6- Melifluo
Paso a paso, la melodía se iba intensificando. El dulce sonido del violín atrajo a Rose como un imán. Recordó cuando Sofía le contó que Kate tocaba ese instrumento y formaba parte de la banda del Internado, por lo cual decidió seguir el sonido. No reconocía la pieza que estaba siendo tocada, pero sonaba tan hermoso que le hubiese quitado el aliento a cualquiera. Recordó a la señorita Trainor mencionar la palabra “melifluo” para referirse a un sonido dulce y melodioso y, para Rose, aquel era el sonido que le venía a la mente con tan solo pensar en aquella palabra. Alzó la vista, sintiéndose repentinamente observada, y allí pudo ver a Stefano. Estaba algo lejos, charlando con algunos de sus amigos cerca de un árbol seco en el patio. Verlo allí con aquel sonido de fondo, logró que la piel se le pusiese de gallina. Pero no tenía tiempo para él ni para pensarlo, por lo cual apresuró el paso dejándolo incluso más distante. Había algo en la forma en que Stefano la miraba que la hacía sentir pequeña.
Cerca de la laguna del patio se encontraba una chica tocando el violín. Tenía los cabellos rubios y lacios cayendo en cascada por sus hombros. Sus facciones eran tan finas y delicadas que le recordaron a Rose aquellas mujeres de los cuadros antiguos que posaban muy tiesas con sus sombreros de plumas rosas y blancas. Era muy bonita, y ni siquiera la arruga que se formaba en su frente producto a su concentración lograba quitarle aquello. La precisión con la que tocaba aquel instrumento era poética, e incluso Rose, que no sabía nada de música, podía darse cuenta. La música terminó con una sacudida letal, y la rubia dejó caer los brazos al lado del cuerpo con evidente agotamiento. Rose aplaudió con euforia y la chica la observó con sorpresa. No la había visto llegar y algo en su azul mirada le dejó claro a Rose que su presencia no era bien vista.
—Eso fue muy bonito—aceptó Rose sin poder evitarlo.
—Gracias—respondió secamente la chica mientras comenzaba a guardar el violín en su estuche.
—¿Eres Kate Morris?—decidió preguntarle ganándose una mirada de exterminio.
—Sí, y tú eres Rose Lewis—escupió con desagrado—, la chica que encontró el cadáver de Lauren.
Aquella reacción no había sido la que Rose hubiese esperado. Sofía le había advertido que Kate era una chica complicada de tratar, pero nunca esperó que se tratase de aquello. Había tanta superioridad en la mente de aquella cabeza rubia que era difícil comprenderla. Kate se puso de pie con un ágil movimiento y comenzó a caminar como si Rose no le estuviese hablando. Ya algo molesta, la agarró por el brazo y la atrajo hacia ella.
—No te robaré mucho tiempo—dijo con voz suplicante—. Sólo quiero saber lo que viste.
—Ya le dije todo a la policía, no tengo más que hablar.
—Por favor, Kate—el tono de Rose se volvía cada vez más serio—. Una chica de este Internado ha muerto. Debemos saber la verdad.
—Deja de jugar a los detectives, Rose—replicó con los azules ojos cargados de rabia—. No encontrarás nada bueno.
El carraspeo que se sintió detrás de ellas las dejó ha ambas heladas. Fue un sonido chirriante, malicioso, y solamente podía proceder de una persona: Jade. Al darse la vuelta, Rose pudo verla. En su rostro se encontraba aquella mezcla de desprecio y desagrado que tanto desconcertaban a la rubia.
—¿Te está molestando la rarita, Kate?—escupió con asco.
—Está bien, Jade—Kate pareció nerviosa ante las castaña—. Rose ya se iba.
Jade dio un paso al frente, quedando tan cerca de Rose que su aliento caliente golpeaba su rostro.
—Aléjate de mis amigos—advirtió con furia—. ¿Te queda claro?
—¿Te sientes amenazada por mi presencia?
—Tú y tu presencia lo único que me provocan son nauseas—rió con fingida euforia—. No deberías estar aquí. No perteneces aquí.
—En eso estamos de acuerdo.
Tras una última mirada de desprecio y maldad, Jade y Kate se alejaron caminando a través del patio, dejando a Rose allí parada. No entendía a las personas como ellas, y esperaba nunca entenderlas. Su padre solía decir que, para entender a una mala persona, hay que ser una mala persona. No se veía a sí misma utilizando aquellas minifaldas de felpa o con exceso de brillo labial rosa a las diez de la mañana solamente para impresionar a los chicos estúpidos. Pero había algo en Kate, en la forma en la que actuaba, que le hacía pensar que sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a contar. Y luego, aquella actitud protectora de Jade, le había dejado más que claro que algo grande estaban escondiendo. Las gatas sacan las garras cuando se sienten amenazadas. Lo mismo sucedía con las mujeres.
Dio un paso al frente, sintiendo que la derrota la consumía, y una mano se enroscó en su muñeca haciéndola retroceder. Stefano se veía preocupado, algo indispuesto y nervioso. Rose logró zafarse del agarre más fácilmente de lo que hubiese imaginado, entonces comprendió que, en realidad, Stefano no estaba ejerciendo ninguna fuerza sobre ella. Su olor era fuerte y envolvente, el típico olor que obtienen los fumadores con el tiempo. Pero el olor de Stefano era agradable, una mezcla de colonia para después de afeitarse, chicle de menta y cigarrillos baratos. Rose odiaba a los fumadores, pero el chico frente a ella no parecía uno en absoluto.
—¿Sucedió algo con Jade y Kate?—su voz reflejaba genuina preocupación.
—Tu novia me acaba de dejar bien claro que me aleje de ti—respondió ella mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
—¿Te dijo eso?
—No exactamente con esas palabras, pero sí.
—¿Y tú quieres alejarte?
Una oleada de calor invadió a Rose y dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo con nerviosismo. No encontraba las palabras correctas para responder aquella pregunta. ¿Quería alejarse? Ni siquiera era cercana a él. Le daba igual si se iba o se quedaba. Lo conocía bastante poco y no le agradaba del todo, pero de igual manera sintió una presión extraña en el pecho cuando aquella pregunta abandonó sus delgados labios. Se dijo a sí misma que era normal. Stefano era un chico muy guapo, y aunque Rose fuese bastante diferente a las chicas que se dejaban guiar por las apariencias, seguía siendo humana y las necesidades naturales continuaban asechando como leones hambrientos.
—Tengo un regalo para ti—dijo Stefano rompiendo el silencio con una sonrisa—, pero debes cerrar los ojos.
—Creo que a Jade no le va a gustar eso—replicó alzando una de sus pobladas cejas—. ¿No te parece?
—Jade no toma cada decisión en mi vida—sonó irritado a más no poder—. Además, no se puede molestar por hacerle un regalo a una amiga.
Si Stefano no hubiese sido tan encantador, Rose lo hubiese mandado al demonio hacía ya mucho tiempo, pero se moría de ganas por saber de qué se trataba aquello. No le temía a Jade, en mayor parte porque muy en el fondo era completamente consciente de que sus sentimientos hacia Stefano simplemente no existían. Jade estaba celosa de una pared de humo que se extendía directamente hacia la nada dando vueltas. Rose tenía claro lo que sentía y por quien lo sentía, pero uno nunca puede controlar lo que sienten otros ni cómo lo sienten.
—Está bien—terminó aceptando—, pero que sea rápido.
Cerró los ojos y pudo sentir como Stefano deslizaba sus cabellos hacia un lado. Cuando los dedos del chico rozaron su cuello, una descarga eléctrica la recorrió de pies a cabeza. El cuello era un lugar sensible en el cuerpo de una adolescente. Algo se deslizó junto a los dedos de Stefano, cayendo fríamente hasta su pecho. Al abrir los ojos pudo ver que llevaba puesto aquel collar que se pasó la noche entera mirando en la feria del pueblo. Era plateado y un hermoso dije en forma de mariposa lo adornaba. La mariposa estaba compuesta por pequeñas perlitas de color rojo como la sangre y tan brillantes como una puesta de sol. Rose se quedó sin aliento mientras la observaba. No podía creer que él lo hubiese recordado, o que tan siquiera se hubiese dado cuenta de que era justamente ese el collar que más le había gustado. Alzó la vista hacia el castaño y pudo ver que se encontraba algo impaciente por una respuesta.
—Es precioso, Stefano—no pudo evitar la emoción que se reflejó en sus palabras—. Muchas gracias.
—Lo compré para ti aquel día en la feria—comenzó a explicar él—. No dejabas de mirarlo y no pude resistirme.
—Ni siquiera sé que decirte.
—Entonces no digas nada.
En la clase de Literatura, Rose se sentó en la última fila como ya era costumbre. Tenía la mente ocupada y una preocupación irracional se había apoderado de ella. No sabía con seguridad el porqué de aquel regalo ni las intenciones ocultas que pudiese tener detrás. No quería problemas por culpa de un collar, sin importar lo bonito que fuera. El salón estaba casi lleno, teniendo en cuanta que los alumnos todavía no terminaban de llegar. La señorita Trainor se encontraba frente a todos, mirando hacia los lados y comprobando a los que ya se encontraban sentados en sus sillas. Aquel día la mujer se veía atareada, como si estuviese contando los minutos por salir de allí. Rose no la culpaba, en su lugar ella estuviese haciendo exactamente lo mismo.
La silla junto a ella se echó hacia atrás y Simone tomó asiento con una sonrisa. Era agradable verlo. Su rostro familiar y su calidez eran elementos necesarios para que su día se alegrase. Tener un amigo como Simone hacía que cada momento en aquel Internado pareciera un poco menos deprimente.
—¿Todo bien?—dijo en forma de saludo mientras se acomodaba el mal abotonado uniforme.
—Claro—asintió ella sin mucho ánimo—. ¿Y tú?
—También—la vista de Simone fue directamente hacia el collar que descansaba en el cuello de la rubia—. Bonito collar. ¿Es nuevo?
—Fue un regalo.
Tras aquella incómoda conversación, la señorita Trainor comenzó la clase. Agarró con sus dedos de uñas rojas la tiza y comenzó a escribir en el pizarrón con su impecable caligrafía refinada. Ya llevaban dos días hablando sobre la obra "El retrato Oval", y Rose comenzaba a aburrirse. Se había leído todo el contenido del curso desde que aprendió a leer hasta el momento. Estaba adelantada en muchos sentidos, y eso la hacía perder el interés por las clases. La literatura era un misterio para ella, uno que dudaba que pudiese resolver en tan poca vida. Si le gustaba mucho un libro, lo leía hasta el cansancio, entonces lo odiaba. Pero luego de un tiempo volvía a leerlo y se enamoraba nuevamente. Era como una relación tóxica y sin sentido.
Antes de darse cuenta, ya todos volvían a salir a tropel por los pasillos, de regreso a los lugares de donde habían llegado. Hablar de Poe y sus cuentos la ponían nerviosa. Había una magia en lo oscuro que atraía la pureza de los corazones. No existía ser noble sobre la Tierra que no tuviese cierta fascinación negada hacia lo tenebroso y sombrío. Así pasaba con Poe, era un gusto culposo del que Rose no se sentía orgullosa, pero que tampoco ocultaba.
Así distraída como estaba, no pudo defenderse en el momento en el cual Simone pasó corriendo junto a ella y la arrastró consigo por todo el extenso pasillo. Parecían locos ante los ojos del resto, pero en cuanto Rose se relajó y se dejó llevar, se dio cuenta de lo mucho que se estaba divirtiendo. En aquel mundo en blanco y negro, ellos eran rojo vivo. Pronto se sintieron agitados, pero no dejaron de reír como niños pequeños. Por ese momento las preocupaciones habían quedado atrás, acompañadas de los miedos y las inseguridades que la habían atormentado desde su primer día en Italia.
Simone jaló más de ella, hasta que ambos entraron en la sala de mantenimiento. El lugar parecía más bien un armario, con una luz amarilla chillona sobre sus cabezas. El espacio era tan reducido que quedaron apretados el uno frente al otro. Todavía reían, como si estuviesen llevando a cabo la más disparatada de las bromas. El aliento de ambos, agitado y frío, chocaba en el aire formando nubes. Había un frío tremendo en aquel lugar, pero no podría haberles importado menos.
Cuando se calmaron las risas, el silencio volvió a invadirlos. Necesitaban recuperar el aliento después haber corrido tanto. La mano de Simone recorrió la mejilla derecha de Rose al tiempo que alejaba un mechón de pelo rubio que se había pegado en ella por el sudor frío. Rose no retrocedió, ni siquiera se sintió molesta. Fue un gesto simple, bonito y definitivamente reconfortante. Aquellos ojos amigos no paraban de darle fuerzas, de jurarle que todo sería mejor al día siguiente.
—Esta noche habrá una fiesta en los viejos establos—comenzó a decir Simone con voz cansada—. Sé que has pasado por mucho en los últimos días, y que lo último que quieres es algo así, pero te pido que lo pienses. Puede ser una buena distracción.
—¿De quién es la fiesta?
—Es un club bastante selecto, pero me han invitado en esta ocasión—parecía orgulloso de sí mismo—. Creo que finalmente me estoy volviendo popular.
—No pensé que te gustase la popularidad—hizo una mueca de desagrado con la boca.
—Y no me gusta, pero me han contado que la comida en esas fiestas es legendaria—una sonrisa cargada de picardía se formó en sus labios—. Entonces, ¿vienes conmigo?
Rose puso los ojos en blanco. No podía creer el poder de convencimiento que podía llegar a tener ese chico. Pero en el fondo tenía razón. Necesitaba distraerse, sentirse como una adolescente una vez más.
—Iré contigo.
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