Capítulo 5
—¿Te gustó pasear con tu genial hermana? —pregunta Luna elevando la voz para ser escuchada detrás del casco, después de estacionar la moto en la acera de la casa donde vive Lincoln.
—No siento las piernas —confiesa Lincoln bajándose de la moto, acomodando los mechones blancos que estan alocados por el viento. El chico se aleja unos pasos de su hermana, hasta que al darse vuelta, observa como Luna aun sigue quieta en el mismo lugar—. ¿Quieres pasar adentro? Es medio un desorden… —se muestra arrepentido al instante, como si la invitación llegará un recuerdo después.
—No, gracias hermanito —agradece Luna, sin dejar de sonreír con esa mueca fraternal—. Quería que sepas que si necesitas ayuda, puedo hacerte de sostén, la vida de rockera es un lujo muy ocupado, pero siempre puedo ayudar a mi fan número uno —Luna le guiña un ojo, para después dar la vuelta cuando recibe la aprobación de Lincoln en sus palabras. La tierra de la calle se eleva cuando la moto deja la escena, mientras el albino se muerde el borde del pulgar, mirando la silueta de su hermana alejarse.
—Creció demasiado, no es tan inmadura ahora —comenta al aire, dando la vuelta para ir hasta la entrada del departamento, sacando el celular de su bolsillo para revisarlo. El hospedaje de Lincoln queda en el tercer piso de las cinco plantas de alto del edificio, donde la fachada de la estructura es una simple mano de pintura amarilla opacada por la lluvia; las ventanas de paño fijo en las terrazas observan la calle, acompañando a casa piso un pequeño patio delantero donde las plantas mueren por el descuido de los inquilinos. La única excepción es el departamento de Lincoln, donde no hay ninguna maceta, al igual de su vecino, donde aún nadie a alquilado ese piso.
—¡Por dios, qué pesada! —exclama Lincoln leyendo los mensajes que le ha dejado Sophia, mientras camina a las escaleras de cimiento y agarrándose del barandal cilíndrico para no tropezar—. Veinte mensajes y aún sigue en línea. ¿No trabaja esta chica? —Lincoln arruga la frente al pensarlo, ¿le pregunto su edad? No lo recuerda, entrando esa incógnita apaga el celular antes de llegar al tercer piso.
El pasillo es corto sumando el descanso de la escalera, conectando con seis departamentos donde la mitad se encuentran enfrentados. Lincoln levanta la mirada cuando encuentra su llavero con tres llaves y un colgante de recuerdo al último viaje que hizo con sus amigos, encontrando así los ojos de una persona inesperada.
—¿Qué? ¿Qué haces aquí, Sophia? —pregunta el sorprendido Lincoln sin poder cerrar la boca al verla ahí, parada, al lado de la puerta donde él vive.
—Te mandé muchos mensajes, Lincoln —Sophia responde de manera prepotente, incluso con la estatura donde el chico le gana por unos veintes centímetros, los ojos afilados de ella castiga por un rato a Lincoln—. ¿No lo leíste? Te dije que estaba buscando alquiler y justo encontré este —apunta a la puerta vecina de Lincoln—, mis papás estaban indecisos pero como estan las cosas en mi casa, prefirieron pagarme el alquiler.
—Pero, ¿cómo sabías dónde vivo? ¿Te lo dije? —sí, se lo dijo, a los breves segundos se acuerda de esa noche somnoliento donde el tema de padres salió, y dónde Lincoln le informo sobre su situación actual—. Aah… ya me acuerdo. ¿Qué pasó con tus padres?
—Nada, peleas con mi padrastro y la mierda que consume.
Lincoln camina hasta la puerta, saludando a Sophia al salir por fin de la sorpresa, pero aún a la defensiva. Abre la puerta después de poner la llave, mira al costado a la chica, quien preguntando si puede pasar, informando del desastre que tiene en el departamento. Sin dejarle espacio para que entre, el chico tarda un rato entre la indecisión de su interior y la desconfianza que le da, para terminar accediendo ante la visita.
—¿Es lo único que tienes? ¿Café? ¿Nada de leche para que no sea tan fuerte? —Sophia agarra la taza caliente recién servida, mirando como Lincoln agarra detrás de él una taza de azúcar, sin darle importancia a la presencia de la chica en su cocina—. Qué mal que tratas a una invitada.
—No me gusta mezclar leche y café, te mueve todo en el estómago —Lincoln le pasa el azúcar, sin haberse puesto ni una cucharada en su taza blanca—. Mi hermana Lori siempre se ponía media taza de leche y café, terminó teniendo problemas de gases.
—¿La mayor, no? Dicen que se fue a México con su novio, ¿es verdad?
—No —responde Lincoln tras un largo sorbo. Observa como la chica se pone tres cucharadas de azúcar antes de acompañarlo en el deleite. De la cabeza de Lincoln se puede salir la duda, hasta que al bajar la taza desenreda la pregunta en su garganta—. Nunca te pregunté la edad.
—Eso porque nunca tuvimos la típica charla de “¿y tu color favorito?” o esas cosas —Sophia baja la mirada, mezclando el café mientras observa el delineado, inspeccionando si no se ha corrido—. Tengo 17.
—Imposible —asombrado por la respuesta, Lincoln baja la taza de manera rápida—. ¿Y ya vivís sola?
—Y sí, te dije, en mi casa no puedo estar… —Sophia procede a contar con mayor lujo a detalles el motivo de la mudanza, consiguiendo que Lincoln sea atrapado por la empatía,
El reloj define el tiempo que han estado hablando en la cocina, pasando un cuarto de hora después de terminar la taza de café, los dos chicos se pasan a la pequeña sala de estar conjunto al comedor, sentándose los dos en el pequeño sofá apenas cómodo. La charla se bifurca en la familia y los problemas que conlleva esto, Lincoln parlotea más de lo debido al tener una enorme lista desventuras, dejando a Sophia con el control remoto eligiendo algún canal que transmita un buen programa. Al final se cansa y deja a un narrador de historias paranormales acompañando el ambiente.
—… así terminó mi anterior navidad, bañado de sidra, con un fuerte dolor de estómago de tanto dulce, y rescatando a mi hermana Lana de intentar adoptar un perro callejero vestido de reno —Lincoln se acomoda poniendo los pies arriba de la mesa baja, observando el programa sin dejar el rastro de sonrisa en su rostro. Ignorando la poca naturalidad de Sophia, el hablar con alguien le refresca la mente. Después de todo, ¿hace cuánto Clyde no le ha escrito? Ese recuerdo le amarga el rostro.
—Una familia así de grande conlleva a tener mucho desastre, qué pereza, yo me cansaría de tanta gente —Sophia observa por un instante a Lincoln, sin tener una respuesta visual de él. Juega con el piercing colgando debajo del labio, paseando la lengua dentro de su boca—. Hablando de familia… no quiero sonar grosera —la advertencia le resuena a Lincoln, comenzando a despegar el cuerpo al de Sophia—, tampoco te quiero molestar, Linc. ¿Tu familia cómo está con eso del… cuerpo? —la voz de Sophia logra terminar de hablar, aun con el débil hilo que carga la inseguridad en su garganta.
El rostro de Lincoln se convierte en un hielo seco, sin muestra de reacción, monótono. El silencio permanece extenso entre los dos en espera de respuesta, la televisión sigue invadiendo el ambiente por poco tiempo, apagada desde el mando por la mano de Sophia.
—Está mal, mi mamá y mi papá están en negación, o eso vi hoy. Mis hermanas mayores se mudaron y parecen estar enfocadas en sus problemas. Menos Lana —traga saliva, dejando de narrar—, es su gemela, sigue afectada, no parece ser ella misma. Pasó hace poco dentro de poco.
—Dos meses, ¿no? —interrumpe Sophia con voz casi susurrante, encontrando los ojos de Lincoln, creyendo ver lágrimas, pero no es así. Encuentra en los mares azulados una oscura niebla que le quita el brillo de recién.
—Dos meses —responde Lincoln, aclarando un poco la voz. Hasta que una reacción fugaz atrae la mirada de la chica. Lincoln observa la televisión apagada, donde el reflejo de él pierde importancia cuando, en un abrir y cerrar de ojos, mantiene una mirada inusual a una puerta blanca al lado del mueble, cerrada.
—Em… ¿Te traigo algo para tomar? Perdón, fui muy desubicada hablando de esto —Sophia se levanta del sofá deprisa, arrastrando las palabras sin dejar de ver la mirada de Lincoln aún mirando delante suyo.
—No pasa nada, todos tienen la misma duda —responde Lincoln prendiendo la televisión, sin antes darle una sonrisa estirada ingenua—. Hay agua si quieres, creo que Coca-cola, y una lata de cerveza si no me equivoco.
—Ahora vuelvo entonces —Sophia apura el paso hasta la cocina, abriendo la heladera, pasando por la mesada donde aún siguen las tazas sucias con restos de café. Investigando por un momento, saca la fría lata, la abre dejando escuchar el “clack” y el gas liberado. Mira detrás suyo, Lincoln sigue paseando de canal en canal.
—Tengo algo que preguntarte —Lincoln alza la voz, asustando a Sophia quien busca dos vasos para dividir la cerveza de la lata. La chica husmea de reojo, ocultando el hecho de que revela un pequeño frasco con una pastilla de 0,5 mg de Escopolamina—. Esa carta de corazón y ese poema, ¿qué significa?
—Aah, eso —responde la chica dejando salir un suspiro a continuación, liberando la tensión en los hombros delicados de ella—. ¿No leíste el libro que dejé ese día?
—No.
—Lo saque de ahí, me gustó tanto que lo quería anotar, pero también quería llamar tu atención —Sophia guarda el frasco vacío, llenando el vaso donde descansa la pastilla al fondo. La blanca espuma de cerveza llega al ras del vaso, al igual que el otro recipiente de vidrio que, sin tener nada de estupefaciente más que alcohol, es agarrado por la chica para llevárselo a Lincoln—. Así que fue como una hermosa manera de darte mi número y me escribieras.
—Bastante rara, me asustó incluso —Lincoln agarra el vaso, sin darle importancia a las pequeñas erupciones de gas que aumentan la blanca espuma—. Gracias, trabajar en la biblioteca es bastante molesto.
—¿En serio? —el rostro de Sophia se convierte en un semblante de terror, incapaz de creer lo escuchado—. Yo estaría de maravilla en ese lugar, cientos de libros, leyendo todos los que quiera.
—No es tan así, hay reglas que seguir. Te explico… —Lincoln toma un trago de la amarga cerveza sin notar el sabor a hierro, para explayarse en cómo él ve el trabajo que realiza, obteniendo la mirada insistente de Sophia. Tras unas palabras intercambiadas, opiniones sugerentes, derivando temas triviales con otros temas triviales, Lincoln se termina de tomar su bebida. En el vaso siguen bajando los rastros de espuma, mientras que Sophia aún tiene para tomar, dejando reposar alejada de ella el vaso incluso cuando ha transcurrido una hora de charla.
—¿Estás bien? —Sophia le agarra la mano a Lincoln, quien está agarrándose la cabeza, como si de un dolor estuviera pasando en ese momento.
—Sí… solo estoy cansado, estuvo fuerte la cerveza creo —bromea el albino, parpadeando con fuerza mientras mira el suelo, un fugaz desenfoque repetitivo hace imposible poder ver bien, como si cataratas efímeras se presentaran en sus ojos y desaparezcan de la misma manera.
—Te traigo agua, respira y cálmate, seguro fue el alcohol —Sophia hace lo dicho, viendo como Lincoln tras tragar con fiereza toda el agua, reposa la espala en el respaldar del sofá—. Bueno… Lincoln, ¿qué pasó con Lola? —la repentina pregunta de Sophia es trasmitida de manera severa, obteniendo una reacción tardía de Lincoln, que observa a la chica sin poder enfocarse del todo. «¿Preguntó por Lola?» es la pregunta que pasa por la cabeza de él.
—¿Lola? —interroga el albino para él—. Ella… la mataron, no estoy seguro. ¿Qué pasó? Solo sé que estaba esa tarde… conmigo, y la bañera. Estaba sucia, la quería limpiar, estaba todo sucio —la lengua del chico tráquea, paseando por el paladar en busca de pronunciar bien las palabras—. Lola no tuvo la culpa — rompe en llanto, la voz se quiebra, antes de que toda la nubosidad deje todo en un desastre con lagunas mentales.
—•—
La mañana vuelve a presentarse, la alarma de hace dos horas donde Lincoln tenía que estar despierto para ir a trabajar terminó siendo ignorada, incapaz de sacar la gran pesadez que siente el muchacho cuando abre los ojos después de varios intentos. El calor parece infernal, creyendo estar en el Sahara por un instante entre el sueño y la realidad. El cuerpo de él se siente así, abandonando el sofá que la noche anterior… ¿Qué pasó? Es la pregunta que se hace Lincoln, analizando el escenario, los dos vasos con hedor a malta, la televisión prendida en un programa que nunca antes había visto… todos esos detalles dejan de importar cuando sale corriendo al baño.
La sequedad bucal parece un desierto, raspando las mismas paredes de la garganta y sintiendo la aridez. Tropezando con el umbral del baño, donde ese mismo pasillo conecta con la habitación, llega a tiempo al inodoro para liberal la presión urinaria. En ese breve momento donde el ruido de la orina es lo único que se escucha en el pequeño cuarto blanco, él mira arriba, donde el techo está igual de desolado que la mente de Lincoln.
—¿Qué pasó ayer? —habla con la garganta reseca, tragando saliva en un intento de aliviarse—. Vine con Luna, hablé con mamá, la visite, yyy… ¿Vine a casa? Sí. ¡Aah! Me cruce con Sophia y… —deja de hablar cuando llegan los recuerdos, agarrándose la cabeza hasta que no siente más el tintineo dentro del cráneo— ¿Después qué?
Unos instantes más tarde de reflexión, todo empieza a cuadrar menos la continuación de lo último recordado. Se lava las manos para luego salpicarse los rastros de somnolencia en la cara, sin esperar, comienza a tomar largos tragos del agua del grifo. Un mal presentimiento aparece, hilando una preocupación que lo obliga a correr hasta el sofá de la sala, ignorando todos los muebles menos la puerta que ayer ojeaba.
—Es imposible que lo haya abierto, no tiene la llave… —pero la incertidumbre de Lincoln queda estancada en las lagunas mentales, sin saber qué pasó de manera detallada. Sin imágenes, solo sensaciones que no le trae seguridad—. Solo para estar seguro, después tengo que hablar con mi jefe y decirle cualquier excusa… como el hombre del plan —tranquilizado, Lincoln se agarra los mechones blancos desordenados para peinarlo.
De manera calmada y dejando de maquinar ideas aterradoras de la noche de ayer, Lincoln se dirige hasta la puerta encontrando consuelo cuando agarra la manija ovalada de la puerta, sensación que da una completa vuelta cuando al girarla y empujar, no hay traba que guarde el secreto bajo llave.
—No. ¡No! ¡Mierda!
Los ojos azulados se vuelven un océano sin fondo, buscando una solución en la oscuridad que sucumbe, el pavor de una gacela sin salvación ante la amenaza del cazador se materializa en Lincoln. El secreto deja de ser solo propio, el peso del castigo se siente cercano.
La agitada respiración del chico se siente más pesada cuando entra al oscuro cuarto, tantea la pared para buscar el interruptor que prende la luz colgada en medio de la habitación. No hay mucho, solo la puerta donde Lincoln intenta reposar las débiles piernas en el umbral, y una nevera horizontal perdiendo la pintura a causa de la vejez, revelando el color plateado con auroras de óxido.
—¿Ella entró? —susurra sin aliento, Lincoln no puede conectar a la invitada de anoche entrando a esa habitación, donde la llave la tiene guardada en la habitación de él—. Estoy arruinado, si ella la vio… —un angustioso sollozo de rabia y desesperación se ahogado por la misma euforia, una sensación de querer escapar motiva a Lincoln correr hacia el electrodoméstico y rebelar la verdad.
Una efímera nube de frío ciega la vista de Lincoln al abrir la nevera, sintiendo un golpe de baja temperatura antes de ver la cabeza gangrenada de Luan, rodeada de bolsas con cubos de hielo, abrazada por el brazo de ella con carencia de piel y tejidos musculares, revelando los huesos abrazando los últimos restos abrigo.
—Sigue aquí —aliviado, Lincoln suelta un suspiro. Apoya las dos manos en el borde helado, sin dejar de ver los ojos apagados de Luan mirando a la nada—. ¿Le sacó foto? Quizá hizo algo… no llamó a la policía sino estaría en la cárcel. ¿Lo vio?
Sin darse cuenta en el momento de que la luz comienza a moverse, distorsionando la forma de la propia sombra de Lincoln, cuando levanta la vista, siente una fría mano tocarlo. Un fuerte agarre de la muerte aprieta la muñeca del chico, quien reacciona saltando del lugar, siente como si el corazón de él saliera de la boca. La mano congelada de su hermana no suelta a Lincoln, mirando con los ojos muertos al tembloroso muchacho. El hedor nauseabundo llena la pequeña habitación, un aroma a muerto que sale de la boca de Luan.
—¿Por qué, Linky? —no suena a su hermana, la voz que salen de esos labios violetas por el hielo no le suena familiar, Luan nunca ha sonado así—. Te estaba cuidando como una buena hermana, ¿por qué Linky, por qué lo hiciste? —la cabeza decapitada de la chica se eleva a causa de las bolas de hielos, que mantienen equilibrada a Luan, mientras gana altura, llegando a rozar el techo.
—¡No lo quise hacer, Luan! Yo no quería… ¡Fue mi culpa, lo acepto! Por favor, ¡suéltame! —grita sin tener control en las piernas, jala con las dos manos para poder alejar el agarre de Luan, quien intenta levantarlo para encararlo. La mirada temblorosa de Lincoln mira el cuerpo de su hermana hecho por las bolsas de hielo, juzgado desde la altura por los ojos descolocados de ella, ganando una perspectiva que parece crecer de tamaño—. ¡Perdón! ¡Perdóname, Luan! —lágrimas causada por el temor florecen al exterior, paralizado en el mismo lugar hasta que, un súbito acercamiento de Luan hacia el rostro de Lincoln, logra que él reaccione, rompiendo el agarre de su hermana y escapar de la habitación.
Una vez afuera, Lincoln corre hasta su habitación, agarra la llave y cierra la puerta donde deja encerrada a su hermana, o lo que queda de ella. El apurado viaje no es el motivo de la agitación que intenta controlar, sino las palabras que Luan le ha dicho, lo que intenta olvidar descansando la espalda contra la puerta cerrada.
—No fue real, no fue real —repite a voz entrecortada, inhalando grandes porciones de aire, descansa su mano sobre el pecho, sintiendo los apurados latidos de su corazón. Lincoln cierra los ojos, consiguiendo así meditar hasta llegar a un estado más calmado.
—¡Me mataste, tú, me mataste! —grita la voz de Luan aún más grotesca, escuchándose desde todas las paredes, encerrando a Lincoln aunque él lo haya hecho primero. La puerta donde está apoyado el muchacho comienza a temblar cada vez más fuerte, retomando la huida de él, quien ahora corre hasta la puerta de salida—. ¡Lincoln, todos sabrán lo que hiciste, todos te odiarán, nadie quiere un hermano asesino! —desde las paredes del pasillo donde está la salida se vuelven difusas, adoptando la cara de Luan en diferentes ángulos anormales. La voz de la comediante moribunda no dejan de repetir lo antes dicho, dejando una leve sordera cuando Lincoln logra salir de su casa, recuperando el aliento en el silencio del pasillo de los demás departamentos.
¡Buenas tardes! Ahora sí, comienza lo más emocionante y las revelaciones, espero que les haya gustado esté capítulo y sigan de cerca este fanfic, y si pueden, recomienden este fanfic para tener más alcance. Muchas gracias. Nos vemos en la próxima actualización.
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