3
Aquella, fue la primera vez que Yiavé no estuvo a mi lado cuando las lunas coronaron el firmamento. A partir de entonces, no hubo noche en que no me acordara de él, extrañando haber sentido a lo largo del día aquella conexión que solo me podía hacer sentir él.
Nunca me había sentido tan solo. Tan desprotegido.
Yiavé era la única persona que me comprendía incluso mejor que yo mismo, la única con quién podía ser completamente yo, la única que me hacía sentir que yo también pertenecía a aquel lugar.
Sin él, todo tenía menos sentido. ¿Qué hacía une joven como yo allí, siendo tan distinto? ¿Cómo podría encontrar una cura para mi padre si él no completaba mis pensamientos? ¿Quién me haría sentir reconfortado con su presencia?
Sin Yiavé, era yo solo contra el mundo.
Aquello me dolió incluso más que la probable muerte prematura de mi padre.
Cuando me di cuenta, me sentí culpable, sucio. Mi padre podía morir, y allí estaba yo, con las lágrimas bañando mis mejillas y el pecho agrietado solo porque mi gemelo se había ido sin mí.
Estaba siendo un inútil.
Yiavé y papá arriesgaban sus vidas, padre estaba moribundo y yo lamentándome como una cría lactante.
Con aquel pensamiento, me levanté de la cama. Vendé mi corazón con vendas de fría racionalidad, ocultando mi dolor en el rincón más profundo, y encendí la lamparita de aceite.
Debía seguir leyendo hasta hallar una solución.
Abrí el primer libro de la columna. Mientras leía, mil imágenes se arremolinaban en mi mente.
–Aquí dice que el tallo de ucr en polvo podría ser beneficioso en casos de intoxicación alimentaria. ¿Crees que podría haber sido alguna toxina?
Solo me respondió el silencio.
Mi cabeza comenzó a rodar. ¿Podría ser una intoxicación? ¿Cómo voy a descubrirlo sin Yiavé? ¿Y si padre muere? ¿Y si Yiavé y papá no vuelven?
El estómago se me subió a la garganta. Vista nublosa.
No sé cómo acabé agazapado debajo de la mesa. Abrazándome las rodillas.
No sabía cómo gestionar aquello. Nunca me había sentido tan mal. Y, cuando me sentía algo mal, mi mejor opción era hablar con Yiavé. Pero Yiavé no estaba allí. Su ausencia me dolía. ¿Cómo iba a gestionar el dolor por su ausencia si Yiavé no estaba allí para apoyarme?
Yiavé. Yiavé. Yiavé. Yiavé vuelve. Te necesito. Yiavé.
***
A partir de la despedida, los eventos se vuelven confusos en mi memoria. Toda aquella época se configura en mi memoria como años perdidos en una imagen congelada: una búsqueda sin respuesta de la cura de mi padre, el peso de la responsabilidad, la desconexión del mundo.
Todos mis días parecían la misma mancha, una mancha que el destino hubiera querido borrar, que era tan inútil como cada uno de mis esfuerzos por mejorar la situación.
Por eso, solo puedo contar, de manera desorganizada y sin respetar su cronología, aquellos momentos que quedaron grabados en mi mente. Momentos en los que Forjox y la curandera de Torso demostraron su enorme caridad, así como muches otres que decidieron arrimar su hombro para ayudarnos. Momentos en los que la suerte quiso granjearme amigos que no merecía en aquel momento. Diría que Justam pensó que la vida ya se había cebado bastante conmigo; pero, si Justam realmente tuviera poder sobre nuestras vidas, mi padre nunca hubiera enfermado.
***
Padre sonrió sin fuerzas, pero el brillo alcanzó sus ojos.
–¿Sabes por qué escogimos tu nombre?
Negué con la cabeza, recolocando el trapo en su frente.
–Fue idea mía. "Arte nuestro". Eres, en origen, la creación de tu papá y yo. Pero, una vez que te dimos forma, fuiste una entidad propia, que solo pertenece a sí misma y cambia de interpretación según los ojos que la miran. Eres la magia más bella y poderosa ante los ojos de algunos, incluso si hay quien pueda considerarte insignificante. Como el arte.
No dije nada. Mi padre tenía ese don para crear pequeñas metáforas que yo aprendí a perfeccionar con la práctica para explicar a zarias menos duchos que yo. Pero padre no las utilizaba para enseñar. Era su propia forma de interpretar el mundo, de modelarlo a su antojo de una manera, quizás, completamente inconsciente.
–Días después, tu padre estaba jugando con el nombre. –Sonrió con suavidad, entornando los párpados– Le hizo gracia que fuera "suntra" al revés. Sabes lo que son los suntras, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, sin mucho interés. Si aquello no iba a hacer que mi padre se curase, no me importaba.
–Seres de leyendas. Criaturas que han hecho pactos con los demonios.
–Exacto. Tu padre bromeó con que le otre bebé debería llamarse evaiy al revés, para compensar. Pero cuando dijo Yiavé resultó gustarnos.
–Así que lo de Yiavé fue solo una casualidad.
–Bueno, todos los nombres lo son, ¿no? La casualidad de que tus adres junten exactamente esas letras pensando en ti. Podría haberte llamado Retoño perfectamente.
–No, gracias, terminaría siendo un anciano con nombre de cría –bromeé, mirándolo con ironía.
–Bueno, quizás con los años podrías cambiarlo a Sauce.
Rió, pero antes de que pudiera unirme a él, lo atacó la tos. Me apresuré a incorporarlo.
***
Recuerdo que, una de las primeras veces que Forjox visitó a mi padre, trajo consigo a un chico algo menor que yo, al que no conocía de nada. O, al menos, creo que fue una de las primeras veces.
Al principio, me pareció irritante que no lo hubiera dejado en su casa, pero intenté recordar que le curandere nos estaba haciendo un enorme favor al no pedir nada a cambio de visitar a mi padre, por mucho que no supiera hacer mucho más que aliviar algunos de sus síntomas.
Como siempre desde que papá ya no estaba allí para detenerme, acompañé a Forjox al dormitorio.
–Anda, Artnus, vete un rato a hablar con Kiem. Yo cuido de tu padre.
–¿Qué? ¡No! Tengo que estar aquí para enterarme si descubres algo.
–Art, cariño, ve. Te prometo que luego te contaré todo.
–¿Y si no te enteras bien o se te olvida?
–Te lo contaremos entre les dos para asegurarnos de que no nos falta nada –dijo Forjox.
Lo miré apretando la mandíbula. Mis cabellos comenzaban a airearse.
–Por favor, Art, tú también necesitas descansar.
–¡Yo no necesito- –Mi padre me miró con cara de pena. Desde que estaba enfermo, no soportaba que me mirase así– Agh, está bien.
Salí del dormitorio seguido de Kiem, sentándome en el pasillo a pocos pasos de la puerta del dormitorio. Él se sentó a mi lado. Esperé unos momentos en silencio, pero no parecía saber cómo romperlo.
Yo no sabía si aquel muchacho merecía mi tiempo. Así que pensé en cómo descartar rápido si sería uno de tantes zarias que me hacían sentir como que nunca compartiríamos una conversación interesante.
–¿Qué quieres ser de mayor?
–Guerrero –contestó el menor con una sonrisa orgullosa.
–¿Interesado en pegar mamporros a ver quién es más fuerte? Perfecto. No me interesa hablar contigo.
Para mi sorpresa, Kiem se rió. No era una risa sarcástica, nerviosa ni molesta, parecía haberle hecho gracia de verdad.
–¡Ser guerrero no tiene nada que ver con pegar mamporros! Ser guerrero tiene que ver con la estrategia. Con descubrir cómo salvar al mayor número de gente haciendo el menor daño. –Tras unos segundos sin recibir respuesta por mi parte, continuó hablando– Veo a mucha gente herida por el trabajo de mi adre. Quiero ayudarles antes de que estén mal.
Miré por la ventana al otro lado del pasillo. Comenzaba a hacerse tarde.
–OK. Quizás no estés tan mal. –Me levanté– Debo trabajar en el huerto. ¿Vienes?
***
–Parece un antiguo herbolario –murmuré, abriendo el ejemplar– ¿Será útil?
Una punzada quemó mi pecho al no recibir respuesta. El fantasma de Yiavé siempre estaba allí, acompañándome, reconfortante y doloroso.
Examiné el índice, oyendo a alguien hablar. Algo extraño, a aquellas horas en la biblioteca; pero no le presté atención. Debía darme prisa para regresar con padre.
Tocaron mi hombro. Fruncí el ceño, levantando la mirada hacia aquel que creía que su tiempo era más valioso que el mío. Su visión verificó mi sospecha sobre la minusvaloración de mi tiempo.
–Saludos, Aiel. –Incliné levemente la cabeza, regresando mi mirada al texto– ¿Puedo ayudarle en algo?
–¿Cómo va la búsqueda de una cura para tu padre? ¿Qué buscas?
Lo observé, molesto. ¿Por qué colas fingía ahora que le importaba, haciéndome perder el tiempo? No tenía porqué hacerlo delante de mí, yo le había dado la idea de utilizar el estado de mi padre para ganar aprobación.
Kronos alzó las cejas, haciéndome saber que no tenía otra alternativa.
–Aún no he encontrado nada. Busco entre los estudios realizados con plantas, por si pudiera encontrar alguna de utilidad medicinal que no haya probado aún.
Él asintió con la cabeza. Hizo un gesto, llamando a Sor Ragne, quien se apresuró a acercarse.
–Busca lo que precise para continuar su investigación, requiero de su presencia.
Abrí mucho los ojos, cerrando los puños. ¿Qué colas le daba el derecho de decidir por mí lo que hacía en aquel momento?
–Debo apresurarme para regresar a cuidar a mi padre, Aiel –respondí, con el mejor tono que pude encontrar.
–Y por eso solo te ocuparé el tiempo que precisarías para buscar los libros si no lo hiciera Sor Ragne por ti.
–Pero él no puede saber lo que estoy buscando, o si ya he mirado ese ejemplar, o-
El Sor posó su mano en mi hombro, como siempre que quería que lo mirase.
–Tengo apuntados los libros que te has estado llevando. Tranquilo, ve con el Aiel, lo tendré todo preparado antes de que regreses.
Hice una mueca, pero asentí ante la mirada de mi Sor. Sabía que no era una propuesta, sino un consejo: por alguna estúpida convención social, era mi deber obedecer a ese zaria con un título otorgado por nacimiento.
–De acuerdo. Gracias, Sor Ragne.
Para mi sorpresa, lo que Kronosaiel requería era mi presencia en el almuerzo con su esposa y su hijo, Warz.
***
–Saludos.
Levanté la mirada unos segundos del texto para ver al niño delante de mí y volver a mis asuntos.
–Hola, Warza. ¿Necesitas algo?
Él tardó unos segundos antes de contestar.
–Mi padre me envió a hacer una tarea. ¿Estás investigando sobre la cura?
Volví a mirarlo, molesto. ¿Qué tiene que hacer une zaria para lograr que la gente entienda que se precisa de privacidad cuando estás pensando? Privacidad o un compañero de teorías, pero no esas preguntas estúpidas que nunca llegaban a ninguna parte.
–Mira, Warza, no tengo tiempo. Debo terminar cuanto antes para regresar con mi padre.
–Quizá podría ayudarte.
–¿No tenías que hacer una tarea para tu padre?
El niño chasqueó la lengua.
–Cierto. Bueno, ¿puedo quedarme estudiando a tu lado?
Lo examiné, no comprendiendo sus motivos. Había mucha biblioteca. No obstante, me atrajo la experiencia de sentir la presencia de alguien. Me encogí de hombros.
–Mientras no hagas ruido.
–Seré una planta –contestó, sentándose.
–En realidad, hay plantas que hacen ruido –lo corregí, cogiendo otro tomo.
–¿En serio? ¿Cuáles?
Le dirigí una mirada. Él pasó las yemas de los dedos por sus labios cerrados, guardando silencio hasta la hora de la despedida.
***
Pasaba por delante de la Escuela de Infantes, tras haber salido de Sor Aiel. Debía apresurarme para llegar a casa con padre.
–¡Hey, Arti!
Me congelé en el lugar. Mi padre no podía estar allí, nunca se alejaba tanto sin mí, por miedo a desmayarse en mitad del camino. ¿Yiavé? ¿Papá? ¿Habrían vuelto? No se parecía a las voces de ninguno de ellos, pero...
–Arti.
Una mano tocó mi ala. Sacudí la cabeza, girándome. Me costó reconocerlo: el hijo de Forjox.
–No vuelvas a llamarme así –repliqué entre dientes.
–Oh. Pensaba que te llamaban así.
–Solo mi familia. –Y mis antigües amigues. Eses que se fueron en cuanto se hizo demasiado difícil quedarse a mi lado.
–Entiendo. Lo siento. –Miró los libros que llevaba entre manos– ¿Puedo ayudarte?
–¿Tu casa no está en dirección contraria?
–No tardaré.
Ya en mi casa, nos encontramos con el Jordox examinando a mi padre. Estaba observándolo para asegurarme de que lo replicaba bien cuando elle no estaba, cuando el adorno de su oreja derecha brilló por el reflejo de la lámpara. No me había pasado desapercibido que todes les curanderes llevaban aquellos adornos en ambas orejas. Sin embargo, no veía a Forjox usarlos cuando lo encontraba por la calle.
–¿Por qué les curanderes utilizáis eso en las orejas?
Forjox acarició la barra metálica que componía la mayoría del adorno.
–Es importante mostrarnos tranquiles para no alterar a nuestros pacientes. Si dejáramos que nuestras orejas revelen si estamos apenados o angustiados, podría ser contraproducente para el paciente.
***
Llamaban a la puerta. Me levanté del sitio, dejando el libro abierto sobre la silla, y fui a abrir. Fruncí el ceño al ver a Warza al otro lado.
–¿Necesitas algo?
–No. –Me mostró una cesta– Venía a traeros esto.
Fruncí el ceño, haciéndome a un lado para dejarlo pasar.
–Creía que el Aiel no podía tener tratos de favor con otro zaria.
–No, el Aiel no. Pero nadie dice que un niño no pueda hacerle un regalo a su amigo, ¿no?
–Un pequeño lapso en la ley, ¿eh, granuja? –Él asintió, esperando a que cerrara la puerta– ¿Tu padre lo sabe?
–Aún no. Pero no le importará. Le caes bien.
No tenía tan claro eso, pero no iba a negárselo. Estaba claro que su padre tenía algún interés en mí. Probablemente, se hubiera dado cuenta de que era lo suficiente inteligente para provocar un Levantamiento en su contra cuando fuera mayor, y prefiriera tenerme a su lado. O quizá, en lugar de por miedo, fuera por avaricia que quería utilizar mi valía para sus propósitos. Fuera como fuera, no me importaba mientras no se interpusiera en mis propios intereses.
–¿Qué es? –pregunté, observando la cesta.
Él apartó el trapo que tenía sobre ella.
–Hierbas curativas y comida. Pensé que te vendría bien.
Observé el pez de cresta, sintiendo cómo todo en mí se elevaba junto a las comisuras de mis labios. Aquello le vendría muy bien a mi padre.
Cuando miré su rostro, el chico sonreía satisfecho.
–Gracias, Warza. Nos vendrá realmente bien.
Él sonrió más, achinando los ojos.
–¿Sabes? Eso es lo que me gusta de ti. No me tratas como tu Aiel, simplemente soy Warz.
Forcé un inicio de risa, risa que hubiera sido real en mí ante aquel comentario si hubiera sucedido mucho antes de que todo aquello pasara.
–No le digas eso a tu padre, no creo que le guste.
Él se rió.
–Probablemente, no. Pero es lindo. Poder ser simplemente yo en algún momento.
Recordé a Yiavé. Las tardes echados en el huerto, bajo el sol, hablando de todo o leyendo algún libro, simplemente siendo, no le zaria de la mutación extraña que sabe demasiado y usa la energía demasiado bien, sino simplemente Artnus. Simplemente yo.
–Bueno, mientras estés aquí, siempre puedes ser simplemente Warz.
Él sonrió, asintiendo.
–Solo no lo hagas delante de mi padre.
Esta vez sí, me reí de verdad, imaginando la cara que pondría el Aiel al ver a une joven de tan bajo rango tutear a su hijo. Lo miré alzando las cejas, con la mayor solemnidad que pude.
–Pondré mi mejor empeño en ello.
La puerta se abrió, dejando ver a Kiem. Él frunció el ceño, examinando a mi acompañante.
–Oh, Warza, te presento a mi amigo Kiem. Kiem, este es Warz. –Kiem me observó con duda– Warzaiel.
El muchacho abrió mucho los ojos, inclinándose ante el menor.
–Un placer, Warzaiel.
Me aguanté la risa ante su exagerada reacción, aunque acabé haciendo una especie de pedorreta involuntaria. Le quité importancia con un gesto.
–Ni te preocupes, Kiem. Aquí es simplemente Warz. Solo no lo digas por ahí. –Miré al pequeño– ¿Puedes poner agua a calentar? Tengo que volver con mi padre.
–¡Claro! –exclamó él, dirigiéndose al pasillo, para detenerse dos pasos después a mirarme– Eh... ¿Cómo se hace?
Rodé los ojos.
–Kiem, por favor, enséñale.
Regresé con mi padre, sentándome de nuevo en la silla a su lado. Él entreabrió los ojos con mi llegada.
–¿Quién era? –susurró.
–Warz, el príncipe. Después llegó Kiem. –Él comenzó a incorporarse. Lo detuve con cuidado– Tranquilo. Warz solo vino a traer comida. No querría importunar tu descanso.
–¿Comida? ¿De parte del Aiel? –preguntó, acomodándose de nuevo con los ojos cerrados. Me apresuré a arroparle.
–No. Es un regalo suyo. Al parecer, le caigo bien.
Él se rió, tosiendo un poco.
–Siempre supe que encandilarías a todes con tu encanto, pero nunca pensé que llegarías tan pronto al mismísimo próximo Aiel.
Rodé los ojos, sonriendo de medio lado.
–Oh, cállate. Solo es un crío. Seguro pasará a cosas "más importantes" en cuanto sea un Aiel de verdad.
–Ojalá que no. –Tosió– Me gusta ver que tienes amigos que se preocupan por ti. Desde que se fue Yiavé-
Mis pulmones expulsaron el aire, comprimiéndose en vacío.
–Shhh... Padre, es mejor que descanses.
Abrió los ojos, mirándome con pena. Tomó mi mano, acariciando el dorso.
–En serio, Art. Cuídalos bien, ¿sí? Kiem es un chico muy dulce. Y si Warz también se preocupa por ti... No debes dejar que tus preocupaciones te alejen de la gente a la que le importas, ¿me entiendes?
Agaché la mirada, suspirando. No podía permitirme pensar en cuidar de mis relaciones, en asegurarme de que ellos estarían allí o no el día de mañana. Solo había una cosa que importara en aquel momento. Y eso era la salud de mi padre. Todo lo demás, ocupaba un segundo lugar del que me ocuparía cuando él se encontrase bien.
–Está bien. ¿Sabes? –Le dediqué una de mis mejores sonrisas traviesas, esas que a él siempre le habían hecho tanta gracia– Tengo una sorpresa para ti.
Él elevó suavemente su ceja, que tembló en el intento.
–¿Cuál?
–Algo que trajo Warz.
–¿Vas a dejarme con la duda?
–No me quiero perder tu cara cuando lo veas. –Me levanté, depositando un beso en su frente– Ahora duerme. Voy a preparar la cena.
Me dirigí hacia la cocina, donde Kiem y Warz habían terminado de guardar los alimentos y calentaban el agua.
–Mi madre me hizo una sopa de pescado con hierbas curativas la última vez que enfermé –me dijo Kiem–, adre dijo que es buena para aportar fuerzas al cuerpo. ¿Crees que le sentaría bien a tu padre?
–Claro, podemos probar –respondí, señalando con una mano el fuego.
–¿Puedo ayudar? –preguntó Warz.
–Claro. Ve picando esto.
Viendo que el hueco ante los fogones ya estaba ocupado, me senté en el aire, lo que me ayudaría a mantener mi concentración en una sola cosa. Abrí el libro de herbología que había dejado allí.
En algún momento, debieron llamar a la puerta, porque Kiem regresó de la entrada con el panadero del pueblo. Parpadeé, saliendo de mi estado de concentración para volver al mundo real. Posé las garras en el suelo.
–Pensé que os vendría bien el pan que ha sobrado de la jornada –comentó, depositándolo en la mesa. En aquel momento, sus ojos se toparon con Warz–. Oh-oh. Aiel. –Hizo una reverencia.
–Buenas tardes, señor –respondió el niño–. Descanse.
El panadero se incorporó, pasando una mirada confusa entre Warz y yo.
–Warza-aiel nos ha bendecido con una visita para informarse sobre la salud de mi padre –expliqué.
El chico, que se había apartado sabiamente de los fogones, asintió con la cabeza. Kiem se apresuró a volver a su labor.
–De hecho, debería despedirme ya; –Dirigió la mirada al libro entre mis manos– pero si precisas de nuevos ejemplares, puedes dejarme una lista para que se la deje a Sor Ragne sobre su mesa. Así podrá tenerlos preparados para que regreses cuanto antes junto a Yión.
Su propuesta me sorprendió gratamente.
–Gracias, Warza –Vi al panadero– Aiel. La tendré en un momento.
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