Capítulo 10: "El Edén de Jihyo"
El cuerpo de Sana temblaba, no podía evitarlo. Allí estaba Jihyo, flotando apenas unos centímetros sobre el suelo, sus alas extendidas con una gracia imposible de ignorar, una danza de plumas negras que se movían con la suavidad del viento. Sana intentó no mirarla con demasiada atención, pero era difícil. Cada movimiento de la demonio era una obra de arte, y lo peor era que a medida que sus ojos se encontraban con su figura, sentía cómo su pecho se apretaba, cómo una necesidad interna comenzaba a crecer en ella, más fuerte que cualquier otra cosa.
Jihyo ladeó la cabeza ligeramente, su mirada intensa pero tranquila.
—¿Qué pasa, Ángel mío? ¿Aún te cuesta entender dónde estamos? —preguntó con una dulzura que no hacía más que aumentar la tensión en el aire.
Sana tragó saliva, mirándola fijamente, sin poder ocultar la confusión y la incertidumbre en sus ojos.
—J-Jihyo... ¿Qué es este lugar? ¿Por qué nos trajiste? —La pregunta salió de su boca sin que pudiera evitarla, como si algo en su interior la empujara a obtener respuestas, aunque la ansiedad comenzara a desgarrarla por dentro.
Jihyo ajustó sus alas con un ligero movimiento, y se acercó flotando, suspendida en el aire con una elegancia casi surreal. Sana no podía apartar la vista de ella, era imposible ignorarla, incluso con todo lo que le estaba ocurriendo en ese momento.
—Ángel... —La voz de Jihyo fue suave, melódica, casi como si estuviera acariciando el aire con sus palabras—. Luces preciosa, ¿Te gusta el vestido que elegí para ti?
Sana no pudo evitar hacer una mueca de desagrado, cruzando los brazos sobre su pecho, como si eso pudiera defenderla de lo que sentía.
—Oh, por supuesto que fuiste tú quién me lo puso, ¿Eh? No había algo menos... ¿Revelador? —Dijo, casi como una protesta, pero incluso mientras lo decía, sabía que sus palabras no estaban dirigidas a Jihyo para que cambiara algo. Era más bien su manera de lidiar con la incomodidad que el momento le provocaba.
Jihyo soltó una risa baja, casi traviesa, que vibró en el aire a su alrededor. Sus alas batieron lentamente, como si cada pluma respondiera a la risa, a su presencia.
—Aquí no importa la desnudez de tu cuerpo, sino de tu alma, esa que no dejas ver, pero yo he conocido tantas veces —respondió, sus palabras cargadas de una certeza que la dejaba completamente sin palabras.
Sana se quedó quieta, el aire entre ellas parecía volverse denso, pesando sobre ella como una maldición. Nunca se había detenido a analizar lo que Jihyo quería decir con esas palabras, pero ahora... ahora le resultaba imposible ignorarlas. La rabia comenzó a subir, como siempre, como siempre cuando el demonio la dejaba sin respuestas. Su mandíbula se tensó, y por un segundo, le dio ganas de gritar.
—Ya vas a empezar... —musitó, sabiendo que Jihyo lo había dicho a propósito, que era su forma de acercarse a ella sin mostrar ni un ápice de vulnerabilidad. Pero Sana no iba a dejar que ese juego la atrapara tan fácil. Aunque, en el fondo, sabía que no podía evitarlo.
La risa de Jihyo resonó en el aire, profunda y melodiosa, como si cada una de sus palabras estuviera destinada a desarmar cualquier intento de resistencia que Sana pudiera ofrecer. Esa risa tenía algo hipnótico, que despertaba un torbellino de emociones contradictorias dentro de Sana.
—Eso mismo digo yo, siempre tan ignorante con lo que nos arremete, Sana... —Jihyo comenzó a caminar lentamente hacia ella, sus ojos brillando con un destello travieso. —¿Acaso no has mirado a tu alrededor?
Sana, aún atónita y confusa, simplemente negó con la cabeza. En verdad, había visto el lugar, cada rincón del hermoso valle rodeado de colores vibrantes, una mezcla de paisajes casi surrealistas. Pero no iba a confirmarle nada a Jihyo, no quería darle la satisfacción de saber que sí había observado cada detalle. En el fondo, esperaba que el demonio siguiera mostrándole más, seguir siendo la guía que la empujaba a explorar lo desconocido, lo tentador. Algo en ella lo deseaba, sin saber si era miedo o pura fascinación.
—Ya veo... —Jihyo sonrió suavemente, como si todo lo entendiera. —Permítete explorar conmigo, no haré nada malo...
Sana sintió cómo el calor subía a su rostro de inmediato, como si su piel estuviera ardiendo en respuesta al toque cercano de Jihyo. El hecho de que la demonio estuviera completamente desnuda frente a ella no era nuevo, pero siempre parecía un golpe directo a su control. No importaba cuántas veces lo viera, la idea de que Jihyo no necesitara vestirse, que su desnudez fuera tan natural para ella, la perturbaba en la misma medida que la fascinaba. ¿Por qué no podía vestirse como una persona normal? La respuesta era clara, ella no era normal. Se quedó allí, con la respiración entrecortada, mirándole la mano extendida, la figura imponente de Jihyo que se encontraba tan cerca. A pesar de su incomodidad, algo dentro de ella la empujaba a aceptarlo, a dar ese paso, a permitirle tomar la mano de la demonio, aunque sentía que su corazón iba a estallar entre tantas emociones juntas
—¿Qué pasa, Ángel? —la voz de Jihyo fue tan suave, tan seductora, que hizo que Sana vacilara aún más, atrapada entre el deseo de apartarse y la necesidad de no dejarla esperando como una tonta.
—Uhm, es que tú... t-tú sigues... —Sana titubeó, sintiendo cómo sus palabras se atoraban en su garganta, como si fueran peligrosas. Se mordió el labio inferior, avergonzada cuando sus ojos impulsivos revisaron "allá abajo"— ...Desnuda, no creo soportar verte así —ignoró su mirada fija.
Jihyo sonrió, un gesto lleno de satisfacción y diversión, pero había algo más en su mirada, la llenaba el hecho de que Sana fuese tan linda e inocente al verla. Su respuesta fue una risa suave, casi mágica, como si estuviera disfrutando de cada segundo de esa pequeña pelea silenciosa que mantenían los ojos de ambas por encontrarse.
—Entiendo, pero no puedo tapar algo diseñado para hipnotizarte, Ángel. Tendrás que acostumbrarte. —La voz de Jihyo era firme, casi un mandato, pero el tono tranquilo con el que lo decía solo aumentaba la sensación de que estaba jugando con ella, como un gato con su presa. Era claro que Sana era el ratón, y Jihyo ya tenía los dientes listos para morder.
—Eso es imposible, Jihyo. —Sana respondió, pero no pudo evitar que su tono fuera más débil de lo que habría querido, como si la demonio ya hubiera comenzado a desarmarla otra vez.
Jihyo, sin dejar de sonreír, tomó finalmente su mano con delicadeza. Ya había pedido permiso, pero ahora le tocaba ordenar los pensamientos del Ángel. Sana sintió cómo sus dedos, tan cálidos y firmes, rodeaban los suyos. La proximidad entre ellas era tan intensa que Sana sintió como si el mundo entero se desvaneciera a su alrededor. El roce de sus cuerpos, la suavidad de la piel desnuda de Jihyo contra la tela delgada de su vestido, la hizo estremecerse sin poder evitarlo:—Dije que tendrás que acostumbrarte, amor. —La voz de Jihyo se volvió un susurro profundo, cargado de algo que Sana no sabía si era un reto nuevo de ella, una promesa, o ambas cosas a la vez.
Sana apenas pudo reaccionar, su mente se llenó de una niebla espesa, atrapada en el calor de la situación, en la mirada ardiente de Jihyo. El silencio que siguió entre ellas era denso, pesado, como si todo lo que había entre ellas se redujera a ese instante, a ese contacto, a esa promesa no dicha que ambas parecían entender de manera distinta.
Las dos, aún flotando en un mar de emociones y sensaciones que no podía controlar, apenas pudo procesar lo que sucedía cuando Jihyo descendió suavemente hasta el círculo de árboles frutales. El aire se llenó con un dulce aroma a frutos maduros, pero lo que la dejó sin aliento fue el hecho de que Jihyo la colocara con tal suavidad sobre su cuerpo, dejándola recostada entre sus brazos con las piernas de la demonio rodeándola como una protección cálida.
No hubo espacio para la incomodidad, ni para la distancia. Todo parecía intensificarse, como si cada toque, cada movimiento, le arrancara el aliento de los pulmones.
Las piernas de Jihyo, fuertes pero delicadas, la abrazaron con una suavidad imparable, como si fueran su refugio. Sana sintió cómo su cintura quedaba atrapada, como si fuera parte de una posesión tan silenciosa que le dejaba la mente en blanco. El calor de la piel de Jihyo, la presión de sus muslos rodeando su cuerpo, y su aliento cercano... todo se amalgamaba en una danza sensual que hacía que Sana perdiera el hilo de sus propios pensamientos. La cercanía de su cuerpo, la presión de las caderas de Jihyo, era suficiente para ponerla al borde de un colapso.
Intentó respirar, pero su respiración se volvió entrecortada, el cuerpo tensándose de una manera involuntaria. No podía evitarlo. La sensación de ser tocada, de estar tan cerca de Jihyo, la estaba matando de placer innegable.
El susurro suave de su demonio sobre su hombro desnudo la hizo temblar. La morena estaba tan cerca, su mentón descansando sobre su piel, y sus palabras, cargadas de una dulzura oscura, la arrastraron aún más cerca de esa línea peligrosa que estaba cruzando:—¿Tienes ganas de comer algo? Aquí todo es para nosotras, puedes tomar lo que quieras, Ángel. —La voz de Jihyo, la envolvió por completo. No era una oferta simple. Era una invitación a algo mucho más raro. Sana no podía responder de inmediato. No sabía qué decir, qué hacer. La sensación de estar tan cerca de Jihyo, con el peso de su cuerpo sobre el de ella, la hacía dudar de todo lo que había sentido hasta ese momento. Solo podía mirar hacia los frutos que se colgaban en los árboles cercanos, preguntándose si podía permitir que todo eso sucediera. El aire estaba impregnado con una tensión que la ponía al límite. Todo a su alrededor parecía hacerse más y más intenso. Lo único que podía escuchar era su propio corazón latiendo a toda velocidad, la respiración agitada de Jihyo que se mezclaba con la suya, y las palabras de la demonio que flotaban en el aire:—Todo es para nosotras... —susurró Jihyo una vez más, casi como una promesa, como si su presencia fuera suficiente para hacer que Sana olvidara cualquier duda o temor.
Sana, sin embargo, no sabía si estaba preparada para ceder.
Fue una sacudida mentalmente fuerte, y con dignidad, Sana negó la oferta de comida:
—No, no conozco nada de aquí. ¿Cómo sé que no me vas a envenenar?
—Todo lo que hay aquí es natural, jugoso, y preparado especialmente para ti —Sana quedó descolocada ante esas palabras, siempre tan cargadas de doble sentido. Abrió los ojos con incredulidad, y Jihyo se echó a reír—. Me refiero a que es buena comida, ¿Por qué eres tan malpensada?
—¿Cómo no voy a serlo si estoy con alguien que me llama "erótica"? —un puchero involuntario se formó en sus labios rosados.
—Lo eres... Pero justo ahora eres el ser más puro y dulce que mis piernas han rodeado, y mis brazos han abrazado —dijo con una dulzura que contrastaba con sus palabras anteriores.
—Te creeré cuando dejes de divagar... —ofreció la humana.
—No divago, soy honesta —Jihyo jugó con su cabello, casi como si estuviera disfrutando de la confusión de Sana—. ¿Aceptarás la comida o no?
—Aceptar la comida, sí, pero solo si me das un poco de verdad, Jihyo —sentenció—. Estoy convencida de que he desarrollado algún tipo de enfermedad mental desde que entré en esa tienda... ¿Puedes explicarme qué es todo esto?
Jihyo sonrió de manera ladina y suspiró, sin dejar de mirarla:—Si lo que necesitas es información para ceder al hambre, pues adelante... Vayamos a por la comida y te cuento todo lo que quieras saber sobre este lugar.
Jihyo se levantó, y guió a Sana hacia los árboles donde los frutos crecían, dejando atrás la suavidad de la grama que había abrazado su cuerpo. Sana la observó de espaldas, cautivada por la gracia de sus movimientos. Si de frente Jihyo era una visión deslumbrante, de espaldas era aún más hipnotizante. Caminó con la seguridad de quien no se avergüenza de su cuerpo desnudo, cada paso era una danza que tocaba la esencia misma de lo que significaba belleza. El movimiento de sus caderas, sus piernas, y sobre todo su... figura, quedaba grabada en la mente de Sana. En sus omóplatos, el suave brote de sus alas comenzaba a asomarse, como una extensión de su ser, añadiendo una capa de misticismo a su ya deslumbrante silueta. Las alas, ocultas parcialmente entre sus hombros, eran una mezcla de fuerza y fragilidad, mientras su espalda se arqueaba suavemente con cada paso.
—Ángel, ¿Manzanas, higos o fresas? —preguntó Jihyo, de repente, sacando a Sana de su trance.
Sana, sin saber cómo reaccionar, se quedó sin palabras. Solo acertó a balbucear:
—M-Manzanas... ¡O no, mejor fresas!
Jihyo la miró, como si ya supiera exactamente lo que pasaba por su mente, pero no la incomodó más. Ya habría tiempo para eso, pensó.
Con una leve mirada, Jihyo hizo que las frutas cayeran suavemente al suelo, sin necesidad de tocarlas. Se acercó a un pequeño riachuelo que atravesaba el valle y las lavó con el agua cristalina. Sana, fascinada por la vista de su espalda, se quedó quieta por un instante. Y de repente, una visión fugaz de su trasero apareció cuando Jihyo se inclinó para lavar las fresas.
—¡Jihyo, yo las lavo, dámelas a mí! —dijo, algo nerviosa, mientras se acercaba rápidamente para quitarle las fresas y sumergirlas en el agua.
Jihyo no se apartó, su cuerpo se acercó a Sana mientras ella estaba de rodillas, lavando las frutas. Se detuvo justo a su lado, inclinándose para susurrar cerca de su oído:
—Pienso que si vienen de ti, sabrán perfectas... ¿Tú no?
Sana sintió un escalofrío recorrer su columna, su corazón latía con fuerza, y por un momento, todo lo que pudo hacer fue respirar, sin palabras.
Sana terminó de lavar las fresas, pero su mente seguía dando vueltas, tratando de encontrar una forma de alejarse de la intensidad que Jihyo le provocaba. Caminó hacia un campo de flores, queriendo concentrarse en algo que no fuera la presencia del demonio, aunque el deseo de estar lejos de ella la consumía. Jaló a Jihyo hasta el lugar que ella quería, tomando su antebrazo. Esperando que el demonio no molestara más durante su comida.
Sin embargo, Jihyo, sin darle espacio para respirar, se acercó rápidamente y, sin pedir permiso, volvió a la misma posición en la que se habían encontrado antes. Flexionó una pierna, dejando la otra extendida sobre la grama, y descansó sobre sus codos con la mirada fija en Sana—Ven aquí, Ángel —dijo con voz suave, como si no fuera una sugerencia, sino una orden implícita.
Sana, decidida a no ceder ante el calor que sentía en su pecho y el nerviosismo que comenzaba a apoderarse de su cuerpo, se sentó en el suelo, cruzando las piernas, sin querer mostrarle lo que su cercanía realmente le causaba. Sin embargo, Jihyo no tardó en notar su resistencia. Sonrió con suficiencia, como si supiera que ella la evadía nuevamente:—Oh no, Ángelito —murmuró en tono bajo, pero desafiante—. Estás equivocada. Ven aquí...
En un abrir y cerrar de ojos, Jihyo la tomó de la cintura con una fuerza inusitada, y con una destreza sorprendente, la puso sobre su cuerpo. La suavidad de su piel contrastaba con la fuerza de su agarre, mientras sus manos recorrían con ansias las curvas de Sana. Los ojos amarillos de Jihyo brillaron, llenos de intensidad y una pasión incontrolable.
—Te dije que dejaras el orgullo, Sana —susurró, sus labios cerca de su oído, y Sana sintió que su corazón latía más rápido.
El aire entre ellas se volvió denso, casi insoportable. Sana, temblorosa, respiró profundo, y sintió cómo su cuerpo comenzaba a traicionarla. La humedad entre sus piernas le recordó que no podía ignorarla mucho tiempo más. Pero luchaba por mantenerse firme. No quería que Jihyo viera lo que realmente le estaba haciendo, apretó sus piernas colocandolas una sobre la otra, estando de costado, Jihyo seguía con su tacto sobre la tela que la protegía.
Sana ahogó un gemido cuando sintió una punzada de dolor en su sexo.
No quería admitir lo vulnerable que se sentía frente a ella.
Para desviar su atención de sus propios sentimientos, Sana tomó una fresa entre los dedos y la llevó a su boca, comenzando a degustarla. Pero mientras masticaba, su mente seguía atrapada en la presión de la cercanía de Jihyo, y la sensación de que, en cualquier momento, todo podría volverse algo más que simple comida.
Porque solo era comida, ¿Cierto?
Jihyo la miró expectante, veía como sus dientes mordían la punta de la fresa. Sana estaba en su momento mas humano, disfrutando con placer la comida, y para Jihyo era un placer verla.
Sana mordía la fresa con delicadeza, intentando por todos los medios mantener el control, ella no quería verse "erótica", pero sabía que Jihyo no le quitaba los ojos de encima. Esa mirada la perforaba, haciéndola consciente de cada movimiento, de cómo sus labios rodeaban el fruto, de cómo su lengua apenas rozaba el jugo que escapaba. Cerró los ojos, incapaz de enfrentarla, y trató de enfocarse en el sabor dulce que llenaba su boca. Solo era una fresa. Solo era un momento simple. No podía permitir que se convirtiera en algo más. Sin embargo, Jihyo estaba lejos de dejarlo en algo inocente y casual, sobre todo estando a solas. La demonio tomó una fresa para sí misma, pero no se apresuró a comerla. En su lugar, mientras masticaba lentamente, dejó que una de sus manos viajara con naturalidad por la cintura de Sana, bajando con sigilo hasta descansar sobre uno de sus glúteos, que fue acariciado con los dedos.
Sana se tensó al instante, su espalda arqueándose levemente ante el toque.
—Relájate, Ángel —murmuró Jihyo con suavidad, sus dedos trazando un pequeño círculo sobre la curva de su piel cubierta por la seda—. Solo estamos comiendo, ¿no?
El cuerpo de Sana tembló, pero trató de ignorar la calidez en su rostro y en su entrepierna. Continuó degustando su fresa, mordiéndola con cuidado, aunque su respiración ya era errática. Entonces, sintió cómo Jihyo se acercaba más, su aliento rozándole el cuello antes de susurrar:—Déjame ayudarte.
Antes de que pudiera procesarlo, Jihyo deslizó una nueva fresa hasta los labios de Sana, rozando con intención su mejilla. El toque la electrificó, y sus ojos se abrieron con sorpresa, encontrándose con los de Jihyo, que ardían de deseo. La fresa permanecía en los labios de Sana, y entonces Jihyo hizo su movimiento final: acercó su rostro hasta que sus labios apenas rozaron los de ella, mordiendo al mismo tiempo el fruto que tenía entre los suyos. El jugo de la fresa se desbordó, resbalando por el borde de sus labios, y Jihyo no dudó en limpiar el exceso con su lengua, en un movimiento tan natural como cargado de intención. Sana quedó inmóvil, sintiendo el roce, la calidez, el poder que la demonio ejercía sobre ella incluso con algo tan simple como comer:—Tienes un sabor aún más dulce que estas fresas, Ángel mío —susurró Jihyo contra sus labios, su voz cargada de provocación latente, usó la voz poderosa que encantaba todos los sentidos de la humana.
Sana dejó de contenerse. Terminó de devorar la fresa, dejando que el sabor dulce y ácido impregnara su boca y los labios de Jihyo. Su cuerpo se movió con determinación, atrapando el labio inferior de la demonio entre sus dientes en un gesto inesperado pero lleno de necesidad. Jihyo la miró con sorpresa al principio, pero esa chispa traviesa en sus ojos fue reemplazada rápidamente por puro deseo.
El juego entre ellas comenzó con mordiscos suaves, probándose, provocándose, hasta que sus bocas finalmente se unieron en un beso profundo y desenfrenado. El sabor rojizo de las fresas se mezcló con el de sus lenguas, creando una tormenta de sensaciones que ambas sentían intensamente. Sana gimió en medio del frenesí, sus manos aferrándose a los hombros desnudos de Jihyo, mientras la demonio respondía con un gruñido bajo que vibró entre sus cuerpos. Jihyo no tardó en tomar el control, girando a Sana con delicadeza pero firmeza, colocándose encima de ella. Sus movimientos eran fluidos, como si hubieran sido diseñados para este momento. Sus manos viajaron por las curvas de Sana, subiendo lentamente la tela del vestido mientras sus labios no abandonaban los de ella.
—Jihyo... —murmuró Sana entre jadeos, sintiendo las caricias ardientes en su piel expuesta.
—Shh, Ángel —respondió Jihyo, su voz profunda y cargada de una mezcla de deseo y adoración—. Déjate llevar. Aquí, eres más que mía.
La tela continuó subiendo, dejando al descubierto más de Sana mientras la demonio exploraba cada centímetro de su piel con sus manos, sus labios, incluso la punta de sus alas que rozaban la piel desnuda de su cuello y brazos. Sana arqueó su espalda ante las nuevas sensaciones, completamente rendida a lo que Jihyo le hacía sentir.
—Mhm, Jihyo... —los dedos finos del demonio estaban recorriendo la piel de sus muslos, como siempre Jihyo no tardó en clavar sus uñas para marcarlos a su antojo como su propiedad—¡Agh, odio cuando haces eso!
—Lo adoras —tuteó en sus labios—. Si no fuese así, no te dejarías hacerlo.
Sana comenzó a sentir como el aire le faltaba, los besos mas veloces, sintiendo que la tela le molestaba, su mente se vuelve blanca cuando recibe el cielo y el infierno en la boca ajena. Jihyo la mira sobre la grama, y pregunta mirandola:—¿Quieres ser mía?
—¿Q-Qué hay de la información, Jihyo... quiero saber? —puchereó su Ángel, Jihyo parpadea al notar su petición.
Jihyo gruñe frustrada cuando recuerda que aún no es el momento, oculta sus uñas, y se deja caer al lado de Sana, mirándola y rozando con su nariz su cuello:—Pregúntame, Ángel. Igual no pensaba hacerte mía aquí.
Sana parece haberse olvidado de lo racional y el sentido común, pues tenerla observandola pacientemente después de tal beso. Estaba impactada, Sana de todas maneras logra exhalar y comenzar a preguntar:—Quiero que seas más clara con... El acuerdo, ¿Qué significa eso de "tomar mi vitalidad"?
Jihyo abandona su sonrisa, tomando seriedad, responde sencilla:—Soy un demonio, no puedo actuar sin algo a cambio. En tu caso, necesito algo de ti, y ese algo es tu deseo ardiente.
—¡Puedes ser más clara! —se quejó Sana.
—Ángel, me refiero a tu excitación. Eres un ser con apetito muy grande, pero frustrado, eso es lo que necesito para recuperarme cada que... creo espacios para nosotras. Por eso aunque te complazca, no es gratis —dijo con honestidad y seriedad—, cada que tú y yo compartimos la cama, o esta grama, o cualquier encuentro: Tú me entregas tu placer, y yo te doy algo mío.
—En pocas palabras. ¿Tienes sexo conmigo porque eso te hace fuerte?
—Pensé que era divertido mi manera de decirlo.
—Mmm, ya. ¿Y por qué necesitas mi vitalidad, en especial? ¿No hay otras mucho más "sensuales"?
Jihyo parece analizar su pregunta, y se ríe:—Ninguna me gusta, busque por todos lados, pero la más hermosa. La que encaja con mis ideales, eres tú, Ángel.
Sana pareció convencida por primera vez, y sostuvo el rostro de Jihyo, con el pulgar comenzó a regalarle una caricia inocente:—¿Segura que sólo te gustó yo? ¿O vas a cansarte de mi cuando ya no haya nada interesante que hacerme?
—Jamás me cansaría de ti, Ángel. Eres mía, ¿Lo recuerdas?
—Claro...
—¿Te carcome algo más, o puedes darme un beso? —dijo con ojos rogones.
—¿Quieres otro beso?
—Me encantan tus besos, Ángel.
—Te lo daré si respondes una pregunta más.
Jihyo asintió, mirando sus labios con deseo.
—¿Este lugar, es creado por ti, no? ¿Siempre estaremos aquí? ¿O por qué la primera vez fue en mi habitación?
Jihyo suspira:—La primera vez fue en tu habitación porque no pude prepararme adecuadamente; cedí a tu llamado. Pero siempre estuve esperando a que aceptaras, no tengo la fuerza suficiente para ser una figura tangible. Así que te arrastro a tu mente para estar juntas cada vez que me necesites.
Sana pareció sorprendida pero complacida por su respuesta:—¿Todas las veces que yo quiera? —inquirió con una sonrisa juguetona entre labios— ¿No vas a irte más por las mañanas?
–No prometo poder hacerlo. Al menos no aún, tendríamos que tener muchos más... encuentros... Para que pueda despertar en tu cama al amanecer, por ahora, siempre que caiga la media noche, llámame y jugaré contigo, Ángel.
Sana suspira cuando los labios rojizos de Jihyo rozan los suyos, esos bellos belfos tentadores, y da un pequeño beso robado:—Te creo... Solo por esta vez, esto es precioso, lo que creaste... Todo es... —la besa otra vez—. Me encantas —confesó por primera vez entre sus pequeños besos.
Jihyo recibió ese beso robado con una sonrisa que apenas dejó espacio entre sus labios para murmurar:—Ángel, tus palabras me alimentan tanto como tu cuerpo... —antes de que Sana pudiera reaccionar, volvió a besarla, profundo, lento, como si quisiera grabar cada segundo en su memoria.
Sana se dejó llevar por un instante, pero luego se apartó ligeramente, buscando aire y algo de control. Sus dedos permanecieron en las mejillas de Jihyo, dibujando líneas suaves sobre su piel.
—No exageres, Jihyo... —dijo, aunque su voz sonaba más suave de lo que esperaba, traicionándola.
—No exagero, nunca lo hago contigo. —Jihyo sostuvo su mirada, seria y al mismo tiempo completamente encantadora—. Este lugar, este paraíso, cada hoja, cada flor... todo existe porque tú lo haces posible. No hay espacio para la exageración cuando todo esto nace de ti.
Sana frunció el ceño, confundida.
—¿De mí? ¿Qué significa eso?
—Significa que tú eres el centro de mi existencia ahora, Sana. —Los ojos de Jihyo brillaron intensamente, dorados como un sol hipnótico—. Todo lo que ves aquí está conectado a ti, a tu alma. Cada vez que compartimos nuestros momentos, este mundo se vuelve más real, más vivo. Pero si tú lo rechazas... —hizo una pausa, su tono se volvió grave—. Entonces desaparecerá, y yo también.
Sana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras de Jihyo la desarmaban, pero también encendían algo dentro de ella, algo que no sabía si era temor, deseo, o ambos.
—¿Entonces, cada vez que estamos juntas, este lugar se fortalece?
Jihyo asintió, su rostro suavizándose con una dulzura que no parecía posible para un demonio.
—Sí, Ángel. Es nuestro refugio. Nuestro reino. Aquí, no hay reglas, no hay juicios. Sólo tú y yo.
Sana se mordió el labio, insegura, pero el brillo en los ojos de Jihyo, su presencia cálida y envolvente, hicieron que se inclinara hacia ella otra vez.
—Entonces... —susurró contra sus labios, casi rozándolos—. Supongo que no debería dejar que desaparezca, ¿no?
Jihyo soltó una risa suave, grave y melodiosa, antes de reclamar otra vez la boca de Sana con un beso hambriento y lleno de promesas.
Jihyo decidió que era el momento de mostrarle a Sana su obra maestra. Con una expresión satisfecha y un destello de misterio en sus ojos, anunció:
—Bien... Creo que nos falta un lugar nuevo por visitar. Llamaré a los leones.
Sana parpadeó, algo desconcertada.
—¿Los conoces?
Jihyo soltó una risa suave, mirándola con ojos risueños que parecían esconder secretos.
—Ellos somos nosotros, amor. Están creados para mostrarte mi lugar, tu lugar, tu corona, nuestra corona, Ángel.
—¿Corona? —preguntó Sana, confundida, buscando sentido a esas palabras. Recordó la diadema de flores y ramilletes que traía sobre su cabeza:—Oh... Ya veo.
Jihyo le regaló una sonrisa. Sus alas bailaron en gozo por su respuesta.
—Tú eres la reina de este lugar, y las reinas merecen un trono, ¿No?
Sana frunció ligeramente el ceño, aún sin comprender del todo lo que Jihyo quería decirle. Sin embargo, no tuvo tiempo para seguir cuestionándolo, porque Jihyo se levantó con gracia, la tomó entre sus brazos con facilidad y depositó un beso suave en sus labios antes de llevarla consigo a través del valle.
En el cielo púrpura y anaranjado, con tonos tan vivos que parecía pintado a mano, Jihyo localizó a la pareja de leones. Descendió con Sana aún en brazos, llevándola hasta ellos. Los majestuosos animales estaban acurrucados, compartiendo lamidas y exhibiendo una conexión que irradiaba poder y ternura.
El león macho se incorporó al notar su llegada y, con movimientos imponentes, se inclinó ante Jihyo, quien no soltó a Sana ni un instante.
—Aquí está ella. ¿Ya conocieron a su reina? —anunció Jihyo, su voz resonando con autoridad y reverencia.
El león hizo una profunda reverencia, y la leona, de un dorado resplandeciente, lo imitó. Sana se quedó inmóvil, sintiendo una mezcla de incredulidad y asombro al ser tratada como una soberana por esas criaturas tan imponentes.
Jihyo observó la escena con una sonrisa triunfal y, sin dejar de sostener a Sana, ordenó:
—Muéstrame el trono —dicto Jihyo con voz fuerte, como un rugido de león hacia el felino grande, la melena se regocijo en gracia al escuchar, mostró sus dientes en respuesta.
El león rugió con una fuerza que estremeció el aire a su alrededor. Sana sintió el suelo vibrar y, asustada, escondió su rostro contra el cuello de Jihyo, buscando refugio en su calidez.
—Calma, Ángel. Aquí estoy —murmuró Jihyo con dulzura, acariciando su cabello para tranquilizarla.
Del suelo comenzó a emerger una colina imponente, acompañada de un pequeño terremoto que sacudió el valle. Cuando todo se calmó, una colina solitaria y majestuosa se erguía frente a ellas, como un altar digno de una reina.
El león volvió a rugir, su sonido profundo removiendo el valle como una declaración de lealtad. Jihyo, en un gesto inesperado, inclinó su cabeza en señal de respeto hacia él.
—Gracias, Rey —murmuró con solemnidad, antes de mirar a Sana, su reina, con un destello de orgullo en los ojos.
Sana y Jihyo llegaron a la imponente colina, y lo primero que captó la atención de Sana fue aquel trono hecho de enredaderas, adornado con pequeñas flores rojas que parecían encenderse con la luz del crepúsculo. Sana lo reconoció al instante; ya lo había visto antes, en esas extrañas visiones que la habían atormentado antes de encontrarse en este lugar que Jihyo llamaba "Edén".
Jihyo lo observó con evidente orgullo, su mirada transmitiendo satisfacción al contemplar lo que consideraba su mejor creación.
—Aquí estamos, Ángel... Tu trono —anunció con un tono solemne, casi reverencial.
Sana la miró incrédula, soltando una risa nerviosa.
—¿Mi qué? ¿Ya estoy loca o cómo?
—No, Ángel. Tú aún no ingieres pastillas —respondió Jihyo con una sonrisa traviesa, pero luego añadió con un destello de seriedad—. Aún.
Sana arqueó una ceja ante el comentario, pero decidió no indagar.
—Bueno... Esto está... raro —confesó, mirando a su alrededor como si buscara alguna explicación lógica—. ¿Qué se supone que haremos aquí?
Jihyo ladeó la cabeza, su sonrisa ladeada y sus ojos chispeantes de diversión.
—No lo sé. ¿Qué quieres tú? Ahora me toca obedecerte.
—Eso suena... sospechoso. Me parece raro que cumplas órdenes. Normalmente es al revés. —Sana trató de sonar casual, pero su voz tenía un toque de nerviosismo.
Jihyo dejó escapar una pequeña carcajada.
—Ah, con que quieres que sea al revés, ¿Ah?
Antes de que Sana pudiera replicar, Jihyo la tomó por la cintura, acercándola con firmeza pero sin perder esa ternura posesiva que siempre emanaba de ella. Su mirada dorada atrapó los ojos avellana de Sana, y con una voz suave pero autoritaria, preguntó:
—Ángel, ¿bailas conmigo?
Sana abrió la boca para responder, pero las palabras murieron en sus labios. No se podía negar, no cuando las manos de Jihyo la sostenían con esa fuerza que la hacía sentir que no existía nada fuera de ese momento. Sin esperar respuesta, Jihyo comenzó a moverlas al ritmo de un compás imaginario, como si el viento y los susurros del valle fueran la melodía perfecta.
El baile las guió como si la melodía invisible trazara un camino inevitable. Paso a paso, Jihyo llevó a Sana hacia el trono de enredaderas. Cuando estuvieron frente a él, el demonio la levantó con facilidad, sus manos firmes sosteniéndola como si no pesara nada. Sana quiso protestar, pero no tuvo tiempo. Antes de darse cuenta, estaba sentada sobre el regazo de Jihyo, su espalda erguida y su respiración errática. Jihyo la miró desde abajo, sus ojos dorados brillando con una intensidad que la hacía temblar. Su sonrisa, entre tierna y peligrosa, prometía lo que estaba a punto de ocurrir.
—Voy a cumplir tu fantasía de esta noche, Ángel —dijo Jihyo, su voz baja y seductora, haciendo eco en el aire tranquilo—. Estar sobre mí.
Sana sintió cómo su rostro se encendía de inmediato. Su cuerpo entero parecía rebelarse contra su voluntad mientras las manos de Jihyo, cálidas y firmes, descendían por sus piernas. Cuando los dedos del demonio comenzaron a separar levemente sus muslos, Sana reaccionó, cerrándolos con fuerza y sujetando las muñecas de Jihyo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con una voz que intentaba ser firme, pero temblaba.
Jihyo solo sonrió, un destello de diversión y algo más oscuro pasando por sus ojos.
—¿Qué pasa, Ángel? —murmuró, inclinándose hacia adelante hasta que sus labios estuvieron cerca del oído de Sana—. ¿Volvió ese orgullo tuyo?
Sana intentó apartarse, pero las manos de Jihyo la mantenían en su lugar, sus dedos deslizándose con delicadeza pero sin ceder.
—Como lo odio... —continuó el demonio, dejando un leve beso en el cuello de Sana que la hizo estremecerse—. Aunque debo admitir... —sus labios se deslizaron hasta la base de su garganta—... que hace que perdamos el control de una forma tan deliciosa.
Sana cerró los ojos, intentando recuperar el aliento, pero Jihyo estaba tan cerca, sus manos tan insistentes, que era imposible pensar con claridad.
—¿Es esto lo que querías, Ángel? —preguntó Jihyo, su voz un susurro cargado de intención—. Estar sobre mí... y a la vez intentar huir.
Sana no respondió. Sus manos aún estaban sobre las de Jihyo, como si quisiera detenerla, pero la presión de su agarre había disminuido. En su interior, sabía que estaba cayendo en ese juego otra vez, pero parte de ella no quería detenerse.
—Eres... insoportable —murmuró finalmente, su voz apenas un hilo.
Jihyo soltó una carcajada suave, genuina, y dejó que una de sus manos subiera hasta el rostro de Sana, acariciando su mejilla con delicadeza.
—Y tú eres adorable cuando intentas resistirte —respondió, levantando su barbilla para encontrar su mirada—. Pero esta noche, Ángel, no hay lugar para el orgullo ni la resistencia.
Sana tragó saliva, perdiéndose en los ojos brillantes de Jihyo. Sabía que había cruzado un límite invisible, uno que no estaba segura si deseaba retroceder. Y en ese trono de flores rojas, con el mundo entero a sus pies, ambas sabían que solo una dominaba esa noche.
Esa mano que antes había detenido se desliza suavemente por la piel de sus muslos, lento, casi tortuoso. Esta vez Sana no tiene fuerza de voluntad para detenerla, no cuando la caricia es casi adictiva. Los ojos de Jihyo están clavados en ella, recorriéndola con una intensidad que la hace sentir vulnerable y expuesta. Parece estudiarla, nunca se cansa de eso, es su actividad favorita; explorándola poco a poco, como si quisiera grabar cada rincón de su cuerpo en su memoria y en las palmas de sus manos. Sana tiembla cuando siente que el otro muslo también es reclamado por esas caricias lentas, que despiertan un calor que se extiende como un incendio desde su entrepierna.
El aire parece pesar más con cada segundo que pasa. Sana siente que no puede controlar su propio cuerpo, que arde y se estremece bajo la atención de Jihyo. Su entrepierna palpita desesperada, exigiendo algo más que esa tortura lenta. Jihyo, por supuesto, lo nota. Esa sonrisa maliciosa que aparece en su rostro lo dice todo: sabe exactamente lo que está haciendo.
—¿Qué pasa, Ángel? —susurra con voz baja y burlona, mientras la tela del vestido rosa los brazos de Sana cuando sus manos avanzan más cerca de donde sabe que quiere ser tocada.
Sana no puede evitar estremecerse al sentir el escalofrío anticipatorio cuando Jihyo está a punto de llegar a su destino. Pero entonces, justo cuando su cuerpo se prepara para ese toque anhelado, Jihyo retira las manos. La suelta.
Un grito interno de frustración surge en Sana, quien intenta ocultarlo, aunque su rostro lo delata. Jihyo sonríe, satisfecha con la reacción.
—Eres tan fácil de leer, mi Ángel.
Antes de que Sana pueda responder, Jihyo toma el escote de su vestido entre sus manos y, con un movimiento rápido y brusco, lo rasga hacia abajo. Sana jadea cuando siente cómo la tela se desliza, dejando sus pechos al descubierto. El aire frío choca contra sus pezones erectos, sensibles hasta el punto del dolor, pero ese dolor no hace más que avivar el calor en su interior.
—¡¿Qué haces?! —exclama Sana, pero su tono está cargado más de sorpresa que de verdadera indignación.
—Haciendo lo que sé que deseas —responde Jihyo con descaro, mientras sus manos ascienden hasta sus pechos, tomándolos con firmeza.
Las caricias son lentas al principio, exploradoras, y Sana no puede evitar jadear. Los dedos de Jihyo rozan sus pezones con una mezcla de ternura y firmeza que la hace arquearse ligeramente. Es un placer doloroso, una tortura deliciosa que hace que su entrepierna arda aún más.
—Detente... —susurra Sana débilmente, pero Jihyo se ríe suavemente, como si supiera que esa súplica no es más que una mentira.
—¿Detenerme? No, Ángel. No ahora.
Jihyo pellizca sus pezones, y el jadeo que escapa de los labios de Sana es todo lo que necesita para saber que está en control.
Tras unos momentos, las manos de Jihyo descienden nuevamente por sus piernas, esta vez sin rodeos. Sana siente un escalofrío de anticipación recorrer su columna cuando los dedos de Jihyo finalmente llegan a su entrepierna.
El primer contacto es casi demasiado. Sana jadea audiblemente al sentir los dedos de Jihyo deslizarse sobre la tela húmeda que apenas cubre su intimidad. Jihyo sonríe con satisfacción mientras siente la humedad empapar sus dedos.
—Tan mojada para mí... —susurra Jihyo, y Sana siente cómo el calor en su rostro se intensifica.
Pero Jihyo no se detiene ahí. Con movimientos lentos, casi crueles, sus dedos exploran los labios inferiores de Sana, apenas tocándola, lo justo para mantenerla al borde del abismo sin dejarla caer.
—Por favor... —escapa de los labios de Sana antes de que pueda detenerse.
—¿Por favor, qué cosa, Ángelito mío? —pregunta Jihyo con una sonrisa arrogante, deteniendo sus dedos justo cuando encuentra la entrada de Sana.
Sana no responde, su orgullo le impide suplicar, pero su cuerpo habla por ella. Mueve sus caderas, buscando más contacto, más presión, más de todo. Jihyo ríe suavemente, satisfecha con la desesperación de su Ángel.
—Si lo deseas tanto, hazlo tú misma —la reto como siempre suele hacer, completamente segura de que Sana no sería capaz de seguir por ella misma. Aunque Jihyo no estaba consciente de que en ese Edén, Sana era otra...
Sana cierra los ojos, avergonzada pero incapaz de resistirse. Sus manos se aferran a los hombros de Jihyo para apoyarse, y con un movimiento tímido, eleva ligeramente sus caderas, dejando que los dedos de Jihyo entren un poco más en ella. Un gemido escapa de sus labios cuando baja nuevamente, sintiendo cómo esos dedos llenan su interior con exquisita lentitud. Jihyo la observa con adoración y diversión –embelesada por haber sido capaz de contradecir su opinión sobre ella–, deleitándose con cada movimiento, cada gemido, cada mirada desesperada. Sana continúa moviéndose, sus caderas subiendo y bajando en busca de alivio. El ritmo se vuelve más frenético, más necesitado, mientras Jihyo mantiene sus dedos firmes, permitiendo que sea Sana quien tome lo que desea.
—Eso es, Ángel... Tómame como tú quieras —su otra mano descansa sobre el nacimiento de sus muslos, aprieta cuando nota a Sana suspirar, y tomar respiraciones cada vez mas difíciles.
El rostro de Sana está completamente rojo, pero el placer que siente supera cualquier vergüenza. Sus gemidos se hacen más fuertes, más desesperados, mientras se entrega completamente al momento. Y Jihyo, con una sonrisa satisfecha, sabe que este es solo el comienzo de una Sana pérdida y loca por ella. Ella parecía haber perdido completamente el control. Su cuerpo, ahora dictado por el placer y el deseo acumulado, comenzó a moverse con una intensidad que Jihyo no había anticipado. Las caderas de Sana subían y bajaban con brusquedad sobre los dedos de Jihyo, su ritmo desordenado pero desesperado, buscando liberar la tormenta que rugía en su interior.
—Sana... —murmuró Jihyo, sorprendida por la impaciencia de su Ángel, mientras sentía cómo los fluidos de Sana empapaban por completo su palma. La humedad era tan abundante que las caricias se volvían resbaladizas, más intensas con cada movimiento.
—No te detengas... —susurró Sana, aunque era ella quien marcaba el ritmo. Su voz estaba cargada de una necesidad que nunca había mostrado antes con nadie, mucho menos Jihyo la conocía así –o quizá si–.
Esa era la Sana que se tocaba a solas en su habitación.
Jihyo quiso decir algo, quizá bromear sobre lo encantadora que era verla tan alzada, pero las palabras murieron en su garganta cuando Sana, de manera inesperada, se inclinó hacia ella. Los labios de Sana rozaron el lóbulo de su oreja, y un gemido agudo, directo y cargado de placer puro, escapó de sus labios:—¡Jihyo, mhm, Jihyo! —Ese sonido, tan desesperado y sincero, hizo que el cuerpo de Jihyo reaccionara de inmediato. Su espalda se tensó, y un calor familiar comenzó a extenderse por su propio cuerpo. Nunca había visto a Sana tan entregada, tan impaciente, tan... indomable.
—Ángel, estás... tan hermosa —murmuró Jihyo, apenas capaz de controlar su propia respiración.
Pero Sana no se detuvo. Sus gemidos se hicieron más fuertes, más erráticos, mientras sus caderas se movían con una fuerza que hacía que el sonido de sus pieles chocando se mezclara con el de sus jadeos. Jihyo podía sentir cada contracción de Sana alrededor de sus dedos, cada espasmo que anunciaba que estaba cerca de su límite.
—Más... —demandó Sana, tomando a Jihyo por sorpresa cuando sus manos se deslizaron hacia el cuello de la demonio, sujetándola como si quisiera asegurarse de que no la dejara escapar—. ¡Por favor, Jihyo!
Jihyo no tuvo tiempo de procesar nada más. Su Ángel estaba completamente encima de ella, literalmente marcando su territorio con cada gota que caía sobre su mano. La intensidad del momento era abrumadora, y Jihyo no podía más que ceder al control de Sana.
—Nunca pensé que te gustaría tanto estar sobre mí, Ángel... —logró decir con voz ronca, mientras los movimientos de Sana se hacían más frenéticos.
Sana no respondió. Su rostro estaba completamente enrojecido, sus labios entreabiertos dejando escapar gemidos que llenaban el aire con una música erótica que Jihyo no quería que terminara. Entonces, en un último movimiento brusco, Sana arqueó su espalda y lanzó un grito agudo, su cuerpo estremeciéndose mientras alcanzaba el clímax con una intensidad que hizo que sus uñas se clavaran en los hombros de Jihyo. La demonio la sostuvo mientras su cuerpo temblaba, sus dedos aún dentro de ella, sintiendo cada pulsación y cada ola de placer que recorría a su Ángel. Sana, exhausta pero satisfecha, dejó caer su frente contra el cuello de Jihyo, intentando recuperar el aliento.
—Eso... fue increíble... —murmuró Sana, con la voz apenas audible, mientras el calor de su cuerpo comenzaba a calmarse.
—Eres increíble, Ángel. —respondió Jihyo, acariciando su espalda con ternura, dejando que Sana se apoyara completamente en ella—. Pero me pregunto... ¿Te ha bastado esto?
Sana levantó la mirada, aún con los ojos entrecerrados y un rastro de desafío en su sonrisa.
—Aún no he terminado contigo, demonio —La voz dulce del Ángel se había quebrado en un ronco sobrenatural.
Por primera vez, Jihyo sintió algo cercano al miedo. No miedo por su seguridad, claro está, sino por la intensidad abrumadora que emanaba de la mujer frente a ella. Sana había dejado atrás cualquier rastro de la dulzura y timidez que solía definirla. Ya no era un Ángel inocente, ni la criatura coqueta que vacilaba entre el orgullo y la rendición. Ahora, irradiaba una autoridad que parecía encarnar lo celestial y lo terrenal en una misma figura.
La luz del éxtasis aún ardía en sus mejillas, un rubor profundo que se extendía hasta su cuello, donde pequeñas gotas de sudor brillaban como joyas líquidas bajo la luz etérea que las rodeaba. Su respiración, pesada y entrecortada, llenaba el aire entre ambas, cargada de algo más que mero cansancio: una mezcla de desafío y poder. Los brazos de Sana estaban firmemente enredados alrededor del cuello de Jihyo, como cadenas suaves pero irrompibles. Su mirada, sin embargo, era lo que realmente la paralizaba. Ojos avellana que ahora ardían con un fuego implacable, una furia viva que parecía atravesar la carne y alcanzar directamente el alma. Era el tipo de mirada que exigía rendición, que prometía dominio absoluto.
Jihyo tragó grueso, sintiendo su garganta seca. Por un instante, incluso ella, una entidad que había desafiado todo tipo de límites, se sintió pequeña frente a lo que Minatozaki Sana había revelado de sí misma. La transformación era fascinante, aterradora, y extrañamente adictiva.
El cabello de Sana, un poco desordenado por el frenesí, caía en suaves mechones sobre su rostro enrojecido, pero no ocultaba su expresión: altiva, orgullosa, y completamente consciente del efecto que tenía sobre la demonio. Jihyo podía sentir el calor del cuerpo de Sana contra el suyo, una proximidad que, en lugar de reconfortarla, la hacía sentir como una presa al borde de ser devorada.
Ese Ángel, tan sublime como pecaminoso en ese momento, inclinó ligeramente la cabeza, con sus labios entreabiertos y húmedos. Jihyo no pudo apartar la vista, atrapada por la contradicción encarnada frente a ella: la pureza de Sana había sido reemplazada por una arrogancia que desbordaba sensualidad y peligro.
"Esto no es lo que planeé", pensó Jihyo, mientras un escalofrío recorría su espalda. Pero incluso en ese instante de aparente vulnerabilidad, no podía negar que estaba completamente hipnotizada por lo que Sana había desatado.
Sana deslizó su mano alrededor del cuello de Jihyo, con una lentitud calculada que contrastaba con la intensidad que ardía en su mirada. Una sonrisa curvó sus labios, dulce en apariencia, pero con un filo peligroso que hizo que Jihyo respirara más rápido, atrapada entre el placer y la sorpresa.
—Ay, pequeña diabla... —susurró Sana, su voz acariciando el silencio con un tono burlón—. ¿Pensabas que no sabría moverme?
La presión en el cuello de Jihyo aumentó, no lo suficiente para hacer daño, pero sí para afirmar su control. Aquello era una declaración, una advertencia, un juego que Sana ya no jugaba desde la inocencia.
—¿De verdad creíste que era tan principiante? —continuó, su sonrisa transformándose en una mueca de burla mientras sus ojos chispeaban con picardía. Su tono era melódico, como si cantara una victoria anticipada—. ¿Te gusta, Jihyo? ¿Te encanta sentir tu mano empapada por mí? —Jihyo no respondió, sus labios entreabiertos no lograban formular palabras. La sorpresa y el deseo la paralizaban. Sana inclinó la cabeza, acercándose lo suficiente para que su aliento cálido rozara el oído de la demonio.
—¿Pensabas que era un angelito? —musitó, cada palabra mostrando malicia. Su otra mano se deslizó lentamente por la espalda de Jihyo, dibujando un rastro que ardía contra su piel—. Te recuerdo algo... —Una pausa cargada de tensión llenó el aire antes de que Sana terminara, su voz apenas un susurro que resonaba como un trueno en la mente de Jihyo—. Soy humana —Sana giró ligeramente la cabeza, rozando con sus labios el borde de la oreja de Jihyo antes de continuar, cada palabra un dardo directo al centro del deseo ajeno:—Y las humanas... también pecamos.
El aire entre ellas parecía vibrar, cargado de una energía que bordeaba entre lo divino y lo profano. Jihyo tragó saliva, intentando mantener la compostura, pero era inútil. Sana había tomado las riendas de un juego que la demonio ya no controlaba, y lo estaba disfrutando cada segundo.
Jihyo jadeó bajo la presión de las palabras de Sana, pero no perdió la sonrisa maliciosa que ahora adornaba su rostro. Acarició el cuello de su reina con la mano libre, su toque firme y posesivo, mientras sentía cómo los músculos internos de Sana apretaban sus dedos con una intensidad que casi dolía.
—Vas a arder, Ángel —murmuró, su voz ronca y cargada de deseo, amenazando con sacar lo que verdadremente podía ser, aun sabiendo que jamas lo demostraría, solo se sentía indefensa en su propio juego, lo que mejor sabia hacer. Aún así... Estaba amando esa Sana—. No voy a dejarte ninguna duda de quién debe tocarte así.
Sana soltó una carcajada, ligera y adorable, como si la situación no estuviera repleta de tensión y fuego. Pero su mirada era otra cosa: un brillo travieso, altivo, que prendió algo aún más oscuro en el interior de Jihyo.
—Jihyo, pero si no es competencia... ¿o sí? —dijo con un tono burlón, mientras sus caderas realizaban un suave movimiento sobre los dedos ajenos, sacándole un jadeo profundo—. Nadie más tiene sus dedos siendo apretados por mí, excepto tú —Y entonces, como si fuera la dueña del infierno mismo, Sana añadió con un tono cargado de exigencia, moviendo sus caderas en un vaivén más audaz:—Agrega otro —ordenó Sana en un jadeo divino—. Dos no son suficientes. ¿Sí?
Jihyo sintió cómo su sangre hervía, literalmente, al ritmo de su excitación. Las chispas que destellaban en sus ojos lo dejaban claro, aunque Sana aún desconocía que ese fuego interno era una manifestación física de lo que Jihyo sentía en ese momento.
Sin decir una palabra, Jihyo obedeció. Su mano se deslizó con precisión y confianza, añadiendo un tercer dedo a la mezcla. Sana jadeó fuerte, su cuerpo reaccionando de inmediato a la intromisión, apretando con fuerza renovada mientras sus caderas parecían buscar algo más profundo, más intenso.
Jihyo no pudo evitar sonreír al ver a Sana estremecerse y perder brevemente el ritmo. Pero entonces, Sana se inclinó hacia su oído, su aliento cálido y húmedo enviando un escalofrío por toda la columna de Jihyo. Y cuando habló, sus palabras fueron el golpe final, incendiando cualquier rastro de control que Jihyo pudiera haber tenido.—Cógeme, maldito demonio. Me encanta hacer un infierno en tus dedos.
Jihyo rugió, literalmente, como una bestia desatada. Sus dedos comenzaron a moverse con un ritmo firme y decidido, profundizando cada movimiento mientras sus labios buscaban el cuello de Sana, dejándole mordidas posesivas que prometían marcarla para siempre.
—Sigue... —gimió Sana al escucharla gruñir, su voz rota y cegada de placer. Su cuerpo comenzó a moverse por instinto otra vez, sus caderas encontrando el ritmo que Jihyo marcaba con sus dedos. La sensación de llenura y el roce perfecto en su interior la tenían temblando, cada movimiento arrancándole suspiros y jadeos más fuertes.
—Eso es, Ángel —gruñó Jihyo, su tono lleno de adoración y hambre a la vez—. Repite eso. Dime que quieres más, dímelo como la reina que eres.
Sana rió entre jadeos, alzando la mirada con esa altivez que tanto desafiaba a Jihyo, aunque su rostro estaba teñido de placer y las lágrimas amenazaban con brotar por la intensidad.
—Más —repitió, bajando una mano para agarrar la muñeca de Jihyo, empujándola con más fuerza hacia su centro—. Dame todo lo que tienes, demonio. Hazme gritar, quiero que los leones afuera sepan a quién perteneces tú, y quién me pertenece a mí.
Jihyo se estremeció al escuchar esas palabras, su pecho ardiendo con una mezcla de orgullo y excitación que la llevó a obedecer sin reparos. Sus dedos comenzaron a moverse con una rapidez y precisión que hicieron que Sana soltara un grito desgarrador, su cuerpo arqueándose contra el de Jihyo mientras el éxtasis la consumía.
—Así... justo así —jadeó Sana, sus uñas clavándose en los hombros de Jihyo, las alas del demonio se agitaron con fuerza ante esto, las piernas de la japones temblando mientras se aferraba a su cuello—. No pares, no pares, Jihyo... ¡Ah, mierda!
El demonio sonrió, una sonrisa oscura y peligrosa, pero sus ojos reflejaban algo más: un amor salvaje, absoluto, que la hacía querer entregarse por completo;—No pienso parar, Ángel —dijo entre gruñidos, aumentando el ritmo mientras sentía cómo los fluidos de Sana se acumulaban, empapándola por completo, ¿Cómo es que esa mujer era tan receptiva a ella?—. Te dije que te haría arder, y no voy a detenerme hasta que lo hagas mil veces.
Sana, completamente al borde, tomó el rostro de Jihyo con ambas manos, obligándola a mirarla directamente. Sus labios estaban temblando, su pecho subiendo y bajando con rapidez, pero su voz salió clara y firme.
—Hazlo. Quiero arder por ti, Jihyo. Pero prométeme algo...
—¿Qué, Ángel? —preguntó Jihyo, inclinándose hacia sus labios, sintiendo cómo el cuerpo de Sana temblaba alrededor de sus dedos.
—Prométeme que no pararás hasta que yo te lo pida.
Jihyo rió, un sonido bajo y gutural que hizo eco en el aire, y sus labios finalmente capturaron los de Sana en un beso que ardió más que cualquier llama infernal.
—Eso jamás fue un problema, mi reina —afirmó con seguridad, esa que alentó a Sana a moverse otra vez.
Sana arqueó la espalda con un gemido que reverberó por todo el espacio. Su cuerpo, caliente y tembloroso, se movía con una necesidad mucho mayor que antes; Jihyo no dejaba de sonreírle, la tenía completamente atrapada, sus dedos dentro de ella con una destreza que solo un demonio podía poseer. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba el aire, mezclándose con los jadeos desesperados de Sana.
—¿Es esto lo que querías, Ángel? —gruñó Jihyo, inclinándose hacia su oído mientras sus dedos seguían trabajando dentro de ella, más rápido, más profundo—. ¿Así te gusta que te toque? ¿Así te gusta que te haga mía?
—Más... Jihyo, más... —gimió Sana, su voz quebrada por la intensidad de lo que sentía. Cada movimiento, cada toque la llevaba más cerca del borde, y no podía detenerse. No quería detenerse.
—¿Más? ¿No has tenido suficiente? —repitió Jihyo, con una sonrisa maliciosa al ver el rebote de sus lindos senos. Bajó la mirada hacia sus dedos, completamente empapados por los fluidos de Sana, y aumentó la presión, girando su muñeca para rozar cada rincón dentro de ella. Sana gritó, su espalda curvándose de forma casi antinatural mientras su interior palpitaba alrededor de los dedos de Jihyo.
—Sí... sí, maldita sea, Jihyo —jadeó Sana, aferrándose con más fuerza al cuello de la demonio. Sus caderas comenzaron a moverse por sí solas, encontrando un ritmo frenético mientras buscaba más fricción, más intensidad—. ¡Um, sí! ¡No pares!
La risa baja de Jihyo resonó contra su piel mientras se inclinaba para besar su cuello, dejando marcas rojizas con sus labios y dientes. —Nunca me canso de verte así, Ángel... Tan enloquecida, tan desesperada... tan mía.
Sana soltó un gemido cuando sintió los dientes de Jihyo hundirse levemente en su piel, una mezcla de placer y dolor que la llevó a un nivel completamente nuevo. Se retorció sobre los dedos de Jihyo, cada movimiento llenándola más, llevándola más lejos, hasta que sintió que estaba al borde de explotar.
—Más profundo... —jadeó, empujando sus caderas contra la mano de Jihyo—. Hazlo más profundo, Jihyo. Por favor.
Los ojos de Jihyo ardían con un fuego sobrenatural, reflejando el caos que se desataba en el cuerpo de Sana. Sin decir una palabra, agregó un cuarto dedo, deslizándolo con una facilidad casi insultante gracias a la humedad que emanaba de Sana. La sensación era abrumadora, y Sana chilló, su cuerpo sacudiéndose mientras sentía cómo los dedos de Jihyo la llenaban por completo, rozando puntos que ni siquiera sabía que tenía:—Eso es, mi reina —murmuró Jihyo, su voz grave y cargada de deseo—. Déjate ir. Quiero sentir cómo te deshaces para mí. Quiero escuchar cómo gritas mi nombre.
Sana, completamente rendida al placer, se inclinó hacia adelante, sus labios rozando la oreja de Jihyo mientras jadeaba—. ¡Jihyo, mhm, Jihyo!
El sonido de su nombre en la voz de Sana, cargado de pasión, fue suficiente para que el demonio perdiera todo rastro de control. Su mano comenzó a moverse con una velocidad frenética, sus dedos entrando y saliendo de Sana mientras su pulgar encontraba ese pequeño punto de placer que la hacía estremecer aún más.
—Eso es... más fuerte... más rápido —jadeó Sana, moviendo sus caderas en un ritmo caótico mientras sentía que el clímax se acercaba, imparable como una ola gigante.
Jihyo, con los labios curvados en una sonrisa oscura, empujó aún más fuerte, más profundo, hasta que finalmente, el cuerpo de Sana se tensó. Un grito desgarrador salió de sus labios mientras su orgasmo la golpeaba con la fuerza de un huracán. Su interior se apretó alrededor de los dedos de Jihyo, sus piernas temblaron incontrolablemente, y su frente se apoyó contra el hombro del demonio cerrando sus ojos por la presión que la mareabda.
Jihyo no dejó de moverse, sosteniéndola mientras su cuerpo temblaba en sus brazos. —Eres hermosa, Ángelito —las manos de Jihyo la rodearon con protección, mientras disfrutaba el aroma que emanaba la joven.
Sana, con el pecho subiendo y bajando rápidamente, abrió los ojos, sus mejillas rojas y su mirada oscurecida por el éxtasis. Una sonrisa peligrosa se dibujó en sus labios mientras se inclinaba hacia Jihyo, susurrándole al oído con un tono lleno de codicia por ella, aunque un poco desorientada—Yo no he dicho que este cansada... ¿Tú estás cansada?
—Jamás he estado cansada. Pero tú acabas de sorprenderme —acarició su cabello hundió sus dedos húmedos en las hebras café, y paso su otra mano por sus clavículas—. Me fascinas, me vuelves loca...
—¿Quién habría pensado que yo, tan humana como soy, podría hacerte perder el control? —murmuró Sana, sus labios rozando la piel caliente de Jihyo. Su voz era un susurro seductor, cargado de arrogancia y una dulzura mortal que hacía temblar a la demonio—. Te encanta que me deshaga en tus dedos, ¿verdad? Pero no te equivoques, Jihyo... Yo también sé cómo hacerte temblar.
Jihyo sintió un escalofrío recorrer su columna. Había algo diferente en la forma en que Sana hablaba ahora, como si esa dulzura inocente hubiera sido reemplazada por una confianza peligrosa, una fuerza que la hacía ver aún más irresistible.
—Ángel... —susurró Jihyo, su voz grave y cargada de emociones—. Yo creo que-...
Sana sonrió, inclinándose hacia ella hasta que sus labios apenas rozaron los de la demonio. Era un roce suave, apenas un contacto, pero estaba lleno de una promesa silenciosa, una que Jihyo no podía ignorar.
—Mírame, Jihyo —ordenó Sana suavemente, tomando el rostro de la demonio entre sus manos. Sus ojos brillaban como si un fuego nuevo se hubiera encendido dentro de ellos, un fuego que desafiaba incluso las llamas del infierno—. Quiero que recuerdes esto. Quiero que recuerdes quién soy.
Jihyo no pudo evitarlo; sus manos temblaron mientras envolvían la cintura de Sana, sosteniéndola como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Había una reverencia en su mirada, una devoción que nunca había sentido por nadie más.
—Nunca podría olvidarlo —admitió Jihyo, su voz rota por la intensidad del momento. O algo más. Su mano quiso acariciar su espalda, quiso vencer ese deseo y ese impulso.
Fue inútil, ya sus manos estaban sobre la perfecta espalda de Sana, la yema de sus dedos no tardó en pintar suaves pinceladas de anhelo incomprendido para una simple humana, en sus simples omóplatos.
Sana, no se extraño por ello, supuso el por qué, un hábito de Jihyo. Bajó la mirada, sonriendo suavemente antes de inclinarse y capturar los labios de Jihyo en un beso lento, profundo, que parecía detener el tiempo. No había urgencia esta vez, solo un calor constante, un intercambio de promesas silenciosas que decían más de lo que las palabras jamás podrían.
Cuando se separaron, ambas estaban jadeando, pero sus miradas permanecieron fijas la una en la otra. Sana acarició la mejilla de Jihyo con ternura, dejando que sus dedos se deslizaran por la línea de su mandíbula.
—¿Sabes qué es lo más divertido de todo esto, demonio? —preguntó Sana, su sonrisa volviendo a teñirse de esa mezcla de dulzura y peligro que tanto desconcertaba a Jihyo—. No importa cuántas veces me hagas tuya... yo siempre encontraré la manera de hacerte mía también.
Jihyo soltó una risa baja, inclinando su frente contra la de Sana mientras sus brazos la envolvían con más fuerza. —Eso es porque somos una misma cuando estamos solas, Ángel —acomodó el cabello rebelde que se tapaba parte de rostro, solo para enfrentar la mirada café oscura que jamás tardaba en conectarse a la suya.
La estaba comenzando a amar también. No era igual, pero se acercaba.
Sana cerró los ojos, dejando que las palabras de Jihyo la envolvieran. Y por primera vez esa noche, permitió que un destello de vulnerabilidad se asomara en su rostro.
—Entonces no me sueltes, Jihyo. Nunca.
Jihyo la miró con una intensidad que parecía atravesar su alma. —Nunca, Ángel. Ni en este reino ni en el siguiente. Siempre serás mía.
Y en ese instante, con sus cuerpos aún entrelazados y sus almas conectadas de una manera que trascendía lo terrenal, ambas supieron que lo que tenían no era solo deseo.
Era algo mucho más profundo, algo que ni siquiera el cielo ni el infierno podían arrebatarles, no cuando los cuerpos encajaban a la perfección. No cuando Sana se sentía como una reina atrapada entre sus cálidos brazos.
En el Edén que ambas habían creado en aquella noche sin límites, todo se disolvió en una espiral de pasión y deseo sin freno. Sana no sabía cómo había llegado allí, ni cómo habría de liberarse de ese espiral de lujuria que había prendido en su pecho. La sensación de estar completamente entregada a Jihyo, de haber caído sin reservas en sus brazos, la desbordaba. Había sido desinhibida, descarada, y había dejado atrás todo pudor. El trono que Jihyo había creado de enredaderas, ese lugar de dominio y poder, se había transformado en el altar de su propia rendición. Se había dejado consumir por cada deseo, sin temer a las consecuencias, sin dudar ni un instante en lo que estaba haciendo. No sabía si eso era correcto, ni siquiera le importaba. Estaba perdida en el calor de los besos, en la exigencia de su cuerpo y la forma en que Jihyo la dominaba y al mismo tiempo la cuidaba.
A lo largo de esa noche ardiente, Sana descubrió un lado de Jihyo que no había esperado. La demonio, en medio de toda la vorágine de deseo, había sido también una presencia que calmaba, que aliviaba. Besaba su piel erizada, la acariciaba con ternura y la envolvía en la calidez de sus alas negras, como si estuviera protegiéndola, abrigándola en medio de una tormenta de pasión que parecía no tener fin. La suavidad del cuerpo moreno de Jihyo la envolvía como una manta, y Sana, por primera vez en mucho tiempo, no sintió frío. En su abrazo, encontraba un calor que no era solo físico, sino un calor que la envolvía por completo, que la hacía sentirse deseada, pero también protegida, como si no estuviera sola en este mundo de caos y oscuridad.
A lo lejos, los leones que Jihyo había mencionado como parte de su reino, como guardianes de su Edén, también se entregaban a su propio deseo, sin vergüenza, sin reservas. Sus rugidos, al igual que los de ellas, eran ecos de la misma pasión incontrolable, de la misma entrega sin medidas. Sana pensó en ese momento que, aunque ella y Jihyo parecían ser lo único en el universo, en ese Edén privado, todo a su alrededor respiraba en armonía con su amor salvaje y profundo. Eran las reinas de ese reino secreto, las que gobernaban sin temor, sin inhibiciones.
Y cuando finalmente, exhausta y saciada, Sana se acomodó entre los brazos de Jihyo, cerró los ojos, sintiendo su cuerpo aún vibrar con la intensidad de lo vivido. Se entregó al sueño, con la certeza de que, aunque al día siguiente Jihyo no estaría allí, algo había cambiado en ella. Las palabras de la demonio, sus promesas de encuentros recurrentes, le daban la tranquilidad de saber que este no era un momento aislado.
Esto era solo el principio de algo mucho más grande, algo que ninguna de las dos podía evitar.
La calma que se apoderó de su ser no fue la de la duda, sino la de la certeza. Lo que había vivido en esa noche no podía ser cuestionado. Era un Edén para ellas, un lugar donde sus deseos se podían vivir sin restricciones, donde no había lugar para la vergüenza ni el arrepentimiento.
Era el momento en el que todo lo que había sido reprimido había salido a la luz, y todo se había transformado en algo hermoso, algo que sólo ellas dos entendían.
Y aunque el futuro con Jihyo era incierto, Sana ya no temía.
Porque si todo era así de perfecto, si todo era tan intenso, tan real, tan desgarrador, entonces ¿Por qué sería malo...?
"Y el que está unido con el Señor es un espíritu con Él. Huyan de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que una persona comete está fuera de su cuerpo, pero el que comete inmoralidad sexual peca contra su propio cuerpo."—1 Corintios 6:17-18
(MARATÓN: III/III)
N/A: ¡Felices madrugadas!
Ahora sí, la nota de autora larga.
Me gustaría comenzar con lo siguiente: Si ya sé que he actualizado más este fic que todos los que hay en mi perfil, sin embargo creo que es cosa de ¿inspiración? mi enfoque para estas fiestas era: Little Lie. Pero mi mente comenzó a indagar en más cosas para agregar a esta historia, y bueno, como es una historia corta. Realmente espero que puedan disfrutar su emisión. Aunque igual les aviso que la fuente de inspiración ya se me acabó, y no les miento JALDJDLDK estoy cansada y harta de editar.
En fin, este no fue mi mejor smut, sinceramente creo que porque tengo mil cosas en la cabeza y ya no estoy ovulando (Si, soy un ser humano, increíble, cierto?) Es broma, les amo mucho, me encanta trabajar en lo que sea para ustedes. Me encanta esta historia y lo que viene para ella, no prometere cosas, pero si diré que está intenso todo. Tan intenso y tan marcado que, necesito contar el relato de estos personajes.
Además, estos son los últimos capítulos de esta cuenta, por estos escasos días del 2024, así que espero que lo disfrutes. Ya nos estamos poniendo emotivas: Gracias por ser parte de mi 2024, si me lees, eres una persona de bien, otro año más contigo. ¿Otro año más donde somos lector y autor juntos? ¿Lo has disfrutado? Te quiero mucho, respira hondo, y si el mundo estos meses te ha derrumbado, Milanesa esta aquí para recordarte que: eres especial, eres importante, no hay nada malo en ti, eres amor, eres luz, eres fuerte, eres simplemente tú.
Disfrutemos lo que queda de este año, por mi parte me doy por servida. Adiós 2024, te veré con nuevas historias, nuevos capítulos, el mismo amor al SaHyo, y una Mila que quiere seguir aprendiendo de sus letras, experiencias y sentimientos.
¡Feliz año nuevo anticipado, te quiere Milanesa!
No olviden sus teorías, me las merezco eh.
—Milanesa
♡
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top