052
D R A C O.
Se sentía furioso, y no sabía exactamente por qué.
¿Por Enora? ¿Por el amigo de Isabella? ¿Por la pócima del sueño?
No, no sabía y ni quería saber.
Se sentó sobre el pequeño banquito de la habitación de Isabella.
Su mirada viajó sobre toda la habitación.
No era grande, tampoco pequeña. Tenía un tamaño mediano, aún así, casi no cabía nada en ella.
La cama era de un tamaño matrimonial. Al fondo tenía un escritorio y un banquito.
Simple.
Se miro el anillo promesa sobre el dedo y sonrió automáticamente.
El sol del atardecer se filtraba por la habitación.
Isabella roncaba levemente y tenía el cabello revuelto, tapándole la mitad de la cara.
Se puso en pie y camino hacia ella. Se sentó sobre la orilla de la cama y levantó la mano lentamente, acariciando el costado de la cara de Isabella y quitándole el pelo de encima.
Inhaló profundo; necesitaba impregnar su nariz de su olor. La necesitaba.
No sabía cuando comenzó a ser tan apegado a ella... No se había dado cuenta de lo mucho que le gustaba.
Tampoco sabía lo mucho que la quería.
Se inclinó y dejó un beso sobre su hombro.— He venido a visitarte.— murmuró sobre su piel.
Ella se movió un poco, y sus ojos se abrieron lentamente.
Parpadeó varias veces y se frotó los ojos, tratando de acostumbrarse a la luz.
— ¿Me he vuelto loca? — preguntó bajito —. ¿O es un sueño?
Draco le sonrió.— ¿Soy tan guapo?
Ella levantó su mano y le tocó el rostro, después lo pellizcó.
— ¡Mierda, Bell! — se quejó él, llevándose los dedos a la cara y frotando el area adolorida.
— ¡Ups! — pronunció Bella, abriendo los ojos y frunciendo los labios —. Eres real.
— Gracias por decírmelo, no me había dado cuenta.— bromeó.
Se incorporó en la cama y con un ojo cerrado, le preguntó —: ¿Qué estás haciendo aquí?
— ¿No te alegras de verme?
— Claro que sí, pero todavía no distingo los sueños de la realidad. Dame tiempo para procesarlo todo, después me tiraré a tus brazos como una niña enamorada.
Se cruzó de brazos, divertido.— Esperaré. Tómate el tiempo necesario.
Isabella ladeó la cabeza y volvió a levantar la mano, llevándola a la cara de Draco, la palmeó varias veces con toques suaves. Después pellizcó nuevamente su mejilla y tiró de ella.
— ¡Bell, deja de hacer eso!
— Dime una cosa que solamente sepamos tú y yo...— entrecerró los ojos, aún con los dedos sobre la mejilla de Draco.
Él agarró su mano suavemente y se acercó a ella, a su oreja.— Mmm — tarareó—. ¿Quieres qué te diga sobre el sonidito que haces cuando llegas al clímax? ¿O qué tal sobre esa costumbre que tienes de subirte a mi regazo cuando, según estás dormida? — colocó el dedo índice y el pulgar sobre su barbilla —. O hablemos sobre aquella vez que casi te haces pis sobre tus pantalones...
Ella se cubrió la cara.— ¡No lo digas así como así, Draco!
— ¿Qué tiene? Solamente somos tú y yo.
— Pero me da pena... — se destapó un ojo —. Además, yo también tengo cosas que decir sobre ti.
— ¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?
— Las noches que te la pasabas vomitando, eh, ¿qué te parece? O tal vez... aquella vez que te caíste cerca de la Torre Eiffel. También puedo confesar sobre esa noche que... tu amiguito no funcionó por tantas drogas. O que tu voz se vuelve aún más ronca cuando estás excitado... Uf, eso me encanta.
— Me alegra saber que tenemos tantas anécdotas que contar, Bell... pero ¿qué tal sí hablamos sobre la carta de Verona?
Bella se destapó la cara por completo.— ¿Sigues insistiendo con eso?
Él buscó en su chaqueta y sacó el pergamino.— No, no. No puedo insistir en leer algo que actualmente ya lo he leído.
Los ojos de Isabella se abrieron de sorpresa.— ¡No! — exclamó.
— ¿Entonces, me he robado tu corazón o me lo has entregado tú? ¿Lo has descubierto ya?
Ella puso los ojos en blanco.— ¡Es por eso que no quería que la leyeras! Se te van a subir los humos...
La sonrisa abierta de Draco, se desvaneció, quedando en una sonrisa pequeñita.— ¿Aún me sigue perteneciendo tu cuerpo, alma y corazón?
Ella le rodeó el cuello con las manos y buscó sus ojos.— Aetérnum.
— Para toda la eternidad.— la besó.
El beso era tan suave, tan lento...
Sus labios se movían en sincronía. Sus corazones latían con rapidez y emoción
Isabella ladeó la cabeza, profundizando el besó. Lo atrajo más hacia sí y ahuecó su cara con las dos manos.
Abrió la boca, dándole la bienvenida a la lengua de Draco, la cual entró, buscando la lengua de Bella.
Draco le rozó la lengua con la suya, la envolvió y la acarició.
Sus manos viajaron hacia su cintura y en un latido, ella ya estaba sentada en su regazo.
Rodando las caderas contra él.
— Enora está en casa.— le dijo Isabella sin romper el beso.
— No, se fue.
— Eres rápido.
— Lo sé.
Succionó su labio inferior y después lo mordió, tirando de el levemente. Abrió los ojos, encontrándose con los ojos de Isabella.
— No vuelvas a dejarme — le dijo cuando se separaron —. Sí quieres puedo comprarte una casa aquí, Bell. Sí quieres en Paris, Verona... Pídemelo y te lo daré todo.
— Solo quiero estar contigo, Draco.
— Esto — le dio un beso casto —, es mío — le besó la frente, después las dos mejillas y al ultimo la nariz —. Y todo eso también.
— Y tú eres mío.
— Tuyo, Bella.
La acostó sobre la cama, cerniéndose sobre ella y besándole la nariz varías veces.
— Te quiero...
— Yo te amo.— confesó Draco. Y estaba seguro que la amaba...
Notó como aparecía una sonrisa llena de luz y de ilusión sobre la cara de Isabella. Sus ojos se iluminaron y sintió su corazón latir como un loco.
Le palmeó el brazo.— Vas a tener que esperar un buen tiempo para que yo también te lo diga... Draco Lucius.— arqueó una ceja.
— Es lo justo.
— Estoy de acuerdo.
Volvió a besarle los labios, con hambre, con deseo y pasión.
Engancho los dedos en la tira de su camisón y tiro de él, separándose por un breve momento hasta que Bella estuvo casi desnuda.
Bajo a su clavícula, dejando besos húmedos sobre ella.
Alzó la vista la miro a los ojos.
— Eres preciosa.
— Tú más...
Entonces él volvió a besar su clavícula, bajando hasta sus pechos y dándole toda la atención.
Se metió su pezon a los labios, chupando y succionando, moviendo la lengua en círculos.
Ella arqueó la espalda hacia él, jadeando de placer.
Los nervios se acumularon en su estómago y sintió una palpitación en su núcleo.
Le mordió el pezon y tiro suavemente, pegando nuevamente los labios a el, volviendo a succionar.
Se separó de ella y se quitó la camisa mientras que Isabella le desabrochaba los pantalones y trataba de bajárselos.
— No quiero juego previo.
— Aguanta.— se rió.
Cuando estuvo completamente desnudo, enganchó los dientes a la tira fina de los panties de Isabella y se los bajo.
Volvió a subir para besarle los labios y colocó el dedo índice sobre su clitoris.
— He estado deseando tenerte nuevamente así.— murmuró.
Lentamente comenzó a trazar círculos sobre su clitoris con un dedo, sintiendo sus palpitaciones y lo mojada que estaba.
Rozó sus labios con la punta de su lengua y Bella abrió la boca para recibirla.
Cuando por fin estuvo en su boca, Isabella la succionó, ganándose un jadeo por parte de él.
Bajo por sus pliegues y rozó su entrada repetidas veces, hasta que por fin, introdujo dos dedos en ella.
— Mhmm — tarareó —. Caliente, mojada, apretada.
— Solo para ti.— dijo entre un pequeño gemido.
Con cada penetrada, Isabella le apretaba los dedos, arqueaba la espalda y gemía.
Sus dedos entraron y salieron de ella con una lentitud agonizante.
— Por favor.— rogó.
— ¿Qué?
— Por favor, hazlo ya.— comenzó a mover las caderas, mordiéndose el labio inferior.
— ¿Mi esposa quiere que su esposo la folle? ¿Es eso lo que estás tratando de decir?
— ¿Lo vas a hacer? — lo miro con ojos suplicantes.
— Oh, Bell... ¿Quieres que te folle a fondo, verdad?
— Sí, sí quiero.
Dejó un fugaz beso sobre sus labios y retiró los dedos de su interior. Se estiró y buscó en sus pantalones.
— ¿Qué haces, Draco?
— Condón — dijo con voz gutural —. Estoy buscando un condón.
Lo sacó de su pantalón y le sonrió al paquete plateado.
— No, no — repitió —. Sin, por favor. Hazlo como siempre, Draco.
Le acarició la mejilla.— Bell...
— Compramos una poción mañana.
— No confiaré nuevamente en las pociones.
— Draco, por favor — suplicó —. Hagámoslo sin codón esta noche... Si quedó embarazada es por algo y si no, volveré a tomar la poción y usáremos preservativo.
Su ceño se profundizó.— No me pidas eso...
— Intentémoslo una vez más.
— Sabes que no podemos.
Los ojos de Bella se cristalizaron.— Una vez más...
— No, Bella — sonó autoritario—. No lo haré.
— ¿Por qué?
— Porque no quiero bebés
— ¿Qué pasa con Scorpius e Hydra?
— Son bebés imaginarios, Bell... Sabes que no existen, cariño.
— Pero...
Draco negó antes de que Bella pudiera terminar.
Tratando de ocultar su dolor, le dijo.— No quiero bebés, te quiero solamente a ti, para siempre. Los dos solos, sin nadie que nos moleste... Mhmm — comenzó a acariciar su brazo —, ¿qué te parece?
— Tu padre no estará feliz con esa decisión.
— No me importa la opinión de él.
— Yo tampoco estoy feliz con esa decisión, Draco.
— Entonces más adelante veremos.
— ¿Por qué no ahora?
— Porque no. Porque somos jóvenes e inmaduros. Porque sabemos lo que te puede pasar, y yo...
— ¿Tú qué?
— Yo no puedo perderte por culpa de un bebé...
— No me pasará nada.
— Ambos sabemos que — le costaba tanto hablar —... ya sabes, Bell.
— Quiero darte un bebé.
— Yo te quiero a ti solamente.
— No te lo pongas.— insistió, señalando el preservativo.
— Bell, amor, no me pidas eso.
— Hagámoslo como siempre y ya, Draco. ¿Qué te cuesta?
— Mucho.
— Eres millonario.
— Me cuesta la vida entera. Y si no quieres usar el maldito condón, entonces lo dejamos hasta aquí, Bell. Volveremos a tener sexo cuando entres en razón y quieras usarlo.
— ¿No quieres bebés?
Se incorporó sobre la cama, sentándose en la orilla, adoptando una expresión dura.— ¡No quiero que mueras, joder!
— Está bien... — tragó duro —. Hagámoslo así, entonces.
— No — se levantó y se pasó la mano por la barbilla —. No puedo, Bell. Iré a buscar un hotel donde hospedarme.
— ¿No te quedarás aquí? — envolviendo su cuerpo en una sábana, se puso de pie.
— No quiero incomodar a Enora.
— ¡No incómodas a nadie! Eres mi esposo, puedes quedarte aquí. Dormiremos juntos en esta cama, es lo suficiente grande para los dos.
— ¿Estás segura?
— Dormiré mejor a tu lado.— musitó.
La envolvió en sus brazos y ella recostó la cabeza sobre su hombro, pasando sus manos sobre la espalda de Draco.
— Te amo tanto y te necesito de tal manera que duele, Bella. Duele imaginar una vida sin ti, duele imaginar un segundo sin ti.
— No creo en la maldición de sangre.
— No me arriesgaré a comprobar sí es mentira o verdad.
— Siento insistir tanto.
— Siento no poder hacerte mamá.
El torso de Draco se mojó debido a unas cuantas lágrimas de Isabella. Él la tomó por los brazos y se separó de ella, viéndola a la cara. Llevó sus pulgares a sus ojos y le limpió las lágrimas.
— Te quiero tanto, joder.
Bella frunció los labios y asintió.
— ¿Tienes hambre?
Draco asintió.
— Me vestiré y te cocinaré algo.
— ¿Aprendiste a cocinar?
— Matthew me ha enseñado algo.— comentó mientras comenzaba a vestirse.
— ¿Matthew?
— Es un Magizoólogo que conocí.
— ¿Dónde?
— Buscando un local para las criaturas mágicas, Draco.
— Está bien.
— ¿Vamos? — arqueó sus cejas. Draco asintió y ella entrelazó sus dedos.
Salieron a la pequeña sala.
Isabella se dirigió hacia la cocina y con la varita comenzó a atraer los ingredientes para lo pancakes.
— ¿Pancakes? — reprimió una risa.
— ¿Qué tiene?
— Cocinaré yo. Hazte a un lado.— se puso a su lado y con la cadera lo empujó.
— ¿Sabes cocinar?
— Mamá me ha enseñado algo.
— Mamá fue muy inteligente al hacerlo.
Draco cogio su varita, prendió fuego y puso un sartén sobre el fuego.
Puso a cocinarse la carne y los ingredientes con ella.
Isabella lo admiró desde lejos; su cara de concentración al cocinar.
El ceño levemente fruncido, la expresión sombría, la varita en alto.
— Chef Draco.— bromeó.
— Las cosas que tengo que hacer por ti.— la miro fugazmente.
Bella de acercó a su espalda y lo envolvió con los brazos, recostando su cabeza sobre su espalda.
Su nariz le hizo cosquillas a Draco en la espalda.
— ¿Bell?
— ¿Sí? — murmuró.
— ¿Acabas de olerme?
— Lo siento, es que hueles bien.
— Mamá ha dicho que ya no soy tan apuesto como antes.— volteó a verla sobre el hombro.
— Tiene razón, ahora eres más apuesto.
— ¿Eso crees?
— Sí... Ya no eres un niño. Has crecido, tu cuerpo ha madurado. Tus hombros se ensancharon... Y todo eso.
Pegó los labios a la espalda de Draco y comenzó a besarla.
— Bueno, la cena está lista.— avisó Draco, haciendo que los platos ya listos, volaran hasta la pequeña barra.
Ella se separó de él y dio brinquitos hasta que estuvo sentada sobre un blanquito y probó el primer bocadillo.
— Mamá te ha enseñado bien.— saboreó.
Él curvó los labios y se sentó junto a ella.
Comenzaron a comer en silencio, sin quitarse los ojos de encima.
Bella levantó su tenedor y lo llevó hacia la boca de Draco.
Él le dio un mordisco.
Y así siguieron, hasta que terminaron de comer.
Ella se puso entre las piernas de Draco y allí envolvió con sus brazos.
Draco le palmeó el trasero.— Quítate los pantalones y súbete a mi regazo.
Draco se desabrochó los jeans y se bajó la cremallera. Ella solo dudó un par de segundos, pero cuando vio su pene orgullosamente erecta,
esperándola, se bajó los pantalones y se los quitó en un instante.
Con la sangre rugiendo en sus venas, Draco convocó el condón y se lo puso con rapidez y le tendío la mano.
Ella se subió y la agarró por la cintura mientras la bajaba sobre él.
«Vaya sensación...».
La primera expresión, cuando Bella se enterró en su cuerpo y cerró los ojos... fue la cosa más erótica y hermosa que hubiera visto Draco, en la cara de una mujer.
Con los ojos aún cerrados, se mordió el labio y le brindó una sonrisa de medio lado como si estuviera borracha.
Joder, todavía no había comenzado a moverse y ya se sentía mareado. En lugar de bajar, se aferró a los hombros de Draco y se levantó, manteniendo el glande dentro de su cuerpo.
Luego, en el siguiente movimiento descendente, se hundió hasta la base y esperaron hasta que sus piernas comenzaron a temblar.
Draco nunca dejó de tocarla, de acariciar sus muslos, de deslizar las manos por debajo de su camiseta mientras acariciaba su piel desnuda.
Curiosamente, incluso era sexy estar medio vestido con ella.
Parecía un acto prohibido deslizar las manos debajo de su camiseta y entre sus muslos.
Cada gemido, cada temblor le pertenecían a Draco.
Cuando ella apoyó las palmas de las manos sobre sus hombros y comenzó a subir y bajar más y más rápido, tuvo que controlarse para no derramarse dentro de ella antes de que pudiera encontrar su propia liberación.
Verla era increíble. Se mordía los labios con los ojos entrecerrados, su coño ceñía el pene de Draco con fuerza, el contacto visual, los gemidos... lo tenía hipnotizado.
Se estaba enamorando cada vez más de ella.
De repente, frenó sus movimientos y se inclinó hacia los labios de Draco. En lugar de besarlo como él esperaba que hiciera, se detuvo cuando nuestros labios se tocaron.
—¿Por qué me miras así? —murmuró.
—¿Mi Bell es tímida? —preguntó con la voz grave.
Ocultó el rostro su mi cuello de nuevo, pero siguió hundiendo el pene de Draco en su coño.
Le puso las manos debajo del trasero, y la instó a que lo introdujera más profundamente y con más rapidez.
—Te gusta, ¿eh, dolcezza? —le preguntó cuando dejó escapar un largo gemido.
—Sí —susurró, hundiendo los dedos en su cabello y rozándole la oreja con los labios—. Me encanta que me hables mientras lo hacemos.
Empujó sus caderas hacia abajo y la obligó a tomarlo por completo.
—¿Cuando hacemos qué, Bell?
Ella trató de moverse hacia arriba, pero se lo impidió
—Dime, amor. ¿Cuando hacemos qué? Quiero oírte decirlo.
Le lamió el lóbulo de la oreja.—Cuando me follas, Draco —susurró—. ¿Es eso lo que quieres oír?
Draco se deslizó un poco hacia abajo y Bella chilló en su regazo, rodeándole el cuello con los brazos.
—Eso es exactamente lo que quiero escuchar. —gruñó, y comenzó a follarla arqueándose desde abajo.
Ella gimió sin parar, y curvó los dedos alrededor de mis cuello para agarrarse mientras la penetraba,
tomando todo lo que estaba dispuesta a darle.
Mientras Draco hacía que viera las estrellas, seguía hablando con ella, excitándola más, disfrutando de la forma en que se mojaba alrededor de su pene.
Cerca del final, gimió su nombre con la respiración acelerada.
—Me encanta que me tomes por completo sin una queja. Me encanta. Me encanta —le murmuró al oído.
Cuando se corrieron, fue a la vez.
Con sus dientes rozando su cuello.
Con sus dedos hundidos en los hombros de Draco.
Con sus manos aferradas a sus caderas para sostenerla.
Y se estremecieron de pies a cabeza.
Ella se retiró, y Draco se quitó el condón, haciéndole un nudo.
Bella entrelazó sus manos y lo llevó al dormitorio.
Mientras esperaba que Draco se pusiera el segundo condón, ella se acostó sobre la cama, con las piernas abiertas y los ojos fijos en él.
La cogio de una pierna y se la colocó sobre el hombro, hundiéndose en su interior.
Isabella apretó sus manos y arqueó el cuello, gimiendo.
Las estocadas de Draco eran duras y rápidas, sin perder el tiempo.
Isabella bajó la pierna de su hombro y lo tomó de los hombros, volteándolo y quedando ella encima de él.
Lo miro a los ojos. Le miro los labios y lo beso mientras movía sus caderas en círculos.
Se quitó la playera y colocó sus manos sobre los hombros de Draco, moviendo las caderas.
Sintió el sudor bajar por su espalda. Sintió un escalofrío apoderarse de su cuerpo.
Comenzó a subir y a bajar rápidamente sobre el pene de Draco.
Y cuando él comenzó a gemir. Cuando él entreabrió los labios y los gemidos abandonaban sus labios... Fue el paraíso para ella.
Cuando tembló sobre el cuerpo de Draco, él le envolvió las caderas y la atrajo hacia su pecho, permitiéndole descansar así mientras él la penetraba desde abajo.
Draco pegó los labios a su cuello y comenzó a succionarle la piel.
— Tu cuello se ve vacío sin mis besos.
Siguió moviendo sus caderas lentamente, hasta que sintió el orgasmo de Draco.
— Te amo — susurró Draco en su oído —. Te amo y estoy completamente enamorado de ti, Isabella Malfoy.
Ella posó la barbilla sobre el pecho de Draco y alzó la vista.
— La pared de Verona ha cumplido mi sueño...
— Lo ha hecho, Bell. Lo ha hecho.— afirmó y unió sus labios.
—
(Contexto: le robé la enfermedad a Astoria.)
Los amo. No tengo nada más que decir. Los amo y los adoro, bai.
Ah, pásense por Imperius, las esperó ahí.
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