Capítulo 3

—¿El café provocará estos sueños? —pregunta Lincoln después de caer en cuenta de la pesadilla que ha movido todo su cuerpo de la cama, no, no era una pesadilla, mejor dicho, un recuerdo que quiere encerrarlo en un baúl—. Mi cabeza, Dios, ¿por qué duele tanto? —gruñe, aparentando tosquedad gracias a la garganta reseca, la punzada aguda que atraviesa su sien lo despabila enseguida.

El cuarto recibe una tenue luz del amanecer a través de una pequeña ventana situada encima del escritorio a los pies de la cama. Los dos muebles de su antigua habitación, conservando las borradas calcomanías de heroes, decoran la pequeña habitación que tiene, aparte del escritorio de segunda mano que compró en Marcetplace hace un mes.

—Quiero seguir durmiendo, ¿a qué hora dormí anoche? —se pregunta Lincoln recostando todo el cuerpo adormecido en la cama, aún siente el recién despertar de su mente. Ayer había llegado a la casa de alquiler donde está ahora situado, cansado, lleno de agotamiento de tantas personas maleducadas. Después de cenar a solas, con el ruido de la televisión en el canal local, escuchando una próxima lluvia que amenaza en invadir la ciudad.

—Sophia —nombra Lincoln, un flash llega en la mente de éste, recordando lo que hizo después de la cena—. ¿Me habrá escrito? —pregunta como si otra voz le llegará a responder en la soledad donde vive. Estira el brazo hasta llegar a la mesa de luz, ignorando el reloj de Ace junto a una tableta de pastillas dada vuelta, hasta alcanzar el pequeño celular.

Recapitulando los acontecimientos que sucedieron la noche anterior, llegando a postrar la espalda agotada en la cama, invadiendo la cabeza vacía de él, mordiendo las paredes de la curiosidad, el silencio fue callado cuando los dedos teclearon un mensaje al número que encontró en el dibujo.

Un «hola» dio comienzo a una charla que engatuso a Lincoln, inconsciente de la hora a la cual durmió, atraído por la conversación que danzaban de un tema a otro, se le dificultó escribir el último mensaje de despedida. Esa joven chica de apariencia aniñado, cabello negro corto por encima del hombro, ojos profundos de un color que se asemeja al gris, siempre en conjunto a un delineado ónix alrededor de ellos.

—¡Vamos, Loud, un poco de estímulo y vuelvo a la vida! —grita animado, dando un empujón con la misma espalda para dirigirse a la puerta, entrando a la sala de estar que comparte espacio con la cocina-comedor. Si tan solo no fuera por la habitación, todo sería un mono ambiente mal ventilado.

Transcurriendo unos minutos en el baño, realizando la rutina de higiene, se queda clavado en la cocina preparando unas simples tostadas con huevos revueltos sin sal encima, junto a una jarrita de café. Deja de moverse cuando siente la refrescante comodidad del sofá individual en las piernas, acomoda en el descansa brazos el plato donde está el desayuno, prendiendo la televisión en forma de caja para avivar el sonido.

Segundos antes, delante de la pantalla negra sin vida, el retrato opaco donde Lincoln se mantiene quieto deslumbra la realidad a el joven. «¿Qué hago con mi vida» , es la pregunta que transcurre a la intranquila mente, atrapado en un espiral donde logra salir antes de profundizar, «aún no encuentro mi talento. Mis hermanas ya tienen un futuro asegurado», piensa Lincoln apretando el control remoto, los dientes mastican de manera brusca la rabia, la vergüenza que invade la tranquilidad.

—¡El rastrillaje ha revelado que la zona sur de la ciudad como la este, no hay ni una pista de la desaparición de Lola Loud! Joven integrante de la famosa familia Loud, su paradero es desconocido; cumpliendo en una semana dos meses de su desaparición, los Estados vecinos han dado una mano amiga para poder encontrar la verdad en este misterio. Soy Georgina Wolff, y hasta las 12hs a.m. estaremos informando… —la voz de la reportera con acento extranjero se vuelve irrelevante para los oídos del albino, el gusto amargo del café es lo único que siente verdadero.

Lo real a veces no es necesariamente lo más importante, y eso Lincoln lo ha estado experimentado. Los pensamientos son más poderosos, aun sin pies ni manos, recorren kilómetros enteros en tan solo un instante, incluso logran cambios en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Manchaste mi vestido, estúpido sirviente! —un grito chillante reclama a espaldas de Lincoln, sintiendo el crispar helado en sus hombros, da vuelta revelando los ojos aturdidos buscando el origen de esa voz que para él, debe estar muerta.

—No… todo es mental, mierda, ¡todo es mental! —reclama a la mente de él para que callen los instantáneos pensamientos que se disuelven, se mueren sin encontrar una respuesta. Grita convencido de sus palabras, pero los ojos celestes teñidos de temor siguen buscando los labios en los rincones húmedos del hogar—. ¿Hola? ¿Lola?

Corre hasta el dormitorio de él, vistiendo el uniforme de la biblioteca y salir corriendo a la salida, sin antes cerrar con llave, dejando encerrada la taza aún cálida de café y el desayuno sin probar.

—•—

—Aquí tiene, el ejemplar de “Los hermanos Karamazov” —entrega el chico albino a los brazos de un adolescente más bajo que él, sin recibir un agradecimiento se despide de la escena—. Seguro vendrá en busca de un diccionario avergonzado de no entender nada —susurra Lincoln procurando que nadie escuche ni descifre la mirada afilada clavada en la espalda del cliente.

La hora del descanso es recibido como un gran regalo para Lincoln, quien tras las horas de su turno la cantidad de personas han sido tan bajas que el aburrimiento se transforma en una atrapante somnolencia. Llegando a la sala donde únicamente el personal puede acceder, una habitación de cuatros metros por cinco, donde entran los cincos personales activos del turno casi apretados.

—¿Viste el juego ayer, Grayson?

—Mi esposa no me dejó, la mochila del baño se rompió, denoto. No sabes el frío que cargaba ayer, congeladas las manos.

Las charlas habituales de los empleados aburren a Lincoln, ignorando hasta las claras insinuaciones de Karl en introducirlo a la charla ambigua. Sonriendo incómodo, niega con la cabeza y va hasta la cafetera con los granos industrializados de un café de fuerte acidez. Se recuesta en el borde de la mesada observando la televisión plana colgando en la pared enfrente suyo, hay turbulencias de pensamientos aún, empeorando cuando los ojos enfocan el encabezado de la noticia.

“Cuerpo hallado, sospechosa de ser Lola Loud. En parque xxxx a las afueras de la ciudad”.

—Lincoln —llama Karl en presunta voz fraternal, acercando al joven con paso lento. No se da cuenta cuando los brazos de él se enrollan en el cuerpo frío de Lincoln. La mano áspera de él acaricia la delgada espalda sufriendo temblores, no del frialdad, por miedo. Terror, el horror invade la sangre que se mueve en el cuerpo—. Por fin, aunque no sea lo que esperaba… la encontraron, tu mamá, toda tu familia aunque estén devastados, manténganse juntos.

No lo escucha, las voces de los compañeros que se acercan a dar el pésame y una fría caricia, son humo, un humo que solo es visible, que no logra conectarse con esa sensación. La pantalla se vuelve el mundo de Lincoln por segundos que parecen una eternidad, cada sonido que suelta la reportera en su hablar no tiene fin ni comienzo. El peso en su estómago aumenta, obligado por la sensación de la escasez de control, lágrimas se revelan al público, lágrimas malinterpretadas del nacimiento por la pérdida de un familiar, sin embargo, provienen del temor que otorga la fina línea de la verdad y la culpa.

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