4- La cita secreta
El agua que caía de la ducha no terminaba de calentarse bien. Sofía le había dicho que alguien debía de arreglar aquella avería, pero nadie había dado señales de querer reparar absolutamente nada. Desde que había llegado del Café, Rose solo podía pensar en acostarse. Aquella agua tibia la estaba ayudando más de lo pensado con los dolores del cuerpo, pero no superaba el asco que le ocasionaba cada centímetro de aquel diminuto baño. Tenía la sensación de estar tomando una ducha en un baño público bajo la atenta mirada de millones de personas. Agarró su pijama negro y se lo puso, para luego salir. Aquella sensación de descansar después de un largo día era algo que no se podía comparar con ningún placer millonario. Se acostó en su cama y se tapó con sus mantas hasta quedar casi inmovilizada. Estiró la mano y tomó su libro de la mesilla de noche para continuar su lectura. Si allí afuera había un asesino en serie suelto, a ella podría haberle importado menos. Estaba a punto de darse por vencida y declarar oficialmente que odiaba aquel Internado pretencioso. Su mejor refugio se encontraba entre sus manos, algo desgastado, pero de igual forma perfecto. Ya había llegado a la última página. Era un relato de pocas páginas, pero a Rose le gustaba tomarse su tiempo leyendo y fantaseando con ser Parker Pyne.
La puerta se abrió de golpe y Sofía entró en la habitación como un rayo. Los adolescentes eran dramáticos por naturaleza. Siempre tenían algo de lo que quejarse o que debatir. Luego crecían y al recordar sus ataques se sentían estúpidos, o sus recuerdos confusos los llevaban a pensar que habían tenido la peor de las adolescencias traumadas. Sofía se dejó caer en su cama, se puso un cojín con forma de rana en el rostro, y luego comenzó a gritar y jadear. Rose no sabía cómo reaccionar, nunca había sido buena dando ánimos o palabras alentadoras. Sentía que cuando una persona estaba en ese estado (y lo estaba porque algo iba realmente mal y no por el hecho de querer llamar la atención), lo último que querría sería que la atosigaran con palabras positivas y llenas de mensajes bonitos.
-¿Te encuentras bien? -se atrevió a preguntar finalmente.
-Se me olvida que ya no es solamente mi habitación-respondió Sofía mientras retiraba el cojín verde de su rostro. Tenía los ojos bastante irritados y se secaba las lágrimas con las mangas de su blusa amarilla-. Lo siento. He recibido una llamada de mi madre.
-¿Sucedió algo malo?
-Lo malo es que mi madre me llame-puso los oscuros ojos en blanco-. Lo único que sabe hacer es criticarme.
-Lo siento, Sofía-Rose sabía perfectamente cómo se sentía tener una madre sin consciencia.
-No lo sientas, no es tu culpa-se volvió a secar las lágrimas con una sonrisa triste-. Ni siquiera sé por qué lloro. Es mundialmente conocido que las lágrimas no sanan corazones rotos.
-Pero al menos los calman-sonrió Rose.
Sofía se puso de pie, y con paso torpe se abrió camino hasta la cama de su amiga. Rose se hizo a un lado para darle espacio a la castaña y esta se acurrucó como un cachorro triste hasta quedarse dormida. Sofía le recordaba a Rose a uno de esos animales heridos que puedes encontrar en la calle: aunque se veían felices, cuando intentas acercarte huyen o atacan. La familia solía hacer eso, nos rompía irreparablemente, nos volvía polvo, y luego nos pedía que renaciéramos de entre los escombros. Rose se sentía incapaz de perdonar a sus padres por lo que habían hecho con ella, así que podía entender a Sofía. Cada persona lleva una guerra interna que debe combatir cada día, pero no todo el mundo sale ileso, o vivo.
Rose no supo que se había quedado dormida hasta que alguien las despertó. Los frenéticos toques en la puerta se volvían más fuertes por momentos, haciendo que ambas se pusieran de pie de un brinco. Rose abrió la puerta y con algo de espanto y curiosidad observó a la visitante entusiasta que las había sacado de su comodidad. Allí estaba aquella chica que había defendido en el gimnasio, por la cual le había plantado cara a Jade. La castaña entró rápidamente en la habitación con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Los azules ojos le brillaban como un cielo de verano. Rose supuso que así se veía la felicidad autentica. Algo en ella le recordó a Audrey Hepburn, con su delgada figura, cabellos recogidos y pasión secreta en la mirada. Era muy hermosa, y esa noche en especial se encontraba muy arreglada.
-¡Sofía!-exclamó en tono de regaño-. ¿Aún no están listas? El autobús saldrá en media hora.
-¿Qué autobús?-preguntó Rose.
-El que nos va a llevar a las fiestas del pueblo-respondió Sofía mientras se pasaba las manos por el rostro con irritación-. Llevan semanas planeándolo todo. Lo olvidé por completo-miró hacia Rose para luego señalar a la recién llegada-. Ella es Lauren Jones. Creo que ya se conocían, aunque no formalmente.
-Ella me defendió-había algo de emoción oculta en las palabras de Lauren-. Muchas gracias.
-No fue nada-sonrió la rubia-. Mi nombre es Rose Marie Lewis, por cierto.
-Es todo un gusto-se volvió a dar la vuelta en dirección a Sofía con gesto severo-. ¿No van a ir?
-¿Irá toda la escuela?-Rose parecía interesada.
-Solo los de último año tenemos permiso-respondió con una mueca-. El Director Gorgola será nuestro chaperón.
-Pues claro que iremos.
Rose estaba encantada con aquella noticia. No podía esperar para continuar charlando con Simone sobre el asesino. Todos sabían sobre él en el Internado y en el pueblo, todos excepto ella. Se comenzaron a arreglar lo más rápido posible con ayuda de Lauren. Rose no había empacado mucha ropa festiva, o que al menos lo pareciese, por lo cual tuvo que improvisar bastante con unos vaqueros de mezclilla clara y una fina blusa de color rojo vino que parecía la parte superior de un pijama. Se terminó de poner sus botas negras, agarró un suéter por si bajaba la temperatura, y se dejó los cortos cabellos rubios sueltos. Sofía, por su parte, se veía impecable. Se había maquillado de forma sutil, tanto que ni siquiera parecía haberlo hecho. Llevaba puesto un vestido rosado que le llegaba hasta la mitad del muslo y unas zapatillas blancas que relucían. Eran muy diferentes, y eso saltaba mucho a la vista. En muy poco tiempo, las tres chicas se encontraban caminando rumbo a la entrada del Internado. Los pasillos parecían más revueltos que nunca. Todos los alumnos querían ver como los de último año salían a divertirse. No les quedaba otro remedio que imaginar que algún día esos serían ellos.
Se subieron al autobús y este cerró sus puertas. En los asientos traseros Rose pudo ver a Stefano, y sentada sobre sus piernas, se encontraba Jade. Una punzada de asco se encajó en el estómago de la rubia y terminó sentándose junto a un chico de cabellos negros despeinados que ella había visto antes en los pasillos. El autobús se puso en marcha pero unos segundos después paró en seco haciendo que los cuerpos de todos fuesen hacia delante. Las puertas se volvieron a abrir y Rose pudo ver a Simone entrando mientras le pedía disculpas al Director Gorgola y al conductor. Muy pronto el chico se encontraba sentado, y volvieron a ponerse en marcha, pero esta vez no se detuvieron hasta llegar al pueblo.
Aquel lugar no se parecía en absoluto al lugar en el cual Rose había estado esa mañana. La fiesta se estaba llevando a cabo en un espacioso parque situado junto al extenso bosque que separaba al pueblo del territorio del Internado de la Concepción. Incluso los árboles habían sido adornados con luces de colores. Puestos de comida se amontonaban en el espacio como un pequeño sarpullido y junto a ellos, brillantes atracciones con niños y adultos riendo a carcajadas. Era como si aquel autobús los hubiese llevado a una versión mejorada de Villa Lorenzo, una versión donde todos eran felices y no había un asesino rondando la zona. Ese era un tema que no terminaba de lograr que Rose se relajara. Lauren le había suplicado que olvidase el tema, que todo estaría bien, que tenían vigilancia por todas partes, pero eso no la tranquilizaba. ¿Cuán segura podría estar una persona cuando la muerte iba tocando su puerta?
-Todo se ve genial-exclamó Lauren con el rostro iluminado de felicidad.
-¿Qué es lo que se celebra?-quiso saber Rose.
-No tengo idea-respondió Sofía con una carcajada tonta-. Creo que es algo relacionado con los fundadores.
-¿Tienen alguna cita para hoy?-Lauren alzo sus cejas con aire de confidencialidad.
-Realmente no-protestó Sofía y la sonrisa se le borró del rostro-. Esto de los chicos se me da fatal. ¿Tú verás a alguien?
-Pues sí-Lauren pegó un saltito emocionada-. He estado esperando este momento toda la semana.
-¿Se puede saber quién es el afortunado?
-Es un secreto, al menos por ahora-había algo en la forma en la que Lauren hablaba que le recordaba demasiado a los diálogos de esas películas románticas que tanto le gustaban a su madre. En ellas el amor era el centro de todo, y algo le decía que para Lauren, en aquel instante, también lo era-. Ya debo irme-informó mirando su reloj-. Deséenme suerte.
Antes de que alguna pudiese desearle nada, Lauren salió disparada lejos de ellas. Rose y Sofía se miraron y no pudieron evitar echarse a reír. Rose encontraba un extraño placer en reírse de las historias trágicas de amores imposibles, ese placer que solamente puede encontrar una persona a la que no le han roto el corazón, o que nunca se ha enamorado realmente. Incluso cuando sentía que algo extraño sucedía en esa relación de Lauren, una parte de ella quería ver hasta dónde podía llegar el caos. Tal vez era cruel, pero ella se quitaba peso diciendo que era solamente curiosa.
-Eso fue muy raro-Sofía continuaba riendo como una niña pequeña.
-Ni que lo digas-negó Rose con la risa clavada en la garganta.
-Tengo algo de hambre-anunció la castaña-. ¿Quieres algo de comer?
-No, gracias-Rose rechazó la oferta al sentir el estómago algo revuelto-. Por ahora estoy bien.
-Yo iré a por algo rico, no soporto más la comida sosa del Internado-avisó Sofía con una sonrisa amigable-. Nos vemos en un rato.
Tal y como había visto partir a Lauren, había llegado el turno de ver partir a Sofía. Se sentía inquieta al quedarse sola en un lugar así, por lo que decidió caminar un poco, teniendo siempre cuidado de no salir del radar de los profesores encargados o de la compañía del resto de los estudiantes. Por muy feliz que se viese Villa Lorenzo aquella noche, Rose sabía que escondía un secreto oscuro y descabellado, un secreto que nadie parecía descifrar, una tarea digna del mismísimo Hercules Poirot. Por más puestos de venta que veía, ninguno lograba robar su atención, hasta que se vio encantada con uno de ellos. Se acercó poco a poco y una mujer de cabellos rubios le sonrió desde el interior. Habían muchos collares en exposición, tan hermosos y diversos que le sería imposible escoger un favorito.
-Me alegra ver que te encuentras mejor.
La voz detrás de ella la hizo pegar un brinco. Se dio la vuelta y quedó frente a frente con Stefano. Él parecía divertido, como si la reacción de la chica le hubiese causado satisfacción. Iba muy bien peinado, aunque su chaqueta negra y sus pantalones rotos le quitaban elegancia. Rose sintió unas ganas terribles de golpearle el rostro, pero tuvo que contener el impulso.
-Se podría decir que sí-respondió con los dientes algo apretados-. Ha sido un día bastante intenso.
-Pensé que te dejarían descansar un poco más-la preocupación en la voz de Stefano se sintió tan autentica que Rose tuvo que perdonarlo internamente por ser novio de aquella estirada-. A veces es como si se les olvidase que también somos humanos.
-Mira el lado positivo, nos han sacado a pasear.
-Al parecer ahora somos mascotas.
Ambos soltaron una pequeña risa. Definitivamente no podía pasar mucho tiempo enojada con él, aunque ni siquiera comprendía por qué se había enfadado tanto. Stefano estaba con Jade, pero eso no lo convertía en ella, ¿o sí? El caso era que no lo comprendía, y eso le disgustaba. Necesitaba saberlo todo sobre todo, mantener el orden de las cosas, y Stefano cambiaba todas esas normas. No comprendía como alguien agradable podría estar con alguien tan desagradable, o tener amigos tan odiosos. Se quedaron observando los collares. El trabajo con las figuras de los colgantes era impecable. Había en ellos tantos detalles curiosos que no cabía duda alguna que habían sido creados por una persona de extremo talento.
-Son muy bonitos-dijo Rose con algo de reto en sus palabras-. Creo que deberías comprarle uno a Jade.
-Y yo creo que tú lo mereces más que ella-Stefano rió por lo bajo-. Se ha portado terriblemente mal esta semana. Además, Jade no valora las cosas pequeñas a menos que sean de diamantes.
-¿Crees que yo si lo hago?
-Llevas un buen rato observando estos collares artesanales como si fuesen el más increíble tesoro.
-Porque lo son-replicó ella abriendo mucho los ojos-. Me gusta pensar que cada cosa creada con las manos tiene una pequeña parte del alma de su fabricante.
Rose estaba tan segura de sus palabras y tan sumida en ellas que no se había dado cuenta de que Stefano la observaba atentamente. No la observaba con aburrimiento, o como la observaban las personas que la creían loca cuando hablaba sobre las cosas que amaba con intensidad. Stefano la observaba con admiración, con comprensión, y aquello logró sonrojarla por completo. Se quedó de repente muda y decidió perderse en aquellos ojos un momento más. La presencia de alguien nuevo la hizo volver a la Tierra. Allí estaba Simone, con aquella alegre sonrisa que siempre llevaba y un brillo único en la mirada. Le devolvió la sonrisa aún con las mejillas sonrojadas, después de todo, él había sido la causa de que ella hubiese decidido ir a aquella fiesta.
-Hola, Rose-la saludó con alegría-. ¿Todo bien?
-¡Hola!-sintió vergüenza al sonar tan feliz-. No pensé que vendrías.
-Pues aquí estoy.
-Yo ya me iba-informó Stefano en tono incómodo.
Y entonces Rose vio como Stefano se alejaba. Ese día todos la dejaban, pero al menos ahora no estaba sola. Miró como se iba el castaño, desapareciendo entre la multitud con su pose desgarbada mientras se ponía un cigarrillo entre los labios.
-¿Te gustaría ir a dar una vuelta?-le ofreció Simone.
-¿Con un asesino suelto?-se alarmó la rubia mientras subía las cejas-. No, gracias.
-No seas paranoica-rió él mientras negaba divertido con la cabeza-. Comienzas a sonar como mi tío.
-Tú sí que sabes cómo hablarle a una dama-dramatizó ella en tono fingido-. Pero tienes razón, no creo que me asesinen frente a una multitud de personas.
Se pusieron en marcha, uno junto al otro, tan cerca que una ola de nervios empapó parcialmente a Rose. Siempre había sido torpe con los chicos, incluso cuando ninguno le había interesado realmente nunca. Era una noche bonita, incluso cuando no había casi estrellas en el cielo. Una nube grisácea cubría casi por completo a la luna, dándole un aspecto espectral muy romántico. Aquel sería el ambiente perfecto para la escena de un libro de Shakespeare. Las luces de colores se reflejaban de forma divertida en el rostro de Simone, dándole un aspecto más aniñado y adorable.
-Te ves hermosa-dijo Simone rompiendo el silencio.
-Lo sé-respondió Rose con una sonrisa triunfal.
-Tu humildad resulta cautivadora.
-Tú también te ves bien.
-Lo sé-se encogió de hombros con fingida inocencia.
-No puedes copiar mis respuestas-se quejó ella divertida.
-¿Entonces no te resulto cautivador?
-Comienzas a resultarme irritante.
Se echaron a reír. Hacía mucho tiempo que Rose no reía con tantas ganas. Sentía que le dolían las mejillas, e incluso cuando la broma ya no resultaba graciosa, seguían riendo. Se detuvieron un momento y sus miradas se encontraron. El corazón de Rose se aceleró un poco, ella quiso pensar que se debía a la reciente ronda de risas, pero en el fondo sabía que no se trataba de eso. Allí había algo, incluso cuando lo acababa de conocer. No hablaba de amor, para nada, pero un chico apuesto siempre lograba sacar lo menos sensato hasta de la chica más sensata. Simone dio un paso al frente e intentó agarrarla de la mano, pero Rose no pudo evitar retroceder impactada. ¿Qué era aquello? Comenzaba a sentirse estúpida.
-Lo siento-se disculpó, para luego echar a correr.
Su actitud había sido tan infantil y tan poco común en ella que no se reconoció a sí misma. Después de todo, ¿a qué le temía realmente? Cuando sintió que se encontraba ya lo suficientemente lejos, dejó de correr. Sentía la respiración agitada y las piernas incluso más adoloridas de lo que ya lo habían estado. Había sido una tontería, pero una parte de ella no se arrepentía de haberse ido. A lo lejos, junto a un puesto de palomitas, Rose distinguió a Sofía. No pudo contener la emoción y caminó hacia ella con una alegre sonrisa en el rostro. Sofía, por otra parte, se veía aburrida, solitaria.
-¡Me acaba de suceder la cosa más maravillosa!-exclamó eufórica mientras intentaba recuperar el aliento.
-¿Viste un unicornio?-alzó la ceja la castaña en forma de broma.
-No, pero para mí se sintió incluso mejor, por improbable que suene.
-Entonces debes contarme todo, con lujo de detalles.
-He conocido a alguien hoy, y es increíble...
Entonces se detuvo. Había conocido a alguien que la había hecho sentir maravillosamente bien, pero no sabía de quién hablaba. Había conocido a Simone y a Stefano con unas tres horas de diferencia, y los dos la habían hecho sentir cosas extrañas, aunque diferentes. Dadas las circunstancias, aquella debía de ser la menor de sus preocupaciones, pero allí estaba, intentando adivinar quién era el dueño de las nacientes mariposas. Miró a Sofía y esta la observaba con rostro confundido, tal vez igual de confundido que como se veía su rostro. Definitivamente aquel Internado había llegado a su vida como una maldición, y no hacía más que empeorar.
-¿Sabes qué?-le dijo a Sofía mientras volvía a la realidad-. Mejor te cuento todo luego. Ahora necesito ir al baño.
Dio media vuelta, sintiendo que los pies le temblaban ante el repentino inmenso peso de su cuerpo. Había comenzado a sentirse mal. Tantas emociones juntas en un solo día habían sido una terrible combinación de inevitables tragedias. Definitivamente necesitaba un baño, pero no tenía idea de dónde podría encontrar uno. Preguntarle a las personas era una idea descartada, no tenía idea de cómo preguntar por un baño en italiano. Zafó el suéter de su cintura y se lo puso con rapidez. La temperatura había bajado drásticamente en cuestión de segundos. Continuó su recorrido, y antes de darse cuenta, ya se encontraba muy cerca del bosque. Maldijo entre dientes y pateó una roca. Se sentía frustrada. Se puso nuevamente en marcha, pero al dar el primer paso, un grito ensordecedor invadió sus oídos. El grito provenía del bosque, e incluso cuando sabía que era una locura, no lo pensó dos veces y echó a correr en su dirección. Aquella zona se encontraba oscura, simplemente iluminada por los destellos lejanos de la fiesta. Rose sacó su celular y encendió la linterna, fue entonces cuando sus ojos se llenaron de terror. Allí estaba Lauren, tirada en el suelo, envuelta en un mar de sangre. La mano le tembló y tuvo que sujetar el celular con fuerza para que no se cayese. Se acercó con cautela, en silencio, Lauren tenía los ojos abiertos y una fina línea de sangre salía de su boca. Su vientre estaba destrozado, al igual que su estómago y su brazo izquierdo. El asesino había estado allí. Rose se agachó junto a ella y agarró su mano con un temblor involuntario, comenzó a gritar por ayuda lo más alto que pudo, la garganta llegó a dolerle.
Los azules ojos de Lauren, ahora extrañamente opacos, se movieron en dirección a la rubia y una sonrisa se formó en su ensangrentada boca.
-Supongo que mi cita será un secreto después de todo.
Fueron sus últimas palabras.
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