9-La tumba en los escombros
A los cinco años Rose subió a un árbol. A penas subió supo que había cometido un error. Observó el suelo desde lo más alto y, tontamente, recordó lo que había aprendido con la película de Peter Pan. Cerró los ojos, e incluso cuando estaba muriendo de miedo, pensó en cosas alegres y positivas. Recordó su cumpleaños, los cuentos de la abuela y a su pez (Leonard), que había muerto hacía un año, pero el cual le había regalado grandes momentos de conversaciones largas. Ni siquiera abrió los ojos, simplemente saltó. Se rompió el brazo con la caída y el dolor fue tan grande que quedó inconsciente durante unos minutos. Cuando regresaron a casa desde el hospital, Rose pudo ver a su tío Auguste y a su tío Jake (ambos hermanos de su padre) talando el árbol.
Ese día Rose sintió mucha rabia. Amaba ese árbol. Le brindaba sombra cuando los días eran calurosos y adornaba el patio con una elegancia natural. No entendía por qué talaban el árbol. ¿Qué había hecho él? No era su culpa que una niña de cinco años hubiese trepado en él y hubiese caído. Con el tiempo llegó a entenderlo. La culpa había sido del noticiero, en el cual se anunciaba una tormenta. El noticiero había entretenido a sus padres y ellos no habían visto a Rose bajar las escaleras en puntillas de pie. Pero la culpa también era de sus padres por estar entretenidos y no verla subir al árbol. Pero también era su culpa por no dormir la siesta de los sábados como todas las niñas pequeñas y decidir irse a vivir una aventura.
Si se ponía a pensar, tal vez sería culpa de su abuelo materno, ya que él había sembrado aquel majestuoso árbol. O tal vez fuese culpa de su abuela que le pidió que lo hiciese, o incluso culpa del vecino, ahora difunto, que se los había regalado. Somos una constante cadena de decisiones, que no importa si son buenas o malas, terminan marcando eternamente a los que nos rodean, y a los que llegarán en un futuro, y a los que estuvieron en el pasado. ¿Acaso así era como se formaba un asesino?
El día era caluroso, algo no muy común últimamente. El viejo campanario no era más que una alta y puntiaguda torre a medio caer y rodeada de polvorientos escombros. Habían varios estudiantes allí, casi todos con sus herramientas en la mano, pero Rose se mantenía quieta, paralizada en un rincón. Tal vez de aquel modo nadie pudiese verla. Pero alguien lo hizo.
Un chico se acercó a ella con una radiante sonrisa infantil en el rostro. Parecía mucho más joven que el resto, con el negro cabello poblado de rizos. Era muy bajito de estatura, y había algo exagerado en su caminar que hacía que la rubia se sintiese incómoda. Se detuvo frente a ella y realizó una torpe reverencia.
—Hola, Rose—saludó alegremente.
—¿Te conozco?—no quería parecer grosera, pero no sabía muy bien que estaba sucediendo.
—Soy Liam Chandler—respondió él como si eso fuese algo que se suponía que todo el mundo debía conocer—. Me siento detrás de ti en el laboratorio de Química.
—¡Oh, claro!—exclamó, aunque en realidad no tenía idea—. Liam.
—No pasa nada si no me recuerdas—había decepción en sus palabras—. La mayoría de las personas suelen olvidar mi existencia.
Murmullos llegaron hasta ellos, salvando a Rose de aquella situación tan incómoda. Todos los alumnos presentes, que en general no eran muchos, habían comenzado a formar un círculo al rededor del señor Francis, el profesor de Matemáticas y actual tutor de ese grupo. Tanto Rose como Liam se encaminaron hacia allí, justo a tiempo para escuchar las indicaciones que este se encontraba gritando a los cuatro vientos. Algo nerviosa, Rose comenzó a mirar a su alrededor. No sabía que estaba buscando o a quién, pero pudo identificar entre todos los rostros de Simone, Jade, Lara y Stefano. Él resto de personas no llegaban a ser más que un borrón andante en comparación con ellos.
En cuanto el señor Francis terminó su acelerado discurso, todos se pusieron manos a la obra. Rose agarró una pala, y seguida por Liam Chandler, se acercó a una montaña de escombros. No era difícil darse cuenta de que aquel campanario había sido un hermoso lugar en tiempos lejanos, y no le cabía en la cabeza cómo alguien podría haber permitido que un lugar tan majestuoso como aquel terminara reducido a aquel montón de pedazos. Agarró una buena cantidad de escombros con su pala, y casi sin poder levantarla, dejo caer su contenido en una carretilla que era manejada por Stefano.
Cuando la carretilla estuvo llena, Stefano se marchó sin decir ni una palabra. Rose pensó para sus adentros que su actitud era tan lamentable como positiva. Sí él ya no le hablaba, sería mejor para ella, y mucho más sencillo mantenerlo alejado. Pero de cierta manera, le dolía la situación. Su cabeza se había transformado en un nido de ideas descabelladas y teorías infinitas. Una parte de su cerebro, la parte irracional, extrañaba a Stefano.
—Te noto callada—le dijo Simone en forma de saludo mientras se acercaba a ella—. ¿Está todo bien?
—Sí, es sólo que recoger escombros se lleva mi buena energía—le sonrió en respuesta, aunque no tenía fuerzas para hacerlo y la sonrisa terminó pareciendo una mueca de asco—. ¿No hay nuevas noticias en la comisaría?
—Nada nuevo desde Lauren—negó con expresión sombría—. Mi tío dice que lo más probable es que esté asustado. Fue muy descuidado asesinando a Lauren en un lugar con tanta gente cerca.
—¿Y si en realidad no quiso matarla?
—¿De qué hablas?
—Últimamente he conocido el cargo de conciencia en varias personas—comenzó a explicar en tono bajo—. Se cierran, se alejan, al igual que el asesino. La culpa no los deja proseguir.
—Mi tío dice que Lauren no encajaba con el perfil de las anteriores víctimas. Todas eran mayores de treinta, pero no excedían los cuarenta y dos. Hubieron cuatro víctimas femeninas y seis masculinas, al menos de los que han sido encontrados. A demás, las heridas de Lauren fueron descuidadas, como si hubiese tenido prisa por terminar su trabajo. El resto de las víctimas fueron dormidos y despedazados mientras se encontraban inconscientes.
—¿Y si no es el mismo asesino?
—No podemos adelantarnos.
Las cosas no hacían más que volverse confusas y enredarse en sus mentes. ¿Por qué Lauren? ¿Qué había llevado al asesino a quitarle la vida de esa manera? Las respuestas simplemente se le escapaban entre los dedos como si de agua se tratase. Quizás Lauren estuviese en el momento y el lugar equivocados, o tal vez conocía al asesino y tras una discusión este terminó perdiendo la paciencia. Pero Rose no podía imaginar quién quisiera terminar con la vida de Lauren. Jade la odiaba, pero a pesar de todas sus niñerías, no le era posible contener en su mente la imagen de ella asesinando a una persona.
Pasado un buen rato de trabajo en el que Rose evitó hacer el mayor esfuerzo posible, ya se podía notar que todos se encontraban exhaustos. Simone dejó caer su pala llena de escombros en la carretilla conducida por Stefano y este se puso repentinamente rígido mientras miraba a todas partes con los ojos bien abiertos.
—¿Liam Chandler no estaba trabajando con nosotros?—preguntó de repente.
—Ahora mismo estaba aquí—respondió Simone encogiéndose de hombros.
—En realidad—interrumpió Rose en tono preocupado—no lo veo hace un buen rato, Simone.
Los tres compartieron una mirada de preocupación. Era increíble lo paranoicos que se habían vuelto todos en cuestión de días. Soltaron sus instrumentos de trabajo y echaron a correr en distintas direcciones para buscar a Liam. El corazón de Rose latía tan fuerte que sentía que sus costillas se romperían con cada golpe. Se podía decir que acababa de conocer a Liam, y no estaba tan segura de que le agradase, pero si algo tenía bien claro era que no dejaría que ningún estudiante volviese a morir entre sus brazos.
Stefano lanzó un grito. Había encontrado a Liam. Rose pudo ver a lo lejos como Simone también se acercaba, y aunque parecía sereno, la rubia supo de inmediato que estaba tan asustado como ella. Mientras más se acercaban, más le temblaban las piernas a la chica. Stefano estaba agachado en el suelo detrás de una pequeña montaña de escombros, y poco a poco Rose pudo distinguir un bulto acostado en la hierba. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero algo en la mirada de Stefano la tranquilizó. Liam estaba vivo.
El rostro del chico se encontraba cubiertos de sangre y tenía algunos cabellos negros pegados a la frente. Era una visión espantosa, pero al menos continuaba respirando. Pasaron al menos dos minutos intentando despertarlo y, cuando finalmente abrió los oscuros ojos, lo ayudaron a sentarse con cuidado.
—¿Qué sucedió? —chilló Rose con preocupación—. ¿Quién te hizo esto?
—Me estaba haciendo pis—comenzó a explicar Liam con una mueca de dolor cada vez que una palabra abandonaba su boca—, así que vine aquí. Uno de esos matones de Jade me encontró y comenzó a golpearme. Muy pronto llegaron dos más de sus amiguitos.
—¿Quién fue el que comenzó?—algo en el tono de voz de Stefano sorprendió a todos. Estaba realmente enfadado.
—Dario Mavick—Liam parecía asustado de mencionar aquel nombre—, el capitán del equipo de básquet.
—¿Acaso podrían ser más clichés?—bufó Simone con evidente fastidio.
—¡Me van a escuchar!—gruñó Stefano.
—¡Claro que no!—intervino Rose dando un salto para sujetar el brazo de Stefano, el cual estaba a punto de salir corriendo—. No hay que seguir incentivando su violencia, Stefano. Más tarde hablaremos con Gorgola.
Algo en el rostro del chico se había vuelto animal. Había salvajismo en su mirada, rabia en sus manos apretadas. Algo le decía a Rose que se lo había tomado personal. Si Jade estaba realmente detrás de todas las barbaridades que se hacían en el Internado, Stefano debía de estar a punto de explotar. Se zafó del agarre de Rose como si su tacto lo quemase, y retrocedió como una gacela herida. Uno siempre puede reconocer la pureza de una persona a través de su mirada. La mirada nunca miente, por más que intentes engañar al mundo.
—Iré a por algo para limpiarle la cara—anunció finalmente y se marchó dando grandes pasos.
Rose se cubrió el rostro con ambas manos en gesto de frustración. Odiaba aquel lugar y nunca se casaría de decirlo. Tomó aire, y al retirar sus manos, se dio cuenta de que Liam se encontraba mucho peor a cada segundo. Ahora su cara no tenía rastro de las facciones verdaderas. Era como si un montón de tumores malignos se hubiesen apoderado de su rostro hasta deformarlo por completo. La sangre que le salía por la nariz y varios cortes había empapado su camiseta blanca de trabajo, y ahora esta parecía sacada de una escena de Viernes 13. Rose estaba realmente preocupada.
—Gorgola no hará nada al respecto—le dijo Simone sin apartar la vista del chico—. Lo sabes, ¿verdad?
Rose lo miró. Simone también estaba claramente afectado. Casi parecía que rompería a llorar por todas aquellas lágrimas acumuladas en sus ojos, pero no eran las típicas lágrimas de dolar o de sufrimiento. Eran lágrimas de impotencia al no poder hacer nada.
—Una parte de mí no pierde la esperanza—respondió ella con calma.
—Chicos, estoy bien—comenzó a decir Liam con un raro nuevo acento provocado por la hinchazón de su boca—. De igual forma, muchas gracias. Nadie se había preocupado tanto por mí en todo este tiempo.
—Nos diste un buen susto, Liam—Rose soltó un largo suspiro—. La gente como nosotros debe moverse en manada.
Liam se intentó poner de pie, pero al sentir tanto mareo, Simone terminó por ayudarlo. Cada movimiento que hacía el chico, lograba que Rose se sintiese nerviosa. Era como si con cada paso que daba él alguna parte de su cuerpo pudiese desprenderse o romperse. Comenzó a patear las piedras con rabia, y no lo podían culpar por ello. Liam parecía un chico sensible, pero incluso los chicos sensibles llegaban a sentir rabia hacia otras personas.
Continuó pateando las piedras que se encontraban en la montaña de escombros. Cada patada era más fuerte que la anterior. Había odio allí en donde pisaba, pero, de repente, Liam dio un salto hacia atrás con los ojos desorbitados y casi cae al suelo. Simone y Rose lo sujetaron con fuerza por los brazos, y entonces él alzó una temblorosa mano y apuntó hacia un punto indefinido del montón de escombros.
—¿Es eso una mano?—preguntó con voz temblorosa.
Rose no distinguía nada, por lo que dejaron a Liam estabilizado junto a ellos y se acercaron a los escombros.
Efectivamente allí había una mano. Sobresalía por encima de las piedras y el polvo, con las uñas cortas y sucias. Sus dedos eran gruesos y descuidados, por lo que pudieron adivinar que se trataba de un hombre. Rose no podía a penas respirar, pero de inmediato Simone comenzó a quitar las piedras. Rose pestañeo con asombro, pero supo que debía ayudarlo. Quitaron las piedras una a una, e incluso cuando Liam suplicó por ayudarlos, ellos se negaron a que el chico realizara algún trabajo pesado.
Una fuerte exclamación se escuchó a sus espaldas. Allí se encontraba Stefano de pie, contemplando con horror lo que sus compañeros acababan de desenterrar. Era el cadáver de un hombre grande y delgado. Sus rasgos faciales no eran fáciles de distinguir, pero si se podía notar pequeños mechones de pelo rojizo que asomaban escasamente por algunos lugares de su cabeza. Estaba evidentemente hinchado, indicando que llevaba varios días descomponiéndose. Era la peor escena que Rose había tenido el desagradable honor de contemplar.
—¿El asesino estuvo aquí?—preguntó Stefano a Rose con una sacudida de temor.
—Algo me dice que, en realidad, nunca se ha ido.
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