Capítulo 4: "La Manzana del Edén."
Génesis 3:6
"Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.”
Sana se quedó tendida en el suelo, con su respiración errática, y un zumbido en sus oídos insoportable. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando volvió a la realidad: Ella acababa de tocarse con tal intensidad después de conversar con… ¿Qué era? Ni siquiera tenía idea, la entidad o fantasma que le haya estado hablando solo se dedicó a coquetearle sin pudor alguno, jugó con ella hasta llevarla al límite y en un arrebato producto de su soledad y poco líbido aquellas semanas, ella había… ¡No, no podía terminar esa frase con tranquilidad!
Se pasó la mano por el cabello, intentando serenarse, sudad, algunos mechones rebeldes del cabello en su frente; buscó sus gafas para colocarselas. Intentó contar hasta a diez mentalmente… Uno… dos… ¡Todavía se estremece al recordar como la vil y cínica actitud del diario la dejaron extasiada, que tonta era!
Hablando del rey de Roma… El fulano libro se mantenía cerrado sobre el suelo, y el bolígrafo regado por algún rincón. Apartó la mirada del mismo. No podía seguir observándolo, sus impulsos la harían abrirlo una vez más y terminar dándole a lo que sea que la tiene absorbida en ciclo de una y otra vez.
Sus ojos iniciaron una búsqueda de su ropa, encontró los shorts del pijama, y aún con su cuerpo sensible y la temperatura aún irregular, comenzó a ponerse la prenda.
Sensible, su piel aún estaba ardiente.
Pero ella estaba cayendo en la locura, y había acabado con su última gota de dignidad.
Es decir… ¡Desmayos en la iglesia, dormir en una cama que parecía más una lija que colchón, y por último meterse los jodidos dedos por unas malditas palabras que bien podía buscar entre sus libros, era patético!
Del puro enojo, quiso ponerde de pie. Y allí se percató que, las piernas adormecidas, ¡Par de traicioneras! Se dijo así misma, tenía los vellos erizados y la cabeza dándole mil vueltas: Ella acababa de tener un orgasmo, pero uno tan fuerte, que su cuerpo solo supo reaccionar de una manera casi enfermiza.
¿Cómo es que había cedido tan fácilmente a las redes peligrosas de aquella presencia? El diario sólo era eso, una encuadernación con cientos de hojas vacías, pero en cuanto Sana presionó sus palabras de duda y temor en ellas, se volvieron en páginas llenas de deseo y sensualidad. Provocadoras, viles, posesivas y egoístas con su cuerpo. Y ella no quería decir que inevitablemente… eso lo encantaba.
Perdió el aliento al recordar una vez más, como había sido empezar a acariciarse así misma con esa caligrafía perfecta, y esa expresividad directa de su “companía” como hacia llamarse.
Iba a tener esas escenas vividas, por lo mínimo unas tres semanas, ¡quizá hasta un mes!
Ahora Sana se encontraba pensativa, aunque ya pensaba que era obsesivo ese huracán de emociones y dudas sin resolver. Se maldijo en cuanto se dio cuenta que no sabía como catalogar aquella experiencia, era irreal, era inentendible, era surrealista, y casi imaginario y fantasioso. Tenía que estar ya loca para poder siquiera permitirse contarlo en voz alta. Lo que no podía negra, es que… la sintió, su cuerpo la sintió la tocó, como sólo sus palabras verdaderamente conocieran el punto y aparte exacto para hacerlo, y no sabía si arrepentirse de… Bueno, eso, y siguió preguntándose solo para tener una discusión mental, que ya parecía una batalla campal entre su cerebro y su corazón… ¿Acababa de tener sexo con ella, cierto? Si es que era una ella, o un él, no importaba. Sólo sabía que… No era cualquier cosa a la que pudiera comparar.
¿Quién eres? Le preguntó tres veces, ninguna le respondió, en su lugar solo le dio pistas o migajas muy escasas de lo que “pudiera ser”. Recapítulo: Compañía, alguien que te entiende, alguien que te conoce.
No, no podía sacar conclusiones con información tan reducida.
Empezó a cuestionarse si de verdad la cafeína no le afectó y ya estaba desquiciada. Pretendía organizar una lista de los mejores hospitales psiquiátricos de Corea, pues como su cuerpo aún temblaba y su mente rebobinaba las palabras del diario como si de una canción en un tocadiscos se tratase, ya se consideraba un paciente de una de ellas.
Había perdido la cordura hasta ese punto.
Se abrazo así misma cuando el frío de la ventana la rozó en sus hombros desnudos. Seguía sin poder levantarse.
Intento olvidarlo, sabiendo que sería imposible. ¿Hace cuanto no tenía tiempo así “a solas” con “alguien”? Hace mucho, el sexo había dejado de ser su prioridad cuando se dio cuenta que no lo disfrutaba del todo o no cumplía sus expectativas.
Tampoco era muy experta como para saber dónde estaba ese punto de placer que tanto necesitaba, pero lo que fuera esa cosa, que le hablo dulcemente como si de un susurro en medio de la noche se tratara, la hizo darse cuenta de que los míticos orgasmos de los que tanto le hablaba Mina, si eran reales… ¡Dios santo! Bueno no, ya había ido a la Iglesia esa semana, no debía utilizar a Dios en vano. ¡Por su gato Butters, que jamás pensó tener un momento así! Es que todavía no se tragaba bien el nudo que tenia en su garganta, y su cuerpo aún se sentía débil.
Pero fue efímero, y ahora ella debía “olvidarse” de todo. En la soledad de su apartamento, abrazando a Butters mientras los dos intenta protegerse mutuamente del frío.
Si la estúpida criatura fuese su tipo ideal, se habría quedado a abrazarla para ser su calefacción. ¡Sí, se tenía que dar un tiempo de eso, ya hasta le reclamaba por no cumplir sus expectativas! Por eso nunca tenía sexo seguido.
—¿Ahora cómo me levanto de aquí? —tuvo intenciones de ir al baño tomando una ducha de agua helada si era posible. Estaba comenzando a detestar la sensación del sudor pegado a su piel. Ya estaba por su tercer ntento de levantarse, se apoyò sobre sus codos, y sus piernas no cooperaban, y se tambaleó en el proceso—, ¡Carajo, no creo que haya sido tan buena como para quedarme inútil por hoy!
Odiaba ese diario.
Y se tomó un minuto para maldecir, pues a pesar de sus intentos por levantarse como una persona normal, tuvo muchas dificultades. Cuando por fin estuvo de pie, igual sentían que era imposible caminar. Le dolía todo, quizá fue la posición, o el hecho de nunca había experimentado algo así.
Camino como si fuese una coja, le dolía desde el vientre, hasta sus brazos. ¿Qué era todo eso?
Poco a poco sus pies descalzos de dirigieron hacia su habitación.
Inocente, Sana empezó a retirar las prendas, una por una, sin mucho apuro, confiando totalmente que su cuerpo habría salido ileso de todo, que ya nada podría hacerla pensar más en los acontecimientos de esa noche.
Todo eso se derrumbó en cuanto entró al baño y se miró en el espejo.
Un grito se escuchó por toda la casa:—¡Mierda! —agudizó con terror su voz en cuanto se miró al espejo.
El pobre Butters se escondió en uno de los cajones de su guardarropas, y ella comenzó a pasar sus manos por toda su piel como si se estuviera derritiendo: Marcas rojizas, pequeños moretones, incluso leves rasguños… ¡Un maldito chupetón que podría matar a su madre si lo viese!
—¡No, no, no, no! —se desesperó, se tocó las marcas, sentía algunas punzadas de dolor, sí, pero no lo suficiente. Lo que la puso en ese estado, era que mañana tenía que trabajar. ¿Qué haría con esa cantidad de marcas regadas por su cuerpo? ¡Qué haría cuando sus estudiantes le vieran el maldito cuello! Se sintió ingenua, imbecil y muy utilizada por ese maldito diario…—Parezco una pared llena de manchas de graffitti. ¡Agh! —exasperó.
Estaba desnuda, con mil dolores en zonas que no sabía nombrar, sudada, confundida, y con ese enorme chupetón que todos señalarían. Ella jamás se había dejado hacer marcas por nadie, no estaba interesada en hacerlo tampoco. ¡Y ahora se dejaba manosear por manos invisibles!
Tomó una bata de baño, y fue directo a la sala, a paso veloz, y su instinto fue tomar aquel libro viejo, fue hacia la cocina, y lo guardo en la parte más alta de la cocina. Una donde no estaría a la vista, necesitaba alejarlo, estaba cansada de ese maldito objeto, es más… ¡Estaba considerando en vertir en la bañera algo del agua bendita que le regalo su madre! A ver si de una vez por todas toda esa vibra extraño de esos días la abandonaban y la dejaban en paz. Estaba harta, y su rostro se arrugada arrugada recordar como desde que decidió explorar el centro todo su mundo comenzó a envolverse en una especie de actividad paranormal continua.
Y aun con sus piernas como gelatina, con todo su cuerpo ardiendo del dolor, fue a habitación a intentar calmar la creciente molestia que tenía en su pecho, y sobre todo, a investigar como ocultar chupetones así de grandes.
Jodida suerte tenía.
Al día siguiente intentaría evadir a toda costa la sensación de cosquilleo y vacío que le generaba estar lejos de aquella encuadernación, las miradas incriminatorias de los alumnos del curso, y sobre todo… ¡Mina! Ella le conocía todos los pelos de su cabellera, la iba psicoanalizar su comportamiento y su apetito sexual. ¡Joder, no tendría como defenderse!
Iba a tener que usar cinco suéteres y una bufanda cuando no había comenzado siquiera el otoño.
Nuevamente maldijo todo lo que pudo sus propias malas decisiones y la influencia de esa presencia desconocida en su vida:—Maldita sea, la odio… ¿o lo odio? ¡Dios mío, tengo que dormir!
Y allí, sus músculos cansados fueron cubiertos por una fina nube de vapor provocada por el agua caliente que salía con la presión adecuada según Sana. Las cortinas satinadas de su color favorito la escondían, pero su silueta no lo era del todo.
Sana, ajena a todo, se refugiaba tras la cortina. No se percató de que aquella presencia, la misma que tanto detestaba, la contemplaba con adoración y fascinación. Su figura esbelta, la que ella llevaba con naturalidad, desbordaba la imaginación de la presencia. Esta última se contenía, luchando contra el impulso de atacar. No... todavía no era el momento. Ella lo sabía. Sus uñas afiladas ansiaban hundirse en aquella carne tentadora que parecía gritar por ser tomada, pero una vez más, no era el momento. No era su momento. Ya lo tendrían... después.
Sonrió por última vez, recorriendo con la mirada cada rincón del cuerpo de Sana, observando cómo el jabón resbalaba por su piel. Sintió una sed abrasadora, un deseo difícil de reprimir. Todo en esa escena ponía a prueba su control.
—Falta muy poco, ángel —susurró en su mente. No podía permitirse llamar la atención todavía.
La joven, por su parte, aún no lo comprendía, esa noche ella había cometido un error, o más bien había sellado algo que de todas maneras iba a ocurrir. Pues ya era parte de su juego, y siempre lo fue. Sana… formaba parte de un trato inquebrantable, a menos que ella misma decidiera entrar en la partida e intentara salir ilesa.
Ya era prisionera de su espiral de locura.
Cuando caminó completamente incómoda y lo más rápido que los tacones le permitían hacia la sala de profesores evadiendo los saludos exhaustivos de alumnos de semestres anteriores, se dio cuenta que ese Miércoles iba a ser muy difícil… y diferente.
Llegó al final del corredor, encontrándose con la puerta que decía en letras casuales: Salón de Profesores.
Entró con una reverencia habitual hacia sus superiores y colegas, pero al levantar la mirada, se quedó petrificada en su lugar.
Todos esos ojos estaban analizando su apariencia de ese día: un suéter de cuello alto gris, un abrigo de solapa a cuadros que hacía juego con su pantalón de vestir del mismo patrón. Ciertamente, había llegado demasiado formal. Algunos de los demás profesores la miraban con evidente curiosidad, otros con expresiones neutras o difíciles de descifrar. Y luego estaba aquel que le guiñaba… aunque más parecía un tic nervioso en el ojo.
Ignoró todas esas miradas. Sentirse el centro de atención la descolocaba por completo. ¿Eso era bueno o malo? ¡Era espantoso! Odiaba que cualquier persona en su lugar de trabajo se fijara demasiado en ella. Entendía que siempre habría algún alumno hormonal con segundas intenciones, aunque ella misma se viera como una mujer en pleno tercer divorcio, acompañada de su gato egipcio calvo que siempre deseó de pequeña —Butters, dejaba pelos por todas partes—. Pero no se trataba de eso. Era que cualquier indicio de interés hacia ella le resultaba incómodo.
Excepto el de su diario… Cerró los ojos un instante. Necesitaba concentrarse y comenzar su clase con los chicos de su turno, o no llegaría viva al almuerzo con Mina. Y ahora dudaba incluso si debía confesarle que, efectivamente, la cafeína le había aflojado todos los tornillos de la cabeza y estaba cayendo en un peligroso y oscuro pozo de locura extrema.
Además… ¿pensando en cochinadas a esa hora? Parecía que, en lugar de tomarse el café de la mañana, le hubieran dado viagra femenina.
Abrió el locker, buscando su identificación, buscando algunas carpetas con evaluaciones de ese día. Subió las gafas que se resbalaban como siempre en su nariz, y huyó –creía ella–, disimuladamente de aquel salón.
Se dirigió con pasos de falsa seguridad hasta su aula, y cuando abrió la puerta se encontró con la temida sección del primer trimestre que ningún profesor quería enfrentar: 3-M.
Tomó una respiración honda, intentando contener el ataque de nervios que amenazaba con superarla. Serena, sujetó su carpeta y su bolso mientras sus tacones negros resonaban en el aula:
—Buenos días, jóvenes —dijo con un tono señorial, intentando aparentar una edad que claramente no tenía.
¿Qué tendrían esos mocosos… unos dieciocho o veinte años, quizá? Seguían estando dentro de su rango de edad, y aquello no ayudaba. Sana apenas tenía experiencia dando clases, y precisamente por eso estaba atrapada con este grupo infernal. Su materia: Literatura Latinoamericana. ¡Sí, de Sudamérica! En Corea, tenían que leer libros en español, o al menos intentarlo. A Sana aquella materia le había destrozado el cerebro en su momento, aunque sobrevivió gracias a su madre, quien solía contarle historias de sus viajes por esos lares.
La materia era extensa, complicada y agotadora en cuanto a la evaluación del trimestre. Por eso ningún profesor quería tomarse la molestia. Pero Sana, fiel a su estilo, había organizado un cronograma pensado para captar la atención de los estudiantes sin abrumarlos… aunque pronto recordó un detalle importante: algunos de ellos eran unos idiotas sin cerebro, y mucho menos modales.
Un chico con gorra y una barba de tres días rompió el silencio:
—¡Wow, miren eso! Nos tocó una sexy, muchachos —dijo con un tono absurdamente narcisista—. Me encanta su pantalón, profe, le sienta perfecto.
Sana se sintió como carnada en un anzuelo en medio del océano. Había sido ingenua al pensar que este grupo se tomaría en serio su trabajo. Con esfuerzo, mantuvo la postura seria y lo fulminó con la mirada:
—Disculpe, ¿qué acaba de decir?
La manada de hombres, guiados por sus instintos básicos, estalló en risas y vítores. El chico de la gorra no tardó en responder, según él, con ingenio:
—Oh, nada, preciosa. Solo decía que usted parece una mujer a la que podría conquistar. Dígame, ¿ya su marido la dejó? Porque tiene toda la cara de eso. Aunque ese chupetón me dice lo contrario.
Sana se ruborizó de rabia y, por reflejo, se cubrió la marca en su cuello, aquella que ni todo el maquillaje del mundo había logrado ocultar. No podía permitirse mostrarse débil, no frente a esos idiotas, y menos en su primer día con ellos. Sus nudillos se tensaron al apretar el bolígrafo, pero se obligó a mantener la calma. Caminó hacia su silla con gracia impecable, consciente de que aquel imbécil la estaba mirando con descaro. Se sentó, cliqueó el bolígrafo y abrió su carpeta:
—¿Eso piensa usted, señor…? Indíqueme su nombre.
El chico sonrió con insolencia y, con un gesto arrogante, apoyó los brazos detrás de su nuca:
—Chris. ¿Por qué? ¿Me va a anotar mi primera falta? Uy, cosita, pero si eso podemos resolverlo de otra manera.
La garganta de Sana ardió con ganas de vomitar, pero su mente era mucho más rápida.
—No precisamente, Chris —replicó con una sonrisa seca—. Solo quiero que sepas que estoy anotando tu nombre porque acabas de garantizar que tú y tus compañeros tengan un examen mañana. Por ser un acosador con tu profesora, una profesional con carrera y títulos que conoce a la perfección el sistema de esta facultad.
Se inclinó ligeramente hacia él, sus ojos fríos como el hielo:
—Y te diré algo, Chris: yo no necesito ningún hombre para validarme. Ahora, si eres tan amable, haz silencio para que tus compañeros, y si es que tu cerebro te lo permite, procesen y tomen nota del material que veremos.
Sana giró hacia el resto del aula, su voz resonando con autoridad:
—Agradezcan todos a su compañero Chris por haberles arrebatado la introducción a mi clase. Mi nombre es Minatozaki Sana, y seré su profesora este trimestre.
Un murmullo de incomodidad recorrió el salón. La palabra evaluación fue suficiente para sincronizar las bocas de todos, que no tardaron en lanzar miradas de reproche al simplón de Chris. Sana, por su parte, no se sintió tan mal por haber sido estricta. De hecho, algo en ella disfrutaba de ese papel.
Pero justo cuando se giró hacia el pizarrón, un aliento cálido rozó su oreja.
—Me gusta que te comportes así, Ángel —susurró aquella voz, baja y sensual, con un tono que parecía acariciarle la piel.
Sana sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Esa presencia estaba ahí otra vez, incluso fuera de sus sueños, invadiendo su espacio de trabajo.
—Diles de quién eres… —murmuró la voz, con una seducción que le encendió el pecho y las piernas, el pantalón comenzaba a incomodarle, flashbacks de la noche anterior comenzaron a escabullirse en su cerebro, era como una película de terror que le agrada ver—. Y por las noches dímelo a mí...
Intentó ignorar, pero sus manos temblaron. La tiza casi se partía entre sus dedos. Sentía que podría caerse. ¿Y esa presencia estaría realmente allí para levantarla y tomarla entre sus brazos? No lo sabía.
Una risa encantadora atravesó sus sentidos:—Lo sé, tesoro, tú también me estás volviendo loca al no estar conmigo justo ahora... ¿Te pongo muy mal?—No, se negaba a darle paso a su juego—. Tú solo haz como si no estoy aquí. Y yo solo observaré… tu hermosa figura. Y te desearé, Ángel mío.
El susurro era como un canto oscuro, una caricia prohibida que atravesaba su mente y cuerpo. Sana se sentía atrapada, consciente del calor creciente en su pecho, la punzada en su centro, y como este se humedecía. ¡Carajo como iba a excitarse en plena Universidad, de espaldas antes todos y mirando únicamente al pizarrón! Si ese fuese uno de sus sueños, desearía que la figura la tuviera prisionera entre la pizarra y su cuerpo que desconocía su forma, pero se lo imaginaba de una forma preciosa. Tentandola con sus manos, y escondiendo sus manos en aquellos apretados e incómodos pantalones.
"Cálmate Sana, no es el momento…" Se repitió con un suspiro inaudible para los demás.
Ese era un deseo que no quería aceptar, pero que comenzaba a devorarla desde dentro.
Pensó que al deshacerse del libro por la madrugada, y al esconderlo como un tesoro maldito en una isla de náufragos, algo podría cambiar. Pero ahora sabía que no bastaba con alejarse de las páginas. Esa presencia había traspasado sus sueños, su realidad, y tal vez, solo tal vez… estaba empezando a habitar su mente.
Sus palabras seguían retumbando en su mente como un mantra maldito. Como una maldición incurable: Desearla.
La criatura tenía razón. Había hambre en su interior, un deseo que nunca había reconocido antes, pero que ahora se expandía como un incendio voraz. ¿Cómo podía volver a sentirse normal después de anoche? Después de todos esos sueños, esas fantasías, esa voz.
La sensación de sus propias manos recorriendo su cuerpo la noche anterior no era suficiente. Quería más. Quería… eso. No sabía que era eso, solo sabía que lo necesitaba.
Pero no estaba en la mejor posición para poder obtenerlo.
La noche anterior se repetía una y otra vez en su memoria. El calor de su piel al deslizar sus dedos, el eco de aquella voz que la guiaba en sus pensamientos más oscuros, y el estremecimiento final que la dejó jadeando entre las sombras de su habitación, aquel orgasmo había sido su perdición, el concepto de leer unas cuantas palabras la había excitado demasiado. Había sido tan vergonzoso como placentero, pero ahora, a la luz del día, solo podía pensar en lo bajo que había caído.
Sabia que ahora ella no tenía pensamiento propio, menos cuando había un instruso escuchando todo su calvario mental.
La voz regresó, susurrando suavemente en su mente—. ¿Todavía pensando en mí, Ángel? Pensé que te sabías comportar, así como yo he aguantado tanto tiempo por devorarte… —La desafiaba. Era un tono que prometía placer y castigo a partes iguales.
Esa maldita voz la llamaba suya, la deseaba, la anhelaba con una intensidad que la hacía estremecerse de pies a cabeza. Sana cerró los ojos por un momento, intentando calmar el temblor en sus manos. No podía permitir que la dominaran, no en medio de su clase, no delante de esos muchachos que ya habían demostrado no tener respeto alguno.
Sana sintió cómo un rubor intenso cubría su rostro. Miró al pizarrón, pero sus ojos no enfocaban nada. Era como si la clase hubiera dejado de existir. Y entonces, la voz volvió, más clara, más íntima, solo para ella, solo para sí mismas:
—Ángel… ¿Tú también me necesitas mucho, no es verdad?
Sana abrió los ojos de golpe, el corazón latiéndole desbocado. Estaba segura de que nadie más la había escuchado.
Aquello no provenía de ningún rincón del aula, sino de su propio interior. Era un susurro que acariciaba sus pensamientos, como un aliento cálido sobre su nuca.
—¿Por qué sigues luchando? Sabes que lo deseas. Que me deseas. Me quieres dentro, ¿No es cierto? —Claramente lo hacia, pero estando en su trabajo no podía soportarlo—
Sus pulmones les fallaba el aire, su piel comenzaba a sudar. Sus manos comenzaban a picar.
La mano de Sana tembló ligeramente mientras escribía con la tiza. Cerró los ojos un segundo, respirando profundamente recuperandose así misma. La presencia estaba más y más cerca, como si realmente estuviera allí, acechándola entre las sombras del aula.
Sentía el calor de su aliento, su voz envolvente recorriendo cada rincón de su mente.
—Esta noche volverás a mí —musitó la voz, casi como una promesa—. No podrás resistirlo. Abrirás ese libro así como tus piernas, y vas a correrte tantas veces por mí, ¿No es cierto, Ángel? ¿Tienes hambre de mis besos y mis caricias?
Ahora no solo la hacía perder el sueño desde hacía tantas noches; también la estaba arrancando de la realidad misma.
Tomó asiento después de escribir las oraciones finales para sus alumnos. Tocando sus sienes con un dolor de cabeza latente.
Todo a su alrededor comenzaba a desdibujarse. El salón, los murmullos de los estudiantes, las páginas del libro frente a ella… nada tenía importancia. Su mente era un campo de batalla donde cada pensamiento estaba siendo invadido por la sombra de ese ser.
Y entonces, apareció la pregunta que la atormentaba desde la noche anterior y lo hacía en el escriotorio con la ladrona de sus pensamientos secretos: ¿Y si yo también tengo hambre?
El resto del día fue un borrón de miradas al reloj y pensamientos que se mezclaban con un deseo ardiente. Sabía que, al caer la noche, estaría en su habitación, con el diario abierto entre sus manos, buscando respuestas. O quizás no respuestas, sino más preguntas. Más palabras. Más de ella.
Y eso la aterraba casi tanto como la emocionaba.
Estaba perdiendo el control, el sueño, y la vida rutinaria que conocía.
Sana empujó la puerta de su apartamento con más fuerza de la necesaria, el eco del golpe resonando en el espacio vacío.
Dejó caer su bolso en el perchero con un suspiro pesado, sintiendo el alivio inmediato de estar sola. Todo el día había sido un juego de evasión. Miradas inquisitivas, preguntas mal disimuladas, y lo peor: Mina, siempre tan atenta, lanzando comentario pícaros y entrometidos, que Sana había tenido que sortear con sonrisas falsas, excusas o comentarios mordaces.
“¿Y ese maquillaje extra? ¿Te estás viendo con alguien?”
Juraba que quería desaparecer al no saber que responder exactamente.
Había querido responder con un “sí” categórico solo para callarla, pero ni siquiera eso habría sido verdad. No era alguien. Era algo. Un monstruo, una criatura. Y ese pensamiento la derrumbaba más que cualquier burla o sospecha.
Cerró los ojos un momento, apoyándose contra la puerta. La calma del apartamento la abrazó, y por un instante, todo parecía normal. Pero entonces, como un eco lejano, la voz regresó, como lo había hecho durante todo el día.
—Ángel… —empezaba a quebrarse el silencio, reemplazado por el horror de esa hermosa y seductora voz clavada en su cerebro.
Sana se pasó una mano por el cabello, con un gesto brusco que dejaba claro su frustración. "No, no ahora", murmuró para sí misma, como si con esas palabras pudiera ahuyentarla. Quería creer que la criatura no podía alcanzarla aquí, en la paz de su hogar. Pero sabía que no era cierto.
Decidió distraerse. Lo necesitaba. Tiró los tacones al suelo y se dirigió a la cocina, abriendo el refrigerador casi con desesperación. No tenía hambre, pero cocinar era algo que siempre la calmaba. Sacó un par de ingredientes sin mucho pensar: pasta, una salsa que había dejado a medio usar, queso. Encendió la estufa y se enfocó en cada paso, en cada movimiento. Sus manos cortaban y mezclaban con precisión casi obsesiva, mientras repetía en su mente: "No puedo pensar en ella. No puedo. No debo."
Cuando terminó de comer, el alivio duró poco. Se hundió en el sofá frente al televisor, cambiando canales sin prestar atención, buscando algo, cualquier cosa, que mantuviera su mente ocupada. Butters, su gato, se subió al regazo de Sana, maullando suavemente. Ella lo acarició, su pelaje desnudo era un contraste curioso, pero siempre le había resultado reconfortante.
—Tú sí que no tienes problemas, ¿verdad, bebé? —le susurró, mientras el gato cerraba los ojos con un ronroneo tranquilo.
Pasaron las horas, y aunque logró mantenerse ocupada, la sensación de vacío crecía en su interior. Todo lo que hacía era un intento desesperado de evitar lo inevitable. Cuando finalmente llegó el momento de ir a su habitación, se sintió extrañamente victoriosa. “Hoy no tocaré el diario”, se dijo. “Hoy ganaré.”
Cerró la puerta de su cuarto con una sonrisa tensa. Decidió volver a su viejo hábito que había abandonado tras tantas noches en vela: leer libros eróticos. Siempre había encontrado en ellos una especie de escape, una forma de explorar fantasías sin consecuencias. Tomó uno al azar de su estantería, ni siquiera leyó la contraportada. Se tumbó en la cama, acariciando a Butters mientras pasaba las páginas.
Por un momento, se sintió como su antigua yo. La narrativa del libro era sencilla, los personajes predecibles, pero eso no importaba. “Es ficción” pensó, “algo seguro, algo mío.”
Entonces lo escuchó. Un ruido en la sala.
Sana se detuvo, su corazón acelerándose. Sabía lo que era. Sabía que no debía moverse, que no debía dejarse llevar por el impulso. Es un truco, se dijo. Y lo sabía, era un truco para que vaya por el diario, tenía que evitarlo y ya.
Respiró hondo, intentó volver al libro. Pero entonces escuchó otro sonido, más claro esta vez: un maullido de Butters.
—¡No! —susurró, alarmada. Todo menos mi bebé.
Saltó de la cama y corrió hacia la sala, el corazón latiéndole con fuerza. Allí, en el suelo, estaba el diario. No había viento, no había motivo para que hubiera caído de su escondite. Pero ahí estaba, abierto, las páginas brillando como si la llamaran.
Butters maulló de nuevo desde una esquina, observándola con ojos expectantes, como si también supiera que algo no estaba bien. Sana lo tomó en brazos, sus dedos temblando mientras miraba el libro en el suelo.
Su mente era un caos. “Tómalo”, susurraba una parte de ella que quería sentir la conexión con las palabras plasmadas en el gramaje de las hojas. “¡No, quémalo dentro de la tienda donde lo compraste!” gritaba otra de sus voces.
Se arrodilló frente al diario, sin soltar a Butters, sus manos ansiosas por tocarlo, por abrirlo, por dejarse consumir una vez más. Pero algo dentro de ella todavía luchaba.
—No puedo seguir con esto —murmuró, más para sí misma que para nadie más.
Pero su cuerpo no respondía. Las manos que deberían haberlo arrojado a la basura o al fuego se movieron hacia el diario, con una mezcla de rechazo y anhelo.
Lo abrió lentamente, y allí estaba, la primera frase en tinta negra, nítida y directa.
“Te extrañé, Ángel."
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Y un jadeo de sorpresa escapó de sus labios.
“Cómo la odio”, pensó, mientras su dedo trazaba las palabras casi con devoción, como si pudiera acariciar un rostro perfecto que se adaptaba a su tacto, imaginario e idílico en su mente.
Y en ese momento, supo que había perdido de nuevo.
Pues somos humanos, y somos débiles. Así nos indica la Biblia cuando conocemos el Genesis, en cuanto Eva comió de la manzana, guiada por la serpiente, la humanidad cayó en tentación.
Así como Sana era humana, ella cayó en tentación.
2 Corintios 12:9
"Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.”
N/A: ¡BUENAS MADRUGADAS GENTEEEE! No estoy muy de ánimos para hacer la mega nota de autor, la vdd he estado muy estresada por ciertos temas de mi vida personal. Pero aquí esta este capítulo, quiero decirles que el apoyo que le den al este capítulo ayudará muchísimo a que lleguen los siguientes, creo yo que los más importantes. Y disculpen si mi aire "erotico" no es necesariamente el mejor, nunca he escrito contenido así, esto es más fantasía y ficción que nada para mí, que realmente si es mi fuerte.
Bueno les kiero mucho, adiós <3
Estaré leyendo sus teorías por aquí ♡
Se despide, Milanesa ;)
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