostura mientras su mente repetía esas palabras, desgarrando su voluntad con una mezcla de miedo, anhelo y confusión. Cerró los ojos, intentando apartar esa sensación de calor que volvía a subir por su cuello, ese temblor traicionero que recorría su cuerpo cada vez que esas palabras regresaban a su mente.

—Basta... —susurró, apenas capaz de escucharse.

Pero el diario no tenía intención de dejarla en paz. Lentamente, con la misma fluidez provocadora de siempre, las letras comenzaron a formarse de nuevo en la página:

"Tanto que luchas, y sin embargo aquí estás, Ángel. Te pregunté una vez si querías jugar conmigo... pero creo que ya tenemos la respuesta, ¿verdad?"

Sana cerró los ojos con fuerza, como si pudiera apagar las palabras, pero el ardor en su pecho y el calor en su cuerpo la traicionaban.

—¡Solo dime ya qué se supone que eres, ah! —espetó finalmente, la pregunta desgarrándole la garganta. Necesitaba respuestas, algo que le diera control, aunque fuera una pizca.

Las palabras comenzaron a formarse con calma, casi como si la criatura estuviera disfrutando de cada segundo de su tormento:

"Soy lo que deseas y lo que temes. Soy el hambre que te consume y el vacío que nunca podrás llenar. Soy el fuego que arde en tus sueños y la sombra que te persigue en tu realidad. Soy tu reflejo... y tu dulce pesadilla"

—¡Eso no me dice nada! —gritó Sana, golpeando la página con la palma de la mano. Estaba harta de sus respuestas ambiguas, de esos crucigramas y acertijos entre frases que parecían mas textos sacados de un poemario que realmente una verdad. Su frustración era palpable, tanto como el calor que se acumulaba en su pecho y se deslizaba hacia su vientre. Su respiración era un caos, y la rabia se mezclaba con el deseo de una manera que la hacía sentir aún más perdida.

El diario respondió con algo que no eran frases coquetas y ya, sino una sensación: una risa baja, profunda, que resonó en su mente como una caricia seductora.

"Te ves tan linda cuando pierdes el control, Sana. Pero no te preocupes, mi dulce Ángel. Te daré lo que quieres... poco a poco."

—¿Poco a poco? —murmuró ella, su voz cargada de incredulidad. Quería respuestas, no más juegos. Pero sabía que estaba atrapada en su red, que cada palabra, cada provocación la atraía más profundamente.

"Poco a poco, porque quiero sabotear tu paciencia. Ahora, dime, Ángel, ¿qué más deseas saber?"

—¿Cuál es tu nombre? 

Por un momento, el diario no respondió, y Sana sintió que el silencio era más insoportable que cualquier provocación. Finalmente, las palabras aparecieron de nuevo: 

"Ah, mi nombre... ¿por qué lo quieres tanto, Ángel? ¿Necesitas saber que podrás llamarme luego?

—¡No es por eso, idiota! —le alteraba y perdía la paciencia cada que la llamaba así, estaba ansiosa y confundida—. Tú sabes el mío... y yo no sé nada de ti, ¿En serio no me lo he ganado? —intento un tono seductor, acompañado de un puchero.

"Linda. Bueno... Entonces haz algo por mí. Ve al baño, abre la ducha con agua caliente y espera a que el vidrio se empañe. Te lo mostraré de una manera que nunca olvidarás. ¿Te atreves?"

El corazón de Sana latía con fuerza mientras leía esas palabras. Todo en su interior le gritaba que no lo hiciera, que era una trampa. Pero sus piernas ya se movían, llevándola al baño como si estuviera bajo un hechizo. 

Encendió la ducha, el agua caliente llenando el pequeño espacio con vapor. Sana se abrazó a sí misma, mirando cómo las paredes comenzaban a empañarse. 

Y entonces lo vió.

Allí, grabado en el vapor con una caligrafía elegante y curvada, estaba el nombre: 

"Jihyo." 

Una mezcla de miedo y fascinación la envolvió mientras el nombre flotaba ante ella, tangible como si hubiera sido tallado en su mente. 

Jihyo... —susurró, su voz temblando, saboreando cada sílaba del atractivo nombre, era como recitar una oración antigua, una frase capaz de destrozar el universo.

Y entonces, aquella presencia, ahora con un nombre, rió suavemente en su oído, un sonido que era una caricia más íntima que cualquier toque. 

—Me encanta como dices mi nombre, Ángel. Ahora sabes cómo llamarme. ¿Te atreves a seguir respondiendo? ¿O puedo cobrar?

Sana seguía inmóvil en el baño, su mente girando en un torbellino mientras el nombre Jihyo se desvanecía lentamente en el vapor del espejo. Aquel nombre tenía un peso que le resultaba familiar y desconocido a la vez, como si hubiera estado allí toda su vida esperando para decirlo, nunca habìa escuchado ese nombre ningún lado, estaba latente en lo más profundo de su ser, esperando a ser pronunciado hasta esa noche frente al espejo que soltaba gotas de vapor.

Pero ahora, con un nombre, la presencia parecía más real, más tangible... y, al mismo tiempo, más peligrosa. 

—¿Por qué yo? —preguntó al aire, su voz temblorosa. 

El eco de su pregunta flotó en el baño, pero en lugar de silencio, fue recibida por una risa suave, seductora, que llenó el espacio como si proviniera de todas partes y de ninguna. 

"Oh, Ángel, ¿por qué no tú?"  

Sana sintió un escalofrío recorrer su columna, sus manos apretándose contra el lavabo. 

—Eso no responde nada. ¿Cuánto tiempo llevas... aquí? ¿Es esto algo que haces con otras personas? ¿De dónde vienes? 

"Tantas preguntas, querida. ¿No te cansa buscar razones cuando podrías simplemente disfrutar el momento? No todas las historias necesitan un origen. No todos los deseos necesitan explicación." 

—No voy a disfrutar nada mientras no sepa qué eres. ¿Eres un fantasma? ¿Un espíritu? ¿Un hada o qué carajos? —Sana apretó los dientes, frustrada. Su voz se alzó, más fuerte de lo que había planeado. —¡Dime algo real, Jihyo! 

Por un instante, el aire en el baño pareció detenerse. La presencia no respondió de inmediato, como si la súplica de Sana hubiera roto un hechizo. Y entonces, como si fuera un susurro apenas audible, las palabras llegaron, cargadas de provocación. 

"Eres tan dulce cuando te desesperas, ¿lo sabías? Tu ceño fruncido, tus mejillas ardientes... Es casi encantador. Podría mirarte así por horas, Ángel. Pero si tanto insistes..." 

El vapor en el espejo comenzó a moverse, como si alguien invisible dibujara palabras con la punta de un dedo. 

"Soy lo que invocaste, aunque no recuerdes cómo. No soy un espejismo, ni un espíritu, sino algo mucho más íntimo. Estoy aquí porque tú me llamaste. Porque, en el fondo, siempre has querido que alguien como yo estuviera contigo." 

Sana leyó aquellas palabras con el pecho apretado, sintiendo como si cada línea desnudara algo en ella que ni siquiera sabía que estaba allí. 

—Eso es una mentira. Yo nunca te llamé. Nunca pacté nada. 

La respuesta no tardó en llegar. 

"¿Eso piensas? ¿Recuerdas esa noche en que deseaste, con todo tu ser, algo que rompiera la monotonía? Ese susurro en tu mente pidiendo algo, alguien, que entendiera lo que ni tú misma podías admitir. Esa noche, Ángel, me encontraste. O quizá yo te encontré a ti. ¿Qué importa, al final?" 

Sana retrocedió un paso, negando con la cabeza. 

—Eso no es posible. Yo no... 

"Oh, pero sí lo hiciste. Y aquí estoy, cumpliendo ese deseo tuyo. No me digas que lo lamentas, no después de las noches que hemos compartido, después de cómo susurraste mi nombre en sueños antes de siquiera saberlo." 

Sana apretó las manos en puños, su frustración creciendo. 

—¿De dónde eres? ¿Qué es lo que quieres de mí? 

Otra risa, más suave esta vez, como un roce de seda contra su piel. 

"Vengo de un lugar que no entenderías, querida. Pero lo que quiero... es simple. Te quiero a ti. Quiero verte rendirte ante mí, verte dejar de pelear y aceptar que somos perfectas juntas. ¿Por qué sigues resistiéndote, cuando sabes que es lo único que esta en tu mente?" 

—¿Por qué yo? —repitió Sana, su voz temblando entre la rabia y el desconcierto. —¿Por qué te fijaste en mí? 

"¿Por qué no?" Jihyo hizo una pausa, como si considerara sus palabras antes de plasmarlas: "Pero si necesitas una respuesta más concreta, digamos que eres fascinante. Tus dudas, tus miedos, tu fuerza para resistir y, a la vez, tu deseo de ceder. Eres un rompecabezas que quiero resolver, una llama que quiero avivar. ¿Eso satisface tu curiosidad, o solo la enciende más?" 

Sana respiró hondo, tratando de calmar su pulso acelerado. 

—No estoy jugando a tus tretas. Quiero respuestas reales, Jihyo. Esto no es normal, nada de esto lo es. 

"Normal..." La palabra apareció en el espejo, acompañada de una curva burlona. "Qué aburrida palabra para una criatura como tú, que claramente nació para algo más emocionante. Pero dime, Ángel, si quieres que pare... ¿por qué no cierras el libro? ¿Por qué sigues hablando conmigo?" 

Sana abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. Su mirada se clavó en el espejo, en el espacio vacío donde sentía que Jihyo estaba, invisible pero presente. 

—Yo... solo quiero saber. 

"Y lo sabrás, eventualmente. Pero por ahora, ¿por qué no seguimos jugando? Todavía tienes preguntas que necesitan respuesta... Y tal vez, solo tal vez, te dé algo más que palabras. ¿Qué dices, Ángel? ¿Quieres seguir descubriéndome?" 

El aliento de Sana se hizo más pesado, la habitación parecía más pequeña. Su lucha interna era evidente, pero las promesas de Jihyo eran un anzuelo irresistible. Finalmente, con las manos temblando, escribió en la página del diario que había traído consigo al baño. 

—¿Cuánto tiempo llevas siguiéndome? 

La respuesta tardó, como si Jihyo estuviera disfrutando de su agonía. Finalmente, apareció: 

"Suficiente para conocerte mejor de lo que tú misma te conoces. ¿Te asusta? ¿O te excita saberlo?" 

Sana soltó un jadeo, su frustración alcanzando un punto crítico. 

—¡No me excita! 

"Oh, claro que sí, Ángel. Y eso es lo que más me gusta de ti. Puedes luchar todo lo que quieras, pero al final, sé que no puedes resistirte a mí. Y yo... bueno, yo estaré aquí, esperándote para tomarte con mis brazos, y saciarte con mis labios."

Si, estaba excitada. Odiaba lo buena que era con las palabras.

Sana sintió sus piernas ceder bajo su peso y se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada contra la pared del baño. Su cuerpo entero temblaba, y el frío del azulejo contrastaba violentamente con el calor que ardía en su interior. Era como si algo primigenio, algo más oscuro y antiguo que el tiempo mismo la abrazara.

Sus manos se aferraron a los bordes del diario cerrado, que yacía frente a ella como un arma que no sabía manejar. Intentó estabilizar su respiración, pero cada vez que inhalaba, el aire parecía más denso, cargado de una energía que no podía explicar. 

Entonces, las palabras volvieron, aunque no en el papel. Esta vez, la voz de Jihyo resonó directamente en su mente, suave y aterciopelada como un susurro en la oscuridad. 

"Te ves tan vulnerable, Ángel. Tan pequeña y perdida... ¿Te gusta estar de rodillas? Porque a mí me encanta verte así." 

Sana cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear aquella voz, pero fue inútil. Era como si estuviera en todas partes, un eco que rebotaba en su mente y en su alma. 

—¡Cállate! —gritó, su voz quebrada por el miedo y algo más, algo que no quería admitir. 

"¿Cállarme? Pero si apenas hemos empezado a hablar. Vamos, Sana. Sé que tienes más preguntas para mí. Preguntas que no puedes ignorar, por más que lo intentes." 

Sana tragó saliva, su garganta seca como si estuviera llena de cenizas. Todo en su interior le decía que no debía continuar, que abrir esa puerta sería como firmar su sentencia. Pero también sabía que ya estaba atrapada, que cada segundo que pasaba con esta presencia solo profundizaba el abismo en el que estaba cayendo. 

Finalmente, con la voz rota y temblorosa, susurró: 

—¿Eres... el diablo? 

La pregunta quedó suspendida en el aire, como un cristal a punto de romperse. Sana sintió que su corazón se detenía por un instante, y luego comenzó a latir con fuerza descontrolada, como si quisiera salir de su pecho. 

El silencio que siguió fue insoportable. No había respuesta, no había risa, no había burla. Solo el peso de la incertidumbre, aplastándola. Justo cuando pensó que no podría soportarlo más, la voz de Jihyo regresó, pero esta vez era diferente. Más oscura, más íntima, más peligrosa. 

"El diablo... qué palabra tan simple para algo tan complejo. ¿Eso crees que soy, Sana? ¿El mal absoluto? ¿Crees que soy mi señor Lucifer? Qué deliciosa es tu imaginación." 

Sana sintió un escalofrío recorrer su columna. La respuesta no era un sí, pero tampoco un no. Era una evasión, un juego más. 

—¡Respóndeme! —gritó, con lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos. —¡Dime qué eres! 

"¿Por qué importa lo que soy, Ángel? Lo que importa es lo que somos juntas. Pero si necesitas ponerme un nombre, si eso calma tu dulce y atormentada mente... puedes llamarme lo que quieras. Demonio, tentación, pecado. O simplemente Jihyo. Al final, todo eso soy... para ti." 

—¡Basta de evadir mis preguntas, idiota! —Sana golpeó el suelo con el puño, sintiendo cómo su rabia empezaba a superar su miedo. —¿Por qué yo? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué me persigues? 

La risa de Jihyo llenó el aire nuevamente, envolviéndola como una caricia burlona. 

"Me persigues tanto como yo a ti. Pero si quieres respuestas... volvamos al principio. Piénsalo, Ángel. ¿No lo sientes? Ese vacío que yo lleno, esa llamada que tú misma hiciste, aunque no lo recuerdes. Estás aquí porque siempre has estado destinada a estarlo." 

Sana se estremeció, sus pensamientos un caos absoluto. ¿Era cierto? ¿Había hecho algo para atraerla? ¿Había sido ella quien abrió esta puerta sin siquiera darse cuenta? 

—No... no puede ser. 

"Oh, pero lo es. Y sabes que no puedes negarlo. Desde el momento en que tocaste este libro, algo en ti despertó. Algo que siempre estuvo ahí, dormido, esperando... por mí." 

Sana sintió que el sudor frío empapaba su piel. Era demasiado, todo era demasiado. Pero había algo que no podía ignorar, algo que necesitaba saber. 

Ángel, Ángel, Ángel. Era lo único que Jihyo sabía decirle entre líneas. Un atisbo de duda se asomó, y sus labios pronunciaron aquella pregunta con rapidez imprevista:

—¿Por qué me llamas Ángel? —preguntó, su voz quebrándose. —¿Tiene que ver con lo que eres... con lo que soy yo? 

Por un momento, no hubo respuesta. Luego, el diario se abrió por sí solo, las páginas pasando rápidamente hasta detenerse. Las palabras comenzaron a aparecer, pero esta vez, no eran burlonas ni seductoras.

Eran crípticas, casi solemnes. 

Sentía que la había hecho enojar.

"Todo Ángel necesita un demonio. Todo demonio necesita un Ángel."

Sana sintió que el aire le faltaba, como si esas palabras hubieran arrancado algo dentro de ella. Pero antes de que pudiera reaccionar, la voz de Jihyo volvió, suave y seductora como siempre. 

"Ahora, Ángel... ¿quieres saber más? Pues no lo tendrás ahora. Te esperaré en tus sueños. Allí si puedo responderte mejor todo..."

No....

El libro se cerró de golpe, dejando a Sana sola en el baño, su mente un torbellino de confusión, miedo... y su corazón bombeando.

Sana apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el libro pareció guardarse para sí mismo, como si tuviera vida propia. El sonido resonó en el baño, rompiendo el aire cargado de tensión que había llenado el espacio.

Por un instante, el silencio fue absoluto, tan opresivo que Sana casi podía escuchar los latidos frenéticos de su propio corazón. Su ansiedad la tenía al borde.

—¡Jihyo! —soltó, con una mezcla de incredulidad y rabia. 

Se inclinó hacia el libro, intentando abrirlo, pero apenas sus dedos tocaron la tapa, un calor intenso le recorrió las yemas, obligándola a apartar la mano de inmediato. La quemó, la lastimó, sus dedos se enrojecieron como si hubiera tocado las brasas del mismo infierno.

Era como si el diario estuviera vivo, como si algo en él se hubiera enfurecido de verdad. 

—¿Qué mierda...? —murmuró, su voz entrecortada. 

La sensación de haber roto algo, de haber cruzado un límite invisible, se apoderó de ella. Respiró hondo, intentando calmarse, pero el temblor de sus manos traicionaba su estado. 

—¡No puedes hacer esto! —gritó, golpeando la cubierta cerrada del libro con la palma de su mano. —¡No puedes simplemente irte así! 

El libro permaneció inmóvil, indiferente a su frustración. Sana sentía que la piel le ardía, pero no solo por la quemadura; era el calor de la indignación mezclado con un extraño vacío. 

—¿Es en serio? ¿Así es como juegas, así de sucio? —su voz temblaba, no solo de rabia, sino de una necesidad que no podía ignorar. —¡Responde! 

No hubo respuesta, ni un movimiento, ni un susurro. Sana apretó los dientes y comenzó a caminar de un lado a otro, sus pensamientos girando sin control. ¿Había ido demasiado lejos? ¿Había preguntado algo que no debía? Pero, al mismo tiempo, ¿qué derecho tenía Jihyo de enfadarse cuando era ella quien manipulaba sensualmente su mente? 

—Esto no es justo... —murmuró, más para sí misma que para nadie. 

Se detuvo frente al libro nuevamente, mirándolo con una mezcla de desafío y súplica. La furia inicial empezaba a desmoronarse, dejando paso a una sensación más dolorosa: el miedo de que Jihyo pudiera haberse ido de verdad. 

¿Ya estaba pensando en abandonarla y rendirse tan fácil de ella? Todo por su maldito orgullo.

Ese orgullo lo dejo caer al piso, lo lanzó hacia a donde no pudiera estorbar entre Jihyo y ella.

—Lo siento. —Su voz era baja, casi inaudible. Luego, con más fuerza: —¡Lo siento, ¿de acuerdo?! ¡No quería molestarte! Solo... 

Se interrumpió, apretando los puños. No podía creer lo que estaba haciendo. Suplicar. A un libro. A una presencia que, hasta hace poco, ni siquiera creía real. Pero no podía evitarlo. Había algo en Jihyo que la mantenía prisionera, algo que iba más allá del deseo o la curiosidad. Era como si hubiera perdido una parte de sí misma cuando el libro se cerró. 

—Por favor, vuelve

El silencio continuó. Sana se mordió el labio, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de ella. 

—¡Jihyo! —gritó finalmente, sus ojos llenándose de lágrimas. —¡Está bien, ganaste! ¡Haz lo que quieras, pero no me ignores! 

Entonces, de repente, una risa suave llenó el aire. No provenía de ningún lugar específico, pero parecía rodearla, envolviéndola como un manto invisible. 

"¿Qué pasó con esa fuerza, Ángel? ¿Con esa terquedad tuya? ¿Es todo lo que se necesita para doblegarte? Un poco de silencio y ya estás rogando por mí. Tendré que hacerlo más seguido" 

Sana dio un respingo, su rostro encendiéndose de vergüenza. 

—¡No estoy rogando! —replicó rápidamente, aunque la debilidad en su voz traicionaba sus palabras—. Y n-no... no te atrevas a irte así otra vez —confesó con la voz perdida, se sentía deseosa de hacerle saber que había perdido ante ella, pero más que nada porque la necesitaba a su lado, no solo sus estúpidas y bonitas palabras, sino también ese poder, esa dominación, odiaba cuando era indiferente, quería sus palabras de devoción, de adoración, casi como si ella fuese su nueva religión, como si para Jihyo ella fuera la más devota y fanática de sus actitudes de berrinche. Sus labios ardieron, y un aliento caliente se le escapó al suspirar y tragar grueso para seguir diciendo:—. No es justo que hagas todo esto... Jihyo, por favor.

La risa continuó, como si Jihyo estuviera disfrutando de cada segundo de su desconcierto,.

"Oh, querida, me encantas. Esa mezcla de orgullo y vulnerabilidad... Eres absolutamente irresistible." 

Sana apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración volvía a encenderse. 

—¿Por qué cerraste el libro? ¿Por qué reaccionaste así? 

"Porque me haces preguntas que aún no estás lista para entender, Ángel. ¿Por qué me llamas? ¿Qué soy? Esas son cosas que, en el fondo, ya sabes. Pero si las oyeras de mis labios ahora, podrías romperte. Y yo no quiero romperte... todavía." 

—Eso es una tontería. —Sana cruzó los brazos, aunque su postura desafiante se veía debilitada por el temblor en sus piernas. —¿Por qué me llamas Ángel, entonces? ¿Tiene que ver con lo que eres? 

Hubo una pausa, como si Jihyo estuviera considerando su respuesta. Luego, la voz volvió, más suave, casi tierna, pero con autoridad. Jihyo la quería hacer entender.

"Te llamo Ángel porque eso es lo que eres para mí. Mi luz, mi debilidad, mi tentación. Pero también mi caza, mi juego favorito. ¿No te gusta? Porque a mí me encanta cómo suenan esos sonidos de anhelo en tus labios cuando te toco en mis sueños." 

Sana se imaginó como decía esas palabras con su nariz rozandola sobre su mejilla, como si ella fuese algo suave en lo cual restregarse. El que Jihyo la llamara su su presa, pero a la vez su luz y tentación.

Sana sintió su rostro arder de nuevo, pero antes de que pudiera responder, Jihyo continuó, con un tono más seductor, desatando más dividas en cada letra que pronunciaba.

"Y no, Ángel, no estoy enfadada contigo. Pero me gusta verte suplicar. Es... adorable." 

—¡No estaba suplicando! —gritó Sana, aunque el temblor en su voz le restaba fuerza a sus palabras. 

"Oh, claro que no. Solo estabas desesperada. Hay una diferencia, ¿verdad?" 

La burla en su tono hizo que Sana apretara los puños de nuevo, pero no dijo nada. Se sentía atrapada, como si cada palabra de Jihyo la arrastrara más profundamente a un lugar del que no sabía si quería escapar. 

Finalmente, con la voz rota por la frustración, preguntó: 

—¿Por qué yo? 

Hubo otra pausa, y cuando Jihyo respondió, su tono era tan suave que casi sonaba sincero. 

"Porque eres especial, Ángel. Porque eres mía. Lo has sido desde el momento en que me llamaste, aunque no lo recuerdes." 

Sana sintió un nudo en el estómago. Esa palabra, mía, resonaba en su mente como un eco vivo, la descolocaba. Gimió por lo bajo cuando la escuchó. Agradecía estar en su casa, en la seguridad de esas cuatro paredes, podía gemirle a Jihyo todo lo que quisiera sin sentirse como una sucia y pevertida frente a sus alumnos en media clase.

—Nunca hice eso... nunca te llamé. 

"Sí lo hiciste. Y ahora... no hay vuelta atrás."

El vapor del baño la rodeaba como un manto sofocante, pegándose a su piel, ahogándola con una calidez que no sentía reconfortante, sino peligrosa. Sana tosió, su cuerpo temblando mientras trataba de abrir la puerta del baño para escapar. Pero el aire, el agua, el espacio... todo parecía conspirar contra ella. 

Maldijo entre dientes. Maldijo el libro. Maldijo a Jihyo. Maldijo su debilidad. Pero sabía que no servía de nada, porque incluso maldiciendo, no podía evitar sentir la atracción irremediable hacia esa presencia. 

Lujuria. Tentación. Demonio. 

Sana dejó que las palabras rodaran en su mente, cada una más pesada que la anterior, hasta que finalmente se dio cuenta de la verdad que tanto había intentado negar. Jihyo no era un juego, ni una ilusión, ni siquiera una simple entidad. No. Era algo más oscuro, más puro en su perversidad. Era maldad, el sarcasmo y cinismo con el que siempre la trata, la seducción irremediable que tiene, la voz tan profunda y melodiosa que juega con todos sus sentidos. Ella acariciaba cada pensamiento oscuro que Sana tenía años guardados para sí misma, sabía cada que se tocaba en la paz de su habitación, sabía cada vez que había gemido, sollozado por el dolor, que había sentido un latido en su corazón leyendo libros; que había añorado caricias en cada parte de su cuerpo hasta hacerla llegar.

Jihyo lo sabía todo. Porque Jihyo debía saberlo, ella no era ajena al deseo desmedido de Sana, quizá porque ella era un demonio.

Intentó huir del baño, cerró la llave del baño, y salió de allí asustada. Su mente gritaba que debía encontrar el encendedor, que debía prender fuego al diario y a todo lo que representaba. Pero cuando apenas dio un paso, sus piernas se detuvieron abruptamente, inmóviles, como si una fuerza invisible las hubiera encadenado al suelo. 

—¿Qué...? —murmuró con desesperación, luchando por moverse. Pero no sirvió de nada. El frío recorrió su columna cuando sintió algo, o más bien a alguien, presionándola, tocándola. 

Un peso familiar subió lentamente por sus muslos, firme y posesivo, hasta que las uñas de Jihyo parecieron clavarse en su carne a través de la tela de su ropa. Sana abrió los ojos de par en par, jadeando, pero fue recibida por el susurro burlón de aquella voz que ya vivía en su cabeza sin necesidad de permiso.

¿Adónde crees que vas, preciosa? —murmuró Jihyo con una dulzura retorcida que hacía que su piel se erizara. —No has cumplido con tu parte del trato. 

Sana intentó retorcerse, pero su cuerpo no respondía. Era como si la habitación hubiera sido arrancada del tiempo y el espacio, Quería gritar, llorar, sintió ganas de correr inmensas. No tenía a quién llamar, no sabía si saldría de esa. No sabía ni siquiera donde estaba escondido Butters en la casa, estaba congelada en un limbo donde solo existían ella y Jihyo.

La impotencia la golpeó con fuerza, arrancándole un sollozo ahogado. 

—Por favor... déjame ir... —susurró, su voz temblando tanto como su cuerpo. 

La respuesta de Jihyo fue una risa baja, llena de un placer sádico que parecía vibrar dentro de Sana, ya no la reclamaba, ya la tenía por suya. Pues ese peso encima de los hombros de la castaña, y ese cosquilleo por todos lados se lo demostró.

¿Déjarte ir? —repitió Jihyo, como si saboreara las palabras antes de pronunciarlas. —Oh, Ángel... sabes algo... —Sana sintió un calor extraño envolver su cuello, su cara se levantó hacia arriba como una obligación, no sabía como sucedía eso, era extraño, cedió a todos esos movimientos que Jihyo la presionaba a hacer, sentía como si unas manos invisibles lo acariciaran con una mezcla de ternura, pero también amenaza. —Me gusta cómo te quedan mis marcas. Fueron un regalo, un recordatorio.

Comenzó a acariciar con la yema de sus dedos aquel chupetón de la noche anterior. Mentiría si dijera que se sentía tonta por no esperar que fuese de ella. 

No quiero más... —sollozó Sana, su voz apenas un susurro. 

La mentirosas bajan al infierno, Ángel. —La voz de Jihyo se volvió más oscura, más grave, y con ella, el agarre alrededor de su cuello se transformó en una presión sutil, suficiente para hacerle perder el aliento sin ser violenta. —Y yo ya estoy allí, esperándote. 

El agarre en su muslo se intensificó, unas uñas largas y afiladas rasgaron la tela de su pantalón con una facilidad que dejó claro que Jihyo no solo tenía control sobre su mente, sino también sobre su realidad. 

Déjame pintarte una imagen, preciosa. —Jihyo bajó su tono, murmurando con una cadencia hipnótica que se sentía como un veneno dulce. —Voy a bajar por tus piernas. Voy a separarlas a mi antojo. Y me vas a recibir... como si un coro de ángeles cantara para ti. Mi lengua va a dejarte visitar aquel lugar que todos ansían llegar, pero solo yo puedo llevarte —finalmente se escuchó como la tela caía al piso, dejando a Sana con una prenda menos de su clóset.

Sana sintió su cuerpo traicionarla. Su mente gritaba que era incorrecto, que debía resistir, pero el calor que crecía en su interior decía lo contrario. Era como si cada palabra de Jihyo encendiera una chispa que ella no podía apagar, no importaba cuánto luchara e intentara zafarse, la calidez de esas manos invisibles en sus muslos, tomándola sin ímpetu, la tenían cerrando los ojos para ver si podía despertar de la pesadilla disfrazada de fantasía que la hacía vivir Jihyo.  

—Por favor... —murmuró nuevamente, pero esta vez su voz era una mezcla de súplica y deseo, y eso la hizo odiarse aún más. 

Jihyo rió de nuevo, complacida por su reacción. Tan entregada aun cuando se guiaba por su terquedad. 

Eres mía, Sana. Lo has sido desde el principio, incluso antes de que supieras mi nombre. Y cada vez que luchas, me das más razones para quedarme contigo. 

Sana cerró los ojos, sintiendo cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras su cuerpo temblaba bajo el peso de aquella presencia. ¿Era esto lo que significaba estar maldita? ¿Era esto lo que significaba ser poseída? ¿Ser incapaz de distinguir dónde terminaba su voluntad y comenzaba la de Jihyo? 

Y lo peor de todo era que, en lo más profundo de su alma, no estaba segura de querer detenerlo.

Su sexo latía y ardía por la necesidad de que Jihyo la tocara. No podía negarlo, no podía evitarlo, era una reacción natural que Jihyo sabía que provocaría, ella era sensible, y más cuando se trataba de ese demonio que ni siquiera conocía del todo.

De repente, un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir cómo los labios se entreabrían involuntariamente. Algo caliente y sorprendentemente atrevido rozó su pierna, una intrusa que se deslizaba entre las suyas, separándolas con firmeza. Maldita Jihyo, pensó, sintiendo cómo la controlaba con una facilidad que la dejaba sin aliento, como si fuera un juego que ella dominaba a la perfección. En ese momento, ya ella no se encontraba en el centro de la habitación. El cuerpo de la joven japonesa se vió arrastrado con velocidad hacia una pared cercana, siendo presionada poco a poco sobre ella, sus caderas se alzaron pues algo las hacía levantarse, la sensación entre sus piernas seguía allí, sentía como su ropa interior estaba incomodandola debido al roce y la combinación de poca movilidad que experimentaba justo en ese instante, donde de repente se sintió completamente prisionera de Jihyo, el suave vaivén involuntario de sus caderas por sentir esa exquisita presión, sentía que podría correrse solo con eso, pero no quería.

Con mejillas ardientes y rojizas, intentó conversar y dialogar con el demonio:—¿Q-Qué vas a hacerme? —su voz salía atropellada y totalmente excitada, le dolía no poder moverse, sus piernas estaban empezando a dolerle por la posición—. Creo que debería saberlo —una la presión en su centro se intensificó de parte de Jihyo, lo que le robó un gemido:—¡Ah!

Se sintió liberador soltar aquel gemido, sabía que estaba mucho más mojada que todas las veces anteriores, ahora sentía un cuerpo que no podía ver pero si sentir, encajando con el suyo a la perfección, forzándola al inicio a sentirla, Sana lo disfrutaba, pero no era tonta, decírselo a Jihyo era como confirmarle todo lo que ella predicaba: que era suya, que era para ella, que ella si la llamó en sueños, que ella si quería ser saciada por sus besos.

Era como si su fantasía, aquella que había albergado en silencio durante tanto tiempo en el aula de clases cuando Jihyo no la dejó de molestar y probar su paciencia, se estuviera cumpliendo ante sus ojos, de una manera aún más intensa de lo que había imaginado. Recordó aquellos momentos en los que se había perdido en pensamientos oscuros y llenos de deseo durante la clase, cuando ni siquiera sabía quién era realmente Jihyo. La voz seductora del demonio la envolvía una vez más, cálida y tentadora, al susurrar en su oído, haciendo que su piel ardiera. Todo lo que había anticipado en sus sueños ahora estaba ocurriendo, y no podía apartar la vista de aquella fuerza arrolladora que la dominaba por completo.

Esto es justo como tú lo imaginaste... ¿Te gusta?

Sana quiso negarse, para no darle la razón, pero su cuerpo ardía del dolor de no ser tocada en ese momento. Su mejilla estaba contra la pared, y respiraba agitada.

—S-Si...—jadeó con vergüenza—, por favor Jihyo.

¿Por favor qué, Ángel?

—No me hagas daño.

Ella pareció reír entre el hueco de cuello y clavícula.

No te haré daño, te haré mía que es diferente.

—¿Pero por qué de esta manera? ¿Por qué no te muestras? ¿Por qué no...

Pero ella no pudo terminar esa frase, por sintió cómo sus muslos se separaban solos, su cuerpo era como un títere de placer.

Quiero verte con las piernas así, o no voy a ceder a tus dudas, Ángel. Dime, ¿Ya estás mojada?

Sana quiso insultar su malicia. No, ella estaba apunto de desmayarse si Jihyo no se le aparecía físicamente a follarla sin control.

—N-No.

Aún te atreves a mentir, ¿eh?

Y entonces la soltó.

Sana sintió un dolor aún más grande en su centro húmedo cuando Jihyo pareció soltarla como si nada, aun tenía las piernas separadas, su cuerpo temblando ante todo lo ocurrido, y le sudaban las palmas.

Creo que no debo tocarte yo aún... Me has hecho molestar. Y voy a cobrar cada pregunta que no me respondiste. ¿Me entiendes, Ángel? —aquella última frase la dijo con maldad, sabiendo que Sana ya no podía huirle, no cuando su cuerpo clamaba tacto y su posesión y control.

Sana asintió sin saber que vendría después:—Sí.

Jihyo, con una voz burlona, se acercó a su oído y susurró suavemente: 

Cierra los ojos, Sana. Te voy a dar una pista para que sepas quién soy.

Sana, confundida y con el corazón acelerado, dudó por un instante.

Sus labios se apretaron en una línea tensa, pero finalmente, sin poder resistir la tentación que firmó sin saber con el demonio, cerró los ojos, confiando en la voz de Jihyo.

El aire en la habitación se volvió denso, y la sensación de estar atrapada nuevamente la invadió.

De repente, un susurro aún más cercano la sacudió: 

Ábrelos... Mira hacia la orilla de la cama.

Ella lentamente abrió los ojos, sin saber qué esperar ya de Jihyo. Lo que vio la dejó paralizada: una pluma negra, tan brillante y oscura como la obsidiana, flotaba sobre ella, suspendida en el aire. Era grande, parecida a las de los cuervos, pero no era igual, era inexplicablemente hermosa.

Sus ojos no podían creer lo que veían. El brillo de la pluma era casi hipnótico, pero la confusión y el desconcierto la embargaron.

—¿Qu-... qué es esto, Jihyo? —preguntó en voz alta, su tono tembloroso no la abandonaba nunca, sentía que en cualquier momento quedaría muda.

La duda estaba escrita en su rostro, mientras trataba de entender qué significaba aquel regalo de Jihyo.

El demonio sabiendo que Sana no era consciente de que podía verla, la observó con calma, sus ojos brillando de forma enigmática mientras esperaba su reacción.

Jihyo comenzó a reír suavemente, su risa era metódica, casi como un eco en los rincones de su mente, resonando en cada pensamiento de Sana. La risa estaba cargada de un tono siniestro, como si estuviera disfrutando de cada segundo de control.

Ahora es mi turno de divertirme y cobrar mi parte del trato —dijo Jihyo con una voz suave, pero que emanaba una certeza inquebrantable—. No fuiste justa, amor mío. Así que vas a hacer todo lo que yo diga, ¿entendido?

Las palabras de Jihyo retumbaban en los oídos de Sana, envolviéndola en una anticipación dolorosa.

El control de Jihyo no dejaba espacio para dudas, y cada palabra que pronunciaba parecía atar a Sana más profundamente en su red. El aire en la habitación se volvió inexistente, como si la atmósfera misma estuviera esperando la respuesta.

Sana, sintiendo el peso de la situación, tragó saliva, su cuerpo tenso, sin poder escapar de aquella voz que la dominaba por completo.

Sana seguía sin comprender lo que estaba sucediendo, su mente aturdida por las sensaciones que se entrelazaban en su cuerpo. Su voz temblorosa volvió a romper el silencio, buscando respuestas que parecían escapar de su alcance.

—¿Pero... qué es esto? ¿Qué debo hacer? —preguntó, sus palabras apenas un susurro cargado de incertidumbre.

La autoridad en la voz de Jihyo se hizo sentir con un peso imponente, tan firme como un mandato que no admitía objeciones.

Toma la pluma, examínala, siéntela, como si fuese yo... —ordenó Jihyo, y la intensidad en su tono no dejaba lugar a dudas de que no había espacio para resistirse.

Sana, aún confundida pero cautiva por el poder que emanaba de Jihyo, extendió la mano con cautela. Sus dedos rozaron la pluma, y una sensación de suavidad envolvió su piel. La pluma, fría al principio, pronto pareció cambiar, como si su contacto desatara una corriente cálida que se filtraba por sus venas. La sensación era extraña, similar a la que sentía cuando sus piernas ardían con un calor reprimido, como si su cuerpo entero estuviera despertando a algo desconocido y perturbador.

Sana apretó la pluma entre sus dedos, sintiendo su textura, pero las preguntas seguían llenando su mente, como una tormenta que no cesaba.

—¿Qué debo hacer con ella? —preguntó de nuevo, su voz temblorosa, aún buscando una respuesta lógica que parecía esquiva.

El aire estaba lleno de oscuridad, y el control de Jihyo sobre la situación parecía más palpable que nunca.

El poder de aquel demonio la hizo girarse lentamente hacia el espejo, su voz bajando a un tono bajo y envolvente, pero lleno de poder. Se miró así misma: mejillas rojas, piel brillando por el sudor, nudillos blancos de tanto empuñar el pantalón calmando su ansiedad. Sus gafas resbalándose constantemente. Respiración inestable. El paquete completo para regalarle a Jihyo la afirmación de que ella tenía poder sobre Sana y podía usarla a su antojo.

Tú, ángel mío, vas a desnudarte para mí. Vas a tocarte con una de mis plumas. Y yo te veré sufrir porque no son mis manos las que te tocan. —su voz se deslizaba como un susurro oscuro, resonando en cada rincón de su mente.

Sana, paralizada por la mezcla de sensaciones que recorrían su cuerpo ante la sinceridad y franqueza de la voz del demonio, se sintió como una marioneta en manos de Jihyo.

Los ojos de la demonio la observaban con una intensidad imparable, y la idea de hacer lo que le pedía, aunque contradictoria, parecía envolverla en una especie de trance. La imagen en el espejo la confrontaba, allí estaba ella, vulnerable y expuesta, frente a un reflejo que no podía controlar.

El calor que sentía en su interior se intensificaba, casi como si su cuerpo hubiera dejado de pertenecerle.

La duda siguió latiendo en su pecho, pero la voz autoritaria de Jihyo no permitió espacio para la resistencia.

El control se le escapaba de las manos, y su cuerpo comenzaba a reaccionar, más allá de lo que su mente deseaba comprender.

Jihyo no tardó en hacer uso de su sarcasmo, una herramienta que manejaba con maestría. Su voz, cargada de ironía, acarició los oídos de Sana como un veneno dulce.

Veo que dudas, Ángel. Siempre podemos volver a esos torpes sueños, donde a la mañana siguiente sigues insaciable. Esta es solo una forma de estar más cerca de ti... Dentro de ti.

Las palabras de Jihyo eran afiladas, casi despectivas, pero Sana, aunque sabía que la demonio la estaba manipulando, no podía evitar sentirse atraída por esa promesa oscura y tentadora. En ese instante, una chispa de desafío recorrió su cuerpo, y decidió, por orgullo y por deseo, no ceder por completo. Decidió que, aunque su mente aún estaba atrapada en la incertidumbre, no permitiría que Jihyo viera su vulnerabilidad de forma tan evidente.

—¿Tienes alguna exigencia? ¿Cuál es tu as bajo la manga con esto? No puede ser tan sencillo. Ya no confío en ti —respondió, retorciendo sus palabras con seguridad, a pesar de que la verdad era otra. En el fondo, sí confiaba en Jihyo. Pero disfrutaba de recalcarle su desconfianza, como si pudiera, por un momento, recuperar el control.

Jihyo soltó una risa fría, llena de sadismo. Sus palabras salieron como una amenaza y una promesa a la vez.

Me conoces tan bien, Ángel. Obvio que hay un truco, me descubriste. Harás todo eso, pasarás la pluma por todos lados, pero no debes correrte a menos que yo lo permita. ¿Bien?

El aire se espesó a su alrededor. Sana, al escuchar eso, sintió una oleada de ira recorrer su cuerpo. ¡Ella sabía que la iba a llevar al límite! La provocación era clara, y el juego de poder se volvía cada vez más intenso. Pero algo dentro de ella seguía resistiéndose, no quería mostrarle que la había quebrado por completo.

—¡Bah, solo es una plumita decorativa! Puedo contigo —replicó, con la voz entrecortada por la rabia y el deseo que comenzaba a desbordar.

Jihyo sonrió, y su sonrisa fue como una sombra que se cernía sobre ella.

Me gusta tu confianza. ¿Hacemos trato?

Sana, incapaz de negar lo que sentía y consciente de que estaba perdiendo terreno, comenzó a desabrochar el primer botón de su pantalón. El roce del tejido contra su piel era como una llamada al abismo, una invitación a caer más profundamente en el juego.

—Sí —respondió, la voz firme, pero su corazón palpitaba con la anticipación de lo que vendría.

La omnipresencia de Jihyo comenzó a desvanecerse, pero no sin antes hacerle una última indicación: que ella la ayudaría con una de las prendas.

Un leve escalofrío recorrió el cuerpo de Sana cuando las uñas de Jihyo, tan afiladas como siempre, rasgaron el pantalón de Sana con una precisión escalofriante, acercándose nuevamente para destruirlo por completo. El sonido del tejido rasgándose fue casi como una sentencia.

Sana contuvo el aliento, sintiendo la brisa de la ventana que acariciaba su piel expuesta. La habitación parecía envolverse en una atmósfera densa, cargada de deseo.

Mirándose en el espejo, su cuerpo temblaba sutilmente, pero una parte de ella se mantenía decidida. Con movimientos lentos, retorciendo las telas con vergüenza, levantó la blusa poco a poco. A medida que el abdomen de Sana quedaba al descubierto, pudo ver los moretones que aún marcaban su piel, vestigios de la noche anterior. Su vientre, tenso y contraído, reflejaba tanto el dolor como el deseo reprimido, como si cada marca contara una historia de su sumisión total hacia Jihyo.

—Te odio por esto —murmuró Sana, acariciando uno de los moretones, su voz teñida de frustración y algo más. Todavía vestía ropa interior blanca, simple, pero irónicamente sensual en su vulnerabilidad.

La voz de Jihyo, suave y envolvente, respondió con esa calma inquietante que siempre la caracterizaba.

Tú sabes que no es así.

Sana cerró los ojos, sintiendo la presión en su pecho aumentar. De forma casi automática, comenzó a pasar la pluma por su vientre. Un escalofrío recorrió su columna, algo que jamás había esperado sentir. El contacto electrizante de la pluma sobre su piel la hizo sentir como si estuviera suspendida en el aire, fuera de control. A cada paso, la sensación aumentaba, como si su cuerpo estuviera respondiendo de forma independiente, movido por una fuerza mayor.

Con cada trazo que la pluma hacía sobre su abdomen, Sana no podía evitar sumergirse más en la sensación, su respiración se aceleraba, y sus piernas temblaban ligeramente. Los ojos de Sana permanecieron cerrados, incapaces de mirar lo que sucedía, pero el espejo frente a ella lo reflejaba todo. De alguna manera, se sentó lentamente sobre la orilla de la cama, su cuerpo aún erguido y su mirada fija en el espejo, observándose mientras la pluma se deslizaba por su piel con suavidad casi cruel.

La escena ante ella era todo lo que podría considerarse erótica: la tela de su blusa levantada, el suave roce de la pluma, la tensión en su cuerpo, la excitación que se removió dentro de ella con cada movimiento. De alguna manera, el simple toque de la pluma hacía que se sintiera mucho más caliente y deseada que cuando Jihyo la había aprisionado con su poder.

En este momento, la sensación de ser observada, de estar al borde del deseo, la estaba llevando a un punto sin retorno, uno donde ya no podía diferenciar el placer del castigo.

Sana retiró la camisa con un movimiento decidido y la lanzó al azar por algún rincón de la habitación, su mirada fija en el espejo sin dejar de verse. Nunca se había visto de esa manera, con tantas sensualidad y ganas de complacer, era su primera vez haciendo ese tipo de shows.

Nunca antes había hecho algo como esto, y mucho menos con un objeto, pero la sensación era inusitadamente estimulante.

Un nudo se formó en su estómago mientras sus caderas comenzaron a rozarse con la esquina de la cama, el roce inesperado que la hizo respirar con más dificultad. Sentía la humedad entre sus piernas, y conocía mejor que nunca a la culpable de aquel crimen.

Algo en ella se había despertado, y parecía que todo lo que había soñado ahora estaba a punto de volverse real, o al menos mucho más satisfactorio.

Sus ojos se cerraron cada vez que la pluma bailaba sobre sus zonas más sensibles: las clavículas, el cuello, su vientre. El simple contacto de la pluma provocaba que su piel se erizara, cada trazo la hacía sentirse más fuera de control, cada estremecimiento la arrastraba aún más al borde de una necesidad que nunca imaginó.

De repente, la voz de Jihyo rompió el silencio, cargada de una autoridad que la hacía temblar:

Quítate el sostén, y pásala por tus senos, mientras los pellizcas.

Las palabras fueron como una orden. Sana se sobresaltó al oírlas, el tono de Jihyo tan demandante la sacudió más de lo que esperaba. "¿Así que ahora era así?" Pensó, antes de decidir que no podía resistirse. Con un suspiro cargado de dudas, pero también de curiosidad, dejó que sus dedos recorrieran el encaje blanco de su sostén, quitando el seguro con un movimiento lento, torturante, tanto para ella como para el demonio que la observaba. Cuando finalmente el sostén cayó a sus pies, sus senos quedaron libres, expuestos, con los pezones erectos por la nueva sensación de frío que los envolvía.

La mirada de Jihyo se clavó en su desnudez, saboreando cada curva, cada línea del cuerpo de su Ángel. A pesar de la tentación que sentía, Jihyo se obligó a mantenerse firme, resistiendo la tentación de tocarla antes de tiempo. Sabía que esta espera solo aumentaría el deseo, tanto en Sana como en ella misma.

La lucha por el control de la chica, por el poder de cambiar su cuerpo, se volvía cada vez más difícil de mantener.

Jihyo solo le respondió con una voz fina, aunque se debilitaba al ver cómo Sana pasaba su mano y la pluma juntas hasta su entrepierna, donde veía una mancha transparente. El demonio sabía que aquella chica ansiaba sentirla dentro, que quería sus dedos y su boca atendiéndola toda la noche, que deseaba gritar, pero su juego no era ese.

Ella era fuerte. Sin embargo, cuando volvió a mirar cómo Sana metía su mano dentro de sus bragas, sintió que por un segundo la japonesa le había ganado en su juego. Era preciosa, la manera en que su cabello caía como cascada sobre sus senos, y su espalda desnuda... Sana quería ser follada por ella, y preguntó con ojos expectantes:

—Hice todo lo que pediste, Jihyo... ¿Puedo tener lo que necesito? Yo sé que tú también deseas verme.

Jihyo sintió arder su cuerpo entero. Con una voz perdida y profunda, maldijo, porque Sana había logrado cambiar sus propias reglas. Ella había ganado; aún no se había corrido. Sana se quitó aquella molesta tela, revelando lo que Jihyo tanto reclamaba en sueños, pero aún no la dejaba tocarla. Jihyo perdió el control y gruñó:

Ángel mío...—Gimió. 

—¿Qué pasa, un demonio no puede ver a una simple chica necesitada tocarse? Mira cómo me tienes. ¿Por qué no me follas como tanto me dices? Mmh —hizo un puchero y mohín con sus labios, era perfectamente adorable y sexy para ella—. ... ¿Por qué no me dejas ser tuya, Jihyo?

Entonces Sana no se dio cuenta, pero esas simples palabras provocaron que la luna brillara más que nunca, que la brisa soplara con más fuerza, y de repente, la luz tenue de la lámpara del cuarto titiló varias veces.

De repente, sus manos fueron puestas detrás de ella. Y quedó cabizbaja.

Algo sacudió todo el cuarto. Todo el juego dejó de ser un tira y afloja, convirtiéndose en algo más serio.

El espejo se volvió negro, y del cristal parecía salir una silueta maligna y magnífica. Negra, una sombra femenina, veía cómo un humo negro cubría todo. Sana se asustó, pero era prisionera de sus propias manos gracias a Jihyo.

En medio de la oscuridad, Jihyo, el demonio que tanto la atacaba, osaba mostrar su silueta y sombra. Era una figura autónoma y poderosa que hizo que Sana se secara la garganta.

Unos ojos amarillos la miraron, y unas alas conocidas se alzaron, del mismo color que la pluma con la que cometió aquellos actos impuros, que lanzaban una pequeña ráfaga de viento.

La figura comenzó a acercarse, y Sana sintió cómo la sombra tomaba su mentón con pasividad para hacerla mirarla. Las alas, gigantes, parecían arroparlas a ambas.

Entonces, Jihyo pronunció como un rayo en una tormenta:

Eres mía, Ángel.

Tomó su pluma y acarició los labios de Sana. Su mirada la penetraba completamente. Sana, estando desnuda y a su disposición, la miraba, quedando perpleja.

Finalmente, había invocado al demonio, a Jihyo, y había logrado quebrarla para hacerla venir. ¿Qué pasaría ahora con ellas?

"Y el que me toca, toca la niña de mis ojos."
— Zacarías 2:8

N/A: ¡BUENAS MADRUGADAS NUEVAMENTE, AQUÍ SU SERVIDORA CON OTRO CAP! Este si está intensito. Espero que estén disfrutando las actualizaciones de esta historia, me encuentro muy inmersa en ella y por eso he podido traerles este tipo de capítulos. Siempre me he sentido muy insegura con el "smut" o las escenas "eroticas" o +18, no soy muy explícita en mis fanfics. Para esto cree As Above So Below, una manera de descargar esa frustración que siento al no poder plasmar bien este tipo de escenas, y dejar de tenerles miedo a las mismas, siempre he querido crear libros con escenas cargadas de este sentimiento, se que tome una trama bastante "simple" o muy extravagante para otros, pero leemos no juzgamos, OK?. Estoy explorando una faceta de Ohyonista que no es muy común, no se siente como yo pero a la vez es tan yo. Espero que les este gustando el resultado de estas noches de desvelo, en fin. Prepárense porque lo sé vienen ahora son más dudas que respuestas. ¿Ya saben por qué?

Teorías, dudas, opiniones aquí ♡:

Les saluda, Milanesa;)

Btw, esta es la sombra que vió Sana, para que se hagan una idea:


En fin, es más o menos para que tengan una imagen mental de las cosas, aunque ustedes pueden tener una percepción totalmente diferente y eso es valido :^

En fin, me despido jjj

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top