Prólogo

Correr nunca a sido mi pasatiempo favorito, por algo tenía alas era mucho más cómodo así. Simplemente quería extenderlas y volar para tener ventaja sobre los que me seguían y así saber que camino tomar, necesitaba ser libre. Pero claro no podía hacerlo ya que me reconocerían y si la guardia real me atrapaba, mejor no lo quería imaginar. Con mi aspecto de humana se me hacía un poco complicado ser ágil pero no estaba con mucha desventaja, solo tenía que saber aprovecharla.

Tropecé con la raíz de un roble causando que por poco terminara en el suelo, malditas driadas que las hacían crecer cuando se sentían en peligro. En otro momento la habría buscado para gritarle unos cuantos insultos pero ahora no tenía tiempo que perder.

Mientras seguía corriendo para encontrar el estupido portal que me llevaría al mundo humano y terminar con mi huida, no podía dejar de sentir a los guardias que se organizaban para lograr con triunfo mi captura. ¿Qué acaso no se cansaban? Yo ya no era capaz de dar otro paso y la falta de aire me estaba haciendo disminuir la velocidad, mis pulmones ardían como el infierno.

—Por la izquierda— escuché a uno de ellos dar la orden, seguramente el capitán —si no la atrapan los ejecutare a ustedes.

Con esa amenaza hasta yo me trataría de atrapar. Tenía que distraerlos, no sabía como pero tenía que hacerlo sino estaría perdida para siempre.

Pronto divise un precipicio y más abajo un rio no muy correntoso, la idea surgió de inmediato en mi mente y sonreí victoriosa, sabía que estaba cerca, conocía este lugar a la perfección. Un kilómetro más arriba estaba la cueva que usaba de niña cuando jugábamos con mi en ese entonces mejor amigo, por la orilla del acantilado. Los guardias creerían que había saltado para terminar en el fondo del Skell, rio principal del reino.

La driada hizo crecer otras ramas que esquive con facilidad y senti los gritos de algunos guardias. Daba gracias internamente porque no enviaran a la Élite ahí definitivamente estaría jodida. ¿Quién no? Los cabrones tenían permitido volar a su antojo en los límites y fuera de Bizkorrak lo que las otras arpías no podían, no porque no quisieran sino porque estaba prohibido por mandato del Rey.

Solo unos metros más y llegaría. Tenía que respirar bien, solo quedaban unos poco metros.

—Te tengo— choqué de frente con un pecho duro y alto enfundado en el uniforme de la guardia real que luego me tomó por los brazos, claro por ir mirando hacia atrás no me percate del idiota delante de mi.

—Déjame ir— se rió y bajó la cabeza para estar a mi altura.

—Sabes que el Rey Hatus te quiere de vuelta ahora— maldición como podría olvidarlo si por eso huía.

—No iré Tristán y no me obligarás. Ahora déjame ir.

—¿Qué ganaría yo si no te llevo?

—Mi eterno agradecimiento maldición, por los viejos tiempos. Además es injusto que me atraparas tú, conoces este lugar igual o mejor que yo— Lo mire suplicante para que entendiera mi apuro si no lo convencía estaba en problemas. No quería golpearlo pero en la necesidad de huir todo podía pasar.

—Esta bien te doy dos minutos de ventaja Linecuajo— dijo soltandome, lo miré ceñuda no me gustaba aquel apodo.

—Y silencio, necesito silencio si logro llegar. No les digas donde estoy— el se hizo a un lado para que continuara corriendo.

—Esta bien, los desviare— me guiñó un ojo y me dio la espalda.

—Gracias— fue lo último que dije y corri sin parar hasta llegar a la cueva.

La driada me había dado ventaja sobre la guardia real causando que llegara sin ningún contratiempo y Tristán seguramente cumplió con lo que dijo. Desde la cueva, al final de ella, se abría un camino que llegaba al portal que tanto buscaba.

Ya más relajada, aunque seguía atenta a cualquier sonido o movimiento, sentí los efectos del esfuerzo físico realizado. Estaba muy cansada y sedienta lo cual causó que al entrar al portal perdiera la conciencia y no despertara hasta unas horas más tarde en un bosque a merced de criaturas salvajes y con una luna llena como única testigo de mi victoria.

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