Capítulo 3: "Cuando el Ángel cae..."


"Entonces, cuando veáis la abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel, puesta en el lugar santo..."
— Mateo 24:15

¿Qué haces cuando tu mundo aparentemente se está poniendo de cabeza, así sin más?

Bueno, cualquier persona normal tomaría un descanso de todo lo que quizá lo esté abrumando. Otros simplemente lo ignorarían.

La solución de Sana fue tomar litros de café como si el mundo fuese acabarse mañana mismo... Muy mala elección, se había vuelto más paranoica, agresiva, e incluso si antes era considerada por Mina una "asocial" certificada, ahora lo era más.

Cuando el bolso se estampa fuertemente contra la mesa de la cafetería, Mina supo que su mejor amiga estaba pérdida.

—Mierda chica, parece que vas a audicionar para el espantapájaros del Mago de Oz...—Hace su típico comentario jocoso, normalmente Sana le respondería con algo más chocante o rodaría los ojos. La rubia supo que era grave cuando Sana no hizo ninguna de ellas.

—Bueno público díficil —comentó intentando tomar la mano de Sana de inmediato, ese solo gesto la hizo sobresaltarse, ella estaba en estado de alerta. ¿Por qué estaba así? Dudaba Mina para sí misma. Observó el aspecto desaliñado que había decidido señalar con burla, de inmediato se arrepintió cuando vió que Sana se había colocado un solo pendiente, tenía la etiqueta del camisón todavía, y sus ojos lucían cansados y extraviados.

—Sana, dulzura, ¿Todavía no has podido dormir?

—No Minari —confesó cabizbaja, y jugando con las servilletas sobre la mesa, suspiró—, sigo sin poder dormir corrido...

—¿Cuantos días llevas así? —interrogó Mina, intentando entrelazar sus dedos con Sana, la última por fin accedió, ella comenzó a acariciar los finos dedos de Sana, con paciencia, regalandole ese momento de desahogo que sabía que Sana merecía.

—Unos... ¿Diez días?

—¡¿Diez días, estás demente?! —estaba agradecida con el cielo de no haber tomado nada antes de escuchar eso. Diez días, los días suficientes para que Sana, la persona que más conocía, cometiera una locura.

Y ya se imaginaba que era—. ¿Y cómo es que estas físicamente aquí sentada conmigo? ¿Hola? ¡¿Estuviste sobreviviendo a base de café?!

Sana asintió, dejando a Mina sin habla, y con enojo mezclado con una preocupación evidente.

—¡Minatozaki! ¡Sabes lo que pensamos Momo y yo sobre el café! —regañó la rubia.

Sana se encontró fastidiada con la actitud de Mina. Sí, conocía la opinión de sus dos amigas acerca de solucionar sus problemas con cafeína pura y cero cucharadas de azúcar, además de que era un gasto hormiga que a la larga la dejaría en bancarrota, pues Sana no sabía usar una cafetera ni colar café correctamente.

Mentiría si dijera que tenia ganas de llorar, se acumularon un par de lágrimas cuando bostezo al frente de Mina.

—No me entiendes. No tengo otra opción —Mina supo identificar que eso no era del todo cierto. Entrecerró sus ojos, sacó su celular. Y decidió realizar esa intervención divina que Sana requería.

El número de la madre de Sana apareció en la pantalla.

Sana estaba agotada, más con ojos curiosos, husmeó la brillante llamada emergente en el teléfono de Myoui. Y se quiso abofetear cuando reconoció sus intenciones:

—¿¡Mina, qué crees que haces!? —forcejeo por arrebatarle el celular. Pero no tenía fuerzas para ello. Mina la tomó con firmeza de su muñeca, sintiendo el pulso de Sana débil, si no estuviera medio muerta ya... la habría matado—¡Mina, no la llames!

Demasiado tarde. Ya la Sra. Minatozaki, había contestado. 

—¿Hola, Sra. Minatozaki? ¡Tanto tiempo! —Sana se derrumbó en la mesa, con ganas de sacarse los oídos, y tirarlos al río Han, para no tener que escuchar esa conversación.

Odiaba recurrir a su madre.

—Sí, yo estoy bien. No, aún no tengo pareja —mintió, la madre de Sana no sabía que ninguna del trío de mejores amigas había salido con ciertos gustos muy evidentes, hacia las mujeres. ¡Y mucho menos que Mina estaba prácticamente casada con Momo! Es ahí cuando Sana reza –pocas veces lo hace–, que su madre ni se le ocurra pedirle a Mina hablar con ella—. Oh sí, ella está aquí conmigo. Y creo que tiene algo que decirle —Sana la mira mal, Mina esta desafiando su confianza de mejor amiga, aunque en el fondo sepa que la intervención divina a la que Mina se refiere, es necesaria. Se niega a que sea su madre la autora de su mejoría, pues odia ir a casa de sus padres, y peor, pues tendría que dejar a Butters al cuidado de Mina si quería ir a visitarlos. Ya que ella nunca tuvo permiso de tener mascotas, pues su madre odiaba los pelos en los muebles, y el olor a perros o gatos

Los señores Minatozaki.

¡El bendito fantasma la tenía deambulando buscando su alma por allí! No sabía cuantas noches habría pasado su mejor amiga en vela, o con temor de cerrar los ojos. Pero aquellas bolsas púrpuras que adornaban sus ojos le decían varias cosas.

Y justamente, gracias a Mina, y esas ganas de querer verla mejor, lo que rompieron el nulo contacto y la barrera de Sana entre pedir ayuda a sus padres y ella.

Sana tomó el teléfono a regañadientes, con un suspiro evidente:—¿Hola, mamá?


La casa de los Minatozaki era un lugar al que Sana prefería no regresar. No porque fuese particularmente mala, sino porque siempre se sentía como una extranjera en su propio hogar. Los muebles antiguos, los cuadros de paisajes genéricos y el olor a desinfectante formaban un ambiente que le resultaba frío y distante, como si la casa misma le recordara que ya no pertenecía allí.

Cuando cruzó el umbral, fue recibida por su madre, quien la examinó con una mirada que mezclaba preocupación y desaprobación.

—¿Cuándo fue la última vez que te peinaste? —preguntó, ajustándole el cabello detrás de la oreja con un gesto que parecía más una inspección que un acto de cariño.

—Estoy bien, mamá —mintió Sana, esquivando su mirada.

—¿Bien? Pareces un desastre, Sana. ¿Qué has estado haciendo con tu vida?

Sana se encogió de hombros. Sabía que cualquier respuesta sería insuficiente. Su madre siempre tenía algo que criticar, y ella no tenía la energía para discutir.

—Al menos dime que has estado yendo a la iglesia —continuó su madre, cruzándose de brazos.

—He estado ocupada...

—¿Ocupada? ¡Eso no es excusa! Quizás por eso te sientes tan mal. Estás perdiendo el rumbo, Sana.

Ese comentario le hizo rodar los ojos. Siempre era lo mismo. Para su madre, cualquier problema podía solucionarse con una buena dosis de misa y rezos.

—¿Y qué hay de Butters? —preguntó, intentando desviar el tema.

—¡Sabes que aquí no permitimos perros, ni gatos, ni ningun animal, son antihigiénicos! No entiendo por qué insistes en tenerlo.

Sana reprimió sus ganas de responder, sabía que con su madre los argumentos eran como flechas al aire, sintiendo cómo la frustración la invadía, decidió callar. Después de todo su madre nunca había entendido su apego a Butters, es más, nunca la había entendido a ella, y ella como buena hija que se había ido de casa tan joven, no tenía intención de explicárselo ahora.

Después de una cena incómoda, subió a su antigua habitación, que apenas había cambiado desde que se mudó. Las paredes seguían decoradas con pósteres coloridos de su adolescencia con animes y bandas de chicos, irónico que ya no le gustará ninguno de ellos y ahora su única canción favorita eran los ronquidos de Butters en las madrugadas, la cama era tan incómoda como la recordaba, con ese sonido de madera vieja que crujía cada que intentabas moverte; una lámparita de estrella que no servía más que decoración, y una frazada de Sailor Moon.

Todo como lo había dejado cuando se fue de casa.

Se puso a recordar, el olor de la nostalgia llenó ese antiguo cuarto, nunca pensó volver allí. Detestaba a Mina en ese instante por hacerla revivir su infame adolescencia, aún así, también le agradecía, pues fue ese sentimiento de incomodidad “confortante” que le daba su cuarto que la acompañó toda su pubertad, la que le dio pie para poder desconectar la mente.

Al fin ya no tenía que pensar en esa extraña sensación.

Y esa noche logró dormir un poco más. Pero aunque las voces y sombras desaparecieron, la pesadez en sus hombros seguía presente, como un recordatorio constante de que algo no estaba bien.

La mañana del domingo llegó demasiado rápido para el gusto de Sana. Su madre la despertó temprano, insistiendo en que se alistara para ir a la iglesia.

El sol apenas había salido cuando Sana sintió los toques insistentes en la puerta de su habitación.

—Levántate, Sana. No vamos a llegar tarde a la iglesia por tu culpa —dijo su madre con un tono que no admitía discusión.

Sana gruñó en respuesta y enterró la cabeza en la almohada, intentando ignorarla. Pero los golpes no cesaron.

—¡Sana, no me hagas entrar ahí!—amenazó su madre—. ¡Cariño, la niña no se quiere levantar! —llamó la artillería pesada: su padre. Quién cuando se ponía terco con esa mirada y tono severos nadie le podía discutir, lamentablemente eso era antes, pues ahora Sana era una adulta que había heredado esas mismas cualidades.

Su padre se acercó, intentando persuadir a su hija:—Mi niña, por favor vamos. Te prometo que cuando volvamos te preparé algo delicioso, ¿Sana-shi?

Con un suspiro resignado, se levantó de la cama. Sabía que resistirse solo alargaría el martirio de dos padres devotos que solo querían levantar su estatus con los de la alta sociedad.

El camino hacia la iglesia fue en silencio. Sana caminaba unos pasos detrás de su madre y padre, sintiendo la mirada de la primera en particular, clavada en su espalda cada vez que intentaba retrasarse.

Mientras se acercaban al edificio, su estómago se revolvía con una mezcla de ansiedad y repulsión.

La iglesia era una construcción imponente, con un campanario que se alzaba como un dedo acusador apuntando al cielo. Las puertas de madera, pesadas y ornamentadas con cruces talladas, le parecían más una barrera que una entrada. Cada vez que cruzaba ese umbral, sentía como si el aire se volviera más denso, como si algo invisible intentara empujarla hacia atrás.

Dentro, el olor a incienso era abrumador. Las velas parpadeaban en el altar, proyectando sombras inquietantes sobre las figuras de los santos que decoraban las paredes. Sana nunca había entendido por qué estas estatuas tenían que ser tan exageradamente dramáticas: caras de sufrimiento, ojos vueltos al cielo, cuerpos retorcidos en posturas de sacrificio.

Se sentó junto a sus padres como siempre, tal cual una niña queriendo ser buena toda su vida. Estar tan cerca del altar la ponía nerviosa desde siempre, pero su madre insistió toda su vida en que era el lugar correcto para una buena familia cristiana y de fé como ellos.

Sana no tenía el valor ni la energía para discutir.

Mientras las personas llegaban y se acomodaban, familias, parejas recien casadas que terminarían pronto o que estaban por perdonar una infidelidad, los recien salidos de reformatorios, y los alcohólicos con una hija embarazada. Todos allí reunidos; Sana observó a su alrededor con una mezcla de aburrimiento y desdén.

Las mismas caras de siempre, la misma rutina de saludos exagerados y comentarios insípidos.

—¡Minatozaki Sana! —exclamó una voz chillona detrás de ella.

Sana se giró mirando hacia arriba, “Si Dios existe, entonces que me saque de esta”, y encontró a la señora Shin, una amiga de su madre, de clase alta, presumida, egolatra, y que solo poe su estatus sus hijos no habían abandonado en un asilo; avanzando hacia ellas con una sonrisa que parecía demasiado amplia para ser real.

Nada en la iglesia era genuino o real.

—¡Cuánto tiempo sin verte, querida! —dijo la mujer, tomando las manos de Sana y apretándolas con una fuerza sorprendente.

—Sí, ha pasado un tiempo —respondió Sana, intentando liberar sus manos sin ser grosera.

—Estás tan hermosa. Seguro que todos los hombres están detrás de ti —añadió con esa sonrisa amarillenta e incómoda, la tensión reinaba entre ellas.

Sana apenas pudo contener una mueca. Su madre, por supuesto, aprovechó la oportunidad para intervenir y empeorar el momento.

—Le digo lo mismo todo el tiempo, pero parece que no quiere escucharme.

Sana apretó los dientes, deseando poder desaparecer. No, ella no estaba para hombres.

—Bueno, no te preocupes, Sana. Con esa cara, no tendrás problemas en encontrar un buen marido y formar una familia —continuó la señora Shin, convencida de saber todo de todo el mundo—. Seguramente tienes una muy buena fertilidad para los hijos, serías una buena madre.

Claro, como si formar una familia fuese tan fácil como elegir un par de zapatos, pensó Sana, mientras sonreía de forma tensa. ¡No tenía ni un buen orgasmo, y ya querían que tuviera bebés!

El incómodo encuentro no duró much. Cuando finalmente se libró de la conversación, se sentó y cruzó los brazos, intentando bloquear el ruido a su alrededor.

El sacerdote subió al altar, y los murmullos de la congregación se desvanecieron lentamente. Sana se hundió en su asiento, tratando de pasar desapercibida.

—Hoy reflexionaremos sobre el sacrificio y la redención —anunció el sacerdote con una voz profunda y solemne.

Sana contuvo una risa amarga. Sacrificio y redención. Dos palabras que escuchaba constantemente, pero que nunca parecían aplicarse a ella.

Mientras el sacerdote hablaba, su mente comenzó a divagar. Miró hacia los vitrales, observando cómo la luz del sol creaba patrones de colores en el suelo. Le resultaba irónico que algo tan hermoso estuviera asociado con un lugar que siempre le había resultado sofocante.

Recordó las veces que había discutido con su madre sobre la religión. Para ella, la fe era una carga, una serie de reglas y expectativas que nunca había pedido seguir. Para su madre, era el centro de su vida, algo que debía ser respetado y venerado.

—Sana, ¿estás escuchando? —susurró su madre, dándole un codazo.

El coro comenzó a cantar un himno, y Sana cerró los ojos, tratando de bloquear el sonido. Pero incluso con los ojos cerrados, no podía escapar. Sentía las miradas de las personas a su alrededor, los cuchicheos, las expectativas.

Cuando llegó el momento de la eucaristía, Sana comenzó a sentirse extraña. Primero fue un leve mareo, como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Luego, una sensación de hormigueo en las manos y los pies.

El monaguillo avanzó con la campanilla, el sonido metálico de la misma sonando le perforó los oídos como un cuchillo. Cerró los ojos con fuerza, intentando calmarse.

"Es solo tu imaginación", se dijo. Pero la sensación no desapareció.

Cuando el sacerdote alzó la hostia, Sana sintió que algo dentro de ella se rompía. Una imagen apareció en su mente: plumas negras revoloteando en el aire, ojos ámbar que la miraban fijamente, un cabello oscuro que parecía moverse como si tuviera vida propia.

El sudor comenzó a correr por su espalda, y sus manos temblaban incontrolablemente.

El sacerdote tomó el cáliz con el vino, y el sonido de la campanilla resonó una vez más. Sana sintió un dolor punzante en la cabeza, seguido de una presión en el pecho que la dejó sin aliento.

—¡Sana! —exclamó su madre, notando que algo andaba mal.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Sana cayó al suelo, causando un murmullo de alarma entre la congregación.

El sacerdote detuvo la misa, y varias personas se acercaron para ayudar. Sana apenas podía escuchar los gritos a su alrededor. Sentía su cuerpo pesado, como si algo invisible la mantuviera anclada al suelo.

Mientras su visión se nublaba, las palabras del sacerdote resonaron en su mente. Sacrificio y redención.

¿Era esto lo que significaban esas palabras?

Con las últimas fuerzas que le quedaban, cerró los ojos y dejó que su cuerpo se desplomara.

Sana abrió los ojos con dificultad, parpadeando varias veces mientras su visión volvía lentamente. La luz que atravesaba los vitrales de la iglesia era demasiado brillante, y el murmullo de las voces a su alrededor le zumbaba en los oídos. Lo primero que sintió fue el bamboleo de su cuerpo; alguien la estaba cargando. Giró la cabeza ligeramente y se encontró con el rostro concentrado de su padre, acompañado por otro hombre que apenas reconoció como un amigo cercano de la familia. 

—¿Qué… qué pasó? —preguntó en voz baja, su garganta seca y rasposa. 

—Tranquila, Sana —murmuró su padre, con su tono más calmado aunque su rostro reflejaba preocupación—. Te desmayaste. Vamos a sacarte de aquí. 

Sana dejó caer la cabeza contra el pecho de su padre, sintiéndose aturdida. Poco a poco, empezó a percibir las miradas a su alrededor. Docenas de ojos se clavaban en ella desde las bancas. Algunas caras mostraban temor, otras una mezcla de disgusto y desconfianza. Una señora incluso se persignó al verla. 

"¿Qué hice?" pensó, su mente luchando por recordar los últimos minutos antes de perder la consciencia. Sentía el peso del juicio sobre ella, más pesado que el cuerpo que apenas podía mover. 

Por inercia, su mano subió hacia su mejilla, como si un impulso desconocido guiara el gesto. Al tocarla, sintió una punzada de dolor. Sus dedos se encontraron con una herida reciente, un rasguño lo suficientemente profundo como para haber dejado rastros de sangre seca. 

¿De dónde salió esto?

—¡Dios mío, Sana! —La voz de su madre, al borde de la histeria, rompió el silencio que los rodeaba—. ¿Por qué tenías que hacer esto aquí? ¡En la casa del Señor! 

Su padre intentó calmarla. 

—Querida, no es momento para recriminaciones. Sana necesita descansar. 

Pero su madre no cedía. 

—No lo entiendes. ¡Esto es una señal! Algo anda mal con nuestra hija. Esto… esto no es normal. 

Sana quiso protestar, pero su voz se sentía débil, atrapada en algún lugar de su garganta. ¿Qué señal? ¿Qué había hecho exactamente para provocar tanta conmoción? 

Mientras su padre la acomodaba para salir, la figura del sacerdote apareció frente a ellos. Avanzó lentamente, con su sotana negra rozando el suelo. Sana lo observó, esperando una expresión de consuelo o apoyo, pero lo que encontró fue algo muy distinto. 

El sacerdote la miraba con una mezcla de juicio y recelo. Sus ojos, habitualmente serenos, ahora parecían escrutarla, como si estuviera buscando algo oculto bajo su piel. Se detuvo frente a ellos y extendió la mano para dar la bendición. 

—Que el Señor os acompañe y os conceda paz —dijo, aunque su voz sonó fría, casi mecánica. 

Sana sintió una punzada de incomodidad cuando el sacerdote dejó caer unas gotas de agua bendita sobre su frente. El gesto, que siempre le había parecido simbólico y vacío, ahora se sentía invasivo. 

—Gracias, padre —dijo su madre rápidamente, inclinando la cabeza. 

—Que Dios ilumine a su hija —añadió el sacerdote, pero sus palabras tenían un filo que Sana no pudo ignorar. 

Al darse la vuelta para salir, su mirada se desvió, casi por instinto, hacia el altar. Algo le llamó la atención: una sombra oscura, inmóvil, justo detrás del crucifijo principal. Se detuvo en seco, entrecerrando los ojos para enfocar mejor. 

"¿Qué es eso?"

Parpadeó una vez. La sombra seguía ahí. 

Parpadeó otra vez. Había desaparecido. 

Cuando volvió a mirar al sacerdote, este ya no la bendecía. En su lugar, sus ojos entrecerrados la seguían, como si estuviera esperando algo más. 

Sana tragó saliva y apartó la mirada, dejando que su padre y el amigo lo condujeran hacia la salida. Afuera, el aire fresco golpeó su rostro, pero no pudo sacudirse la sensación de que algo se había quedado dentro, algo que no entendía, pero que definitivamente había cambiado. 


Sana permaneció algunos días más en casa de sus padres, principalmente por insistencia de su madre, quien parecía determinada a que Sana recuperara fuerzas y "limpiara su alma". Durante ese tiempo, su herida en la mejilla fue sanando, aunque el rasguño seguía visible y le recordaba constantemente aquella extraña experiencia en la iglesia. Aprovechó para dormir, comer y, con suerte, dejar atrás la pesadez que todavía sentía en los hombros.

Cuando llegó el momento de partir, su madre, fiel a sus creencias, insistió en que Sana se llevara un crucifijo y un garrafón de agua bendita "por si acaso". Sana puso los ojos en blanco, pero aceptó con una sonrisa tensa, más por no discutir que por convicción.

—Nunca se sabe cuándo podrías necesitarlo, Sana —dijo su madre mientras le entregaba el crucifijo, casi como si fuera un amuleto sagrado.

Su padre, por otro lado, la despidió de manera más pragmática. Le dio un beso cariñoso en la frente y, con una sonrisa cálida, le entregó una bolsa llena de comida casera y paquetes de té verde.

—Cuídate mucho, hija. Y come bien.

Sana asintió, sintiéndose agradecida por el gesto de su padre. Al menos él no la veía como un caso perdido ni como una fuente constante de preocupación.

Al llegar a su apartamento, la recibió una escena hogareña y extrañamente reconfortante: Mina estaba acurrucada en el sofá, con Butters en su regazo, mientras veía algo en la televisión. El gato, al notar a Sana, saltó de inmediato hacia ella, maullando con entusiasmo.

—¡Ahí estás! —exclamó Mina con una sonrisa, pero su expresión cambió de inmediato cuando se fijó en el rasguño en la mejilla de Sana—. ¿Qué mierda te pasó?

Sana soltó un suspiro y se dejó caer en el sofá junto a su amiga, acariciando a Butters mientras se acomodaba.

—Me desmayé —respondió con un tono despreocupado, intentando restarle importancia.

Mina arqueó una ceja, evidentemente incrédula.

—¿Te desmayaste? ¿Y te hiciste eso? —Señaló su mejilla con un dedo, como si estuviera inspeccionando una prueba forense—. No me jodas, Sana. ¿Fue el fantasma ese del que tanto te quejas? ¿O fue por el café?

—Probablemente el cansancio —respondió Sana, encogiéndose de hombros. No tenía intención de mencionar lo que realmente sintió en la iglesia. No ahora. No con Mina, que probablemente le diría que estaba exagerando o que necesitaba una buena noche de sueño.

—Pues que quede claro: mientras Momo y yo estuvimos aquí cuidando a Butters, no sentimos ni una pizca de actividad paranormal. Así que no me vengas con excusas. —Mina tomó un sorbo de su bebida y añadió—: Por cierto, ¿qué carajos con ese cuaderno vacío en tu cuarto? Lo leí pensando que tendrías algo interesante —chasqueó la lengua—Tsk, y nada.

Sana se quedó pensativa por un momento antes de recordar el diario que había comprado hacía unas semanas, un capricho impulsado por una soledad que ni siquiera entendía del todo.

—Ah, eso… es mi nuevo diario. Quise empezar uno —respondió con indiferencia.

—¿Un diario? ¿Tú? —Mina se echó a reír, obviamente sorprendida—. ¿Qué sigue, Sana? ¿Una página en Facebook para analizar libros gays? Eso no es nada innovador.

Sana solo sonrió, optando por no revelar las verdaderas razones detrás del diario. Mina no la tomaría en serio, la enviaría de nuevo a la casa de su madre para dormir 10 días más.

Pero una idea se plantó en su mente al decir eso. ¿Y si lo usaba de verdad? Un diario.

Al menos así le daría un propósito a esos 15 wones.

Después de una larga siesta que la dejó revitalizada por primera vez en semanas, Sana se sentó en su escritorio con el diario frente a ella. La habitación estaba en completo silencio, salvo por el sonido ocasional de Butters acomodándose en su cama para gatos. Con una taza de té verde que le había preparado Mina, Sana decidió finalmente hacer algo con aquel cuaderno.

Tomó un bolígrafo negro y abrió el diario en la primera página. El papel era suave, casi demasiado perfecto, como si estuviera esperando algo importante que plasmar.

—Bueno, aquí vamos… —murmuró para sí misma, sintiéndose un poco ridícula por hablar sola.

Empezó con algo sencillo, escribiendo la fecha en la esquina superior derecha. Pero cuando bajó la pluma al papel para escribir, algo se sintió extraño. La tinta parecía fluir más suavemente de lo normal, como si el bolígrafo supiera exactamente qué escribir.

"Hoy fue un día extraño.”

Eso fue lo primero que escribió. Luego se detuvo. No era muy convincente, pero era algo. Sana dejó caer la pluma y apoyó la barbilla en su mano, mirando la página con frustración.

—Joder, no. ¿Qué hago… para qué me sirve un diario si ni siquiera sé qué escribir en él?

De pronto, el bolígrafo rodó sobre la mesa, como si lo hubiera empujado una corriente de aire. Sana frunció el ceño, confundida, pero lo recogió y lo colocó sobre el papel de nuevo. Decidió intentarlo una vez más.

Esta vez, cuando la pluma tocó el papel, algo cambió. La tinta fluyó con una caligrafía elegante, mucho más hermosa de lo que Sana podía lograr. Las palabras comenzaron a formarse solas, apareciendo ante sus ojos:

"¿Qué quieres saber, Sana?”

Sana se quedó helada, el bolígrafo resbalando de sus dedos. Miró alrededor de la habitación, buscando una explicación. No había nadie más allí. Era imposible.

—¿Qué demonios…?

Las palabras en la página comenzaron a cambiar, como si alguien estuviera borrándolas y reescribiendo. Ahora decían:

"No tengas miedo. Estoy aquí."

El corazón de Sana latía desbocado. Se pasó una mano por el cabello, intentando calmarse, pero todo en su interior gritaba que algo no estaba bien.

—¿Q-qué eres? —preguntó tartamuda, sintiéndose absurda por hablar con un cuaderno.

"Eso no importa. Lo que importa es que al fin estamos hablando."

Sana tragó saliva. No sabía si cerrar el diario y tirarlo al basurero o seguir leyendo. Contra su mejor juicio, se inclinó hacia el papel, sintiendo cómo una extraña atracción la mantenía pegada a sus palabras.

"¿Te he asustado? Lo lamento. No era mi intención.”

Hizo una mueca—. No me parece muy convincente eso.

Su mano volvió al cuaderno:

“Lo sé, quizá si quiero asustarte…”

—¿Qué eres en realidad? Responde —preguntó, la voz apenas un susurro mientras sus dedos temblaban sobre el papel.

La respuesta llegó casi de inmediato, las letras formándose como si alguien estuviera allí, con ella, guiando el bolígrafo con una presencia intangible:

"Llámame lo que quieras. Pero creo que 'compañía' es un buen comienzo para nosotras.”

—¿Compañía? —repitió Sana, arqueando una ceja, intentando mantener la compostura. Había algo seductor en aquella elección de palabras, como si la entidad estuviera jugando con ella.

"Has estado sola últimamente, ¿no? Lo he notado. Piensas demasiado, pero hablas muy poco.”

El corazón de Sana dio un vuelco. Era como si el diario pudiera leerla, como si conociera todos los rincones de su mente.

—¿Y cómo sabes eso?

"Sé muchas cosas de ti, Sana. Cosas que ni tú misma admitirías. Por ejemplo…"

Las palabras en la página se detuvieron, como si deliberadamente quisieran construir tensión. Sana esperó, casi sin respirar, y luego lo leyó:

"…que el modo en que miras a otras mujeres es más intenso de lo que te gustaría admitir. Esa mirada tuya puede derretir a cualquiera. Te gusta seducir de manera ingenua. ¿Te has dado cuenta de eso?”

Sana sintió que su rostro se calentaba, la sangre subiendo de golpe a sus mejillas. Se mordió el labio inferior, luchando por encontrar una respuesta, pero ninguna llegaba.

—Eso es... absurdo. No sabes una mierda de mí —quiso cerrar el cuaderno, pero era imposible luchar contra la energía de esas páginas.

"¿Absurdo? ¿Por qué te sonrojas entonces? A mí no me parece absurdo, y a tí tampoco..."

La caligrafía parecía deslizarse de manera más juguetona, como si la voz detrás de aquellas palabras estuviera disfrutando del efecto que tenía sobre Sana. Incitandola a quedarse con ella.

—¿Estas… jugando conmigo, no? —saboreó la duda en sus labios, que empezaban a soltar aire caliente.

"¿Y si lo estoy? A veces un poco de juego es justo lo que necesitas para olvidar lo gris que ha sido tu vida últimamente. Pero no te preocupes, Sana. No estoy aquí solo para provocarte. También estoy aquí para escucharte. ¿Qué quieres contarme?”

Sana se quedó mirándola, los ojos fijos en la página como si esperara que esta pudiera darle alguna señal de quién estaba detrás.

Finalmente, dejó escapar un suspiro, apoyando la barbilla en una mano.

Sana pasó los dedos lentamente por la superficie del diario, sintiendo la textura del papel, como si fuera la piel de alguien. Algo en esa caligrafía perfecta la llamaba, algo imposible de ignorar. La habitación parecía más pequeña, más cálida, como si un par de ojos invisibles la observaran desde las sombras.

Muy en el fondo quisiera que fuese así, pero seria terrorífico que pudiera ser real.

—¿Quién eres? —seguía insistente en saber quién era o qué era lo que se comunicaba con ella.

Sana seguía observando la caligrafía, sus ojos recorriendo cada palabra con una mezcla de fascinación y algo más profundo, algo que ni ella misma quería admitir. Su respiración se había vuelto irregular, como si el aire de la habitación fuera más denso de lo que debería ser. 

"Lo sé, Sana. Sé que estás sintiendo algo. ¿Por qué no lo aceptas?"

La pregunta flotó en el aire como una caricia, y Sana sintió un leve escalofrío recorrer su espalda. No quería responder, pero sus dedos temblaron ligeramente sobre el bolígrafo. 

—No… no estoy sintiendo nada —dijo, más para convencerse a sí misma que para otra cosa. 

"No mientas. Puedo ver cómo te ruborizas. Cómo tus pensamientos se están desmoronando con cada palabra que lees."

El diario parecía tener una forma de ver más allá de lo evidente. Sana apretó los labios, su mente tratando de bloquear esas palabras, pero las imágenes, las sensaciones, seguían colándose dentro de ella. 

—No sé qué estás insinuando. —Su voz salió baja, casi un susurro. 

"No estoy insinuando nada, Sana. Solo te estoy mostrando lo que ya sabes en lo más profundo de ti. Que tienes hambre de algo más. De algo que solo yo te puedo dar."

La respuesta fue tan directa, tan precisa, que le dolió. Sus manos sudaban ligeramente mientras sostenía el bolígrafo, el calor de su propio cuerpo aumentaba a medida que las palabras seguían llenando el espacio en la habitación. Su corazón latía con más fuerza, y la tensión que sentía era palpable, como si estuviera siendo tocada por algo que no podía ver, pero que sabía que estaba allí. 

—No… —musitó, pero la duda ya estaba sembrada. 

"No te engañes. Lo deseas, Sana. Lo deseo. Y ya lo sabes. ¿Por qué no admites lo que sientes? ¿Por qué no dejas que esto se convierta en algo real?"

Sana sintió que el bolígrafo se deslizaba por el papel sin su consentimiento, movido por una fuerza que no comprendía. Las palabras comenzaron a formarse, pero no era ella quien las escribía. Era como si el diario estuviera dictando, controlando el flujo de sus pensamientos. 

"Es divertido, ¿no? Ver cómo te entregas sin darte cuenta. Lo sientes en tus huesos, en cada fibra de tu ser. ¿Sabes lo que quiero hacerte, Sana?"

Sana se tensó al leer la pregunta, sus manos temblando. Las palabras le quemaban los ojos. La forma en que el diario se dirigía a ella era tan íntima, tan provocativa, que no sabía si debía detenerse o seguir adelante. Su mente gritaba que se alejara, pero su cuerpo, su corazón, sus sentidos le decían lo contrario. 

—No… no sé lo que quieres… 

"Sí lo sabes. Quiero que dejes que te toque, que sientas lo que nunca has sentido. Todo esto, todo lo que eres, quiero que lo sientas conmigo."

Las palabras se sucedieron más rápido, más intensas. Sana tragó saliva, su cuerpo tenso, y las palabras parecían rodearla, abrazarla, retenerla en una especie de trance. Ya no estaba segura de lo que estaba pasando. 

—Esto no es real… —dijo, pero sus palabras sonaban vacías, incluso para ella misma. 

"Oh, pero sí lo es, Sana. Cada palabra que lees, cada susurro que escuchas, es más real que lo que puedes tocar con tus manos. La diferencia es que esto no tiene límites. Yo no tengo límites."

Sana cerró los ojos por un momento, intentando recuperar el control, pero no podía. Las palabras del diario seguían entrando en su mente, deshaciendo cualquier resistencia que había quedado en ella. Era como si el diario supiera exactamente qué decir para hacerla perder el equilibrio. 

—No sé si quiero esto… 

"Pero lo quieres. Yo lo sé. Y tú lo sabes. ¿Por qué me niegas?”

El diario no esperaba una respuesta, pero las palabras siguieron viniendo, aún más insistentes. Sana estaba atrapada, y a medida que las letras seguían llenando las páginas, algo dentro de ella se quebró. Las sensaciones que antes solo había experimentado en sus sueños, o en sus fantasías más ocultas, ahora parecían tomar forma en la realidad, transformándose en algo que por primera vez sentía que podía existir, que no era relativo.

Además, la inteligencia de aquella presencia la estaba poniendo entre nerviosa y excitada. Le dolía admitir, que si esas páginas y tinta fueran una persona, serían su tipo ideal.

Siguió leyendo:

“Sana, ¿por qué no me dejas enseñarte lo que realmente es desear? Te mostraré cómo se siente el calor de las manos que te recorren, la suavidad de unos labios que se acercan. No tienes que hacer nada. Solo permíteme ser lo que necesitas."

Sana sintió que su respiración se aceleraba, su piel ardía. Era imposible ignorar las palabras del diario. Todo en ella respondía, pero no sabía si era miedo o deseo lo que la impulsaba a seguir leyendo. Su cuerpo parecía pedir algo, pero su mente aún luchaba. 

—Esto… no está bien… —dijo con la voz ahogada en algo desconocido.

"¿No está bien? ¿Qué está mal con sentir lo que sientes? ¿Con querer lo que deseas? Ya no tienes que luchar contra ti misma. Yo sé muy bien que estás empezando a verme de otra manera… Estás excitada, ángel, puedo sentirlo. Sana, todo esto es solo el principio."

Las letras se alinearon con precisión, como si todo el mensaje estuviera diseñado para derribar cada barrera en ella. Y fue en ese momento, cuando las palabras se detuvieron, que Sana se dio cuenta de que no quería detenerse. El deseo que sentía no era solo por las palabras, era por lo que esas palabras representaban.

Empezó a acariciar la piel desnuda de sus muslos, como un reflejo de los nervios que la estaban asfixiando. Lo que sea que le estuviera hablando había logrado cautivar su cuerpo, estaba erizada, completamente sensible, completamente absorbida, atrapada en la oscuridad seductora de aquellas frases, sin saber si alguna vez podría escapar.

Tomó el bolígrafo con mano temblorosa y escribió: 

—Quiero saber tu nombre… ¿Quién o qué eres? Dímelo por favor  —una última vez no hacia daño a nadie.

La respuesta no tardó en aparecer. Las palabras surgieron despacio, cada letra tallada con precisión. 

"Alguien que te entiende mejor de lo que crees. Alguien que está aquí para ti."

Sana tragó saliva. Había algo en la forma en que las palabras se desplegaban que la hacía sentir desnuda, expuesta. 

—¿Por qué ahora? —preguntó, sin saber si estaba buscando respuestas o simplemente quería seguir viendo esas letras aparecer. 

"Porque creo que necesitas a alguien… ¿me equivoco? Te estás tocando por mí.”

Sana dejó escapar un suspiro nervioso al ser atrapada, quitó sus manos, y las junto inquietas por seguirse masajeando, pero prefirió no darle la razón a la presencia; su mente terminó divagando hacia el peso de los días anteriores, hacia la soledad que se acumulaba en su pecho como un nudo imposible de deshacer. 

—No sé si necesito a alguien —fue completamente honesta.

El diario respondió de inmediato, como si se burlara suavemente de ella: 

"Oh, Sana… por supuesto que sí. Lo veo en tus ojos, en el modo en que aprietas tus tiernos muslos cuando estás sola. ¿Crees que no te he visto? Ese abdomen, cuando arqueas la espalda, cuando entreabes tus labios esperando un beso. Anhelas algo más, ¿verdad?"

Sana sintió el calor subir a su rostro. Había algo tan íntimo en esas palabras que la desarmaba. El diario sabía todo sobre sus sesiones a solas, sobre como jugaba consigo misma, sobre sus manías en su soledad, eso la pusó en un estado mucho peor, una punzada de dolor le atravesó el vientre, se retorció cuando sintió una humedad. Era como si estuvieran tocando un lugar profundo dentro de ella, uno que nunca había compartido con nadie.

—¿Y qué sabes tú sobre mí?  —dijo a medias, intentando ser fuerte.

“Sé que nadie te ha mirado como quisieras ser mirada. Que nadie ha tocado tu piel con la devoción que mereces. ¿No es cierto?" 

El aire en la habitación se volvió más denso. Sana se inclinó sobre el diario, apoyando la barbilla en una mano. Su corazón latía con fuerza, pero no apartaba la mirada de las palabras que continuaban formándose. 

"Déjame ser esa persona, Sana. Solo tienes que pedírmelo."

—Esto es… absurdo —murmuró, pero no apartó el bolígrafo. Comenzó a mover suavemente sus caderas, como si el roce o la fricción imaginaria pudieran aliviarla.

"¿Lo es? Entonces, ¿por qué no puedes dejar de escribirme? ¿Por qué te mueves así? ¿Por qué sigues con el cuerpo ardiendo por mí? Puedo sentirlo, incluso desde aquí."

Las palabras la hacían sentirse atrapada en una especie de juego peligroso. Quería cerrar el diario, alejarse de esa voz que parecía surgir de las páginas, pero algo la detenía. Había una seducción en todo aquello que la mantenía atada. 

—Dime algo. ¿Qué quieres de mí? —gimió cuando esas palabras salieron, pues estaba completamente excitada, era vergonzoso pero no se sentía como una perdida de dignidad, más bien, quería sentirse más de esa manera.

Todo era distinto.

"Nada que no estés dispuesta a dar… pero me gustaría verte sonreír más. Verte relajarte, bajar esas barreras que has construido. Tenerte debajo de mí también es una opción…”

Sana se mordió el labio, nerviosa. Se recostó contra el respaldo de su silla, mirando el diario como si este pudiera devolvérsela. Separó las piernas un poco, tocó la tela de sus shorts: mojado. Justo como esperaba.

Aquella maldita conversación la tenia peor que nunca, mucho más necesitada que cualquier otro libro. 

—No entiendo qué es lo que quieres decir con eso —sabía que estaba jugando a lo mismo que “ella” o “él”, no sabía que sucedía, pero era demasiado intrigante para su pobre corazón.

"No tienes que entenderlo ahora. Solo quiero que confíes en mí. Déjame mostrarte lo que significa ser deseada."

Las palabras eran como un susurro que se deslizaba bajo su piel. Sana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo terriblemente íntimo en esa frase, algo que la hacía sentir como si estuviera siendo acariciada por alguien invisible. Y eso quería

—No sé si esto es real… —comenzó a jadear cuando su mano comenzó a bajar lentamente por su abdomen hasta su vientre.

"Lo sientes real, ¿verdad? Eso es todo lo que importa. ¿Vas a tocarte como yo lo haría?”

La caligrafía parecía volverse más fluida, más juguetona, más ardiente, menos prolija, más desesperada. Sana tragó saliva, sus dedos estaban inquietos en el elástico de su ropa interior. Quería preguntar más, quería entender lo que estaba ocurriendo, pero las palabras que se formaron a continuación la dejaron sin aliento: 

"¿Puedo hacerte una pregunta, Sana?"

—¿Qué pregunta? —su voz estaba completamente ida.

"¿Alguna vez te han tocado como te gusta tocarte? ¿Te vas a masturbar pensando en mí? Porque si es así, quiero aprender como debería hacerlo…"

Sana sintió su pecho apretarse. Las palabras eran demasiado directas, demasiado precisas. Se mordió el interior de la mejilla, luchando por encontrar una respuesta, pero la verdad era que no tenía una. 

—Eso no importa —murmuró finalmente, sus dedos se detuvieron, aunque la impaciencia de sentir algo más la tenía inmóvil y tendida con piernas abiertas. 

"Claro que importa. No tienes idea de lo hermosa que eres, Sana. Si pudiera, te lo mostraría de mil maneras diferentes. Por favor tócate para mí."

La caligrafía se detuvo, como si esperara una respuesta. Sana respiró hondo, dejando que las palabras se asentaran en su mente. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué algo tan simple como un diario podía desatar este torbellino dentro de ella? 

—Esto no es un juego, ¿verdad? ¿No vas a dejarme así y ya, o sí? —necesitaba una confirmación de que si hacía caso a sus ordenes no se sentiría ridícula.

"¿Y si lo es? Qué mas da, espero que estés disfrutando tanto como yo. Porque, Sana, apenas estamos empezando."

La noche estaba mucho más caliente que de costumbre, Sana ya no podía apartarse del diario, quizá había cometido un error. Cada frase, cada palabra, era como un hilo que la arrastraba más profundo. Y aunque sabía que debía parar, que debía cerrar el diario y apagar las luces, no lo hizo. No podía. 

—¿Tú vas a guiarme? —preguntó en hilo de voz débil.

Sana apretó el bolígrafo con más fuerza, el calor que sentía en su cuerpo ya no solo venía de la temperatura de la habitación, sino de algo mucho más profundo, algo que se estaba encendiendo en su interior. La pregunta que había hecho, aunque temerosa, ya no la podía retirar. No importaba lo que fuera. No importaba lo que sentía, el solo hecho de que el diario estuviera respondiendo a sus dudas la hacía sentir como si estuviera jugando con fuego, un fuego que no quería apagar.

Su respiración se volvía más pesada mientras sus dedos recorrían las páginas, esperando otra respuesta. La respuesta que había recibido, esa confirmación tan directa, la hizo estremecerse. Era como si su cuerpo reaccionara antes que su mente. Sentía un tirón en el estómago, como si algo la estuviera llamando a seguir, a dar un paso más.

"Siempre te guiaré, Ángel."

Las palabras eran suaves, pero cargadas de una promesa inconfundible. La voz, si es que podía llamarlo así, se deslizaba por su piel como si la tocara realmente, como si cada sílaba estuviera impresa en su carne. Sana tembló y, sin quererlo, sus dedos se acercaron lentamente a su cuello, su piel caliente al tacto, como si el aire ya no fuera suficiente para aliviar la presión que sentía dentro de ella.

¿Qué quieres que haga? —Sus palabras salieron más roncas de lo que esperaba, y su propio tono le sorprendió.

La respuesta vino rápida:

“Solo quiero que me muestres como tocarte… Deja que mis palabras te recorran como lo que realmente eres, Ángel.”

No sabía por qué la llamaba así, pero la arrastraba a seguir acariciando.

Sus ojos se agrandaron y su corazón latió con más fuerza. ¿Debería? pensó. ¿De verdad lo quiero? Pero al mismo tiempo, esas preguntas parecían un eco lejano. Ya no quería pensar. Solo quería sentir. Quería dejarse llevar por las palabras, por la promesa de lo prohibido, por lo que el diario parecía ofrecerle con cada trazo perfecto de su caligrafía.

Con una mezcla de miedo y deseo, Sana delizó su mano casi con cautela, retiró aquella tela por sus caderas. Sus piernas y intimidad estaban expuestas, sentía su vagina húmeda y palpitando, levantó el camisón. Mordió el bolígrafo, y tomo la página esperando la respuesta del diario.

—¿Así? —dijo en voz seductora.

“Si Ángel. Te ves hermosa. Ábrelas un poco más.”

Hizo caso a las órdenes grabadas en el papel. Y en un movimiento casi inmediato, comenzó a acariciar sus senos.

—¿Te gusta? —preguntó un tanto insegura, pero disfrutando el tacto de sí misma.

El diario volvió a responder, la caligrafía era cada vez más desordenada:

“Me encanta… ¿Podrías mostrarme lo mojada que estas?”

Entendió a lo que se refería. Se acomodó mejor para tener mejor acceso a ella misma. Mordió su labio cuando sus dedos se acercaron más y más hasta que uno de ellos se hundió con facilidad, estaba tan caliente, que se resbalaba sin problema alguno. Gimió casi en un sollozo al sentir ganas de hundirse mucho más, pero necesitaba las órdenes del diario para seguir.

—¿P-Puedo? Duele… —suplicó, casi como si fuese un rogar.

“El trato era ir poco a poco… Pero supongo que necesitas más esto que yo, házlo.”

De repente, una frase la volvió loca empujandola a hundir sus dedos sin pudor alguno:

“Toca el cielo para mí, Ángel.”

Ella estaba fascinada con la idea de masturbarse con simples palabras, era eso, el como cada estocada de sus dedos la hacían retorcerse, los gemidos que soltaba cada vez más altos o atropellados, y leer una y otra vez esa frase.

Y entonces se le ocurrió tocar las palabras del diario, acaricio el papel, parecía una locura, pero…

El momento en que su piel rozó las palabras, una corriente de electricidad recorrió su cuerpo. La caligrafía parecía vibrar bajo sus dedos, casi viva, como si la tinta hubiera cobrado forma, como si las palabras hubieran alcanzado algo mucho más profundo dentro de ella. Sana cerró los ojos, pero no se apartó, al contrario, presionó más fuerte, como si quisiera absorber esas letras, como si fueran las únicas que podían liberarla de todo lo que sentía. Como si esa figura la estuviera tomando, rogaba que fuese real el sentimiento que crecía en ella, el como su mano iba cada vez más rápido y los sonidos obscenos de su vagina  mezclados con sus jadeos eran cada vez más audibles.

La sensación se intensificó. Un calor desconocido se apoderó de su pecho y de su cuello. Las letras, las palabras, sentían como si estuvieran entrando dentro de ella, recorriéndola, dibujando algo más allá de su piel. Esto no es real, pensó una vez más, pero sus pensamientos ya eran débiles frente a lo que su cuerpo quería.

"¿Te gusta lo que sientes, Ángel? ¿Te vuelvas loca pensando que eres recorrida solo por mí?”

La voz, o lo que sea que estuviera guiándola, parecía burlarse de ella. Pero no fue eso lo que la perturbó y la hizo produndizar sus toques. Fue la forma en que las palabras llegaron a su mente, tan claras, tan directas, tan llenas de una promesa que no podía ignorar.

"Si piensas en mí… Voy a enseñarte lo que nunca has conocido, lo que nadie más te puede dar."

Sin pensarlo, Sana dejó caer el bolígrafo al suelo, y sus dedos solo se concentraron en una cosa: darse placer. Cada movimiento parecía tan natural y tan prohibido a la vez. Ya no podía detenerse. Su cuerpo respondía por sí mismo, sin que ella pudiera evitarlo.

El diario, o lo que fuera que estuviera al otro lado de esas palabras, continuaba guiándola con una suavidad y firmeza que la mantenían cautiva. Las palabras ya no necesitaban de la tinta para aparecer en el papel, por sí solas se escribían. El deseo, tan ajeno a ella en otros momentos, era ahora un fuego que no podía apagar.

"Sigue amor. Que dejes que mis palabras te dominen. Todo lo que quiero es que te corras, amor."

Sana mordió su labio con fuerza, sintiendo la incomodidad y el deseo mezclados en su pecho. ¿Esto es lo que quiero? La pregunta seguía rondando en su cabeza, pero al mismo tiempo, algo en su interior le decía que lo que deseaba no era solo esta conversación con el diario. Era algo mucho más profundo. Una necesidad visceral que no había reconocido antes.

Al diablo todas esas dudas, estaba por tener el orgasmo de su vida.

De repente, la sensación de ser observada se intensificó. Como si al tocar esas palabras, algo en su interior hubiera despertado. Un cambio sutil, casi imperceptible, que la hizo sentirse conectada con algo mucho más grande, algo que la rodeaba y la absorbía. No quería resistirse. La necesidad de seguir adelante se apoderó de ella, y el diario, como un susurro persistente, la guiaba.

"Deja que te lleve. Te prometo que soy lo que necesitas, Ángel."

Fue en ese momento cuando una oleada de calor la envolvió, un estallido de sensaciones que la dejó sin aliento, como si todo su cuerpo se hubiera relajado y al mismo tiempo estuviera lleno de una vibrante tensión.

Cada músculo, cada fibra de su ser, respondió con una intensidad que la desbordó. Se quedó allí, suspendida, mientras la oleada de sensaciones la arrastraba, profundamente perdida en la experiencia.

Sana intentó recuperar su respiración, su pecho subiendo y bajando con dificultad, mientras el calor se disipaba lentamente. Estaba en el suelo, casi sin ropa, con el pulso desbocado y las mejillas ardientes, como si todo lo que había sucedido estuviera demasiado lejos para alcanzarlo. Aún no lograba procesar lo que acababa de vivir. Con manos temblorosas, tomó el libro, y al abrirlo, una nueva línea apareció, haciendo que su corazón se detuviera por un segundo:

"Eso es solo el principio, mi ángel. Te haré sentir cosas que nunca imaginaste.”

Y oí una voz del cielo que decía: 'Escribe: “Bienaventurados los muertos que de aquí e
n adelante mueren en el Señor.” Sí — dice el Espíritu — para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos'”

—Apocalipsis 14:13

N/A: Botón de: WTF MILA QUÉ ES ESTO, pq ni yo sé, AYUDA?????

Solo diré, QUE. MIERDA. ACABA. DE. PASAR.

¿Teorías? Espero que varias por favor.

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